Las ‘apps’ cuantificadoras, los relojes inteligentes, las redes sociales… No desconectamos ni en nuestro tiempo de ocio y hasta cuando practicamos un ‘hobby’ lo ‘damos todo’. Es agotador. Frente al FOMO (miedo a perderse algo), llega ahora el JOMO, algo así como ‘la alegría de perdérselo’. Es el ‘dolce far niente’ y lo reivindican los altos ejecutivos de Silicon Valley.
No nos conformamos con salir a correr, nos preparamos para una ultramaratón.
¿Somos unos ‘cocinillas’? Hay que demostrar nuestro dominio con la pistola de nitrógeno en un vídeo que detalla paso a paso nuestra última creación gastronómica.
¿No deberíamos desconectar los viernes y llegar al lunes con las pilas cargadas? ¿Por qué entonces empezamos la semana (o volvemos de vacaciones) más cansados que antes? Quizá ha llegado la hora de reclamar el tiempo libre como un espacio en el que reine de nuevo nuestra real gana, aunque sean las ganas de no hacer nada. Por lo menos, así lo recoge el último informe sobre nuevas tendencias globales de consumo de la consultora Euromonitor. Y pone como ejemplo el auge de los viajes ‘analógicos’, en los que no compartimos fotos ni actualizamos nuestro estado. Se trata de vivir la experiencia sin la obligación extenuante del postureo ‘en directo’. Por eso, cada vez hay más alojamientos que, en lugar de wifi gratis, ofrecen ‘ayuno’ digital.
El primero que habló de esta nueva filosofía de desconexión fue el CEO de Google. ¿Cómo es posible si es uno de los grandes responsables de nuestro embobamiento?
En un mundo donde los teléfonos móviles, los relojes inteligentes y la constante geolocalización permiten que se mida casi todo, desde los pasos que caminamos a las páginas que leemos, la tentación de compartir nuestros logros, habilidades o itinerarios y compararlos con los de nuestros contactos ha inoculado al tiempo libre el virus de la competitividad.
El antropólogo David Graeber, de la London School of Economics, señala que «la productividad se ha adueñado también de nuestro tiempo de descanso». No es extraño que lleguemos al fin de semana con una agenda cargada de compromisos y tareas autoimpuestas. Nos vemos empujados a mostrar que destacamos en algo, por miedo a que se nos considere prescindibles. Tim Wu, autor de The attention merchants (‘Los mercaderes de la atención’), explica: «Nos intimida la expectativa de que debemos ser realmente expertos en lo que hacemos en nuestro tiempo libre. Nuestros hobbies, si es que los podemos seguir llamando así, se han vuelto demasiado serios».
¿Consecuencias? Nos volvemos obsesivos. Thomas Curran, psicólogo clínico de la Universidad de Bath, ve una correlación entre el uso de apps cuantificadoras y «una insatisfacción creciente entre los jóvenes». Quizá estamos ante un cambio generacional, sugiere Richard Godwin en The Guardian. «Mi abuelo era fotógrafo aficionado, coleccionaba monedas, hacía ciclismo, pintaba acuarelas y tenía peces tropicales. Y, bendito sea, no destacaba en nada. Pero no le importaba. Sus pasatiempos le servían para abstraerse y conocer gente. No tenía necesidad de comparar su acuario con el de otro aficionado con 373.000 seguidores».
De la magdalena al ‘cupcake’
Si hacemos historia, esta ‘profesionalización’ del ocio tiene un punto de partida: la aparición del botón de ‘Me gusta’ en Facebook hace una década, que cambió nuestra manera de relacionarnos y de mostrarnos en público. Desde entonces no vale con que nos guste hacer magdalenas, tienen que ser dignas de ser enseñadas, pues serán juzgadas por nuestro grupo de amantes de las cupcakes. Y si nuestro hijo va disfrazado a una fiesta tendremos que esmerarnos, porque lo verán nuestros contactos. La métrica de la productividad se aplica incluso a las horas que dormimos, pues hay aplicaciones que miden la calidad del sueño.
