¿Qué efectos tiene el uso esotérico de la simbología? La Iglesia no ha sido ajena a la manipulación de esta clase de símbolos para crear un egrégoro de la creencia y perpetuar su poder. El cuadrado mágico, la estrella de ocho puntas, el octógono, el laberinto, la Merkaba, las vírgenes negras, son solo algunos ejemplos.
He encontrado muchas veces la confrontación de gente de la Iglesia en el sentido de que no hay «esoterismo» en ella. Que, precisamente, su principio es ser transparente, sin otras interpretaciones que la supervisión, la «guía» de quienes tienen la palabra autorizada. No voy a remitirme aquí al hecho de que solamente en tiempos históricamente recientes sus Escrituras estuvieron no sólo disponibles en el idioma de cada feligrés sino, muy especialmente, libres del anatema de no leerla, directamente, sin autorización clerical. A ese argumento opondré aquí solamente hechos, porque dato mata relato.
Por ejemplo, la aparente «incongruencia» de fuertes elementos «mistéricos» como el friso de Hermes Trimegisto (el «tres veces grande», Iniciado e Iniciador alquímico, traspolación griega del Toth egipcio) visto y fotografiado por mí mismo en la catedral de Siena, en Italia. Y no es un elemento menor, porque así vamos preanunciando lo que tiende a mi conclusión sobre el «porqué» de todo este bagaje simbólico dentro del Catolicismo, y que resumiré así: la Iglesia —con su «casa central» en Roma— es la mutación espiritual del Imperio Romano.
Conscientes los jerarcas de la decadencia del Imperio, la pérdida de control territorial e ingresos tributarios, gestaron la brillante estrategia de desplazarse de un imperio mundano a un imperio espiritual.
Así fue como la Iglesia llegó donde las legiones jamás habrían soñado llegar, con poder en regímenes ideológicos de toda laya y lleva así dos mil años. Constantino mismo toma muchos elementos de las religiones orientales: el título de «Sumo Pontífice» en puridad era la manera de denominar al máximo referente del Mitraísmo —el culto de origen persa que «compitió» con el Cristianismo casi lado a lado, con el detalle de que el Mitraísmo era el culto preferido por los militares mientras que el Cristianismo, pese a ser clandestino, crecía en interés de la clase patricia y aristocrática y por lo tanto más cercano al poder político—. Y para la creación de ese nuevo «poder en las sombras», acudieron a los cultos egipcios. Anotación no tan de «pie de página»: nunca pude evitar la extrañeza de que en la Plaza de San Pedro, meca indiscutible del Catolicismo, no haya un enorme crucifijo o simple cruz monumental, sino, justamente, un obelisco egipcio…
Ahora bien, ¿toman lo egipcio sólo por una cuestión de inmediatez geográfica, de «moda» popular, o hay otras razones, más cercanas a valerse, justamente, del conocimiento esotérico del mismo para manipular a las masas? Esto es lo que trataremos de comenzar a reflexionar. Eso es lo que propongo con el friso, en situación preeminente, en Siena.
Observen, en tanto, este clásico pentáculo esotérico (¡cuántos espíritus simples lo asocian sin más a lo demoníaco de sólo verlo!) en la iglesia de Santa María del Olivar —donde, precisamente, se encuentran reposando los restos de varios maestros de la Orden del Temple—. Y que no es único en la península ibérica, pues en el término de Ucero, en el Cañón del río Lobos, en España, está la ermita de San Bartolomé, con otro pentáculo pero esta vez invertido en su frontispicio —aunque con el curioso efecto de que, al entrar la luz solar por él, cae sobre el suelo de la ermita de manera que puede «trabajarse» en la forma nominal conocida—.
Un espacio aparte merecería considerar tanto el rol de María Magdalena (desde el punto de vista histórico y simbólico) y los Templarios ya citados.
El cuadrado mágico
Las palabras «Sator, Arepo, Tenet, Opera, Rotas» conforman, puestas unas sobre otras, quizás el más conocido «cuadrado mágico», disposición, ora de letras, ora de números, ora de notas musicales, de larga raigambre en Esoterismo.
