Una conocida rama del budismo ‘mahâyâna’ es el zen. En esta tradición se ha utilizado también la virtud de los cuentos para provocar el despertar interior. He aquí una pequeña muestra de esta literatura.
El zen es quizá una de las ramas más conocidas del budismo, se basa en la práctica de la meditación y culmina en el despertar interior o ‘satori’. La práctica del arte, de cualquier arte, es también un modo de acercarse a la vía que conduce a ese despertar que proporciona el conocimiento de la naturaleza y de uno mismo.
El zen se basa en la práctica de la meditación y culmina en el despertar interior o ‘satori’.
En esta tradición se ha utilizado la virtud de los cuentos para que el discípulo despierte a aquello que es inefable. Con estos relatos no se pretende dar lecciones morales,sino que lo que se intenta es descubrir lo extraordinario que convive con lo cotidiano, muchas veces a partir de lo absurdo. Los cuentos, o incluso las anécdotas que sucedieron realmente y que la tradición oral ha recogido. pretenden dar una visión que podría denominarse “distinta” de la realidad por lo que devienen pequeñas ventanas abiertas a lo eterno.
SELECCIÓN DE CUENTOS
Silencio total. Taisen Deshimaru
En un pequeño templo perdido en la montaña, cuatro monjes hacían zazen. Habían decidido hacer una sesshin en silencio absoluto. La primera noche, durante zazen, la vela se apagó, sumergiendo el dojo en una oscuridad profunda. El monje más joven dijo a media voz: «¡La vela acaba de apagarse!»
El segundo respondió: «¡No debes hablar, esta es una sesshin de silencio total!»
El tercero añadió: «¿Por qué habláis? ¡Debemos callarnos y estar silenciosos!»
El cuarto, que era el responsable de la sesshin, concluyó: «Sois todos estúpidos y perversos. ¡Yo he sido el único que no he hablado! ¡Mancha sobre el satori! ¡Soy el único que me he comportado bien!»
(La práctica del Zen y cuatro textos canónicos Zen)
La ceremonia del té. Anónimo
Un día que el maestro Rikyu oficiaba una ceremonia del té, Hideyoshi, el kampaku que en aquella época gobernaba el país, hizo la siguiente observación a sus generales: «Observad bien cómo Rikyu prepara el té y veréis que su cuerpo está lleno de ki, que sus gestos precisos y mesurados son como los de un gran guerrero, no presentan ninguna abertura. Su concentración no tiene ningún fallo».
Una idea atravesó a Kato Kiyomasa, un famoso general. Para verificar que lo que decía el kampaku era tan exacto como él quería hacer creer, decidió tocar a Rikyu con su abanico justo en el momento en el que encontrara una abertura.
Así pues se puso a observar atentamente a Rikyu, que se encontraba justo a su lado. Al cabo de algunos minutos, creyendo percibir un fallo, el general se dispuso a tocarlo con su abanico. En ese mismo instante, el maestro del té lo miró fijamente a los ojos y sonrió.
(Citado por P. Faulliot, El blanco invisible)
El vuelco de la jarra de agua o la inútil sabiduría de este mundo… Mumon Ekai (1183-1260)
Hyakujo convocó a sus monjes, pues quería enviar a uno de ellos como encargado de su nuevo monasterio. Poniendo una jarra llena de agua en el suelo, preguntó: «¿Quién puede decir qué es esto sin llamarlo por su nombre?»
El monje jefe, que esperaba ser el designado, respondió: «No puede decirse que sea un zueco». «No es un estanque, pues puede ser transportado», dijo otro monje.
Isán, el monje cocinero, que estaba cerca, se acercó, hizo caer la jarra de un golpe y se marchó.
Hyakujo sonrió y declaró: «El monje cocinero será el maestro del nuevo monasterio».
(La entrada sin puerta, traducción de J. A. Gomollón García)
El monje furioso. Anónimo
Dos monjes zen iban cruzando un río. Se encontraron con una mujer muy joven y hermosa que también quería cruzar, pero tenía miedo. Así que un monje la subió sobre sus hombros y la llevó hasta la otra orilla. El otro monje estaba furioso. No dijo nada pero hervía por dentro. Eso estaba prohibido. Un monje budista no debía tocar una mujer y este monje no sólo la había tocado, sino que la había llevado sobre los hombros. Recorrieron varias leguas. Cuando llegaron al monasterio, mientras entraban, el monje que estaba enojado se volvió hacia el otro y le dijo: «Tendré que decírselo al maestro. Tendré que informar acerca de esto. Está prohibido».