Los grandes de Silicon Valley están lanzando herramientas ‘detox’ para que nosotros mismos limitemos el uso que hacemos de su tecnología
Esto está empezando a cambiar. El golpe de timón lo dio hace un año Sundar Pichai, CEO de Google, en la conferencia mundial de desarrolladores. Pichai verbalizó la nueva filosofía tomando prestado el acrónimo JOMO (joy of mission out), algo así como el placer de perderse cosas. Un mantra de libro de autoayuda que está cogiendo vuelo. Hace unos días el gigante tecnológico lanzó media docena de herramientas para ayudar a la gente a estar menos pendiente del móvil. ¡Y es que el usuario medio lo desbloquea 180 veces al día! Hay una que programa las horas en las que no se recibirán notificaciones. Otra permite a un grupo desconectarse a la vez con el fin de pasar tiempo juntos. En fin, otra más le reta a pasar 24 horas sin utilizar aplicaciones distractivas: sin jugar, sin mirar vídeos ‘chorras’ ni consultar las redes. ¿Se imagina salir a entrenar sin ver la distancia que recorre ni enterarse de que fulanito emplea dos segundos menos por kilómetro? Puede ser liberador…
Google ha nombrado a una ‘ministra’ de Bienestar Digital, Rose Le Prairie. Y tiene a sus diseñadores esforzándose en hacer un producto menos atractivo. Apple también se ha sumado a este movimiento. Esta corriente es una reacción a otra palabreja, FOMO (fear of missing out), el miedo a perderse algo.
Cuesta procesar que Google quiera que retomemos el control de nuestras vidas, que habían sido secuestradas por… Google. ¿Esta compañía no genera sus ingresos de publicidad gracias a nuestro perpetuo embobamiento? Pero tiene razones poderosas. A Glen Murphy, director de Experiencia de Usuario para Android, le inquieta que el día de mañana el público señale con el dedo a la compañía para la que trabaja. «¿No están ustedes haciendo (con sus nuevas herramientas detox) el equivalente a colocar letreros advirtiendo del riesgo de los móviles como los que aparecen en los paquetes de tabaco?», le preguntó un periodista de Fast Company. «Absolutamente», reconoció.
Un estudio de la Universidad de San Francisco State demuestra que «los pitidos, vibraciones y alertas que emite el móvil para estimular nuestra curiosidad van creando de manera gradual conexiones neuronales similares a las que se forman en el cerebro de las personas que toman Oxycontin para aliviar el dolor, el medicamento que ha desencadenado la crisis de los opiáceos en Estados Unidos», advierte uno de los autores.
Algunos especialistas apuntan que detrás de esta estrategia lo que se pretende es eludir posibles demandas por adicción, como las tabacaleras
¿Nativos digitales? Llamémoslos por su verdadero nombre: adictos en potencia. Mientras tanto, los niveles de lectura, de concentración y de empatía siguen bajando. Los niños que pasan pantallas con el dedo para ver ‘dibus’ reciben ya su dosis de dopamina que terminará ‘hackeando’ sus tiernos cerebros. Y cada nueva generación lleva camino de batir a la de sus hermanos mayores en impaciencia e insatisfacción. «Las empresas no presionan activamente para que los usuarios dejen de usar su producto a menos que sepan que existe un problema grave. Al adelantarse a lo que las generaciones futuras pueden considerar una crisis de salud pública, Google eludiría el castigo», reflexiona Michael Coren en Quartz.
La filosofía JOMO es la punta del iceberg de un cambio en el modelo de negocio. «La economía de la atención reclama y desvía nuestra atención con el fin de que hagamos clic y generemos tráfico y dinero», opina el diseñador Quentin Le Garrec. «¿Qué es lo que merece nuestra atención?», se pregunta. «Cada cual debería responder personalmente, pero lo que nos importa es esencial para nuestro desarrollo. Nos hace únicos. La aceleración y la usurpación de nuestro tiempo nos hace más difícil tomarnos un momento para buscar lo que nos importa, y así tener una vida plena. Al huir constantemente del aburrimiento, perdemos el control de nuestras vidas», concluye Le Garrec.
Este modelo económico sigue siendo el dominante, pero da síntomas de agotamiento. Básicamente porque tiene a los usuarios agotados… En definitiva, necesitamos un respiro de verdad, que incluya el derecho a aburrirnos mientras descansamos y a no competir con nadie.