Un «cuadrado mágico», si se trata de letras, se puede leer las mismas palabras en cualquier sentido: de arriba a abajo, de derecha a izquierda, de abajo a arriba, de izquierda a derecha. Si se trata de números, sumados en toda dirección dan la misma cifra. Y si se trata de notas musicales, repite la misma melodía —se afirma que ejecutar la melodía de un «cuadrado mágico» tiene efectos metafísicos—.
Bien, este símbolo representa esotéricamente, por esas razones, el «equilibrio cósmico» y por aplicación del Principio de Correspondencia («lo Microcósmico repite lo Macrocósmico») se le considera un poderoso amuleto protector —de allí que, fuera del ámbito eclesiástico, en el Medioevo y el Renacimiento se lo ocupara tanto a la entrada de las viviendas precisamente como «defensa espiritual»—, y asombra encontrarlo en tantos edificios religiosos, como la Abadía de Vebuscobo o en la Colegiata de Sant d’Orso, en Aosta, Italia (de alrededor del año 1000) donde adopta una interesantísima disposición circular.
El octógono
Esto me lleva necesariamente a citar una de las simbologías esotéricas más universales presente masivamente —a un grado superlativo— en casi todos los edificios católicos; pero no solamente en ellos, ya que lo encontramos, paradójicamente, muy repetido en los musulmanes. Me refiero al octógono, donde la investigación en Geometría Sagrada deja constancia de su importancia y funcionalidad.
Dudo que algún lector no haya pisado o deslizado sin mayor atención su vista en un octógono eclesiástico quizás decenas de veces, sin reparar nunca en esta particularidad. Lo invito a concurrir a la iglesia más próxima —iglesia católica, debo aclarar, y quizás agregar que tenga algunas décadas cuanto menos de antigüedad, ya que en los últimos años he observado una moda arquitectónica en muchas iglesias recién construidas que parece traicionar la simbología centenaria—. Lo he encontrado y documentado en Ecuador, Chile, Brasil, México, Perú, Portugal, Argentina, Francia, Italia, Uruguay, Colombia, Egipto, India —obviamente en estos dos últimos casos en edificaciones de ese culto—, Estados Unidos, Bolivia… En rosetones, en el embaldosado del suelo, en mosaicos en las paredes… Ofrezco aquí varios ejemplos, a riesgo de resultar cansador por su extensión, pero para echar luz a la difusión cronológica y geográfica de los mismos:
Y aquí comenzamos a levantar un extremo del velo. ¿Por qué la importancia del octógono, ya sea en su misma representación gráfica o en formas más crípticas aun, simplemente remitiendo al número 8, como estrellas de 8 puntas o construcciones en 8 estadíos? De paso, digamos que otros símbolos presentan esta ubicuidad. Nada más «pagano», arcaico, ajeno, que los Laberintos. Y ellos también supieron abundar en templos católicos.
Bien, en esoterismo egipcio, el 8, y el Octógono, remiten a la Mer-ka-ba. Escribí en mi serie de artículos El Egipto desconocido (con algunas investigaciones que hice en ese país) que «No podía hacer este viaje sin acercarme a una palabra muy popular en los ámbitos seudo espiritualistas de Occidente: la palabra Merkaba, Mer – Ka – Ba o Mer – Kha – Bha, como gustan escribir algunos, seguramente porque eso de ponerle unas cuantas «h» en el medio suena más sesudamente intelectual. Lo cierto es que la última traducción medianamente confiable que tenía era la expresión «vehículo ascensorial de luz». Esto había llevado a que en el terreno de la Geometría Sagrada, las canalizaciones y otras cosas se discutiera si era tanto una nave espacial etérea como una técnica de meditación. Y en Egipto, las veces que chequeé la expresión, con más o menos extrañeza, la respuesta fue siempre la misma: «el cuerpo como receptáculo del alma y la mente».
