Ahora más que nunca, dice la maestra budista Pamela Weiss, debemos dejar de seguir los valores patriarcales y volver a tejer las voces de las mujeres en la tela desgarrada de nuestro mundo. Como Buda lo hizo frente a Mara, tenemos que extender la mano y tocar la Tierra.
Todas las mañanas se recitan los nombres de los ancestros en los templos Soto Zen en todo el mundo. Es una práctica muy poderosa de reconocimiento y recordación, el honrar las vidas de los grandes maestros en la India, China y Japón y recordarnos que no estamos caminado solos. Personas reales —con conflictos humanos reales, dudas y abismos— han conservado vivas las enseñanzas budistas, pasándolas de un corazón cálido a otro corazón cálido por cerca de 2600 años.
-El bello gesto de tocar la Tierra nos recuerda que despertar tiene que ver menos con el avanzar hacia la trascendencia que con extender la mano hacia el polvo.-
Cuando viví en Tassajara, el primer monasterio Zen en tierras occidentales, me aprendí de memoria los nombres del linaje. Me encantaba aprenderme sus historias y encontraba inspiración en sus rarezas y debilidades así como solaz para mi atareada jornada. Varios años después de haber salido, regresé de visita y me sorprendí al escuchar un nuevo canto de anuncio: el nombre de las mujeres ancestros. Recuerdo cómo escuchaba, extasiada, el traspasar de estos nombre que no se cantaban antes, de mujeres desconocidas a través de mí. Entonces estallé en llanto.
Todas esas mujeres. No había sabido cuanto las había desconocido hasta que sus nombres comenzaron a resonar en mis oídos.
El alquiler de la tela
La historia está contada desde la perspectiva y las agendas de aquellos que la registraron. Durante cientos de años, las enseñanzas de Buda fueron transmitidas como tradición oral. Cuando llegaron a ser escritas, su tono y sabor fue influido por los monjes escribas masculinos que las registraron. Los recuentos iniciales de las enseñanzas de Buda están llenos de desconfianza y desagrado hacia la sexualidad, el deseo y el cuerpo de las mujeres. Estas enseñanzas de manera consistente describen a las mujeres solo como obstáculos para la ambición masculina. Las historias y perspectivas de las mujeres están notablemente ausentes, revoloteando alrededor del mundo de las sombras. La esposa de Buda, Yasodhara, por ejemplo, no es casi mencionada y, a menudo, sólo se le nombraba como “la madre de Rahula”, su hijo.
Según estos relatos primitivos, el Buda se mostró al principio reacio a incluir monjas en su comunidad, aunque las mujeres (incluyendo a Yasodhara) fueron finalmente invitadas a unirse. Las experiencias de despertar de las monjas budistas se registran en el Therigattha, una colección de poemas que dan luz a sus pensamientos profundos y rinden homenaje a su capacidad para despertar, aun cuando estaban cobijadas por reglas opresivas para mantenerlas en sumisión perpetua a los monjes. No está claro si estas reglas se originaron en el Buda mismo o fueron añadidas más tarde. Lo que está claro es que fueron tejidas en la urdimbre de la sangha (comunidad), y que su larga sombra persiste en las sanghas del presente.
Desenredar la historia de la misoginia del budismo nos exige que consideremos cómo las instituciones budistas modernas siguen dando preferencia a los hombres, pasando por alto las experiencias de las mujeres (y de las transgénero o de género fluido) e ignorar las cualidades femeninas. Relatar las historias verídicas y míticas de las mujeres que rodean al Buda es un acto de reparación, cosiendo las partes que quedaron atrás en el tejido de la vida espiritual.
Aquí hay tres ejemplos para ayudar a hacer un arreglo sobre el alquiler de la tela y comenzar a restaurar una vida espiritual más completa y equilibrada.
Voces de lo femenino
Después de salir de casa, Siddhartha Gautama, vagó por el campo, estudiando con los principales maestros espirituales de su tiempo. Durante este período, asumió la práctica del ascetismo extremo. Durante un tiempo, se dice, solo comió una semilla de sésamo al día. Al borde de la auto aniquilación, surgió una pregunta en él: «¿Podría haber otra manera de llegar a la iluminación?» En respuesta, un recuerdo burbujea en él: recuerda un tiempo cuando niño, sentado bajo la sombra de un manzano rosado, entró espontáneamente en un estado de felicidad meditativa, y se da cuenta: ¡Sí! Hay otra manera de llegar a la iluminación—un manera más suave, madurada con placer y disfrute, y carente de negación y odio por el cuerpo.
Este recuerdo hace que Gautama abandone su severa práctica ascética y acepte un tazón de leche de arroz de una hermosa y joven lechera, Sujata, que lo llevaba como ofrenda al espíritu del árbol donde Gautama estaba sentado. Movida por la compasión, Sujata ofrece la leche de arroz al yogui demacrado. Después de recibir la ofrenda de Sujata, Gautama comienza a recuperar su salud y fuerza. Aunque sus compañeros ascetas lo condenan al ostracismo por sucumbir a la tentación de la comida, se da cuenta de que la hostilidad y el odio hacia el cuerpo no es el camino hacia el despertar.
