Tal como dijimos en los anteriores artículos, ahora que todo el mundo habla del cambio climático hay que revisar la historia del clima en la Tierra a fin de entender mejor lo que ha sucedido y puede suceder, así como verlo todo desde una perspectiva más objetiva. Entre otras polémicas, hay una fuerte controversia entre quienes niegan la influencia humana en el previsible cambio climático en que estamos inmersos y los que defienden la intervención humana en el cambio climático, aunque difieran en el porcentaje de intervención humana en el clima. Lo que nadie puede discutir son los altos niveles de contaminación en el aire y los mares debido a la acción humana, como incendios, coches, aviones, cruceros, aerosoles, vertidos descontrolados, agricultura, ganadería, etc… En este articulo continuamos lo relatado en el anterior artículo sobre el clima durante el Cuaternario, y lo centramos especialmente desde mediados del siglo XIX hasta la actualidad, en lo que podríamos considerar en gran parte la Edad Contemporánea. También, en base a lo visto en los dos anteriores artículos y una parte de éste, intentaremos hacer una cierta predicción sobre lo que puede acontecer en el futuro en relación al clima, a partir de datos de tiempos pasados y actuales, aún sabiendo lo difícil que ello es y teniendo en cuenta que la ciencia no se pone de acuerdo sobre ello. A pesar de los posibles beneficios que el aumento moderado de las temperaturas y el incremento del CO2 podría reportar a la humanidad a corto plazo, como menos frío en invierno, una mayor temporada de crecimiento de la vegetación, que absorbe el CO2, más biomasa a escala global, etc., existe una amplia mayoría de opinión, expresada por organizaciones científicas, políticas, sociales y medios de comunicación, que piensa que serán mayores los perjuicios, por lo que prefieren que se haga algo para reducir las emisiones. Pero, por otro lado, podríamos estar en camino de un nuevo período frío alrededor del 2030, si nos guiamos por estudios que indican, entre otros factores, el debilitamiento de la corriente del Golfo, que influye en que las temperaturas en Europa sean bastante benignas, y en las posibilidades de un nuevo mínimo solar. Seguramente todavía hay demasiados intereses en juego con respecto al llamado cambio climático, que incluso se utiliza en temas geoestratégicos. Y, tal vez, se esté utilizando tecnología como el HAARP para manipular el clima, tal como algunos investigadores sugieren, aunque es difícil aportar pruebas. Pero debemos confiar en el futuro. Y si existen factores cósmicos o naturales, como supervolcanes, que alteran nuestro clima, actualmente poco podemos hacer para evitarlos. El fin de la Tierra, o tal vez de nuestra especie, llegará algún día, como pasó con los dinosaurios, pero no sabemos cómo ni cuándo, como tampoco lo sabemos a nivel individual.
La historia climática de la segunda mitad del siglo XIX no es especialmente remarcable, pero sí que supone el inicio de un nuevo proceso de calentamiento después de acabada la Pequeña Edad de Hielo, que había ocurrido entre el siglo XIV y mediados del siglo XIX. Ello implicaba que la segunda mitad del siglo XIX fuese un nuevo período con un claro ascenso de las temperaturas, como lo fue el Periodo Cálido Medieval, ocurrido hacía unos mil años. El hecho de que las temperaturas se hayan recuperado con respecto al frío anterior de la Pequeña Edad de Hielo, resulta positivo, por cuanto nos acerca a una temperatura ideal para un desarrollo más satisfactorio de la vida humana, tal como hemos podido ver a lo largo de la historia del clima. Desde finales del siglo XIX numerosos climatólogos han intentado averiguar cuáles son las condiciones ideales para vivir o cual es el umbral térmico en el que la mayoría de personas dice sentirse confortable. En ocasiones este valor ideal puede verse alterado por factores psicológicos, pero fisiológicamente nuestro cuerpo tiene unos mecanismos de termorregulación que se activan cuando hace demasiado frío o calor, y que, en cambio, no se ven alterados cuando nos encontramos en un equilibrio térmico. Este equilibrio térmico, no sólo depende de la temperatura, sino también de otras variables, como la humedad, el viento y la radiación solar, que cobran especial relevancia. Teniendo en cuenta todos estos factores podemos evaluar la sensación térmica que siente nuestro cuerpo, aunque la temperatura real del aire sea diferente. De todos es sabido que a una misma temperatura de, por ejemplo, 30 grados, la sensación de calor es mayor cuanta más alta sea la humedad. Sin embargo, cuando las temperaturas son bajas, la sensación de frío también aumenta si la humedad relativa del aire está en valores muy elevados. No obstante, cabe destacar que los valores extremos de humedad no son buenos para la salud. Mientras que valores inferiores al 20% pueden ocasionar problemas e infecciones en las vías respiratorias, humedades superiores al 80% tampoco son recomendables y permiten la proliferación de ácaros, hongos, bacterias y virus. Por otro lado, el viento siempre tiende a hacer descender la sensación térmica, aunque no en todos los casos, ya que con temperaturas superiores a 40 grados la sensación de calor aumenta cuanto más fuerte sople el viento. Una vez tenidos en cuenta todos estos diversos factores, a lo largo del siglo XX los diferentes climatólogos han elaborado diversas cartas bioclimáticas o de confort térmico. Las más aceptadas indican que con sensación térmica de entre 21 y 26 grados nuestro cuerpo estará en total armonía y equilibro con el entorno. Esto, por ejemplo, quiere decir, que un día con una temperatura real de 28 grados, pero con cielos nubosos, una humedad baja y bastante viento, será igual de confortable, térmicamente hablando, que otro día con 20 grados, humedad alta, mucho sol y viento en calma. Tomando en cuenta tan sólo estas variables, podemos concluir que con temperaturas entre los 21 y los 26 grados y humedades comprendidas entre el 30 y el 60 por ciento, en la mayoría de los casos nos sentiremos confortables.
