Entrevista sobre la consciencia

Respuestas de José Díez Faixat al cuestionario planteado por Alicia Martínez
para el libro La Aventura de la Consciencia

Consciencia 1

Antes de empezar con la entrevista, y a modo de introducción, se copia a continuación un apartado del libro Siendo nada soy todo que creo que viene muy al caso. Se titula «Más allá del materialismo y el espiritualismo».

Más allá del materialismo y el espiritualismo

Simplificando mucho la cuestión, podemos decir que la ciencia occidental ha tratado de entender el universo a partir de la realidad material, y que la mística oriental, por el contrario, ha situado el fundamento de todo en el mundo del espíritu. Los primeros no podían encontrar las mentes sobre las mesas de sus laboratorios, y los segundos no podían dar por segura otra existencia que la de su propia consciencia.

La ciencia clásica consideraba la consciencia como un simple epifenómeno de la materia compleja. Un accidente insólito, aleatorio e insignificante surgido en cierta etapa de la evolución biológica. Un mero subproducto de las reacciones químicas y los intercambios eléctricos entre neuronas en el cerebro de algunos organismos desarrollados. Se reducía, así, la mente a un puro aspecto material.

Las tradiciones espirituales, desde la perspectiva opuesta, trataban de reducir la materia a un mero aspecto mental. La consciencia, decían, constituye la realidad primaria de la existencia, la esencia del universo y la base de todo ser. En su estado más puro es informe e inmaterial. Los objetos del mundo son meras formas de esa consciencia originaria. La materia, por tanto, lejos de producir la consciencia, simplemente la restringe y la circunscribe dentro de ciertas fronteras.

Hoy día, va cobrando fuerza una tercera perspectiva, más integral, en la que se defiende que la energía y la consciencia, ambas, son la expresión dual ―exterior e interior, objetiva y subjetiva― de una realidad que abarca y sostiene esos opuestos polares. Y es que no hay fuera sin dentro, ni superficie sin profundidad, ni objeto sin sujeto. Ni viceversa. Aquí no caben, pues, ni seres exclusivamente materiales, ni entes puramente espirituales. En esta tercera vía, que trasciende tanto los monismos como los dualismos, se afirma que materia y espíritu son sólo dos abstracciones procedentes del lenguaje, y que lo real es siempre la no dualidad de ambos, una inefable unidad-en-la-diversidad.

Según este enfoque, toda la realidad fenoménica presenta una faceta exterior o material, y una faceta interior o mental. La interioridad no es, pues, un ámbito exclusivo del ser humano, sino una característica básica de todo el mundo manifestado. Como se afirma en la nueva ciencia, el «anverso subjetivo del cerebro», es decir, el campo de la consciencia, lejos de ser una anomalía en el universo, es, sin duda, un síntoma evidente de un aspecto fundamental de lo real.

Desde esta perspectiva integral, ya no tiene sentido afirmar que la mente es mera materia, o que la materia es sólo mente. Más bien se debería plantear que la consciencia constituye la faceta subjetiva e interior de la energía, y que ésta es la cara objetiva y exterior de la consciencia. Ambos son aspectos correlativos y complementarios de una única realidad, la energía-consciencia, que trasciende nuestros conceptos duales. La unidad perceptual abarca, siempre, tanto la consciencia interior como el mundo exterior, y pone de manifiesto la relación fundamental e irreductible de ambos aspectos en el mundo fenoménico.

Los materialistas y los espiritualistas, con sus posiciones extremas, investigan tan sólo una faceta de la realidad, y menosprecian la mitad del mundo que excluyen. Unos, al intentar negar el sujeto reduciéndolo a objeto, y otros, al tratar de negar el objeto reduciéndolo a sujeto, se embarcan en una tarea imposible. Materia y espíritu se presentan, inexorablemente, como las dos caras de una misma moneda. No tiene sentido, pues, dar prioridad a uno sólo de los polos, porque nunca aparecen aisladamente. Ningún aspecto es superior al otro. Juntos construyen el mundo.

