Los científicos de todo el mundo llevan alertando de la situación actual desde hace más de 30 años: en los años 70 se avisó de que, como siguiéramos emitiendo CO2 de esa manera a la atmósfera, el planeta iba a colapsar.
No sólo hemos hecho caso omiso a las advertencias, sino que además hemos aumentado las emisiones a la atmósfera hasta el punto de superar un récord de hace tres millones de años.
Actualmente estamos destruyendo especies, el planeta se sigue calentando, los hielos se están derritiendo, los mares son contenedores y un largo etcétera.
También los filósofos
A pesar de que la labor de advertencia que está haciendo la comunidad científica es realmente entrañable, hemos desoído las advertencias de otro sector de la “comunidad intelectual” que ya en el siglo XIX vio que se hacía necesario un cambio profundo de toda nuestra especie: los filósofos.
Los filósofos de los siglos XIX y XX advirtieron, mucho antes que los científicos, que esto que está ocurriendo ahora se veía venir.
Si nos vamos más atrás aún, podemos ver que la pregunta por la técnica ha sido una de las preguntas más reincidentes a lo largo de la historia de la humanidad.
¿Por qué se nos desoye? En parte por culpa de la propia filosofía, que se ha encargado de romper el hilo que nos une al mundo creando una especie de universo paralelo en el que se encuentran los filósofos, “esos bichos raros”, o “genios” y todos esos adjetivos que tantas veces he tenido que escuchar.
El filósofo lleva esa aura consigo desde la Grecia Clásica. ¿Quién no ha escuchado alguna vez que el filósofo es aquel que busca la verdad, que debe encargarse de ser el faro de la humanidad, que ama la sabiduría… etc.?
Eso son tópicos creados por los propios filósofos que abrieron una brecha entre la filosofía y el resto del mundo. Y digo filósofos varones, el filósofo varón ha sido desde siempre el genio creador, aquel que se encierra en un cuarto a escribir sus grandes obras alejándose de la realidad que le circunda.
Las mujeres filósofas nunca han podido hacer esto, porque la sociedad es ese hilo que las ata a la realidad desde el mismo momento de su nacimiento y hasta que mueren.
Bajemos de las nubes de la verdad
Esta manera de ver la filosofía tiene que morir. El filósofo, ahora más que nunca, debe bajar de “las nubes de la verdad” y caer con los pies en la Tierra: no nos queda otra opción. Esto pasa, entre otras cosas, por hacer la filosofía comunicable al “vulgo” (expresión muy utilizada por Kant).
Pero volviendo a la pregunta inicial; ¿cómo es posible que nos permitamos llevar una vida cotidiana normal estando como estamos?
La realidad es que parecería, al ver los telediarios, que hay una preocupación real por parte del ente político por la situación del planeta.
En estos días ha tenido lugar la Cumbre del Clima (COP25): los “poderosos” salen en nuestras pantallas de televisión desgarrándose la vestimenta por el planeta, alegando que hace falta una transformación de la economía, que hay que hacer de la economía algo sostenible.
Todas las propuestas incluyen cambios que pueden ser respetables. Pero el cambio (como todos los cambios desde hace dos siglos) no es real, son cambios para las personas que viven en occidente.
Lo que ocurre es que no hay una crítica real al verdadero culpable detrás de todo: el capitalismo.
La crítica se hace siempre en términos neoliberales: se está buscando un cambio de sistema dentro del sistema.
Capitalismo neoliberal
El filósofo esloveno Slavoj Zizek afirma que el capitalismo es un sistema tan bien hilado que es más fácil para los individuos pensar en un cataclismo climático antes que en la destrucción del propio sistema.
Y de eso estamos hablando, el sistema capitalista ha acabado con toda la potencia de obrar un cambio real que todo ser humano lleva dentro.
El sistema neoliberal es posiblemente el sistema más totalitario de todos los tiempos porque es aquel que ha conseguido que el sujeto que va a trabajar cada día piense que lo hace por voluntad propia. Somos esclavos, pero ya no hace falta el uso de la fuerza física para que obedezcamos, peor aún, nos encontramos en la época de la esclavitud voluntaria.
Por tanto tendríamos ya al mayor culpable, ¿pero cómo funciona? Es común dentro de la sociedad occidental el pensar que existe “un poder”.
El poder es para la gente de a pie un ente superior, el poder de los políticos o de las grandes empresas. Pero esto se aleja de manera hiriente de la realidad: el poder ya se alejó en su momento de lo que Hegel llamaba la dialéctica del amo y el esclavo.
Las teorías biopolíticas de Foucault se encargaron en el S.XX de darnos a conocer la tesis de que el poder no funcionaba de esta manera, que no existe realmente “un poder”.