Pero —y esto es muy sugestivo— el cuerpo, alma y mente interactuando entre sí. Es decir, la palabra remite a la vez a una herramienta esotérica que permitía al hierofante —es decir, al Iniciado— tener un dominio creciente de su espíritu y su intelecto, acceder a percepciones sutiles y (suponemos) ver y contactar con entidades de esos planos. Y esa técnica consistía (consiste) en visualizar dos pirámides, de cuatro lados y una base, unidas por los vértices en un punto inmediatamente por debajo del ombligo —allí donde, por cierto, los japoneses ubican el hara, el chakra por el cual fluye hacia dentro y hacia afuera el ki, o energía vital universal—. El practicante, sentado, las visualiza —se dice que de color dorada la superior y plata la inferior— y les imprime un giro de velocidad creciente, una en sentido horario mientras que la otra será antihorario. La práctica repetida amplifica ese dominio del que hablábamos antes. Y, claro, si una proyecta la figura tridimensional de dos pirámides en contacto por sus vértices a una figura bidimensional, obtendrá, justamente, un octógono, que en definitiva son dos cuadrados entrelazados.
Las vírgenes negras
El Renacimiento no debe nada, artísticamente hablando, a la Edad Media, ya que bebió directamente en las fuentes griega y romana. El «arte» no existía en el Medioevo como expresión sino que era una codificación de símbolos —con la típica característica iniciática de no firmar sus obras, para diluir su Ego, según diríamos hoy—. Estos eran elementos determinantes de lo que el escritor Jacques Huynen definió como «una civilización distinta».
Esa «civilización dentro de otra civilización» tenía otras improntas iniciáticas que más tarde volveremos a encontrar en la Masonería (recordemos aquí la pretendida génesis egipcia de la misma) tales como los que «hacia afuera» se ven como opositores, contendientes y litigantes, «hacia adentro» son «hermanos» y establecen y respetan pactos. Los mismos Templarios en Oriente enfrentaban férreamente a los musulmanes pero en Occidente (especialmente en la península ibérica) mantenían con ellos y con los judíos fluido intercambio cultural en un marco de respeto. Y allí tenemos un elemento que ameritaría un espacio propio: las vírgenes negras. Esas representaciones de María con el Niño en actitud mayestática, hierática, de color negro, que son, indubitablemente, la evolución de antiguos cultos locales a Isis dejados tras el paso de las legiones romanas las que a su vez lo hicieron porque eligieron sitios sagrados celtas a su vez anteriores.
El propio color negro es muy interesante. El comentario oficioso de que «se fueron oscureciendo con el tiempo», salvo algún único caso conocido, no resiste el menor análisis. ¿Se oscurecieron las facciones y no la vestimenta? —esas «vírgenes» no eran como las posteriores a partir del Renacimiento, vestidas devotamente con telas por los feligreses, sino que, talladas en madera o piedra, todo era uno—. Además, eso indicaría el abandono y descuido, lo que es incompatible con el hecho de que en todos los casos los sitiales de vírgenes negras continuaron en devoción ininterrumpida y siempre son sitios procesionales conocidos, y cuesta entender que se cuide y arregle el edificio y no la imagen que se venera. Ello, sin obstar que en los pocos casos en que se ha hecho un cuidado estudio químico sobre las mismas se observó, siempre, que fueron embetunadas o directamente pintadas de ese color.
Y digo que es interesante porque el color negro era, ya en el Antiguo Egipto, el color de khem, la materia putrefacta a punto de dejar eclosionar la «estrella», la Obra realizada, la Transmutación cumplida, la Piedra Filosofal manifestada. Como si no bastare: en los escasos casos en que las imágenes tienen sus vestiduras coloreadas, siempre —siempre— los colores elegidos son blanco, rojo, azul y oro. Es decir, los colores de las materias alquímicas, de los pasos de la «Obra» y (con el oro) el color de la expresión de sabiduría espiritual.
