Antiguamente en la mayoría de los hogares rurales ingleses se mantenía una extraña y algo exagerada costumbre. Cada vez que ocurría un hecho social dramático (enfermedad o la muerte), así como un asunto familiar de importancia ya fuesen matrimonios, bautizos o las largas ausencias por viajes, alguien tenía que salir a las colmenas y contarles a las abejas lo qué había ocurrido. De no ser así se creía que pagarían una multa: las abejas morirían o huirían de su panal y el apicultor, por tanto, no podría producir miel.
¿Cómo se procedía?
Si el que daba la noticia de muerte era el jefe de la familia debía, con la llave de su casa, tocar suavemente la colmena tres veces para llamar la atención de las abejas, y a continuación decía con voz baja y suave, el nombre del difunto.
En caso de ser la esposa quien anunciaba el fallecimiento, lo hacía colocando una tela negra o crepé sobre la parte superior del panal y luego tarareaba una melodía tranquila, terminando con el anuncio del nombre de la persona fallecida.
El rezo a las abejas en Alemania, por ejemplo, decía: “Pequeña abeja, nuestro señor está muerto; no te vayas mientras estamos en apuros ”.
Los humanos siempre han tenido una conexión especial con las abejas. La mitología celta siempre ha sostenido que estos insectos son el vínculo entre nuestro mundo y el mundo de los espíritus. Si querías que alguien se mantuviera informado de algo que ya ha había pasado, por ejemplo, podías decirle a las abejas y ellas se encargaban de transmitir la información.
Las abejas, aparte de ser comunicadas sobre el fallecimiento, eran invitadas al funeral
En la Europa Medieval, las abejas eran muy apreciadas por su miel. Esta se usaba no solo como alimento para hacer hidromiel, posiblemente la bebida fermentada más antigua del mundo, sino como medicina para suavizar dolencias producidas por las quemaduras, la tos, la indigestión y otras. Incluso se creía que las velas hechas de cera de abejas ardían más brillantes que ninguna otra.
En caso de que las abejas no fueran «puestas de luto», terribles desgracias recaerían sobre la familia y la persona que compró la colmena. La bióloga victoriana, Margaret Warner, en su libro The Honey-Makers cita un caso en Norfolk donde un hombre compró una colmena de abejas cuyo antiguo dueño había muerto, y como no había podido ponerlas de luto, se enfermaron. El nuevo dueño cubrió la colmena con un paño negro, y las abejas recuperaron su salud.
Se cuidaban con máximo respeto en monasterios y casas señoriales y todos las consideraban partes de la familia
He aquí la frase final del poema “Contar las abejas” del siglo XIX en el que el poeta John Greenleaf describe esta peculiar costumbre:
«Quédense en casa, lindas abejas, ¡no vuelen de aquí en adelante!
¡La señora Mary ha muerto y se ha ido!
La relación íntima entre las abejas y sus cuidadores ha llevado a disímiles creencias:
- Si peleabas frente a las abejas venía la mala suerte.
- Si vendes tu panal, venderás tu suerte con él.
- Si las abejas volaban a una casa y descansaban en su tejado, eso significaba que la suerte estaba en camino.
El vínculo entre las abejas y los humanos va más allá de la superstición. Estos insectos ayudan a los humanos a sobrevivir ya que 70 de las 100 principales especies de cultivos que alimentan a la mayor parte de la población humana dependen de las abejas para la polinización. Sin ellas las plantas dejarían de existir, y por ende, los animales que se las comen.
La adorable y desconocida tradición de contarle cosas a las abejas
Excelente,real ,educativa,y agradable,mas asi por favor.