El poder capitalista, de lo que se encarga ahora, es de crear subjetividades, de crear sujetos. Desde el nacimiento hasta la muerte, el individuo se ve asediado por la idea de que debe tener una personalidad bien delimitada, debe encontrar un trabajo, criar hijos, tener los valores de la democracia liberal.
Todas estas ideas estructurales se quedan en cada cual como posos de café y esto es lo que conforma al sujeto. El sujeto considera que de esta manera es libre, pero en realidad es un esclavo, un esclavo fabricado por la bestia capitalista para producir.
Sociedad de control
Es lo que la democracia liberal ha llamado persona. La realidad es que el concepto de persona ya lleva consigo una serie de connotaciones que esclavizan. Hay por tanto una asunción interna del poder por parte de cada uno de nosotros. Por eso no somos capaces de plantear en el sistema globalizado una alternativa de futuro.
Vivimos en lo que Deleuze llama la sociedad de control. El individuo se ve inmovilizado para salirse del sistema desde sí y plantear alguna alternativa posible.
Se podría pensar que esto es algo que tan solo les ocurre a aquellos que trabajan en oficinas, aquellos que trabajan en el campo, a los funcionarios… curiosamente nadie es capaz de afirmar de sí mismo que es un esclavo del hedonismo desenfrenado.
Hay gente dentro de la sociedad que incluso considera estar fuera del sistema, “que es diferente al resto”. En esto consiste el individuo que describe Bauman en “Vida líquida” (Bauman,2017), es decir, en un sujeto que cree que marca la diferencia en contraste con el resto de la sociedad.
Eso es la subjetividad artificial, creer que uno marca la diferencia, que es reaccionario por los actos que realiza. La realidad es que no existe tal cosa.
El capitalismo es el sistema que engloba cualquier forma de sentido y de horizonte, haciendo de ello algo que se puede medir estadísticamente. Al estar el individuo asediado de esta manera, obligado a trabajar y a producir, uno no es capaz de ver la magnitud real de lo que está pasando.
Ver esta realidad es doloroso, cuando uno se hace consciente de que es un esclavo, inmediatamente quiere dejar de serlo. Pero se da cuenta de que no puede porque el ambiente que le rodea no da pie a ello.
Pero decía Simone Weil; “no podrías haber nacido en otra época mejor que está, en la que todo se ha perdido” (Weil, 2011).
Y también: “Hoy, ni siquiera un santo significa nada; es precisa la santidad que el presente momento exige, una santidad nueva, también sin precedentes.” (Weil, 2011)
¿Cómo solucionar entonces este enredo? Lo primero de lo que debemos hacernos conscientes desde este mismo instante, es de que el cambio que viene no será un cambio material, no necesitamos pan (en occidente), necesitamos emancipación real.
El sufrimiento que vamos a tener que soportar para que eso ocurra es un sufrimiento sin precedentes en la historia de nuestra especie. El cambio no va a ser técnico, no va a suponer la creación de nuevas máquinas para que el sistema siga funcionando.
El cambio que está comenzando supondrá en realidad una nueva etapa en la madurez de nuestra especie, que incluirá un nuevo tipo de sensibilidad, una recuperación de la espiritualidad y una eliminación de la técnica destructiva.
Para ello, una vez haya colapsado el sistema, cada uno de nosotros va a tener que llevar a cabo una eliminación de toda estructura que lleve dentro para poder acercarse de una manera íntima a aquello que es humano y, como consecuencia, a lo que nos une a cada forma de vida de este planeta, porque cuando uno se acerca a lo más íntimo de sí mismo, se acerca al palpitar del mundo entero.
Una vez ocurra esto, el ser humano deberá revivir lo que le une al mundo y a sí mismo porque se ha perdido, es lo que Weil llamaba la creación de una nueva santidad.
Es ella la que afirma que “un nuevo tipo de santidad es un afloramiento, una creación. Guardando las proporciones, manteniendo cada cosa en su lugar, es casi algo análogo a una nueva revelación del universo y del destino humano. Es como dejar al descubierto una amplia porción de verdad y de belleza ocultas hasta ese momento oculta por una densa capa de polvo.” (Weil, 2007).
Espiritualidad asesinada
Cuando uno lee en la sociedad actual algo así se lleva las manos a la cabeza porque Dios ha sido demonizado, Dios es el demonio ahora. Pero con esta frase, Simone Weil dinamita tajantemente todo lo anterior a ella. Simone Weil pretende revivir a Dios, menudo escándalo. Posiblemente por ello ha sido tan denostada en los ambientes académicos: afirmar la existencia de Dios es casi un pecado.