Pero estos datos han de ser aceptados con reservas, puesto que el óptimo térmico depende de muchas circunstancias, aparte de las antes indicadas, como la ropa utilizada, la edad, etc. Y sabemos que la temperatura media de la Tierra, a comienzos del siglo XXI, es de 15,8 grados: lo que quiere decir que al aire libre y a la sombra es más fácil que en distintos lugares de la Tierra tengamos más bien frío que calor, lo que es curioso cuando hablamos de calentamiento. Evidentemente, según la región donde estemos y la estación en que nos encontremos, la temperatura media será diferente. Si ello es así, podemos pensar que un cierto proceso de calentamiento sería deseable para gran parte de los seres humanos. Pero lo que más alarma a bastantes científicos, de cara al futuro, es que la intervención humana, a la que se atribuye el proceso de calentamiento actual, se mantenga de forma indefinida hasta extremos que puedan resultar peligrosos y, tal vez, irreversibles. Pero el único punto que se menciona generalmente es el relativo a la elevación de las temperaturas. No obstante, en realidad, el clima está basado en manifestaciones meteorológicas como la nubosidad, las lluvias, los vientos, los temporales, los contrastes entre las estaciones. Todos ellos son fenómenos que condicionan nuestra vida, nuestros viajes, nuestras cosechas, etc. Tenemos la impresión de que los que se preocupan por el cambio climático solo consideran el fenómeno del calentamiento, como si el resto de los componentes del clima no les preocupase. En el primer artículo explicamos que, aproximadamente entre hace 8000 y 6000 años, lo que ahora es el desierto del Sahara se convirtió en una verde pradera en la que crecían árboles, corrían ríos, había grandes lagos de agua dulce, y lo poblaban animales de todas clases, así como seres humanos. En aquellos tiempos, los monzones, atraídos por las bajas presiones del verano, alcanzaban parte de África y descargaban sus lluvias en las regiones montañosas del centro del Sahara. Estas lluvias provocaron que surgiesen al menos tres ríos, dos de los cuales eran afluentes del Nilo, y el tercero desembocaba en el Mediterráneo. El lago Tchad, hoy salado y muy seco, era entonces tan extenso como toda la Península Ibérica, y en los ríos que desembocaban en él proliferaban moluscos de agua dulce. Había otras zonas cubiertas de agua en la región, donde hoy está la desolada ciudad de Tombuctú, en la República de Malí. Toda la mitad sur del Sahara y la vecina región del Sahel eran entonces una zona relativamente abundante en agua, en la que crecían árboles y matas de hierba fresca, y en la que vivían animales que se alimentaban de aquella vegetación. Había también animales como los cocodrilos e hipopótamos. Pero hace 5500 años la humedad comenzó a disminuir en el sur del Sahara y en otras regiones. De esta manera, hace 4000 años aquellas tierras eran casi tan desérticas como hoy. Sin embargo, las temperaturas eran tan cálidas como las de hoy día. Pero cuando había un régimen de lluvias era un vergel y cuando dejaron de llegar lluvias se convirtió en un desierto. Cuando se habla de la frecuencia de los ciclones tropicales, del fenómeno de El Niño o a las sequías del Sahel africano, se atribuyen normalmente a un único fenómeno, el «calentamiento global». Pero, ¿tienen razón los que se alarman ante este calentamiento?
Por lo que respecta a la evolución del clima hasta inicios del siglo XX, debemos decir que en aquel tiempo no se consideraba precisamente alarmante el ascenso de las temperaturas, ya que se venía de una larga época en que había predominado el frío. Tampoco había un suficiente nivel de información climática, por lo que la contaminación atmosférica, que ya era muy alta en algunas zonas de Europa y Norteamérica, no era motivo de preocupación. El siglo XIX se caracterizó, sobre todo en los países más adelantados, por el inicio de la Revolución Industrial, una revolución en el aspecto económico, social, así como en las formas de vida y convivencia, en las costumbres y en los movimientos políticos y sociales. La Revolución Industrial estuvo basada principalmente en el carbón y el hierro. Sin carbón y sin hierro no hubiera sido posible construir los ferrocarriles, que representaron la «nueva aurora de la humanidad», según decía Augusto Comte, filósofo francés, considerado el creador del positivismo y de la sociología. Al tiempo que se acababa la sociedad preindustrial y se construía una sociedad de clases dirigida por la burguesía, se desarrollaba un movimiento obrero, en nombre del cual se propusieron alternativas al capitalismo. Más profundas fueron las transformaciones políticas e ideológicas, como la revolución liberal, así como el auge de los nacionalismos y de los totalitarismos. También se asistió a importantes cambios geoestratégicos y a las más horribles guerras conocidas por la humanidad. La ciencia y la cultura entraron en un periodo de extraordinario desarrollo, mientras que el arte y la literatura contemporáneos, abiertos a un público y un mercado cada vez más amplios, se vieron sometidos al impacto de los nuevos medios de comunicación de masas, tanto los escritos como los audiovisuales, lo que provocó una verdadera crisis de identidad, que comenzó con el impresionismo y con las vanguardias intelectuales. La Edad Contemporánea representa un periodo en que triunfan y alcanzan todo su potencial de desarrollo las fuerzas económicas y sociales que durante la Edad Moderna se habían ido gestando lentamente, tales como el capitalismo y la burguesía; así como entidades políticas como la nación y el Estado. En el siglo XIX todos estos distintos elementos confluyeron para conformar la formación del estado liberal europeo clásico, surgido tras la crisis del Antiguo Régimen, que había sido socavado ideológicamente por el ataque intelectual de la Ilustración a todo lo que no se justificase mediante la razón, como los privilegios contrarios a la igualdad o la economía contraria a la libertad de mercado propugnada por Adam Smith, mediante la publicación de La riqueza de las naciones, en 1776.
Pero, a pesar de lo espectacular de las revoluciones y de lo inspirador de sus ideales de libertad, igualdad y fraternidad, junto con la idea de propiedad, el escritor italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa, autor de El gatopardo, ambientado en la Unificación italiana, definió el cinismo con el que los partidarios del Antiguo Régimen se amoldaron al triunfo inevitable de la revolución, usándolo en su propio beneficio, situación definida en una frase lapidaria del propio Lampedusa: “Que todo cambie para que todo siga igual“. El Nuevo Régimen fue regido por una clase dirigente de composición muy variada que, junto con la vieja aristocracia, incluyó por primera vez a la pujante burguesía responsable de la acumulación de capital. La burguesía, tras su acceso al poder, pasó de revolucionaria a conservadora, consciente de la precariedad de su situación en la cúspide de una pirámide cuya base era la gran masa de proletarios, que además estaba dividida por las fronteras de unos estados nacionales con sus propios mercados nacionales que, a su vez, controlaban un espacio exterior disponible para su expansión colonial. El resultado de la era del ferrocarril sería, en cierto modo, el inicio de la globalización. El barco de vapor y de hélice, capaz de surcar todos los mares con gran rapidez y seguridad, también ayudaron a la globalización. El acero, una aleación de hierro y carbono, pasó a resultar más fácil de obtener y resultó muy útil en la nueva época industrial y técnica. Vemos que el empleo de los combustibles fósiles para producir energía fue la base de la revolución industrial y tecnológica. Durante el siglo XIX lo fue con el carbón, mientras que en el siglo XX y lo que llevamos del siglo XXI lo ha sido con el petróleo y sus derivados. Por lo tanto, quemar combustibles fósiles para hacer funcionar máquinas ha sido símbolo de progreso y de civilización. Solo en tiempos relativamente recientes se ha convertido también en fuente de preocupaciones sobre nuestro porvenir, especialmente por sus repercusiones climáticas. Pero el empleo del carbón mineral se retrasó durante siglos ya que se suponía que los productos que crecían o se encontraban bajo tierra eran perjudiciales. Por ejemplo, la patata era considerada venenosa, aunque se supiera que los nativos americanos recurrían a ella para su alimentación. En Europa la patata apenas se usaba más que como planta decorativa, que se conservaba en macetas. Solo en el siglo XVII, y sobre todo en el XVIII, en años de hambre, empezó a utilizarse como alimento y se descubrió que aquel tubérculo era sano, sabroso y nutritivo. Fue, se dice, una consecuencia de los años difíciles de la Pequeña Edad de Hielo.
