Nuestro propio cerebro es responsable de la forma en que sentimos el paso del tiempo, que generalmente solemos interpretar como un discurrir lineal. ¿Cómo podemos cambiar esa percepción? ¿Podemos hacer que el tiempo «pase» más rápido o más lento?
Todos sabemos cómo se siente el pasar del tiempo. Nuestro presente se convierte en pasado tan pronto como ha sucedido. El hoy pronto se convierte en ayer.
Según en qué parte del mundo vivas, verás las estaciones ir y venir. Y a medida que alcanzamos la edad adulta, nos volvemos cada vez más conscientes del pasar de los años.
Aunque los neurocientíficos no han podido localizar un solo reloj en el cerebro que sea responsable de detectar el paso del tiempo, los humanos somos sorprendentemente buenos en eso.
Si alguien nos dice que llegarán en cinco minutos, tenemos una idea aproximada de cuándo comenzar a buscarlo. Tenemos una idea de las semanas y los meses que pasan.
Como resultado, la mayoría de nosotros diría que la forma en la que funciona el tiempo es bastante obvia: el tiempo pasa, a un ritmo constante y medible, en una dirección específica, del pasado al futuro.
Por supuesto, la perspectiva humana del tiempo puede no ser exclusivamente biológica, sino más bien moldeada por nuestra cultura y época.
La tribu Amondawa en la Amazonía, por ejemplo, no tiene una palabra para «tiempo», lo que para algunos significa que para ella no existe dicha noción como el marco en el que ocurren los eventos.
Hay debate sobre si esto es puramente un argumento lingüístico, o si realmente perciben el tiempo de manera diferente.
¿Cómo se percibe?
Es difícil saber con precisión científica cómo las personas concibieron el tiempo en el pasado, ya que los experimentos de su percepción solo se han llevado a cabo durante los últimos 150 años.
Lo que sí sabemos es que Aristóteles veía el presente como algo que cambia continuamente y que para el año 160, el emperador y filósofo romano Marco Aurelio describía el tiempo como un río de acontecimientos pasajeros.
Hoy, al menos en Occidente, muchos siguen reconociendo esas ideas.
Pero la física cuenta una historia diferente. Por mucho que se sienta el tiempo como algo que fluye en una dirección, algunos científicos difieren.
En el siglo pasado, los descubrimientos de Albert Einstein revolucionaron nuestro concepto del tiempo.
Einstein demostró que el tiempo es relativo, y que pasa más lentamente si un objeto se mueve rápido. Los eventos no suceden en un orden establecido. No hay un solo «ahora» universal, en el sentido que tendría en la física newtoniana.
Es cierto que se puede establecer un orden secuencial de eventos ocurridos el universo, pero el tiempo no siempre se puede dividir con claridad en pasado, presente y futuro. Algunas ecuaciones físicas funcionan en cualquier dirección.
Algunos físicos teóricos como el italiano Carlo Rovelli lo llevan aún más lejos, especulando que el tiempo no fluye ni existe. Es una ilusión.
Pero más allá de ideas como esa, la percepción del tiempo, nuestro sentido del tiempo, sí que existe.
Es por eso que la evidencia de la física no concuerda con cómo se siente la vida.
Puede que nuestra idea compartida de lo que significa el concepto de «futuro» o «pasado» no pueda aplicarse a todos los fenómenos del universo, pero sí refleja la realidad de nuestras vidas aquí en la Tierra.
No obstante, al igual que la idea newtoniana del tiempo absoluto, nuestra creencia de cómo funciona el tiempo para los humanos también puede ser engañosa. Y puede haber un mejor enfoque.
Pasado falso
Un aspecto de la percepción del tiempo que muchos de nosotros compartimos es cómo pensamos en nuestro propio pasado: como una especie de videoteca gigante, un archivo en el que podemos sumergirnos para recuperar registros de eventos ocurridos en nuestras vidas.
Pero los psicólogos han demostrado que la memoria autobiográfica no es así en absoluto.
