Conciencia zen es…
Comprender la propia acción como un proceso de gestos que brotan del fondo del Origen…
Darme cuenta hasta el último poro de mis células, de qué modo estoy presente en cada uno de mis ademanes, en mi manera de moverme, de hablar, de caminar. O, incluso, de poder también captar si me hallo ausente de mi propio cuerpo, distraído, siguiedo modelos programados desde el exterior.
Zen es des-cubrir qué es eso de ESTAR PRESENTE, en cada momento: cuando como, cuando cocino, cuando barro, cuando descanso, cuando escribo… y todo desde la más honda profundidad de mi latir. Ir puliendo mi mente con el buril de la atención, aunque cuidando de alejarme de los controles obsesivos tan propios de las personas llamadas “religiosas”.
Limitarme tan sólo a estar atento; atento desde la profundidad, atento, muy atento… Practicar la atención, ahora cuando leo; al filo de este mismo instante; ahora, en este estilo de escribir, que brota de mi ser; ahora en el modo de estar sentado, de escuchar al otro, de hablar. También de captar mis reacciones ante esa relación.
Zen es esa actitud básica, esa disposición de la atención, convertida en ejercicio, que rebasa el ámbito interior haciéndose exterior, haciéndose cuerpo; no el cuerpo que se remolca o que se arrastra, sino el cuerpo que soy: el cuerpo como escenario central de mis gestos, ademanes y expresiones.
Zen es estar presente a esa continua modelación del alma transmutada en cuerpo… Estar presente en LA SENSACIÓN DE SER, como exponente de la Vida.
Zen es, también, pulir mi gesto al tomar conciencia de las actitudes que me desvían del Ser, de la transparencia del Ser.
Zen es considerar la existencia, como el ámbito espacial en que Eso se expresa y fluye: la vida cotidiana, como entrenamiento y campo de ejercicio. La vida diaria como meditación.
Zen es considerar la vida como Vida, transparentar la trascendencia.
Escuchar el cuerpo
La Vida insta, por eso en cada instante nos convoca. Y lo hace habitando en nuestro cuerpo, que permite, o no permite, el dejarse habitar por ella. La palabra crucial es abandono: dejarse solicitar por la Vida, permitir que el Ser de la Vida penetre en cada célula.
Abandonarse a la Vida es constatar en el cuerpo, en la mente y en el espíritu, el sentido que la impulsa y que la atrae, y que en el Za-Zen no es otro que simple y crucial hecho de permitirla fluir por los poros del cuerpo, allí, en el abandono del eterno vaivén, en el sube y baja de la respiración en la posición sedente. Abandonarse ―palabra clave― como lo hace una botella que entre las olas bambolea…
El sentido de la respiración reside en la Confianza Básica del mismo respirar, captando en él el flujo del Ser, la dinámica sensación de la existencia en su proceso de despertar a la profundidad que late en ella. Se trata de dejarse habitar por el sentido oculto del Todo, que en la tensa deriva de la vida forcejea por cobrar su forma y hacerse cuerpo humano.
Respirar es un acto liberador que transciende el simple fenómeno fisiológico-mecánico, porque la respiración nos facilita el sentirnos habitados por el Todo, respirados por la Vida y transformados en y por ella; pero, sobre todo, liberados de la hipnosis de esa enfermedad llamada sentido común, esa frecuente pero tristísima patología llamada normalidad, cual es el sonambulismo social del Pensamiento Único. Para, de ese modo, sentirnos soberanos de nuestro propio caminar, allí en la honda quietud que se oculta tras cada uno de nuestros afanes.
Escuchar el cuerpo es escuchar el milagro de la Vida, la sensación de ser, el maravilloso regalo de la existencia que brota a cada instante. Eso es Za-Zen.
El Ser como cuerpo
El Ser es la Realidad Última, y la experiencia de esa Realidad, de esa Gran Conciencia, se manifiesta como energía; es más, ella misma es Energía. Imposible delimitarla en la palabra. Sin embargo, en tanto que energía, la experiencia del Ser (Sí Mismo… Dios) es vibrante, la experiencia del Ser se transmuta en forma, en materia, en cuerpo, con lo que el cuerpo puede ser exponente de la transparencia del Ser que lo habita. El cuerpo no es diferente a esa Energía que se afirma en el mundo de la experiencia, porque el cuerpo vibra con y a través de la experiencia de ese Dios envolvente, Gran Vacío que se metamorfosea por células y poros, hasta hacerlo transparente.
En el ejercicio del Zen, no sólo es la mente la que, ampliando su conciencia ordinaria, se transforma, sino que es el mismo cuerpo el que, merced a la vibrante Energía que lo sustenta, se hace transparente a esa transformación.
El Ser vibra, resuena en el cuerpo y sus sentidos son capaces de saborearlo. La Verdad se aparece en el cuerpo; la Verdad se hace apariencia; con lo que El Ser se manifiesta no sólo en el cuerpo sino como cuerpo. Cuerpo, mente, conciencia, Gran Conciencia: todo alcanza a la Unidad y es Unidad.
Saborear esa experiencia unificante es la sensación de Ser, la luz del despertar.
Demasiado fácil
Soplo, el Espíritu se hace meditación en su propio soplo; el es soplo, psychè.
En la meditación se hace presente el soplo, el soplo como Presencia. El aliento del Ser.
La respiración me traspasa los poros, fluye por mi cuerpo, y ello hasta tal punto que ya no soy yo quien respira, sino que llego a ser yo mismo el respirado.
El Espíritu, que es respiración, me respira. Esa es la Noticia, que pertenece a una de las definiciones del Za-Zen: Permanecer sentado esperando la Noticia.
Y la Noticia, la Buena Nueva, estaba ahí, hecha respiración, hecha latido, hecha cuerpo y hecha aliento. Más cerca imposible.
Más cerca imposible. Los llamados buscadores lo tienen ya más claro. Todo, el Todo, está ―más bien es― en la respiración.
La experiencia del Ser, posee la gran dificultad de ser demasiado fácil como para ser creíble.