El carbón mineral era considerado también como nocivo y hasta diabólico. Solo en algunos sitios, como en Inglaterra, deforestada debido al aumento de población y la necesidad de transformar los bosques en cultivos, se comenzó a utilizar por necesidad el llamado carbón de piedra, que en la región de los Midlands, que es el nombre con el que se conoce el área de la actual Inglaterra y que aproximadamente se corresponde con el que ocupaba el Reino de Mercia en la temprana Edad Media, aparece a muy poca profundidad; y se descubrió con sorpresa que arde muy bien, produce más calor y rinde mucho más que el carbón de leña. Fue allí y en aquel tiempo cuando comenzó la Revolución Industrial y, con ella, una nueva edad en la historia humana. El carbón fue cada vez más utilizado por la industria, los ferrocarriles y los barcos. Los países ricos en carbón, tales el centro de Inglaterra, Bélgica, la cuenca del Ruhr, en Alemania, y Silesia, se convirtieron en las zonas más desarrolladas del mundo. Luego crecería Pittsburgh, entre Nueva York y Chicago, al pie de otras ricas minas de carbón, y comenzaría el proceso de industrialización de los Estados Unidos. Los altos hornos y las fábricas exhalaban enormes cantidades de humo negro, que entonces simbolizaban el progreso. Essen y Sheffield competían entre sí por ser la ciudad del mundo con más chimeneas humeantes. La industria, por apestosos que fueran sus humos, significaba empleo, progreso y riqueza. El mismo pintor inglés Joseph Mallord William Turner, el pintor de los crepusculares días del año sin verano. representó también en uno de sus más famosos cuadros el «Great Western», el tren arrastrado por la locomotora más poderosa del mundo, llenando el espacio con sus torrentes de humo. Nadie era entonces consciente de lo que hoy llamamos contaminación, o cuando menos no lo consideraba un problema. Pero nos podemos preguntar qué efectos causó la revolución industrial en el clima. Queda claro que la combustión del carbón incrementó la tasa de CO2 en el mundo. Muchas ciudades se contaminaron a causa de la liberación de grandes cantidades de humo que produjeron el ennegrecimiento de los edificios y contaminaron el ambiente. El dióxido de carbono liberado a la atmósfera, junto con otros gases industriales que no son favorables para la salud humana, contribuyeron a ensuciar los pulmones de la gente y a provocar enfermedades respiratorias, como la tuberculosis, una enfermedad causada por una bacteria que casi siempre afecta a los pulmones. Efectivamente, muchos artistas y escritores del romanticismo murieron de tuberculosis, entre ellos Schiller, Keats, Chopin, Weber, Anton Chejov, Washington Irving o Gustavo Adolfo Bécquer. La enfermedad existe desde hace muchos siglos y persistió después de que Robert Koch descubriera su bacilo. Pero nunca tanta gente, e incluso gente importante y no precisamente relacionada con los niveles más pobres de la sociedad, murió, casi siempre en años de juventud, debido a la tuberculosis.
La contaminación de los ambientes debido a la combustión del carbón, en una época en que éste era la base económica de Occidente, fue muy visible y muy poco criticada, afectando principalmente a los habitantes de los míseros suburbios y a los trabajadores de las factorías. De la combustión del carbón, o de la reacción del carbono con el oxígeno, altamente energética, surge el dióxido de carbono (CO2). El dióxido de carbono procede de cualquier tipo de combustión, incluyendo la respiración humana y de los animales. En efecto, se llama respiración al proceso mediante el cual los seres vivos intercambian gases con el medio externo. Consiste en la entrada de oxígeno al cuerpo de un ser vivo, humanos o animales, y la salida de dióxido de carbono del mismo. En cambio, las plantas absorben dióxido de carbono atmosférico (CO2) y elaboran azúcares y oxígeno durante la fotosíntesis. Pero la utilización masiva del carbón por el hombre para obtener energía mecánica se aceleró en el siglo XIX. Sin embargo, actualmente seguimos contaminando y lanzando a la atmósfera gases de efecto invernadero. Es más, en los siglos XX y XXI se ha quemado y aún se sigue quemando más carbón que durante el siglo XIX. Pero es realmente en el siglo XIX cuando comenzó a aumentar la tasa de CO2 presente en la atmósfera. El CO2 es uno de los gases de efecto invernadero, el más conocido de todos, por la difusión que se le ha dado, aunque se encuentre por debajo, en cuanto a sus efectos invernadero, de otros gases, como el vapor de agua, los aerosoles y el metano. Una pregunta que nos podemos hacer es si, durante la segunda mitad del siglo XIX, hay una relación directa entre la liberación a la atmósfera de una tasa creciente de CO2 y el aumento de las temperaturas en la Tierra. Parece claro que los gases provocados por la Revolución Industrial son altamente contaminantes y pudieron provocar un empeoramiento de la salud, sobre todo en las zonas urbanas de los países más desarrollados. También parece evidente que esos gases han causado un proceso de calentamiento. El hombre contaminó, de una forma u otra, como con la agricultura y la ganadería, por lo menos desde el neolítico, pero se incrementó a partir de la Revolución Industrial. Aunque tenemos que tener en cuenta que no siempre es lo mismo contaminación que calentamiento. Las latas de conserva, de envoltorios de plástico y de otros tipos de basura que encontramos en demasiados lugares, influyen en la contaminación de tierras, ríos y mares, pero no influyen en el clima.
