Un grupo de aspirantes a monjes discutía acaloradamente sobre si existía o no el destino. No lograban ponerse de acuerdo, y las posturas de unos y otros eran cada vez más radicales. Pasó por allí un sabio y le pidieron que mediara en la discusión. Le expusieron el tema que estaban debatiendo y le preguntaron si para él había destino o libre albedrío.
Tras reflexionar unos instantes, sosegadamente, el sabio dijo:
—Sois como el cuervo y el búho: cada uno queriendo imponer al otro su punto de vista, si bien para el cuervo el día es el día y para el búho lo es la noche. ¿Por qué os extraviáis en actitudes tan radicales, en opiniones tan extremas?
Los aspirantes se sintieron desconcertados y un poco avergonzados.
—Os voy a contar una historia —agregó el sabio—. Había una vez un magnífico zapatero que hacía unos zapatos muy cómodos y bonitos, pero nació en un país donde las personas no tenían pies. Eso es destino. Pero el zapatero se amilanó, nada de eso. Como era muy creativo y sagaz, utilizó sus facultades para fabricar formidables guantes, puesto que en ese país las personas sí tenían manos. Eso es libre albedrío o voluntad.
El sabio saludó con un pausado gesto de la cabeza y se alejó, pero a pesar de sus acertadas enseñanzas, los aspirantes, frenéticos, siguieron polemizando entre sí, cada vez sosteniendo entre ellos posturas más extremadas.
Hay destino y también libre albedrío. Naces en el curso de un río (un país, una familia, unas circunstancias…), que es el destino, pero dentro de él puedes nadar contracorriente, dejarte llevar por las aguas, decantarte hacia una u otra ribera, sumergirte o nadar en la superficie, y todo ello es libre albedrío.
Toda persona puede cuando menos cambiar sus actitudes internas y mejorar y, como decía un maestro, cuando no sea posible modificar las circunstancias externas, al menos podrá uno cambiar sus modos de reacción y tomar las cosas del modo más provechoso y constructivo.
El libre albedrío es la ficción que nace de nuestra incapacidad para conocer el destino.