En buena parte de la espiritualidad india, el sendero inicia con la renuncia al samsara, o al modo e existencia cíclica basado en la ignorancia y en el apego. Esta renuncia puede tomar muchas formas, desde la vida monástica que observa claros preceptos de control, austeridad y aislamiento, no participando en los placeres del mundo, hasta algunas formas más radicales como las de los renunciantes de ciertas sectas hindúes que vagan por el continente mayormente desnudos o cubiertos de ceniza y en ocasiones sometiéndose a enormes mortificaciones o incluso formas como las que implican senderos que no se asocian normalmente con la renuncia, como el tantra, donde se renuncia a aceptar o rechazar las apariencias, más allá de la dualidad.
La suprema importancia de la renuncia puede observarse en el esquema clásico de las cuatro etapas de la vida dentro del dharma indio (varnashrama) en el que la vida de un buen brahmán debe culminar, después de pasar por el estudio y la vida conyugal, en la renuncia, en abandonar el mundo convencional para encausarse hacia el moksha o liberación.
Lo que es esencial es que tanto en el budismo como en el hinduismo y particularmente en el jainismo (las tres grandes religiones de la India clásica), la renuncia es esencial en un proceso de liberación que tiene que ver con una purificación que permite establecer una visión de sabiduría que es igual a la libertad.
Un hermoso ejemplo del concepto de renuncia nos viene a través del tibetano clásico, el idioma escrito que fue creado a partir de la llegada del budismo al Tíbet, con el fin de acoger y traducir las enseñanzas que llegaban de la India, y por lo tanto una lengua eminentemente «dhármica». En tibetano, la palabra para renuncia es nges ‘byung (fonéticamente: ne yung). La palabra gnes significa «entender», «clarificar», «llevar la mente», y byung significa «lo que aparece, ocurre o emerge». De aquí que la renuncia sea el resultado lógico de entender las apariencias, de hacer consciente la forma en la que el mundo surge. Esto desde la óptica budista, en la que el mundo es por naturaleza insatisfactorio pues es impermanente; la causa del sufrimiento es justamente tomar esto que aparece y carece de permanencia y de sustancia como algo real y permanente. Por eso se renuncia.
El diccionario además da las siguientes definiciones para renuncia (nges ‘byung): «auténtico devenir», «acercarse a casa». Renunciar a las falsas apariencias, aprehendiéndolas como insustanciales, como sueños, es acercarse a la fuente verdadera, al modo auténtico de existir. El budismo tibetano es esencialmente tántrico, por lo cual esta renuncia, si bien implica el desapego de la mente ante lo que aparece, no implica el rechazo del mundo hacia un ascetismo que opta por apartarse. El verdadero entendimiento de lo que aparece es el entendimiento de que las cosas no son cómo parecen, son como sueños -a lo que se renuncia es a tomarlas como reales y sustanciales y de esta forma se desactiva su poder, como quien sabe que está soñando logra así dejar de padecer una pesadilla y puede empezar a disfrutar de un sueño lúcido-.