Sin embargo, cuando entramos en la Revolución Industrial, la contaminación y el calentamiento parecen ser dos fenómenos relacionados entre sí. Pero lo que aún necesita más investigación es si el calentamiento también es inducido por otros factores distintos a los debidos a la acción humana. No obstante, no deja de ser curioso que durante el siglo XIX, una época tremendamente contaminante, la temperatura se elevase en solo unas décimas de grado como promedio, lo que no era considerado alarmante. Pero sí que fue el principio de una época de calentamiento que aún no ha terminado. Por testimonios termométricos sabemos que las temperaturas comenzaron a subir en Bélgica y Holanda alrededor del 1820 y sobre todo desde el año 1830. En Gran Bretaña, el proceso está registrado a partir de 1830, y en un proceso acelerado hasta el 1850. En Alemania no es evidente hasta el 1860. Pero, en general, el calentamiento se agudizó y generalizó durante la segunda mitad del XIX, mientras que en la primera mitad se advertían todavía los últimos efectos de la Pequeña Edad de Hielo. La década de 1850-1860 registró una subida suave de las temperaturas, mientras que la tendencia al calentamiento se aceleró durante el periodo 1860-1875, sin que todavía hubiesen mensajes alarmistas al respecto. Los datos reflejan un mantenimiento de las temperaturas entre 1875 y 1880, mientras que entre 1880 y 1895 se produjo un suave descenso, sin llegar al relativo frío de la primera mitad del siglo XIX. Esto parecería indicar un frenazo en el proceso de calentamiento debido, tal vez, a una ralentización de la revolución industrial, Pero no fue así, sino que en el último cuarto del siglo XIX hubo un progreso tecnológico sin precedentes y la industrialización se extendió a muchos países del mundo a los que hasta entonces no había llegado. Ello ya nos daría un cierto indicio de que el calentamiento causado por el ser humano no fue el único factor del proceso de elevación de las temperaturas. Algún factor distinto al ser humano debió contribuir al ligero enfriamiento. De todos modos, como ya hemos visto en los anteriores artículos, un proceso climático sufre frecuentes fluctuaciones u oscilaciones.
En el siglo XIX aparece un nuevo tipo de literatura de divulgación científica, con dos concepciones intelectuales de la época: el socialismo romántico y el positivismo. El socialismo romántico se basa en la ciencia y la industria como elementos necesarios para un porvenir de felicidad y armonía, acompañado de un mayor progreso material y moral. El positivismo implica una nueva visión del mundo y una nueva manera de actuar en las distintas áreas de la actividad humana, en que la razón se convierte en el único principio válido. En la literatura, las ideas positivistas de Auguste Comte influirían en la aparición de un nuevo tipo de novela, la novela “realista“, basada en su verosimilitud. Es en este siglo XIX cuando nace una verdadera necesidad de vulgarizar todos los conocimientos científicos. Los Viajes extraordinarios de Julio Verne nacen en aquel momento. La ciencia y la industria estaban en pleno auge, favorecidas en Francia por el ambiente creado por el emperador Napoleón III, que lo fue entre 1852 y 1870. La filosofía política de Napoleón III era una mezcla de romanticismo, de liberalismo autoritario y de socialismo utópico, aunque en los últimos años fue un defensor del tradicionalismo y del catolicismo. Fueron unos momentos en los que parecía cumplirse la profecía de una Nueva Edad de Oro que propugnaba el filósofo, economista y teórico social francés Henri de Saint-Simon. Si durante la Revolución francesa se realizaron los primeros intentos de implantar el socialismo, no sería hasta finalizado el periodo napoleónico que emergería de nuevo. Nacería con toda la fuerza del romanticismo. Cuando las conciencias europeas sintieron decaer su orden social, surgieron los nombres de Saint-Simon, Owen, o Fourier, que creían poder proporcionar esperanzas y proyectos futuros a la sociedad. Se trataba de sistemas socialistas basados en la completa realización del hombre, en el desarrollo de sus capacidades y en colmar sus necesidades físicas, morales e intelectuales. Charles Fourier es otra de las figuras destacadas dentro del movimiento socialista romántico. Sus ideas eran más radicales, más elaboradas y más fantasiosas que las de Saint-Simon. La sociedad que propugnaba tenía como objetivo la satisfacción de todos los placeres y necesidades humanas. Era una crítica completa a la sociedad de la época. La diferencia más notable que le separaba de Saint-Simon es que mientras que éste intentaba cambiar la naturaleza humana, Fourier. por el contrario, tomaba al hombre tal como era, un ser lleno de pasiones y deseos. Es decir, que mientras que Saint-Simon trabajaba con grandes grupos, Fourier lo hacía con individuos, con su gran diversidad de caracteres.
Ambos conceden importancia al trabajo, actividad con la cual el hombre se identifica y auto realiza. El trabajo deja de ser una actividad esclavizadora para convertirse en una actividad necesaria, en la que el hombre se integra plenamente en la sociedad. La revolución de 1830, en que las barricadas de París llevan al trono a Luis Felipe de Orleans, se extiende por todo el continente europeo, con la independencia de Bélgica y los movimientos en Alemania, Italia y Polonia. En Inglaterra, en cambio, se opta por la estrategia reformista, que consiguió aumentar lentamente la representatividad del sistema político, aunque el sufragio universal tuvo que esperar hasta el siglo XX. La era revolucionaria se cerrará con la revolución de 1848, que fue la más generalizada por todo el continente, iniciada también en París y difundida por Italia y toda Europa Central, e inicialmente la más exitosa, ya que en pocos meses cayeron la mayor parte de los gobiernos afectados. Pero, en realidad, estos movimientos revolucionarios no condujeron a la formación de regímenes que lograran suficiente continuidad, y en la totalidad de los casos la situación política se recondujo nuevamente hacia la moderación. En el caso de Francia, una insurrección logró derrocar a la monarquía reinante, dando paso a la Segunda República, que duraría hasta el golpe de estado de 1851, del que se instauraría el Segundo Imperio con Napoleón III (1852-1870); mientras que en Italia, después del estallido de la Primera Guerra de la Independencia Italiana, dio paso al comienzo de la unificación del país, que no culminaría hasta 1870. En cambio, en Alemania la revolución duró hasta 1849 y, pese a su fracaso parcial, fue el precedente directo de la eventual disolución de Confederación Germánica, en 1866, del que surgió el debate sobre el proceso de unificación alemana. Las fuerzas históricas cambian de tendencia y la burguesía pasa de revolucionaria a conservadora, mientras el movimiento obrero comienza a organizarse; aunque los que movilizan a las poblaciones serán los movimientos nacionalistas. Fuera del mundo occidental, tenemos la Era Meiji, en Japón (1868), la fallida Rebelión de los cipayos en India (1857), los Jóvenes Otomanos y Jóvenes Turcos en el Imperio otomano (1871 y 1908). Rebeliones como la de Taiping (1850) y de los bóxers (1900-1901) mostraron el descontento social que más tarde desencadenó el levantamiento de Wuchang en 1911, que abolió el Imperio chino. Por otro lado, distintas iniciativas de reforma del Imperio ruso y otras llevaron hasta la Primera Guerra Mundial.