Se comienza a entender que una filosofía materialista que niegue totalmente el espíritu, resulta tan parcial y arbitraria como una filosofía espiritualista que niegue por completo la materia. La materialidad pura es tan inconcebible como la espiritualidad pura. Los dos puntos de vista exigen reconciliarse. No podemos reducir ninguno de los polos a una simple función del otro. Ha de tenerse en cuenta, forzosamente, tanto el aspecto subjetivo de la mente, como el aspecto objetivo del mundo. En el ámbito fenoménico no es posible encontrar una materia sin forma, ni una forma sin materia. No hay naturaleza fuera de la mente, ni mente fuera de la naturaleza.

La ciencia sin consciencia puede destruir el mundo; la consciencia sin ciencia puede resultar vana. No podemos ignorar la necesidad de integrar tanto el interior como el exterior de la realidad. La visión interior del místico y la experimentación exterior del científico deben aportar enfoques complementarios para un cuadro íntegro de la realidad. Se puede ir creando, así, un modelo capaz de armonizar las verdades fragmentarias del materialismo y del espiritualismo, evitando, al mismo tiempo, las distorsiones producidas por sus sesgadas perspectivas.

El realismo considera el universo como exterior e independiente de la consciencia. El idealismo, por contra, afirma que la consciencia es el substrato mismo del universo. Pero cualquier intento de dar al mundo o a la mente un estatus de independencia, acaba revelándose como erróneo. La nueva corriente que comienza a dibujarse se apoya tanto en el realismo como en el idealismo, pero los sobrepasa y trasciende. Camina por el filo de la navaja entre el objetivismo realista y el solipsismo idealista. Situándose más acá del espiritualismo y más allá del materialismo, borra las fronteras entre el espíritu y la materia. Llega, así, como los taoístas, a un concepto materialista del espíritu y a un concepto espiritualista de la materia. Pues, como decían los filósofos clásicos, si se quiere justificar la realidad del ser y la verdad del conocimiento, es necesario llegar a un ser que no sea puramente objetivo, sino que comprenda en sí al conocimiento, o a un conocimiento que no sea puramente subjetivo, sino que comprenda en sí al ser.

El pensamiento postmoderno niega que haya una realidad objetiva al margen de nuestra experiencia de ella. Defiende, por el contrario, que no existen cosas independientes o ajenas a nuestro proceso de cognición, y que, por tanto, creer en un territorio pre-dado del que podamos levantar un mapa con una mente pre-dada es una completa ingenuidad. De modo que cuando nos parece estar explorando el universo exterior, investigamos, en buena medida, nuestro propio paisaje interno. Y, recíprocamente, cuando buceamos en la consciencia, nos encontramos de modo irremediable con el mundo de fuera.

La separación entre el observador y lo observado, en la que se basaba la ciencia clásica, se ha desvanecido por completo. La pretendida objetividad, incontaminada de toda valoración humana, ha resultado ser una pura ilusión. Según la nueva ciencia, el mundo de «fuera» no goza de independencia propia, sino que está inextricablemente ligado a nuestras percepciones. Lo que observamos, se afirma, no es la naturaleza en sí, sino la naturaleza expuesta a nuestro método de interrogación. Lo que experimentamos no es la realidad externa, sino nuestra interacción con ella. Las propiedades pertenecen a estas interacciones, y no a cosas con existencia independiente. Nosotros no observamos el mundo, sino que participamos en él. El mundo no consiste en cosas, sino en una intrincada telaraña de interrelaciones entre interiores y exteriores en un perpetuo juego creador.

Las estructuras de la materia y las estructuras de la mente, como las imágenes de dos espejos enfrentados, se engendran mutuamente. Ni los objetos ni las consciencias existen por sí solos, sino que cada uno existe a través del otro. Nuestra consciencia no está separada de un universo ajeno, sino que ambos están íntimamente implicados en un complejo proceso de retroalimentación mutua. El mundo da forma a nuestra mente, al mismo tiempo que nuestra mente da forma al universo. Somos moldeados por nuestro medio ambiente, y, simultáneamente, nosotros moldeamos ese mismo medio. Así, se ha dicho, «el espíritu humano refleja un universo que refleja el espíritu humano». Y también, «el mundo está en el interior de nuestro espíritu, el cual está en el interior del mundo».