–¿De qué estás hablando? ¿Qué está prohibido? –le dijo el otro.
–¿Te has olvidado? Llevaste a esta hermosa mujer sobre tus hombros –dijo el que estaba enojado.
El otro monje se rió y luego dijo: «Sí, yo la llevé. Pero la dejé en el río, muchas leguas atrás. Tú todavía la estás cargando…»
(Antología de cuentos chinos)
Las puertas del infierno y del paraíso. Anónimo
Un samurai se presentó ante el maestro zen Hakuin y le preguntó: «¿Existen realmente el infierno y el paraíso?».
– ¿Quién eres tú?- preguntó el Maestro.
– Soy un samurai.
– ¡Tú, un guerrero! – exclamó Hakuin. Pero mírate bien ¿qué señor va a querer tenerte a su servicio? Pareces un mendigo.
La cólera se apoderó del samurai. Aferró su sable y lo desenvainó. Hakuin continuó:
– Ah, ¡pero si incluso tienes un sable! Aunque seguramente eres demasiado torpe para cortarme la cabeza con él.
Fuera de sí, el samurai levantó su sable dispuesto a golpear al maestro. En ese momento éste le dijo:
-Aquí se abren las puertas del infierno.
Sorprendido por la seguridad tranquila del monje, el samurai envainó el sable y se inclinó respetuosamente.
-¡Aquí se abren las puertas del paraíso!
(Citado por P. Faulliot, El blanco invisible)
El ojo del guerrero. Anónimo
Gran amante del Teatro No, Tajima no Kami, profesor de sable del shogun, asistía a un espectáculo en el que estaba reunida la Corte. El actor más famoso de la época actuaba ese día.
Tajima observaba atentamente su actuación que manifestaba un gran dominio de sí. Su concentración parecía sin fallo, sus gestos no dejaban ninguna abertura, exactamente igual que un guerrero experimentado. Desde el comienzo de la representación Tajima no le quitó el ojo de encima ni un solo instante. De pronto, el Maestro Tajima lanzó un kiai en dirección al actor, un grito discreto, pero que no pasó desapercibido…
Un murmullo recorrió la asistencia. Todo el mundo se intercambiaba las miradas. El shogun mismo se volvió para conocer la procedencia de ese grito. Cuando el espectáculo hubo acabado, el shogun convocó a Tajima y le preguntó la razón de su extraña conducta. El Maestro se contentó con declarar: Preguntad al actor, él lo sabe.
El actor confesó efectivamente y dijo: «El kiai surgió en el mismo momento en el que tuve un segundo de distracción producido por un cambio en el decorado».
(Citado por P. Faulliot, El blanco invisible)
“El satori”. Taisen Deshimaru
Un leñador cortaba madera en el bosque. Había oído hablar de un animal fabuloso, el animal “satori”. Su deseo de poseerlo era muy grande. Un día, el animal “satori” se presentó ante él. El leñador corrió detrás y cuál no fue su sorpresa al oír una voz que le decía: “No me poseerás porque deseas tenerme”.
El leñador volvió a su trabajo; ya había olvidado completamente el suceso y al animal, cuando, un día, el animal “satori” se presentó en el momento en que, concentrado en su trabajo, derribaba un árbol. El animal cayó aplastado.
(La práctica del Zen y cuatro textos canónicos Zen)
El samurái y los tres gatos. Taisen Deshimaru
Un samurái tenía problemas a causa de un ratón que había decidido compartir su habitación. Alguien le dijo: “Necesitas un gato”. Buscó uno en el vecindario y lo encontró. Era un gato impresionante, hermoso y fuerte. Pero el ratón era más listo que el gato y se burlaba de su fuerza. El samurái adoptó un segundo gato muy astuto. Desconfiado, el ratón sólo aparecía cuando aquel dormía.
Entonces le trajeron al samurái el gato de un templo zen. Tenía el aspecto distraído, era mediocre y parecía siempre soñoliento. El samuréi pensó: “No será éste el que me librará del ratón”.
Sin embargo, el gato siempre soñoliento e indiferente pronto dejó de inspirar precauciones al ratón, que paseaba junto a él sin apenas hacerle caso. Un día, súbitamente, de un zarpazo lo atrapó.
Así de banal es el monje zen.
(La práctica del Zen y cuatro textos canónicos Zen).
https://www.arsgravis.com/cuentos-zen/