Volviendo al clima, el proceso de calentamiento iniciado hacia 1850 no fue un episodio aislado. Los cinco últimos años del siglo XIX son de un ascenso continuo y rápido de las temperaturas, de tal manera que el año 1900, el último del siglo, fue el más caluroso del siglo XIX. Pero la década de 1880 y la primera mitad de la década de 1890 fueron más bien fríos, sin que la media dejase de ser superior a la del periodo de 1800 a 1850. Con todo, hubo algunos inviernos claramente fríos, especialmente en Europa. Todavía en los años 1894-1895 se observaron témpanos de hielo en el río Támesis, que dificultaron la navegación. Pero desde entonces el río Támesis no ha vuelto a helarse. También en Escandinavia y Alemania se produjeron significativas heladas. Mientras en las costa del sur de España los termómetros descendieron hasta 0ºC, un valor excepcional en aquella zona, en Washington se alcanzó una temperatura mínima de −26ºC., también un hecho anormal. Pero todo indica que este frío temporal se limitó al hemisferio norte. Lo que sí sucedió es que, al mismo tiempo, en el hemisferio sur sufrieron una sequía de tres años, de 1877 a 1879, provocada por El Niño, que agravó una crisis económica de alcance global. Cuando unos pescadores de las costas del norte de Perú se percataron de la temperatura inusualmente cálida de las aguas del océano Pacífico en diciembre, nombraron a aquel fenómeno El Niño, en memoria de la época navideña. Con este nombre se sigue conociendo este fenómeno en América del Sur, que puede tener efectos sobre otras partes del mundo. Otro fenómeno es La Niña, que es el fenómeno opuesto al El Niño. Se considera que ambos fenómenos, de El Niño y La Niña, forman parte de la Oscilación del Sur de El Niño (ENSO), que representan al conjunto de cambios en los patrones de temperatura de viento y mar que provocan temperaturas superficiales del océano Pacífico anormalmente frías o cálidas, durante períodos largos que abarcan desde unos pocos meses hasta poco más de un año. De acuerdo con la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), los episodios del Niño y la Niña ocurren cada 3 a 5 años, pero con variaciones. La superficie de los océanos se enfría y se calienta de acuerdo con la fuerza de los vientos alisios, que son aquellos vientos superficiales que soplan entre los trópicos, desde el noreste hacia el suroeste en el hemisferio norte, y desde el sureste hacia el noroeste en el hemisferio sur, permitiendo que el Pacífico central se mantenga relativamente fresco. Es la temperatura del océano la que establece el clima, los patrones de lluvia y los patrones de viento que afectan a la Tierra. Mientras menos cantidad de agua se evapora, menos lluvia cae.
El Niño es el resultado de vientos alisios más débiles de lo que suelen ser. Entonces, el agua cálida se acumula a lo largo de las zonas ecuatoriales y se mueve hacia el este, justo en la zona oriental del océano Pacífico, cercana a la costa de Perú. Como la superficie del agua es más caliente de lo normal, la atmósfera también se calienta, hecho que ocasiona que el aire húmedo se eleve, forme nubes y se produzcan tormentas. La Niña es todo lo contrario. Dado que los vientos alisios se fortalecen, el agua fría se acumula en la región ecuatorial del Pacífico oriental, cerca de la costa peruana. En consecuencia, la atmósfera se enfría por el contacto con las frías aguas superficiales del océano y, a causa del frío, el agua no se evapora y el aire no se eleva, así que el nivel de lluvias y tormentas disminuye de forma anómala. De acuerdo con la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), los episodios de El Niño y La Niña ocurren cada 3 a 5 años, pero este período puede variar. El ciclo de Oscilación del Sur de El Niño (ENSO) puede producirse cada 3 a 7 años, según el Observatorio de la Tierra de la NASA, y no es raro que después de El Niño ocurra La Niña. Las características de El Niño son que los vientos alisios se debilitan; la temperatura superficial del océano se eleva; se presenta mayor nubosidad; se produce abundancia de precipitaciones; ocurre a intervalos de 3 a 7 años, con una duración de 9 meses a 2 años. Los efectos de El Niño son que, en general, las condiciones climáticas del Pacífico se modifican, pero Sudamérica recibe los efectos de manera más directa. En Perú y Ecuador se experimenta un clima muy cálido y húmedo de abril a octubre, y las lluvias frecuentes pueden ocasionar graves inundaciones. En las costas sudamericanas disminuye el nivel de nutrientes, pues el agua fría es más rica en estos, por lo que muchos peces pueden morir. Esta disminución de especies daña la industria pesquera. En invierno, el noroeste del Pacífico, en Estados Unidos, recibe menos precipitaciones, mientras que el sur de California y la costa del Golfo del mismo país reciben más lluvias y tormentas. Mientras tanto, Australia, el sur de África y Brasil experimentan sequías. En México y el sureste de Estados Unidos se producen menos lluvias, mientras se elevan las probabilidades de tifones en el océano Pacífico. En el océano Atlántico se forman menos huracanes. Por otro lado, las características de La Niña son que los vientos alisios se fortalecen; la temperatura del océano es inusualmente fría; se percibe una escasez de precipitaciones; puede ocurrir cada 3 a 5 años en promedio, pero según los registros históricos el intervalo entre cada evento varía de 2 a 7 años; sus condiciones duran entre 9 y 12 meses, pero los episodios pueden durar hasta 2 años; asimismo, se produce con menos frecuencia que El Niño. Los efectos de La Niña son que, en invierno, las temperaturas son más cálidas en el sureste y más frías en el noreste; Australia e Indonesia experimentan más humedad en el ambiente; el centro-este del Pacífico ecuatorial percibe períodos de temperaturas de la superficie del mar por debajo del promedio; entre diciembre y febrero, la zona norte de Brasil es más húmeda de lo normal; en el centro de los Andes aumentan las lluvias, lo que ocasiona fuertes inundaciones.