Huelga aclarar (pero, por las dudas…) que cualquier estudioso de la Alquimia sabe claramente que el objetivo que buscaban los alquimistas no era (contra la creencia popular) la «fabricación de oro» —quienes sí hacían eso eran llamados despectivamente por los verdaderos alquimistas o espagiritas como «sopladores»— sino que el trabajo en laboratorio fuera la gimnasia que acompañara la transmutación espiritual.
Repasando, el «poder» de la Virgen Negra es indistinguible de su enclave geográfico. El significado de esta correlación, en tanto vinculante con las «energías telúricas» y los «sitios de poder» de todas las Sabidurías Ancestrales, es absoluto.
Un detalle que me llamó poderosamente la atención cuando investigaba (en libros y en el terreno) el enigma de las Vírgenes Negras es que hasta hace tiempos relativamente recientes era costumbre popular lavarlas periódicamente… con vino. No pude dejar de asociarlo a la costumbre hindú de lavar las imágenes de Ganesha (deidad de la Sabiduría) con leche. ¿La razón de esto último? Representa al «océano primordial de leche» (¿la Vía Láctea?) de donde emanó la Creación. Si siguiéramos con esa asociación de ideas, ¿el lavar con vino significaría la importancia de obtener estados modificados de consciencia (pensando en el efecto que la ingesta de vino produce)?
Creando el egrégoro de la creencia
El uso esotérico de la simbología no tiene simplemente significado, si se quiere «filosófico» o para perpetuar un conocimiento. Tiene, debidamente empleado, efectos prácticos. Tomen ustedes el ejemplo del «nicho para imagen» que descubrí en la iglesia de Cantuña, en Quito, y que interpreto como un «punto de anclaje» —allí y en los innúmeros nichos santorales en iglesias de todo el mundo— para «atrapar» la atención —y, por qué no, la energía— de los devotos que, abiertos de corazón, así expuestos y por lo tanto vulnerables, se detienen a orar frente a ellos.
Quien avisa no traiciona: si un lector católico se siente incomodado por este comentario pasado, en el sentido de interpretar que atribuyo a la manipulación de estos símbolos, estas geometrías esotéricas, un uso non sancto, debo ser sincero: estaría en lo correcto. Pienso inevitablemente que ciertos «poderes en las sombras» dentro de la jerarquía vaticana a través de los siglos no ha tenido empacho en manipular y cooptar a las masas por cualquier medio, y éste sería sólo uno de ellos. Ese lector, ofendido, se enojará conmigo y haría bien en dejar esta lectura; yo sólo puedo ofrecer mi franqueza y decir que así es como pienso.
Retomando el hilo conductor, recordemos que he comenzado a encontrar iglesias manifiestamente «masónicas». Si por oportunismo político o no, es materia opinable, pero allí están, como la capilla particular de Justo José de Urquiza en su palacio de San José, en la provincia de Entre Ríos, Argentina, y que comenté en mi trabajo El general Urquiza, además de masón, ¿se vinculó al Templarismo?. Todo esto, sin entrar en detalle en lo que autores más profundos que nosotros han abundado sobre las «huellas astrológicas» en la Biblia y por carácter transitivo en la misma religión. Permítaseme abundar un poco en esta última cuestión.
Desde la popularización del Tzolkin y el Calendario Maya, nos hemos acostumbrado a oír sobre el «Día fuera del Tiempo». Esta característica no era sólo patrimonio de ese pueblo. Los Mexhicas, por ejemplo, tenían sus cinco Días Fuera del Tiempo, inmediatamente anteriores al Año Nuevo (del 6 al 11 de marzo de nuestro calendario) llamados Nemontemi, e incluso el concepto era muy importante en el Antiguo Egipto: los cinco «Días Olvidados» o «Epagómenos». Bien, llamo aquí la atención sobre los seis días que van desde Navidad al Año Nuevo del calendario gregoriano.
