La amenaza más grave procede del escenario climático: científicos como Antonio Turiel señalan que corregir el impacto del CO2 en la atmósfera llevará entre 500 y 1.000 años y que si no reducimos un 40% el consumo de energía, la catástrofe será inevitable. La alternativa, según sus palabras, no deja de ser otra forma de catástrofe: el decrecimiento.
Los catedráticos Eduardo Costas y Victoria López indican a su vez que lo peor de todo es que la gente piensa que la situación climática es reversible. Comparan el presente momento con una olla de agua enorme que se está calentando sobre una bombona de camping gas. Todavía no lo notamos mucho, pero el agua seguirá calentándose y terminará hirviendo con nosotros dentro. Y lo peor de todo: no podemos apagar la bombona.
Añaden que los efectos de este calentamiento ya son notorios: nunca, en toda la historia anterior de nuestro planeta, se habían extinguido especies a un ritmo tan rápido: unas 150 cada día. Y se preguntan: ¿cuánto falta para que se extingan especies que juegan un papel imprescindible en el funcionamiento de la biosfera?
Es cuestión de tiempo que colapse el ecosistema planetario y que esa situación, comparable con la que sucedió en el Pérmico hace casi tres millones de años, termine, si no extingue, la vida en la Tierra. Los años 2020 decidirán el futuro de la biodiversidad, aseguran los expertos del IDDRI. Tenemos entre 2 y 10 años para detener la carrera hacia el abismo, dice a la BBC el director del Banco de Inglaterra, Mark Carney.
Ciertamente, todavía tenemos algo de tiempo para corregir el impacto humano sobre el medio ambiente, pero está claro que las personas e instituciones responsables de tomar las correspondientes medidas no están por la labor: la COP25 celebrada en diciembre en Madrid es la última manifestación de este fracaso colectivo.
En cualquier caso, la progresión imparable de las concentraciones de CO2, que ya ha traído consigo la década más cálida de la historia, catástrofes inéditas, millones de muertos y de refugiados a lo largo de la década, amenaza con proporcionarnos escenarios peores en los próximos años por la escalada continua de la temperatura global. Paraísos como Canarias pueden perder sus recursos naturales más preciados y su identidad turística y portuaria debido a la subida del nivel del mar. Un ejemplo categórico de lo que viene a nivel global.
La crisis política
Estrechamente relacionada con la crisis climática está la política mundial, sujeta a profundos cambios que, en parte, han favorecido el calentamiento global y sus derivadas. El sustrato de la crisis política lo forma la así llamada Nueva Guerra Fría evocada en 2014, similar a la vivida en la época soviética entre Estados Unidos y sus aliados y la URSS y la entonces Europa del Este.
El mundo actual no puede entenderse si no lo contemplamos como el escenario en el que, como explica Pedro Baños, Estados Unidos, Rusia y China están rediseñando el equilibrio surgido después de la segunda guerra mundial para repartirse el control global y relegar a Europa a un papel subsidiario. La nueva ruta mundial de la seda que diseña China, tal como explica Peter Frankopan en su nuevo libro, deja entrever quién se está aposentando como líder del futuro soñado por las élites en disputa.
El poder de estas élites, artífices del proceso de globalización, se implementa sobre todo a través de la economía: poderosas multinacionales, fondos de inversión y millonarios como George Soros, han adquirido la capacidad de controlar las decisiones políticas y se han infiltrado en las instituciones democráticas para pervertirlas y hacerlas partícipes de su ambición. La inestabilidad económica forma parte de los escenarios diseñados por esos artífices. Poco espacio queda para que las instituciones reaccionen coherentemente ante la crisis planetaria.
Eso no impide, como señala Rebecca Solnit en The Guardian, que a lo largo de los años 2010 que ahora terminan, hayan cuajado una serie de iniciativas ciudadanas, desde el Me Too, hasta Ocupa Wall Street, pasando por las primaveras árabes o el Movimiento 15M, que se configuran como agentes indiscutibles de los escenarios que surgirán en el decenio que ahora comienza. Esta agitación ha conducido a que 2019 haya sido considerado como el año de la cólera que cuestiona el modelo económico vigente.
Solnit dice también algo no menos relevante: tenemos que abandonar la ilusión del mundo perfecto (aunque con defectos) que nos han vendido y cuestionar los fundamentos que se han presentado como fijos, inevitables e incuestionables, como los combustibles fósiles o el capitalismo, aquejado de males irreversibles como la corrupción o el fracaso ante el cambio climático. Este sistema no solo no da síntomas de recuperación, sino que se manifiesta como un modelo agónico por su incapacidad de reacción ante los nuevos desafíos globales. Solo el sector financiero se está moviendo ligeramente ante el cambio climático, destaca Carney.
En el fondo, la desestabilización del modelo de civilización es la consecuencia del juego de las potencias en un mundo que desaparece ante nuestros ojos: la Tierra ya no es la que era a principios de los años 2010, ni será la misma que hoy conocemos cuando termine la década de los años 2020. Puede que los intereses humanos sigan disputándose riquezas y poder, pero es posible que cuando termine esta dialéctica de las potencias no quede planeta sobre el que ejercer más poder.
Polos de esperanza
La esperanza ya no está en las potencias y sus instituciones y otros artífices, sino en dos polos inesperados y emergentes: los científicos y las nuevas generaciones.
Los científicos, conocedores de los peligros con los que juegan las élites, de los procesos naturales implícitos en la actividad humana, han advertido reiteradamente de la deriva planetaria.
Ahora han decidido profundizar sus movilizaciones para sensibilizar a la sociedad y trascender la información (y desinformación) sobre la crisis climática y sus derivadas. Es el compromiso que han adquirido para que el decenio que ahora iniciamos sea crítico en la contención del calentamiento global. Tendencias21 inicia en enero una serie de artículos en esa línea, con la colaboración de un colectivo de científicos.
El segundo polo emergente lo forman las nuevas generaciones, a las que Solnit atribuye la capacidad de repensar las alternativas y de propiciar un cambio positivo a partir de la polarización social que ha estrangulado el modelo económico y de la desilusión con la que terminan los años 2010.
Es el momento de generar nuevas ilusiones y de reclamar nuevas posibilidades para los años 2020. La comunidad de conocimiento de Tendencias21 que es el Club Nuevo Mundo ya trabaja en esa dirección y esperamos seguir movilizando talento y compromiso para mejorar las expectativas.
Nadie debe permanecer indiferente ante lo que pasa porque nos afecta a todos. Y los modelos clásicos de reacción tampoco sirven para resolver la crisis planetaria: la época de las revoluciones es cosa del pasado.
Es precisa una reacción social de nuevo cuño, basada en nuevos valores, que ya ha encontrado senderos de expresión en campos como el feminismo, la lucha contra el SIDA, los derechos de los homosexuales, el reconocimiento de los problemas raciales o el movimiento ambiental.
El desafío del nuevo decenio es una reacción ciudadana ante la crisis global que se centre en lo que ha devenido absolutamente prioritario: preservar la vida humana y la biodiversidad que la soporta en un nuevo marco social que establezca relaciones más armónicas entre seres humanos y con la naturaleza.
Los científicos con sus conocimientos y los jóvenes con su frustración tutelan esta alternativa: de una u otra forma, nos están diciendo que la humanidad no es viable si no cambia su modelo de civilización.