Un hecho remarcable es la depresión de 1873, que marca el fin del período de supremacía económica británica y del liberalismo, así como de la expansión basada en el algodón, el carbón, la siderurgia y el ferrocarril. La “fábrica del mundo” parecía agotarse y otros países tomaban el relevo. La industrialización tuvo una faceta internacional de integración de mercados y división internacional del trabajo. El gran momento del librecambio, entre las décadas de 1850 a 1870, fue efímero, pero dejo una profunda huella en las economías y en las mentes de los europeos. La depresión de 1873 fue resultado de una profunda crisis industrial y también agraria. Agotado el empuje del algodón, el vapor y el ferrocarril, eran muchos los países que en Europa y fuera de ella se habían incorporado a la nueva economía industrial. La producción había crecido tanto que hubo situaciones de exceso de oferta. La agricultura europea sufrió en muchos países la competencia de otros productos, como los cereales y la lana, más baratos ya que llegaban desde América a bordo de transportes cada vez más baratos. La difusión de las doctrinas librecambistas habían permitido, junto con el mecanismo del patrón oro, un crecimiento sin precedentes del comercio internacional. Pero la especialización internacional, que hasta entonces era vista como algo positivo, amenazaba con arruinar a los agricultores e industriales. Para muchos países la respuesta fue el proteccionismo y unas políticas autárquicas, que buscaban el autoabastecimiento industrial del país, mediante la sustitución de importaciones por industrias nacionales fuertemente protegidas mediante aranceles elevados. Pero estas políticas primaban industrias poco competitivas. No obstante, se mostraron eficaces para defender los intereses de los sectores industriales nacionales que no podían competir en un mercado internacional. El descubrimiento y utilización de nuevas fuentes de energía, como la electricidad y el petróleo, así como de nuevas tecnologías, como los motores eléctricos o la radio, junto a la expansión de nuevos sectores industriales, como la química y la electricidad, y de nuevas formas de organización de la industria, permitieron a algunos países salir de la crisis en mejores condiciones que otros países. El imperialismo, representado por la expansión económica y militar de Europa en otros continentes, será otra de las vías para tratar de superar la crisis. En todo caso, cuando la gran depresión comenzó a remitir hacia la década de 1890, la economía mundial había cambiado sustancialmente.
A causa del fenómeno de El Niño de 1877 a 1879, en el norte de Perú, especialmente en la zona de Piura, en Ecuador y parte de las montañas de Bolivia, se produjeron fuertes chubascos y varias inundaciones. También fueron abundantes las lluvias en el norte de Chile. El desastre se produjo allí donde retrocedió la «piscina caliente» del Pacífico, es decir, en Indonesia, Filipinas, la India y sur de China. La piscina de agua caliente del Indo-Pacífico, la mayor región cálida superficial del mar en todo el mundo, parece que crece sobre todo debido a los gases de efecto invernadero. La piscina de agua caliente del Indo-Pacífico, que tiene las mayores precipitaciones y es fundamental para la circulación atmosférica global y el ciclo hidrológico, ha registrado un calentamiento y un crecimiento sustancial durante el siglo XX y también las mayores tasas de aumento del nivel del mar en el mundo. Fue, afirmó el antropólogo Brian Murray Fagan, «el episodio El Niño más fuerte de los trescientos últimos años». En la India apenas descargó el monzón durante tres años consecutivos, ante la angustia de los naturales, que vieron fracasar tres cosechas seguidas. Murieron millones de personas, sobre todo a causa del hambre, aunque es imposible conocer la cifra exacta. Solo en la región de Madrás, en India, perecieron, según determinados informes, millón y medio de seres humanos. Los más ricos tampoco salieron bien librados y muchos tuvieron que vender sus joyas para procurarse alimentos. Las autoridades inglesas, que todavía gobernaban la India, declararon que «remediar el desastre está fuera de nuestras posibilidades», y aunque no faltaron ayudas, resultaron del todo insuficientes. Familias enteras murieron víctimas del hambre, y muchos otros millones quedaron debilitados. Y entonces vino la segunda parte de la tragedia. Al hambre y la debilidad siguió una peste, esta vez de cólera, una enfermedad infecto-contagiosa intestinal aguda, provocada por la bacteria Vibrio cholerae. Parecía que se volvía a los peores años de la Pequeña Edad de Hielo. Mientras tanto, en China el desastre humano no fue menor. Las lluvias no llegaron y gran parte del norte del país se vio invadido por tormentas de polvo seco y amarillo, procedente del desierto, que producía problemas respiratorios a la gente y dañaba la tierra. En la región de Shanxi, ubicada al este de la región Norte de China, murió un tercio de la población. Millones de chinos trataban de emigrar hacia el sur, de un clima generalmente más húmedo. La región de Shanghai recibió cientos de miles de inmigrantes, mientras otros muchos se quedaron en el camino. Mucha gente incluso se alimentaban de las cortezas de los árboles. Por todas estas razones se generalizó el bandidaje. Las autoridades de aquel imperio en decadencia apenas pudieron hacer nada. Se habla de que incluso se produjeron episodios de canibalismo, aunque no existen pruebas concretas.
El invierno de 1877-78 fue de una gran crudeza, con un frío que incrementó la hambruna generalizada. No parecería lógica una tragedia de estas dimensiones a fines del siglo XIX, ya que se supone que las sociedades estaban mucho más avanzadas. Pero la civilización moderna y tecnológica todavía no alcanzaba a algunas partes del mundo que actualmente consideramos como avanzadas, aparte de no disponer de medios de ayuda internacional. Esta tragedia nos recuerda la trascendencia que pueden tener los fenómenos climáticos. Otras partes de Asia del sudeste, incluida Filipinas, donde se perdió la cosecha de arroz, también sufrieron las consecuencias de la falta del monzón. Pero la tragedia también alcanzó a otras partes del mundo, como acostumbra a suceder en los episodios de El Niño. Sin embargo, en Indonesia la sequía no implicó frío, como en China, sino que se mantuvieron las temperaturas propias de las regiones ecuatoriales, con mucho sol y escasez de lluvias. Como consecuencia, de la sequía se registraron grandes incendios de bosques, que fueron registrados por el naturalista británico Henry Forbes. Mientras caían grandes lluvias en California y en Chile, el nordeste de Brasil, en la región que los brasileños llaman Sertâo, una de las cuatro subregiones de la Región Nordeste de Brasil, se sufrió una tremenda sequía. Toda esta zona del Brasil está influenciada en gran manera por El Niño y los monzones, lo mismo que el África ecuatorial. Las informaciones de aquella época hablan de que murieron unas 500.000 personas, en su mayoría agricultores que perdieron sus cosechas. Otras informaciones cuentan que murió un tercio de la población de Fortaleza, una de las tres ciudades más importantes de la región Nordeste de Brasil. Se organizaron expediciones de ayuda, que no siempre llegaron a su destino porque los caballos morían de hambre por el camino, mientras que los que pudieron, emigraron. En efecto, lo que podría ser el mayor El Niño jamás registrado pudo haber causado sequías récord que ayudaron a desencadenar hambrunas desastrosas, probablemente matando a más de 50 millones de personas en todo el mundo, según un nuevo estudio. Además, un fenómeno de El Niño tan extremo podría repetirse en el futuro, agregaron los científicos. De 1876 a 1878 las sequías fueron seguidas por hambrunas en Asia, África y América del Sur que en total mataron hasta el 3% de la población mundial. “No se ha producido un desastre ambiental más mortal desde entonces“, dijo el climatólogo Deepti Singh de la Universidad de Columbia, en Nueva York. Las muertes en India por esta hambruna global llevaron a la enfermera, escritora y estadística británica Florence Nightingale a decir en 1877: “Cuanto más se escucha sobre esta hambruna, más se siente que es un registro tan horrible de sufrimiento y destrucción humana que el mundo nunca ha visto antes“.