Pero el Dios de Simone Weil nada tiene que ver con lo que comúnmente se entiende por Dios. Lo importante de su Dios es que se ve acompañado de una inmanencia pura, de una atención a la belleza del mundo que es consecuencia del Amor.
Lo que quiero afirmar cuando digo que hay que revivir a Dios es que debemos revivir una espiritualidad que ha sido eliminada por la técnica y la estadística. La espiritualidad era antaño la forma que teníamos de compaginar la técnica y la naturaleza, había un respeto de la naturaleza porque había espiritualidad.
La espiritualidad ha sido asesinada en pos de una técnica científica hegemónica que trata de colapsarlo todo. Desde el principio de los tiempos se ha considerado el mundo como un medio para nuestros fines. El propio Kant afirma en la “fundamentación de la metafísica de las costumbres” (5) que todo aquel ser vivo que no sea racional, es un instrumento para aquellos seres que sean poseedores de razón.
Frente a esta concepción racional del mundo, frente a esa necesidad que tenemos de utilizar la naturaleza como medio, se propone crear una espiritualidad nueva.
Una espiritualidad que ponga atención a la divinidad más pura que existe; la naturaleza.
Nuevo nacimiento
No hay que eliminar la técnica, hay que recolocarla, hay que posicionarla en el lugar que le corresponde. Este nuevo nacimiento supone poner atención a la belleza del mundo que nos rodea para no maltratarlo.
Uno debe hacer un esfuerzo espiritual para darse cuenta de lo que le hemos hecho al medio natural, para siendo consciente de ello recolocarlo en el sitio que le pertenece.
A lo largo de ese proceso se siente que todo está unido a todo; “asociar el ritmo de la vida del cuerpo con el ritmo del mundo, sentir constantemente esa asociación y sentir asimismo el permanente intercambio de materia por el cual el ser humano está envuelto en el mundo” (Weil,2011).
Esa es la belleza del mundo: todo está interconectado. Hay una necesidad de destruir la estadística para dar lugar a nuevos valores que vayan al mismo compás que el resto del planeta.
Lo que le hemos hecho a la Tierra es imperdonable, es el verdadero pecado. No hemos sido capaces de entender que lo que nos mantiene aquí, vivos, es un perfecto equilibrio y ese equilibrio es el que estamos destruyendo.
Pero para que esto pase, debe darse un verdadero renacimiento. Todo lo que conocemos va a quedar destruido, todos los cimientos de la humanidad van a ser dinamitados, y no seremos nosotros quien nos encarguemos de ello.
Cuando a lo largo de la historia hemos tenido la posibilidad de avanzar hacia esto que describo la hemos desechado.
Hablo del mundo occidental, existe en el mundo oriental una mayor cercanía a la realidad del mundo, desde el Budismo se ha defendido siempre la unión que existe entre el ser humano y todo lo que le rodea.
Nueva espiritualidad
Revivir a Dios es quitarle la capa de polvo a la espiritualidad para darle un nuevo carácter, para reconocer que existe algo más poderoso que nosotros que debe ser tratado como divino.
Debo matizar que cuando se habla de revivir a dios, no se hace en un sentido monoteísta, ni siquiera teológico, uno puede sentir la unión con cada cosa del mundo sin ser creyente, solo hace falta poner un poco de atención. Es saber que existe una inmanencia en las cosas que es divina, que por ser así son un fin en sí.
No basta con ejercer un cambio a nivel económico, no basta con cambiar las formas de producción. Hay en esa pretensión una manera de pensar antropocentrista, pues no cambiamos por el bien del planeta sino para nuestro propio bien, para poder seguir esclavizados pero consumiendo de otra forma.
No merece la pena un cambio a nivel global si esa transformación lo que hace es esclavizarnos de otra forma. Esto implica que no se puede dar un cambio en el capitalismo, solo fuera de él se pueden crear formas nuevas de vida, de conexión con la vida.
El capitalismo debe necesariamente morir, si no lo matamos nosotros, será la fuerza de la naturaleza quien lo hará. La vida hoy día nos está hablando más fuerte que nunca, nos está gritando. Lo peor que puede hacer un ser humano es desoír la vida, porque con ello desoye también su propia naturaleza que trata de manifestarse.
(*) Samuel Morales es estudiante de Filosofía en la Universidad de Granada.
Bauman, Z. (2014). Vida líquida. [Barcelona]: Paidós.
KANT, I. (2017). Fundamentacion de la metafisica de las costumbres. Madrid: Encuentro.
Weil, S., & Ortega Bayón, C. (2011). La Gravedad y la gracia. Madrid: Trotta.
Weil, S., López Tobajas, A., & Tabuyo, M. (2009). A la espera de Dios. Madrid: Trotta.
Ímpetu juvenil tiene. Aunque su análisis admite una mayor profundidad.