En efecto, sabemos que la adopción del 1 de enero como comienzo del año es una «convención» de la Iglesia Católica, sin fundamento astronómico ni religioso. Y el 25 de diciembre como Natividad de Jesús está demostrado hasta el hartazgo que tenía que ver con los Saturnales y la Noche del Sol Invencible, festividad sobre —como en tantas otras arcanas— la Iglesia superpuso su propio calendario. A nadie se le escapó —menos al Papado— que ese período entre uno y otro, es decir, justamente el puñado de días antes del Año Nuevo, la actividad profana y cotidiana necesariamente mermaría al mínimo, y es mi teoría que justamente el Papado así lo dispuso para, a sabiendas del efecto tanto espiritual como energético de los «días fuera del tiempo», aprovecharlo a su conveniencia —siendo un período donde la susceptibilidad del egrégoro colectivo lo hace fácilmente manipulable—.
No es difícil de comprender el trasfondo de todo esto. El hombre y la mujer comunes, aún más cuando están subsumidos en la «masa» de una creencia, son inconscientes de cómo quedan expuestos a la manipulación y el control mediante y desde lo simbólico. Generado el «egrégoro» de la creencia, alimentado este Egrégoro por la masa de fieles, el articulado de símbolos con fuerte contenido impregna ese Inconsciente Colectivo —de donde se derrama al Individual— desde perfiles ideológicos hasta acciones sociales y, claro, algo mucho más sutil e inasible: el «vampirismo energético», ser serviles dispensadores de energía al servicio no tal vez de los popes humanos sino de entidades no físicas de «otro plano» a las cuales aquellos están asociados.
Solo apto para iniciados
Debo admitir además que la interpretación esotérica del Cristianismo tiene también aspectos muy positivos, como vehículo que es esa estructura de transmitir un Conocimiento sólo apto para Iniciados. Una vez más, nos encontramos ante el doble estándar de conocimientos que aplicados mejoran la calidad de vida, están sólo accesibles a quienes tuvieron el ímpetu y sed de saber, sí, pero también la oportunidad, o los medios, para llegar a él —empero, como el «cristianismo esotérico» se ha revelado como reencarnacionista, supongo que matizarán esta observación diciendo que, en cada reencarnación el ser tiene las oportunidades que se haya sabido ganar—.
Eso significa una lectura bíblica «expurgada», donde la edad de Jesús al morir (33) no es cronológica, sino remite al significado místico dado en Numerología a este «Número Maestro» (11 = maestría en enseñanza, 22 = maestría en acciones, 33 = maestría espiritual). O el caso específico de ciertas «enseñanzas» que —justamente por ser esotéricas— tienen doble interpretación: una «hacia afuera» («exotérica», es decir, para profanos) y otra «hacia adentro» («esotérica», para Iniciados, que no excluye la anterior sino que se suma a ella). Ejemplo: «ama a tu prójimo como a ti mismo», significa sí lo que entendemos por catequesis: el amar a los demás como sabemos que nos amamos nosotros. Pero también significa: «ámate tú como crees que amas a los demás».
La verdadera alquimia
Existe un tratado de Magia del siglo XII (casualmente, pleno apogeo templario) que podría arrojar luz sobre esa «civilización distinta» a la que hiciéramos referencia, la obsesión de los Caballeros del Temple en construir catedrales e iglesias con patrones octogonales y la persecución de los mismos. Porque pienso, personalmente, que la tan manida explicación oficial histórica de que los Templarios fueron exterminados por el rey de Francia y el Papa para «lavar» las deudas que el primero mantenía con aquellos es cierta, pero incompleta. Hubo otra razón: apropiarse del Conocimiento atesorado por los monjes-guerreros.
Parte de ese conocimiento estaba en ese tratado, el Picatrix, escrito sobre uno muy anterior, del siglo I de nuestra era, llamado Koré Kosmou, tardía traducción griega, sin embargo, de textos muy antiguos egipcios donde se decía que Isis enseñaba a Horus saberes que Toth «trajo del Cielo» (he abundado sobre ello en mi trabajo OVNIs: ¿Qué oculta la Iglesia Católica?). Y aquella «obsesión» tenía su explicación tanto en el contenido del Picatrix como del Koré Kosmou: edificios levantados respetando proporciones geométricas sagradas y ubicaciones geográficas igualmente especiales eran verdaderos «talismanes tridimensionales». Portales.