Deepti Singh tuvo referencias sobre esta hambruna mundial a partir de un análisis de registros históricos realizado por el historiador Mike Davis, en la Universidad de California, quien sugirió que El Niño jugó un papel en este drama. Para arrojar luz sobre estas hambrunas, Singh y sus colegas analizaron cuatro “atlas de sequía” basados en siglos de datos encontrados en anillos de árboles de todo el mundo. Los troncos de los árboles se dividen en anillos, cada uno de los cuales representa el crecimiento de un árbol en un año determinado y sirve como un registro de las condiciones ambientales experimentadas en ese año. Los anillos más anchos representan más lluvia y más crecimiento, y los anillos más estrechos, menos lluvia y menos crecimiento. Además, los científicos investigaron los niveles de lluvia mensuales globales utilizando la red de climatología histórica global, que archiva datos de más de 20.000 estaciones en todo el planeta, con algunos registros que datan de más de 175 años. También analizaron las estimaciones de las temperaturas globales de la superficie del mar desde aquella época, que se reconstruyeron a partir de datos recopilados por tripulaciones de buques de carga y otras fuentes, según dijo Singh. Los investigadores descubrieron que la hambruna mundial estaba relacionada con el fenómeno El Niño más intenso y persistente descubierto hasta ahora. Según Singh: “Su duración total puede haber sido de 16 a 18 meses“, unos dos a tres meses más que los eventos anteriores de El Niño. Parece que El Niño condujo a sequías extremas, algunas de las cuales involucraron lluvias récord en diversas áreas durante varias estaciones. Asia, una de las regiones más afectadas, experimentó la sequía más intensa de los últimos 800 años. “Hallazgos como este realmente pueden mostrar el impacto de los eventos climáticos en la vida humana“, dijo Catherine Pomposi, científica climática de la Universidad de California, Santa Bárbara, que no participó en esta investigación y que añadió: “Lo bueno de este estudio es que analizó múltiples canales de datos, lo que nos proporciona un poco más de confianza en sus hallazgos“. Singh señaló que el clima no era la única causa de las hambrunas: “Uno puede lidiar con las sequías sin causar hambrunas; los factores políticos y económicos ayudaron a traducir las malas cosechas en hambrunas, pero diríamos que la sequía provocó la hambruna“. Los científicos también descubrieron que los océanos Índico y Atlántico Norte tenían temperaturas récord durante este tiempo. Sigue siendo incierto si fue solo una coincidencia que situaciones récord ocurrieran simultáneamente en los océanos Atlántico, Pacífico e Índico. Según Singh: “Varios estudios anteriores han relacionado el comportamiento de los océanos Índico y Atlántico con El Niño, pero no es un vínculo del 100 por ciento. Podrían estar relacionados, pero no podemos probarlo“.
Singh advirtió que este récord de El Niño surgió de condiciones naturales “que podrían ocurrir en cualquier momento en el futuro. La investigación futura buscará predecir tales eventos para evitar catástrofes similares e investigar si las sequías serán potencialmente más severas debido a los climas más cálidos“. Un periodista llamado Herbert Smith, que viajó a la zona catastrófica, cuenta que «pasaban aquellos fugitivos, hombres, mujeres y niños, sin llevar nada consigo, medio desnudos, cadavéricos, debilitados por el hambre». Australia también fue víctima de la sequía, que causó la muerte de millares de ovejas. No fue mejor la suerte de África central, que normalmente se beneficia de un régimen de lluvias estacional monzónico. Pero estas lluvias también escasearon. Una de las zonas que más padeció fue la de África del Sur, más influenciable por el fenómeno El Niño que otras zonas. No se registraron muertes humanas entre la población neerlandesa y británica de lo que hoy es la República Sudafricana, pero sí una gran mortandad entre el ganado vacuno y lanar. Sudáfrica, que se había beneficiado por las minas de oro de Orange y de diamantes en Kimberley, padeció una dura crisis. En cambio, los nativos zulúes padecieron una gran hambruna, acompañada de una fuerte epidemia de la enfermedad del sueño provocada por la mosca tse-tsé. También Egipto se vio afectado. Aunque allí no se registró una sequía anormal, ya que la sequía es endémica, disminuyeron fuertemente las crecidas del Nilo durante los años 1877-78, por lo que se perdió la cosecha del algodón egipcio. En resumen, durante aquellos años el mundo entero sufrió el fenómeno de El Niño, lo que provocó la escasez de materias primas y dio lugar a una crisis económica mundial. No se conoce un fenómeno anterior de El Niño que influyese tanto en el mundo entero. Como si los dioses no tuviesen suficiente, después de esta etapa de frío y sequía estalló un volcán, que con sus nubes de polvo y gases provocaron un nuevo descenso de las temperaturas. Lo normal es que primero se produzca la erupción volcánica y luego la época fría, pero en este caso la erupción fue posterior. !Curioso! En este caso el frío se registró durante los años 1878-1880 en varias partes del mundo, como atestiguan tanto los registros termométricos, como las noticias de heladas. Entonces el volcán Krakatoa estalló en 1883, y provocó un nuevo descenso térmico, que duró casi diez años. Pero la historia del Krakatoa nos indica que antes ya entró en erupción varias veces, entre ellas el año 416, coincidiendo con la entrada de los pueblos germánicos en el imperio romano. También el año 535, en que provocó un enfriamiento sin precedentes del que ya hemos hablado en un artículo anterior, y también en el 1661, en plena «Pequeña Edad de Hielo». El Krakatoa está ubicado en una isla del estrecho de la Sonda, entre Java y Sumatra, en una de las zonas más inestables de la Tierra. Cuando tras 200 años de estar inactivo, comenzó una nueva erupción en marzo de 1883, ni los naturales ni los colonos holandeses se alarmaron.
