La idea del karma es una de las más peculiares e importantes de la cosmovisión india, común a sus tres grandes religiones: el hinduismo, el budismo y el jainismo. En India tempranamente se observó que la causalidad penetraba todos los aspectos de la realidad -como una madeja inexorable-, y no sólo los materiales, pues estos, incluso, estaban supeditados a los mentales.
Algunos académicos creen que la idea del karma proviene de un entendimiento del sacrificio védico (yajña), el cual era el escenario del orden cósmico y sus correspondencias. Ciertos actos -ciertas palabras, ciertos gestos- traían ciertos resultados; había una especie de ley inherente a la cual incluso los dioses estaban sometidos. En este sentido el karma parece tener una relación estrecha con el dharma (la palabra que reemplaza el orden cósmico védico: rta) y que tiene entre sus múltiples acepciones la de «ley». Karma es estrictamente la acción, pero en India supieron que la acción no puede separarse de su efecto, y más aún, de una dimensión moral y soteriológica. De aquí que el karma esté ligado a la teoría de la transmigración. Para el budismo, ya que el alma no existe, lo que reencarna no es otra cosa que el karma, la continuidad mental de deseos y aspiraciones que se cristalizan en hábitos.
La noción del kamra siempre ha estado ligada a metáforas de agricultura. Siendo cada acto, pensamiento y palabra una semilla; y cada circunstancia o evento un fruto. El cuerpo mismo es entendido como el resultado del karma, una especie de concreción dinámica de los actos que se han realizado anteriormente.
En una pequeña monografía sobre el budismo que Borges escribió junto a Alicia Jurado, encontramos una sucinta pero hermosa descripción del karma:
El karma es la obra que incesantemente estamos urdiendo; todos los actos, todas las palabras, todos los pensamientos —quizás todos los sueños— producen, cuando el hombre muere, otro cuerpo (de dios, de hombre, de animal, de ángel, de demonio, de réprobo) y otro destino. Si el hombre muere con anhelo de vida en su corazón, vuelve a encarnar, es como si, al morir, plantara una semilla.
A Borges le gustaba la metáfora de una especie de cadena infinita de causas, una urdimbre que era misteriosa y a la vez íntima. En algunas ocasiones habló del mismo rostro, ese misterioso tejido que se presenta ante el espejo, como si por un momento se cristalizara la totalidad del río del tiempo.
Para la mente india, negar el karma es igual al nihilismo. Aunque en Occidente muchas personas parecen jugar con esta noción del karma, no es baladí cuestionar si esta idea le es natural y fácil de abrazar al hombre occidental (o incluso al hombre indio que se ve conquistado por la modernidad capitalista). En cierta forma no deja de ser una idea radical, la cual implica absoluta responsabilidad propia, así como absoluto significado, pues cada acto está conectado con todos los demás y tiene el carácter ineludible de un vector que conduce ya sea hacia la liberación del sufrimiento o hacia su perpetuación.
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