En su nivel más básico, según es aceptado por la mayoría de los físicos actualmente, la naturaleza es impredecible y caótica, incluso aleatoria. Esto se conoce como indeterminación o, a veces, «aleatoriedad cuántica (quantum randomness). Desde hace varias décadas científicos han notado como ciertas teorías cuánticas y experimentos (como el famoso experimento de la doble rendija) significan que en su nivel fundamental la naturaleza no obedece leyes de causalidad como sí lo parece hacer a nivel macroscópico. Esto ha sido aparentemente comprobado de formas distintas, por ejemplo, un experimento reciente realizada por científicos de Harvard mostró que fotones se emiten sin un orden establecido.
Esta noción de indeterminismo fue especialmente incómoda para Einstein, quien junto a Podolsky y Rosen, notó que de ser cierta, la mecánica cuántica implica que el mundo real al que estamos acostumbrados no puede sostenerse como lo concebimos. Intentando rescatar una visión determinista, el físico David Bohm sugirió que se podría mantener la causalidad -y la realidad misma- del universo solamente a través de la no-localidad. Esta teoría salvaría la causalidad del universo a través del entrelazamiento cuántico o una interconexión a distancia de fenómenos, apelando a variables ocultas. Bohm sugirió que el extraño comportamiento a nivel cuántico podían explicarse como efectos visibles de una totalidad implicada, en la que cada átomo estaría de alguna manera conectado con todos los otros átomos del universo.
Aunque las teorías de Bohm no han sido muy bien recibidas en la física contemporánea, recientemente han sido revividas en una prometedora escuela que habla de un «mecánica cuántica emergente», donde las partículas son entendidas más bien como fenómenos resonantes entrelazados con un campo de punto cero. La aparente aleatoriedad de los fenómenos se debe a que cada fenómeno es modificado por otros fenómenos distantes, que los causan, como si fuere, a través de «variables ocultas». A fin de cuentas, la teoría de Bohm implica que cada fenómeno existe en una red de total interdependencia con todos los otros fenómenos.
El académico Klaus Dieter Mathes ha comparado estas ideas de la mecánica cuántica con la filosofía madhyamaka de Nagarjuna, el maestro budista indio quien fue el principal exponente de la noción de vacuidad o interdependencia de todos los fenómenos. En la filosofía de Nagajuna es sólo porque las cosas no tiene una sustancia o existencia inherente, puesto que son interdependientes, que el universo puede surgir con sus procesos de cambios y causas. Esta teoría de la vacuidad u originación dependiente puede compararse a una «interconectividad cuántica», en la que la realidad física es posible solamente porque no existen partículas determinadas de manera local. El campo cero, una especie de mar de infinita energía potencial (equivalente a la plenitud de la vacuidad budista), tiene una infinita creatividad y de ésta emergen todos los fenómenos que, como en el Abidharma budista, surgen y desaparecen cada instante.
Esta dos teorías, la mecánica cuántica emergente y el madhyamaka de Nagarjuna explican la causalidad en términos del mundo que observamos y, sin embargo, existe un plano en el cual no hay causalidad, en lo que David Bohm llamaba «totalidad implicada», la profunda unidad de todos los fenómenos en su potencial infinito. En el budismo esto tiene un paralelo con el plano conocido como paramartha, la realidad absoluta, lo incondiciona, el cuerpo mismo de la budeidad. Según algunas doctrinas dentro del budismo, como el Dzogchen o el Mahamudra, el plano último de realidad se manifiesta como el mundo de las apariencias de manera espontánea. Este plano es insondable para nuestra condición relativa y contingente, sin embargo, puede inferirse a través de la especulación filosófica o de la percepción sutil de un yogi. El maestro tibetano del siglo XIV Longchen Rabjam (mejor conocido como Longchenpa) expresa esta misteriosa perplejidad:
Las acciones, cuando son examinadas, se muestran como carentes de existencia inherente,
sin embargo, como en un sueño, producen todo tipo de alegría y sufrimiento.
[…] No son cosas que existan realmente, aunque la mente así lo crea
y sin embargo, el proceso causal es infalible.
Tal es la naturaleza profunda de la originación dependiente.
Ni existente ni no-existente…
El budismo, como la mecánica cuántica debe lidiar con la paradoja de que en la realidad última no puede haber causalidad, pues está implica cambios y la posibilidad, por ejemplo, de que un Buda pueda dejar de serlo. Sin embargo, necesita también defender la existencia de la causalidad en un plano relativo pues de otra forma no tendría sentido el budismo como un sendero hacia la liberación, en el que ciertos actos producen ciertos efectos que conducen hacia la misma. Algo similar parece ocurrir en la mecánica cuántica, en la que de negarse la causalidad a nivel ontológico la misma ciencia, que ha desarrollado cosas tan eficaces como la mecánica cuántica, dejaría de tener sentido. De alguna manera misteriosa lo relativo y lo absoluto deben convivir. Quizá lo mejor que se puede hacer es seguir el ejemplo de Nagarjuna quien dijo que abandonar toda perspectiva -situarse en un estado radical de desapego conceptual- es la iluminación.
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