Después de alimentarse, Gautama toma asiento, decidido a no moverse hasta llegar al despertar. Tan pronto se sienta, es asediado por los «ejércitos de Mara». Mara es la figura arquetípica que representa el juicio interno y la duda. Mientras las flechas de Mara atraviesan el aire hacia él, Gautama exclama: «Te veo Mara. Te conozco Mara”. Y con el poder de su conciencia consciente, cada flecha se transforma mágicamente, en el aire, en una flor de loto, bañándolo con pétalos fragantes.
Pero Mara aún no está dispuesto a rendirse. En un último intento de desbancar al que pronto va a ser Buda, le susurra al oído: ¿quién te crees que eres? Esta poderosa pregunta corta directamente al corazón de la práctica espiritual: ¿quiénes nos creemos que somos? La respuesta de Gautama es reveladora. No discute ni se defiende. Extiende su mano y toca a la madre tierra. La tierra tiembla en respuesta y Mara se escapa, derrotado.
Las lecciones extraídas de estas historias míticas desmienten el tropo hiper masculino del periplo de un héroe autosuficiente solitario y sugieren un sabor más femenino de la práctica. La memoria del Buda del manzano rosado invita a la inclusión de formas no lineales e intuitivas de saber: escuchando preguntas internas y recurriendo a recuerdos y sueños. La historia de Sujata ilustra que el odio y la agresión hacia el cuerpo son (literalmente) un callejón sin salida, y enfatiza la necesidad de un verdadero sustento mientras recorremos el camino. Y el hermoso gesto de tocar la tierra nos recuerda que el despertar tiene menos que ver con avanzar hacia la trascendencia que extender la mano hacia la tierra, honrando nuestro hogar terrenal y materno.
El mundo “inclinado”
Ahora más que nunca, necesitamos volver a tejer las voces de las mujeres y los valores femeninos en la tela desgarrada de nuestro amplio y dolorido mundo. Vivimos en un espíritu arraigado en el patriarcado, que se define como «el paso del poder y el privilegio a través de un linaje masculino». El impacto del patriarcado aparece de muchas maneras en las que se privilegia lo masculino sobre los principios femeninos: la mente sobre el cuerpo; el intelecto sobre la emoción; la luz sobre la oscuridad; la velocidad sobre la quietud; lo duro sobre lo suave; la actividad sobre el descanso; la lógica sobre la intuición; la racionalidad sobre el misterio. Esta enérgica «inclinación» ha dado lugar a una enorme enfermedad personal, cultural y planetaria.
-Tendremos que reducir la velocidad, escuchar más y hacer menos.-
La Medicina Tradicional China describe que cuando las energías masculinas (yang) y femeninas (yin) se desequilibran, surge la desarmonía en el cuerpo, que a menudo conduce a la enfermedad. Cuando estas energías se inclinan hacia el desequilibrio dentro de la sociedad, asistimos a la creciente división cultural y política, la inequidad económica y niveles rampantes de estrés, soledad y ansiedad. A nivel planetario, vemos oscilaciones salvajes en los patrones climáticos, la muerte de los ecosistemas y la aparición de enfermedades perniciosas.
La pandemia del COVID-19 ha puesto al desnudo la verdad de que realmente somos un mundo. Los muros y barreras levantados por los hombre no son rivales para él. El «distanciamiento social» sólo funcionará si cada uno de nosotros se dedica a la separación física como un acto de cuidado y generosidad por el bien colectivo.
Como cultura, somos expertos en tomar medidas: lavarse las manos, toser en el quiebre del brazo. Pero somos menos hábiles en la moderación: quedarse adentro, no acaparar jabón o papel higiénico. Pero si queremos lograr aplanar la curva de la pandemia, también debemos aplanar la curva de nuestra codicia y reactividad. Tendremos que reducir la velocidad, escuchar más y hacer menos. Tendremos que cuestionar, como lo hizo el Buda, el giro interior hacia la ambición y el éxito, y para calmarnos lo suficiente como para escuchar las respuestas, pues es posible que nos hayamos movido demasiado rápido para notarlas.
En tiempos como estos, es vital nutrirnos y descansar en lugar de empujar o castigar el cuerpo, y discernir las verdaderas fuentes de alimentación, tal vez un tazón de leche de arroz de vez en cuando, pero también el sustento de la meditación, la oración, la risa y la belleza espontánea de la naturaleza. Mientras asimilamos la avalancha de malas noticias, es esencial discernir el miedo y la tristeza reales, de las afiladas y despectivas flechas de Mara. Y cuando sintamos que nuestro corazón se estremece al mirar hacia el abismo de lo desconocido, es útil recordar extender la mano y tocar la tierra; ser humilde y conectado con la tierra; para apoyarse en lo que realmente importa; y darse cuenta de que: nosotros también hacemos parte.
ACERCA DE PAMELA WEISS
Pamela Weiss es la autora del libro por publicar, A Bigger Sky: Awakening a Fierce Feminine Buddhism. Ella es la primera y única laica en el linaje de Suzuki Roshi del Soto Zen en recibir la transmisión completa del Dharma, y es uno de las pocas maestras budistas autorizadas para enseñar en dos tradiciones. Actualmente es miembro del Spirit Rock Teacher Council, profesora guía en San Francisco Insight y maestra visitante en el Brooklyn Zen Center.
Traducción: SANRIKI Jaramillo
Imagen: Panuwat Saithip