Ludwig Wittgenstein es considerado el filósofo más importante del siglo XX, reconocimiento que se le hace sobre todo en los países anglosajones, donde triunfó la filosofía analítica. Esta afirmación puede ser discutible, pero no hay duda de que se trata de un pensador enormemente influyente.
Algunos académicos han querido retratar a Wittgenstein como un filósofo dividido en dos etapas radicalmente opuestas en sí mismas: una que alcanzó su culmen con la elaboración del Tractatus Logico-Philosophicus (concluido en 1918 y publicado originalmente en alemán en 1921) y otra que abarca los últimos años de su vida y su trabajo y que se condensó en las Investigaciones filosóficas (inconclusas; publicadas póstumamente en 1953). Si bien esta supuesta oposición fue alimentada por Wittgenstein mismo, quien en cierto momento atacó y refutó su propio pensamiento temprano, en realidad puede decirse que sí existe una cierta continuidad en su pensamiento. Sea como fuere, en el aforístico Tractatus Logico-Philosophicus siguen encontrándose algunas de las grandes perlas filosóficas del pensamiento del siglo XX, ejemplos claros de su trascendencia en la historia del pensamiento humano.
Con su característica lógica impecable, Wittgenstein observó ahí que la eternidad es de hecho accesible para el ser humano:
La muerte no es un evento en la vida: no llegamos a vivir la experiencia de la muerte. Si tomamos la eternidad no como la infinita duración temporal, sino como la intemporalidad, entonces la vida eterna pertenece a aquellos quienes viven en el presente. Nuestra vida no tiene final del mismo modo en el que nuestro campo visual no tiene límites.
Esta es la eternidad que concede Wittgenstein: la eternidad del presente. En cierto modo, todos todo el tiempo estamos viviendo la eternidad, en el puro hecho fenomenológico de existir, ya que la sucesión temporal, el pasado y el futuro no son estrictamente reales. Pero el filósofo austríaco parece sugerir al mismo tiempo que hay una eternidad cualitativa en existir atendiendo al presente, y no proyectando la conciencia hacia el pasado y el futuro.
Wittgenstein, quien también consideró que el yo se disolvía bajo análisis, se acerca aquí a ciertas filosofías como el budismo o el taoísmo, en las que el momento presente es considerado como lo único que existe, la realidad en toda su plenitud, el universo entero manifestándose y desapareciendo. Esta eternidad inmanente es bajo esa perspectiva todo a lo que podemos aspirar, pues según Wittgenstein, además de que no existe garantía de una vida más allá de la muerte, de haberla, ésta no resolvería en absoluto el predicamento de la existencia. Sólo tenemos este instante de experiencia (que es intemporal) para vivir la vida y el mundo mismo que emerge en dependencia de nuestra conciencia y nuestro lenguaje.
Por otro lado, las palabras de Wittgenstein son una especie de sacudida para enfocarnos en el presente y aprovechar el tiempo que tenemos, pues incluso la muerte ya no será una experiencia.
Asimismo, el filósofo parece sugerir que debemos dejar de intentar encontrarle un sentido trascedente a la existencia, pues esto es imposible. Paradójicamente, el significado de la existencia es que su significado sólo puede encontrarse más allá del mundo, donde ya no podemos ir y que mucho menos podemos describir en palabras.
Pero nos queda esta exigua eternidad que es la intemporalidad del presente.
https://pijamasurf.com/2019/12/estamos_viviendo_la_eternidad_wittgenstein_sobre_la_intemporalidad_del_presente/
No hay un sentido trascendente a la existencia, por definición propia. De tener algún sentido, cosa muy discutible, la existencia; éste ha de ser, necesariamente, inmanente. Dado que la no existencia es la nada y ésta, además de inexistente, es incognoscible.
El presente no sólo es intemporal, cosa ya de por sí difícil de comprender, sino que es inmaterial. La ciencia moderna cuestiona la existencia del tiempo, pero no la del espacio. Sin embargo, por paradójico que resulte, ambos son igualmente inexistentes.
Un saludo.