Una de las imagines mentales más irónicas sobre nuestro modelo de sociedad de consumo es la de intentar encontrar remedios a problemas que inicialmente no tendrían por qué estar ahí. Introducir túneles subterráneos para coches en las ciudades cuya superficie ya está saturada de coches. Camisetas con mensajes a favor de salvar el planetaen armarios abarrotados de ropa que apenas usamos. Hoy toca hablar de las aplicaciones móviles mindfulness como remedio a un problema, la adicción al móvil, atajable por otros frentes.
La crítica proviene de dos académicos budistas que se han especializado en la investigación de la relación entre meditación y redes sociales. Aunque existen miles de apps en el ramo, se han centrado sobre todo en Calm y Headspace, que copan conjuntamente el 70% de las ganancias de su mercado, con valores superiores a 1.000 millones de euros y con unas perspectivas de crecimiento envidiables.
Estas apps dicen ofrecer un amplio rango de soluciones al mismo problema: vivimos estresados por el trabajo, por las obligaciones diarias y por el constante bombardeo de peticiones de atención de nuestras pantallas. Dedicamos muchísimas más horas a nuestras redes de las que queremos reconocer, y, como se ha ido viendo, están diseñadas precisamente para eso, para reclamar nuestra atención. No por nada son ya la primera causa de distracción compulsiva del mundo desarrollado.
Entonces, ¿qué es lo que hacen estas apps? Según Beverley McGuire y Gregory Grieve, crean unos programas y planes de mindfulness para todo tipo de audiencias. Con un truco: para hacerlas más atractivas, gamifican la experiencia, como son las cortinas de sonidos ambientales, los planes tipo “aprende a dormir mejor en 14 sesiones” o “hazte Premium y accede a nuestras lecciones para mejorar tu postura”.
Y tal vez lo más paradójico de todo, notificaciones que te recuerdan cada cierto tiempo que es tu hora de meditar, un tipo de mensaje que, aunque sus desarrolladores cuidan que no sean tan invasivos y constantes como los de Instagram o WhatsApp, van precisamente en el camino opuesto a lo que deberían ser el método Anapana Sati Yoga (el mayoritario de estas aplicaciones) y que, más que ayudarnos a desengancharnos de esa fuente de estrés llamada smartphone, provoca que nos volvamos más adictos a ella. En Wired, una periodista reconoció algo que tal vez hayan experimentado más de uno y más de dos usuarios: hacía trampas con la app activando su tiempo de meditación mientras se duchaba para que su recuento de minutos fuese más alto.
Lo que es y lo que no es. Un psicólogo, Nick Wignall, ha querido encontrarla raíz del problema de las apps de meditación y la causa por la que muchos de sus usuarios acaban abandonando la práctica: la mayoría de audioguías insiste en que la meditación es un proceso complejo de comprender (de ahí que necesites completar varias “lecciones”, tal y como venden las apps) pero fácil de practicar. En realidad, la meditación, esa manera de aprender a vivir mejor el momento y liberarnos de las distracciones y preocupaciones, es exactamente lo contrario: algo simple pero difícil. Requiere de mucha práctica, pero lo necesario para hacerlo se reduce a una habitación y tiempo libre.
¿Es entonces contraproducente? Aquí es donde no hay nada claro. Por un lado hay personas que defienden que hay un lado pernicioso inexplorado de la meditación, con gente que ha sufrido ataques de pánico y disociaciones por practicarlo, aunque la mayoría de estudios se inclinan a defender la utilidad de la práctica, ya que reduce el estrés y el riesgo de padecer diversas enfermedades. Por el otro, los gigantes de las apps han creado informes propios que manifiestan resultados siempre positivos de su uso. Hay por el momento un único trabajo revisado por pares sobre el uso de Headspace en un grupo de menos de 100 personas que habla de un incremento de emociones positivas y ausencia de efectos relevantes en cuanto a la mejora de los síntomas de la depresión, del desarrollo personal o de la satisfacción vital.
Faltan estudios más detallados al respecto, pero es normal que profesionales y educadores del ramo levanten las cejas sobre los supuestos beneficios de unos productos que dicen curar tus problemas aplicando esa misma medicina.