APROXIMACIONES A LA CONSCIENCIA
Entrevista

1.- Acotando el término consciencia

A) ¿Dónde querría situarse? ¿Puede hacer alguna aportación más sobre lo que es la consciencia en una aproximación inicial?

Antes de empezar a contestar las preguntas concretas de esta entrevista, quisiera esbozar brevemente el marco general de la no-dualidad integral desde el que plantearé mis respuestas.

Toda la realidad manifestada aparece, inexorablemente, en forma de dualidades. No es posible ninguna expresión fuera del juego de los opuestos. No cabe encontrar sonido sin silencio, ni sujeto sin objeto, ni dentro sin fuera. Ni viceversa. Todos los contrarios son mutuamente dependientes, y, por tanto, podemos entenderlos como expresiones polares ―relativas― de una realidad absoluta que los trasciende, y que es «previa» a esa dualización.

En el mundo relativo, tanto el universo en su conjunto como los diferentes seres que lo componen se despliegan evolutivamente a lo largo de una trayectoria común que parte desde un polo de máxima energía (y prácticamente nula consciencia) y termina en otro polo de máxima consciencia (y prácticamente nula energía). Los físicos hablan de una energía potencial infinita en el vacío cuántico original, y los sabios hablan de una consciencia diáfana infinita en el vacío místico final. La no-dualidad integral plantea que esos dos vacíos son la misma y única Vacuidad, percibida por los físicos de forma objetiva y por los contemplativos de forma subjetiva, pero que, en sí, no es objetiva ni subjetiva ―ni energía ni consciencia―, sino «previa» a esa perspectiva dual. Y lo fascinante es que esa Vacuidad no es una realidad metafísica lejana, sino la simple y pura Autoevidencia de cada instante presente, que trasciende e integra los puntos de vista parciales tanto de los materialistas como de los espiritualistas.

Pues bien, como en esa Autoevidencia no hay separación de sujeto y objeto, no es posible verla, porque no es «algo» que pueda ser visto por «alguien», pero tampoco es «nada», porque, de hecho, todas las cosas del universo ―objetivas o subjetivas― no son sino formas parciales y relativas de esa Autoevidencia atemporal. Para «verse», por tanto, esa Autoevidencia necesita polarizarse, al menos aparentemente, en sujeto y objeto, como el 0 puede dualizarse en +1 y –1 sin cambiar, más que formalmente, su valor absoluto. De este modo, la Vacuidad autoluminosa siempre presente se desdobla, aparentemente, en los polos original (básicamente de energía) y final (básicamente de consciencia), creando una distancia ilusoria entre ambos y dando lugar, así, a una diferencia de potencial que genera toda la dinámica evolutiva universal que recorre todo el espectro de la realidad, desde los niveles más básicos ―de enorme energía y poca consciencia― a los más elevados ―de poca energía y enorme consciencia―.

Contestando, ahora, a la primera pregunta de esta entrevista, creo que, de acuerdo con lo que acabo de exponer, sería importante diferenciar entre los términos «consciencia» y «Autoevidencia». Según la no-dualidad integral, nuestra identidad última trasciende e incluye todas las polaridades ―exterior-interior, objeto-sujeto, energía-consciencia, etc.― y, por tanto, resulta innombrable, dado que, en nuestro lenguaje dual, cualquier término excluye a su antagonista y, por eso, no es capaz de atrapar Eso que carece de opuesto. En cualquier caso, para apuntar hacia Ello, y asumiendo la contradicción, he optado por emplear la expresión Autoevidencia que, creo, sugiere simultáneamente los aspectos objetivos y subjetivos de esa luz-lúcida no-dual que es la realidad absoluta de todo y de todos. Y he reservado el término consciencia para referirme al polo subjetivo final de su manifestación relativa, al testigo último de toda la realidad objetiva, y que, por tanto, pertenece aún al mundo de la dualidad.

Utilizando este lenguaje, pues, se puede decir que la Autoevidencia es nuestra identidad última, el «espacio» que no sólo contiene sino que constituye todas las formas, exteriores e interiores, del mundo manifestado. La consciencia, sería, entonces, la faceta subjetiva de la polaridad básica (energía-consciencia) a través de la cual la infinita y atemporal Autoevidencia puede manifestarse en y como el mundo finito y temporal.