Con abstracción de todo lo planteado hasta aquí y sin ánimo de agotarlo, tal vez el aspecto más esotérico del Cristianismo lo planteaban los Gnósticos —segundos, sin duda, en la tabla de herejías perseguidas por el Vaticano después de los Templarios— al sostener que Dios llega a través de un esfuerzo cognoscitivo de todo el Ser, en contraposición con el dogma de la Revelación. El Conocimiento se gana, enseñaba la Gnosis, y el Conocimiento es tan importante, sino más, que la Fe. Eso es verdadera Alquimia, y, como ya he explicado, a ella no era ajena la Iglesia Católica.
Por supuesto; ahora va a resultar que el cristianismo es alquimia pura y dura. Solo que en misa no lo tratan más que un poco… así, por encima.
En esta y otras webs también se ha hecho eco de que el cristianismo «al fin y al cabo» también es zen puro, advaita, budismo, taoísmo, tantrismo, bön, jainismo, islamismo, gnosticismo, chamanismo, toltecayotl, o incluso hermetismo; sin ir más lejos: Ahora en las nuevas versiones del Corpus hermeticum afirman que Thoth era en realidad Abraham:
https://www.youtube.com/watch?v=BgoA8u5mbew
Aunque al parecer en el presente artículo se olvidaron de la «clave» fundamental, primordial, principal y prístina del cristianismo fantástico y fantaseado y tantas veces readaptado a las otrora ‘nuevas’ y actualmente más vanguardistas tendencias del saber y del sentir:
La clave mayor del cristianismo es adorar a cadáveres; mejor si son previamente torturados; dicha praxis piadosa comporta, implica y conlleva idolatrar a la muerte en sí misma, per se y por que sí.
De todas los dogmas teológicos habidos en torno a este mundo, el cristianismo es el único que escoge un cadáver previamente humillado, torturado y casi ya descompuesto para ejemplificar su credo. Y ubican semejante logotipo insignia en la cabecera de cada camastro de cárcel, lechos de los hospitales, conventos o casas particulares.
Cuando la realidad resulta ser que, por más que lo intenten vestir, aderezar o taimar de alquimias de índole eucarística y taoísmos sacramentales, de enseñanzas secreteísimas (solo a la vista de adeptos) que jamás fueron expuestas en sus originales textos… por mucho que se le trate de sintetizar y remezclar con budismos reciclados, vedanta-advaita teísta (lo nunca visto), hermetismos abrahámicos y otras cábalas de índole teocrática… el cristianismo siempre se trató del culto a la muerte, a fin de causar muerte a su paso en base a su logotipo cadavérico.
No sin pasar por alto que semejante dogma tortuoso y torturador fue ya inicialmente inventado a base de inmiscuirse en sapiencias de otros pueblos tratando de sincretizarse con cualquier sapiencia de aquéllos. La Septuaginta de Alejandría es un pésimo plagio de la Torah hebrea de la tradición original masorética. Solo que en donde antes se hablaba del colectivo de ‘los elohim’… al traducirlo al griego koiné, prefirieron insertar la noción «dios» en singular.
Et voilà; dogma monoteísta para damas y caballeros sedientos de pater celestis intangibilis por obra y gracia de una exégesis caritativa y piadosa.
El cristianismo se inventó para frustrar y echar abajo el desarrollo de la magia personal propia… a la vez que se encargó de manera paulatina de la masacre del acervo de otros predios de bastante más nobleza, altura y noble abolengo en conocimientos esotéricos de toda índole, principios más avanzados, y normativa existencial estética y ética de muchos más altos vuelos.
El cristianismo ha implicado el deterioro paulatino progresivo del total de la civilización de Occidente.
Como decía Benoist… «el comunismo de la antigüedad».
http://www.centrostudilaruna.it/cristianismo-el-comunismo-de-la-antiguedad.html
PS: Te animo a que copy-pastees también ese ínclito artículo de Alain Benoist, Maestro Viejo. Y… bonne année.