Una cierva y dos cervatillos a menudo visitan mi jardín trasero. Se instalan debajo de los robles, vigilando de cerca mi ventana. Si estoy en el porche, nos miramos mutuamente durante largos momentos. A menudo se siente como si emitieran una especie de curiosidad afectuosa en mi dirección. Por momentos, puede parecer que la presencia en la cierva está mirando a la presencia en mí.
Una de las maneras más dulces que conozco para reconocer la presencia no-dual es mirar a los ojos de otro ser. El primer grupo espiritual con el que trabajé, en la década de 1970, practicaba la mirada del ojo izquierdo. Si has hecho esa práctica, sabes lo psicodélico que puede ser. Miras la cara de alguien y la ves transformarse y cambiar. Los rostros jóvenes adquieren las cualidades sabias de la sabiduría, luego se vuelven feroces u opacos. Pueden cambiar de género o envejecer cincuenta años en un momento. A veces ves diez o veinte caras diferentes en la misma persona. Nuestro grupo quedó fascinado con estos fenómenos por un tiempo, pero pronto se hizo evidente que estaba ocurriendo algo más profundo, algo mucho más interesante.
Con el tiempo, descubrí que si dos personas podían dejar de lado sus diversos miedos y compromisos, ambos entrarían en un espacio de comprensión, amor y conexión que era profundo y dinámico. La mirada de la otra persona catalizaba una conexión con la conciencia misma. Cuando hablamos de nuestra experiencia más tarde, a menudo comentamos que no parecía haber «mi conciencia» y «tu conciencia». Solo había una conciencia, y se compartía. Cuando meditas con otra persona, con los ojos abiertos y la intención de permitir que la conciencia compartida se revele, emerge algo más grande que vosotros dos. La conciencia compartida es conciencia al cuadrado, conciencia al enésimo poder. En esos momentos, no hay otro.
Creo que la intimidad humana es, en esencia, un experimento para reconocer la conciencia compartida en medio de la aparente diferencia. Piensa en tus momentos de profunda intimidad. ¿No incluían una sensación de entrar juntos en el campo sutil y tierno de «conocimiento», una sensación de estar en contacto con un reconocimiento compartido de vuestras profundidades conscientes compartidas?
Algunas escuelas de sabiduría no-dual dicen que los humanos individuales son vehículos a través de los cuales la conciencia pura ―la inteligencia transpersonal que sustenta la vida― puede experimentarse a sí misma. En este sentido, la mente de un ser humano es una actividad emergente de la gran mente, de la consciencia cósmica misma. Cuando nos sentamos juntos y nos enfocamos hacia la conciencia, los pensamientos e impresiones que nos definen como seres egoicos comienzan a disolverse. Se hace más posible sentir la presencia del campo mayor que nos encierra a todos.
Normalmente, cuando estoy con otra persona, su flujo de pensamiento y mi flujo de pensamiento negocian, cada uno de nosotros nos preguntamos internamente: ¿Me ve? ¿Estoy bien en esta relación? ¿Me lastimaré? ¿Es esta persona mi tipo de persona?
En la intimidad meditativa, dos personas pueden descubrir que cuando ambos habitan en la presencia consciente, crean puertas hacia la verdad y la conciencia que puedan llevarlos más allá del nivel ordinario de la comunicación humana. Compartir la presencia de esta manera es naturalmente terapéutico, porque te permite mantener tu propio sufrimiento o el de la otra persona en un campo de aceptación. Es inherentemente creativo, porque permite que las ideas y soluciones salgan a la superficie del campo compartido.
Más que eso, es una puerta al infinito.
Tradicionalmente, si practicabas la conciencia compartida con otra persona, era con un gurú o maestro, y la transmisión de consciencia solo iba en una dirección. La transmisión ojo a ojo de shakti siempre ha sido una técnica mediante la cual un maestro transmite la gracia y los estados internos de conciencia a un estudiante. Si tú eras el estudiante, tratas de asimilar el estado elevado, iluminado o amoroso del maestro, y si eras el maestro, pretendías transmitir tu estado al estudiante.
Sin embargo, la transmisión entre iguales es el verdadero corazón de la comunidad espiritual. Una vez que nos damos cuenta de que cada uno de nosotros puede conectar alma con alma, conciencia con conciencia, se vuelve natural poder despertarse mutuamente a través de nuestra mirada. Por supuesto, cuanta más claridad y amor hemos cultivado cada uno de nosotros, más poderosa es la transmisión que podemos ofrecer al otro. Pero debido a que la conciencia es/está siempre presente, no es tan difícil desarrollar la habilidad de abrirse a ese espacio con otra persona. Una vez que lo has vislumbrado, una vez que lo has sentido, hay un recuerdo neurológico dentro de tu sistema, y luego es cuestión de volver a él una y otra vez hasta que desarrolles un sentido real de lo que se siente estar en presencia, tanto solo como con otra persona.
Una práctica para la conciencia compartida
Es útil cultivar la conciencia compartida con un protocolo informal. Me gusta hacerlo combinando la conciencia del cuerpo interno (que se asienta en el centro de mi corazón) con una conciencia de tres cosas: el espacio del corazón en mi pareja, el espacio detrás de mi cuerpo al nivel del corazón y el espacio detrás del corazón de la otra persona.
Como en cualquier meditación, te das cuenta de los pensamientos, emociones o miedos a medida que surgen y los dejas ir. A medida que desarrollas el sentido de una conexión espacial que es independiente de tus pensamientos el uno del otro, eres capaz de habitar en un sentido de presencia que los encierra y los incluye a ambos. Puedes descansar en tu propia conciencia y conectarte simultáneamente con la otra persona, sin tratar de imponer ningún compromiso en la experiencia o en la persona con la que estás trabajando.
En ese punto, es posible no solo sentarse juntos en una espaciosa presencia compartida, sino también acceder a la sabiduría juntos. La relación que se forma en esos momentos no es simplemente empática. Os convertís en encarnaciones de la presencia sagrada el uno para el otro, en la que se pueden decir verdades, incluso las más difíciles, en la que se puede acceder y curar una enorme vulnerabilidad. Esto sucede porque el espacio de consciencia es intrínsecamente curativo y transformador.
Practicar en este espacio compartido de consciencia es darse cuenta y saber que la intimidad humana es un verdadero portal hacia la totalidad ― una puerta hacia lo divino.