La mayoría de nosotros olvidamos mucho más de lo que recordamos, a veces incluso sucesos que presenciamos y a pesar de que otros nos insistan en que estuvimos allí.
A medida que guardamos recuerdos, los modificamos para dar sentido a lo que sucedió. Cada vez que recordamos algo, reconstruimos los eventos en nuestra mente e incluso los cambiamos para que encajen con cualquier información nueva que pueda haber salido a la luz.
Y es mucho más fácil de lo que parece convencer a otros de que vivieron experiencias que nunca sucedieron.
La psicóloga Elisabeth Loftus lleva décadas investigándolo, y convenciendo a quienes se someten a sus estudios de que recuerdan haber besado a una rana verde gigante o de que vieron a Bugs Bunny en Disneylandia, algo que no pudo haber sucedido porque es un personaje de Warner Bros.
Incluso contar una anécdota a nuestros amigos puede alterar ligeramente el recuerdo que tenemos de esa misma historia.
Otro error que cometemos es asumir que imaginar el futuro es un proceso completamente diferente del de cómo pensamos sobre el pasado.
De hecho, ambos están vinculados: usamos partes similares del cerebro para recordar o imaginar nuestras vidas en los años venideros.
Tener recuerdos es lo que nos permite imaginar el futuro, remezclar escenas para previsualizar eventos futuros. Esta habilidad nos permite hacer planes y barajar diferentes posibilidades hipotéticas antes de comprometernos.
Y todo ello se debe a la manera en la nuestros cerebros manejan el tiempo.
Un bebé, con poca memoria autobiográfica, vive constantemente en el presente. Es feliz, llora, tiene hambre, o se siente mal. Experimenta todo esto, pero no recuerda el frío que hizo el mes pasado ni le preocupa que la temperatura vuelva a bajar pronto.
Luego, gradualmente, comenzará a desarrollar un sentido de sí mismo. Con ese desarrollo viene una comprensión del tiempo, del ayer como algo distinto al mañana.
Sin embargo, a esa edad tan temprana, imaginarse a uno mismo en el futuro sigue siendo un desafío.
La psicóloga Janie Busby Grant descubrió que si le preguntas a los niños de 3 años qué harán al día siguiente, solo un tercio puede dar una respuesta que se considere plausible.
Como parte de un estudio, cuando la psicóloga Cristina Atance les dio a varios niños pretzels para comer y luego les permitió elegir entre más pretzels o agua, la mayoría eligió agua porque estaban sedientos.
Después les preguntó qué querrían al día siguiente, comer pretzels o beber agua, y la mayoría volvió a decir agua.
En cambio, cuando hizo el experimento con adultos, estos coincidieron en que querrían comer pretzels, porque sabían que iban a volver a sentir hambre.
Los niños muy pequeños no pueden imaginarse un futuro en el que puedan sentirse de manera diferente a como que sienten en ese momento.
La experiencia del tiempo la va creando la mente y son varios los factores que juegan un papel en esta construcción: la memoria, la concentración, las emociones y la sensación de que el tiempo está de alguna manera ubicado en el espacio.
Nuestra percepción del tiempo nos arraiga a nuestra realidad mental. El tiempo no solo está en el centro de cómo organizamos la vida, sino en lo que experimentamos.
Por supuesto, podría argumentarse que realmente no importa si percibimos el tiempo con precisión de acuerdo con las leyes de la física.
Diariamente, podemos seguir caminando sin necesidad de recordar que, por muy plano que se sienta el mundo, es esférico.
Todavía hablamos de que el Sol sale por la mañana y se pone por la tarde, aunque sabemos que es la Tierra, y no el Sol, la que se mueve.
Nuestras percepciones no siguen el ritmo de la ciencia, y solo podemos crear nuestra experiencia cotidiana del mundo utilizando los sentidos que poseemos.
Del mismo modo, nuestra percepción del tiempo no es algo que podamos elegir ignorar. Por mucho que se aprenda sobre el espacio-tiempo cuatridimensional, esperar ese tren retrasado todavía se sentirá como más tiempo transcurrido que almorzar con un amigo.