Creo que esta distinción entre Autoevidencia y consciencia no es una elucubración metafísica irrelevante, sino que tiene enormes implicaciones prácticas. Así, por ejemplo, en algunas tradiciones espirituales, al afirmar que la realidad última es pura consciencia o subjetividad absoluta, desdeñan e incluso rechazan el universo objetivo, la faceta energética del mundo de las formas, con las fatales consecuencias que todos conocemos. Es una situación parecida e inversa a la de algunas escuelas científicas que, pretendiendo realizar una descripción objetiva del mundo, lo han desencantado por completo, llegando aun a negar la propia consciencia que realizaba esa descripción. Sería conveniente, urgente incluso, que tanto desde la ciencia como desde la espiritualidad se vayan adoptando perspectivas más integrales, capaces de aportar soluciones armónicas a los grandes retos que se nos plantean en esta etapa vertiginosa de la historia.

2.- Con qué herramientas nos acercamos al conocimiento de la consciencia.

A) ¿Cree que la investigación científica occidental dispone de las herramientas adecuadas para el conocimiento de la consciencia y que se están utilizando acertadamente?

Una investigación integral sobre cualquier aspecto del universo relativo exige, al menos, los abordajes exterior ―objetivo― e interior ―subjetivo― tanto de los organismos individuales como de las colectividades en las que se agrupan, en todos y cada uno de los niveles del espectro evolutivo que han recorrido desde su origen hasta el momento presente.

Partiendo de esta base, parece claro que cualquier intento de comprender algún fenómeno del mundo manifestado desde un solo punto de vista, y más aún si se reduce el campo de investigación a un simple ámbito aislado y particular, está irremediablemente condenado al fracaso. Por eso, la osada pretensión de la ciencia «objetivista» occidental de comprender la consciencia exclusivamente desde su parcial perspectiva, no es otra cosa que una frustrante empresa imposible, dado que, por definición, en el mundo de los objetos no se puede encontrar jamás al centro último de la subjetividad.

Y si, como vemos, resulta imposible encontrar en el universo dual al sujeto entre los objetos, qué decir del total sinsentido que supondría intentar hallar «objetivamente» esa Autoevidencia no-dual que trasciende por completo el mundo de las polaridades. No es de extrañar, por eso, que la ciencia objetivista haya negado con vehemencia el ámbito de lo no-dual ―que tiene que ver con lo que tradicionalmente se ha conocido como «Dios»―, pues, como hemos comentado más arriba, no es «algo» que pueda ser visto por «alguien» y, por tanto, está completamente fuera de su limitado paradigma.

Con una actitud menos prepotente, resultaría honesto reconocer que, con el mismo rigor y seriedad que la ciencia occidental ha investigado el mundo exterior durante los últimos cuatro o cinco siglos, las grandes tradiciones orientales de sabiduría han investigado el mundo interior durante los tres últimos milenios. Por eso, si verdaderamente tenemos interés en abordar sin prejuicios el tema de la consciencia, resultará forzosamente obligado tomar en plena consideración los innumerables hallazgos de esos grandes investigadores de la interioridad que, en épocas y regiones muy dispares, atisbaron panoramas muy similares, meticulosos y esclarecedores.

B) ¿Piensa que habría que complementarlas con otro tipo de aproximaciones? Apunte cuales y a través de qué medios podría hacerse.

Como acabo de decir, la neurociencia investiga meticulosamente los correlatos exteriores de las diversas manifestaciones de la consciencia, pero el conocimiento de los circuitos y las actividades cerebrales no es capaz, en absoluto, de explicar la evidencia del mundo interior. El problema no es tanto de falta de tecnologías adecuadas, sino, fundamentalmente, de la propia limitación intrínseca del paradigma «objetivista». No estaría mal, por tanto, que los investigadores de la neurociencia practicaran algún tipo de técnica meditativa para conocer de primera mano qué es eso de lo que estamos hablando. Tal vez, así, se fomentaría el abordaje simultáneo de los ámbitos interior y exterior, lo que, a buen seguro, resultaría mutuamente enriquecedor y aportaría perspectivas más integrales, plenas y lucidas sobre la realidad.

C) ¿Qué personas han de ser consideradas como autoridades en relación con la consciencia?

El enfoque integral plantea que la Vacuidad atemporal se despliega evolutivamente a lo largo de una serie ilimitada de niveles progresivamente profundos e integradores. Cada uno de estos niveles emerge de forma simultánea en cuatro ámbitos diferentes definidos por las polaridades interior-exterior e individual-colectivo. El cuadrante interior-individual haría referencia, pues, al yo subjetivo (fenómenos experienciales), el cuadrante exterior individual al ello objetivo (fenómenos orgánicos), el cuadrante interior-colectivo al nosotros inter-subjetivo (fenómenos culturales) y el cuadrante exterior-colectivo al ellos inter-objetivo (fenómenos sociales). Los cuatro cuadrantes no constituyen, en ningún caso, cuatro realidades independientes, sino cuatro perspectivas diferentes sobre una misma y única realidad que trasciende todas las dualidades. Todos los cuadrantes se implican entre sí. Ninguno de ellos puede surgir sin que emerjan simultáneamente todos los demás. Por eso, cualquier investigación, por limitado que sea su campo de estudio, no dejará de ser un determinado abordaje sobre esa única realidad uni-total, y, por tanto, un punto de vista sobre alguna faceta de la consciencia. En este sentido, cualquier investigador puede ser considerado como una «autoridad» sobre algún aspecto específico de la consciencia global. Pero si, hablando con más precisión, utilizamos el término consciencia para designar la fuente última del mundo interior ―lo que en la tradición hindú se ha denominado el testigo― está claro que las verdaderas autoridades en este tema serán los grandes indagadores de la subjetividad que han proliferado a lo largo de los siglos, fundamentalmente, en las distintas tradiciones espirituales.

D) ¿Sería necesario un diálogo sostenido entre formas diferentes de abordar el acercamiento a la consciencia?

El diálogo entre los diferentes abordajes sobre la consciencia resultaría fundamental con vistas a vislumbrar una comprensión omniabarcante del tema que nos ocupa. A partir de este diálogo, podría comenzar a tomar forma una nueva visión del mundo que, sin marginar ninguno de los cuadrantes de la realidad y trascendiendo, además, cualquier aferramiento exclusivo en un determinado nivel del espectro evolutivo, sea capaz de integrar dinámicamente todas las visiones parciales que se han ido desplegando a lo largo de la historia.

La pega hasta ahora ha sido, precisamente, el carácter exclusivista de todos los paradigmas que han ido emergiendo, uno tras otro, en las sucesivas fases del desarrollo humano. Recordemos, por ejemplo, el modelo mágico-animista del Neolítico ―vMeme* púrpura de Spiral Dynamics―, el modelo mítico-heroico de la Edad Antigua ―vMeme rojo―, el modelo absolutista-conformista de la Edad Media ―vMeme azul―, el modelo racional-empírico de la Edad Moderna ―vMeme naranja― o el modelo relativista-pluralista de la incipiente Edad Posmoderna ―vMeme verde―. Cada uno de estos paradigmas ha supuesto un paso importante y valioso en el desarrollo de los individuos y de las colectividades humanas, pero ninguno de ellos ha sido capaz de ver más allá de su limitado punto de vista. Basta con observar la completa intransigencia e incomprensión mutua entre, digamos, un radical islámico ―azul―, un capitalista neoliberal ―naranja― y un militante ecologista ―verde―. Cada uno, defendiendo con pasión su estrecha verdad relativa, se muestra incapaz de apreciar e integrar las valiosas aportaciones de las otras perspectivas.

Estudiando el ritmo en el que emergen los sucesivos paradigmas a lo largo de la evolución y de la historia, todo parece indicar que el modelo sistémico-integral ―vMeme amarillo―, en el que se podrán armonizar las perspectivas interiores y exteriores de la consciencia, comenzará a desplegarse de forma generalizada dentro de, al menos, un siglo. La cosa va para largo. Pero, en cualquier caso, sería importante comenzar ya ese diálogo multidisciplinar entre esas distintas formas de abordar el acercamiento a la consciencia para ir acercando posturas y allanando el camino.

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