Pero incluso si no podemos cambiar nuestras percepciones del tiempo, podemos cambiar la forma en que pensamos al respecto, y tal vez sentirnos mejor acerca de su paso y de nosotros mismos.
Tiempo para cambiar
En lugar de pensar en el pasado, el presente y el futuro como en una línea recta, podemos considerar nuestros recuerdos como un recurso que nos permite imaginar el futuro.
Esto es crucial. La capacidad de los humanos de viajar en el tiempo mentalmente, hacia adelante y hacia atrás, es la razón por la cual podemos hacer mucho de lo que hacemos, como planificar el futuro o crear una obra de arte.
Y la idea de que la memoria juega en ello un papel importante no es nueva: Aristóteles describió los recuerdos no como archivos de nuestra vida, sino como herramientas para imaginar el futuro.
Esto significa que lo que podría en un principio parecer una falla —nuestra dificultad para recordar el pasado con precisión— es en realidad una ventaja.
Si los recuerdos se guardaran como cintas de video, y se nos pidiera que nos imagináramos en una nueva situación, como el de llegar al trabajo el lunes, no por la ruta habitual, sino sobre una hoja de loto por un río turquesa mientras varios amigos de la escuela nos saludan con cócteles en la mano, seguramente muchos de nosotros no lo podríamos hacer de inmediato.
Pero como nuestra memoria es tan flexible, en un instante podemos recopilar los recuerdos de la calle en la que trabajamos, cómo es acostarse en una cama inflable, los rostros de nuestros amigos e imágenes de flores tropicales y cócteles.
No solo somos capaces de localizar inmediatamente estos recuerdos que pueden estar separados por décadas, sino que los unimos para inventar una escena que nunca antes habíamos visto ni de la que habíamos oído hablar.
Cognitivamente hablando, suena como un trabajo duro. Pero la flexibilidad de nuestros recuerdos hace que sea bastante fácil de hacer.
Así que no deberíamos maldecir nuestros recuerdos cuando nos decepcionan.
Están hechos para ser modificables y combinables, y darnos así unas posibilidades infinitas de imaginarnos el futuro.
La neurocientífica Eleanor Maguire hizo un experimento relacionado con ello: les pidió a varias personas que se imaginaran en un museo y que describieran lo que veían.
Así, algunos dijeron que tenía un techo abovedado y otros hablaron de un piso de mármol, pero quienes sufrían de amnesia no pudieron describir la escena.
En lugar de pensar en nuestra memoria como en un útil archivo de videos, deberíamos aceptar que el recuerdo que tenemos de un evento podría no ser perfecto, y también que otros podrían tener recuerdos muy diferentes del mismo.
El tiempo más lento
La pregunta que me han hecho con más frecuencia desde que escribí un libro sobre la percepción del tiempo es qué podemos hacer para que pase más lento.
Y yo, ante eso, no sé si no deberíamos tener más cuidado con lo que deseamos.
En la mediana edad, puede parecernos que las semanas y los años pasan rápido, pero parte de esa percepción está determinada por la cantidad de nuevos recuerdos que hemos creado.
Así, aunque en su momento las vacaciones las sintieras cortas por todas las cosas que hiciste, al regresar al trabajo te parecerá que estuviste fuera mucho tiempo.
Se debe a que, al salirte de tu rutina, creaste recuerdos nuevos.
Por lo tanto, si sientes que la vida se te está pasando rápido, es que estás viviendo una vida plena.
Como escribió Plinio el Joven en 105, «cuanto más feliz es un periodo, más corto parece».
Así que, hay algo que puedes hacer para evitar sentir el bajón porque es domingo por la noche y el fin de semana terminó: buscar experiencias nuevas.
Podrías, pues, realizar actividades inusuales o visitar lugares nuevos, en lugar de acudir al mismo bar o cine. Como consecuencia, en el momento te pasará el tiempo volando, pero el lunes de regreso sentirás que ha sido un fin de semana largo.
La rutina es inevitable, pero si consigues llenar tu tiempo de actividades novedosas y entretenidas, las semanas y los años te parecerán largos en retrospectiva.
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