En Indonesia hay nada menos que unos 150 volcanes y es normal que alguno de ellos se encuentre activo en algún momento. En mayo de 1883 se empezó a ver una columna de humo y comenzaron a sacudir a la isla diversos temblores. El 20 de mayo se produjo la primera explosión, que lanzó a la atmósfera gran cantidad de piedras ardientes. Fue entonces cuando se generalizó la alarma entre la población. La situación se fue agravando progresivamente, hasta que en agosto llegó a su máximo. Muchos habitantes de la isla huyeron en todas las embarcaciones disponibles, pero quedaron unos 4.000 que perecieron. El 26 de agosto las explosiones alcanzaron su máximo, llegando a sembrar el pánico en las islas vecinas. Y el 27 de agosto, a las diez de la mañana, explotó la isla entera, que fue lanzada a los aires, como en otra época había pasado en la isla griega de Santorini. La nube de polvo oscureció el día, y en lo que hoy es Yakarta la temperatura descendió de 27 a 18 grados. El Krakatoa se convirtió en uno de los volcanes más destructivos de la historia. Con sus explosiones originó tsunamis gigantescos que arrasaron las costas de Java y Sumatra. “¡Una espesa niebla nos ha envuelto toda la noche! ¡Ni una estrella en el cielo! ¡Y esta terrible noche que ha durado 18 horas!“, escribía Rudolf Adriaan Van Sandick en la mañana del 26 de agosto de 1883 a bordo del Gouverneur-Generaal Loudon, un vapor fondeado en la bahía de Lampung, en el estrecho de Sunda, entre Java y Sumatra. Poco se imaginaba este ingeniero de puentes y caminos holandés que estas impresiones que recogía en su cuaderno eran el preludio de una de las mayores catástrofes naturales de la era moderna, según relató después en su libro En el reino del volcán. Van Sandick fue uno de los pocos supervivientes del cataclismo que provocó la erupción del volcán Krakatoa, considerado uno de los más destructivos de la historia. Su estallido desató una de las explosiones más violentas que la humanidad haya visto jamás, con una potencia 10.000 veces superior a la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima. Fueron algo más de 24 horas que los habitantes de las costas del estrecho de Sunda vivieron un auténtico infierno, desde que el Krakatoa entró en erupción a las 13.00 horas del 26 de agosto, hasta la tarde del día siguiente. Provocó gigantescos tsunamis que causaron 36.417 muertos y arrasaron 295 ciudades. La hecatombe se inició con una fuerte explosión, que se oyó a 600 kilómetros de distancia y lanzó lava, piedras y ceniza a 21 km de altura. Una hora después, el estrecho de Sunda estaba sumido en la oscuridad más absoluta, con una lluvia de materias incandescentes que se abatió sobre los barcos que estaban fondeados, mientras que un primer tsunami golpeó las costas de Sumatra y Java. Las explosiones siguieron toda la noche, llegándose a oír en Singapur, a 900 kilómetros. Pero lo peor aún estaba por llegar.
A primera hora del día siguiente, entre las 5.30 y las 8.20 horas, tres violentas explosiones, que se oyeron en Sri Lanka, Manila, y Perth, según el informe del ingeniero holandés Rogier Verbeek, marcaron el inicio de una jornada dantesca. Los estallidos del volcán fueron seguidos por varios tsunamis que, con olas de casi 40 metros de altura, se abatieron sobre las ciudades de Ketimbang, Tjiringin y Telok Betong, en Sumatra, y Anyer y Merak, en Java, arrasándolo todo a su paso.“A Anyer, 27 de agosto, seis de la mañana, la mayoría de habitantes están aún en la cama, una masa de agua negra, enorme, llega con gran estruendo e inunda la ciudad. Después se retira, arrastra al mar a hombres, mujeres y niños. Todo está de nuevo en calma y silencio, se ven cuerpos destrozados y restos de barcos, puentes y árboles. No es más que el principio. Las personas que se han salvado, casi todas ellas heridas, recuperan el aliento. Llega una segunda ola, tiene una altura de unos 35 metros y a su paso arrastra a todos los que habían resistido el primer choque. ¡Anyer ya no existe!”, escribió Van Sandick, que sobrevivió a esos tsunamis gracias a la pericia del capitán de su barco. Y es que al ver el muro de agua que se avecinaba, el capitán Lindeman logró virar su barco para encarar la ola, remontarla y situarse en su cresta. Desde allí, la tripulación y los pasajeros vieron cómo el agua arrasaba la ciudad. La explosión durante la erupción se considera el ruido más potente jamás oído. La violencia del Krakatoa, sin embargo, aún no había llegado a su apogeo. Lo alcanzó a las 10 de la mañana con una cuarta explosión. La más potente. Su estruendo se oyó, cuatro horas después, en la isla Rodrigues (Mauricio), a 4.800 kilómetros. Los expertos la consideran como la explosión más potente jamás oída por el ser humano. Una erupción que lanzó nubes de lava, piedras y ceniza a una altura de 80 kilómetros y que precedió a más tsunamis, que volvieron golpear las costas ya devastadas de Java y Sumatra, penetrando hasta 10 kilómetros y destruyéndolo todo a su paso. Al día siguiente, 28 de agosto, la violencia del Krakatoa cesó, pero la demostración de su poder destructivo era sobrecogedora. El volcán, en sí mismo, desapareció, al igual que el 70% de la superficie de la isla en que se hallaba, como resultado de las explosiones. La región se sumió en la oscuridad más de dos días, y fue tal la cantidad de escombros volcánicos que arrojó a la atmósfera que la temperatura del planeta cayó 1,2 grados centígrados al año siguiente. Sus cenizas cubrieron una superficie de 827.000 kilómetros cuadrados. “Es más que la extensión de Francia, Alemania, Austria, Dinamarca, Islandia, Holanda y Bélgica juntas”, escribió Van Sandick. Se estima que provocó la muerte de 36.417 personas, de las que 35.000 fallecieron como consecuencia de los tsunamis, y 295 ciudades quedaron destruidas.
Desde aquel cataclismo han transcurrido 137 años, pero los vulcanólogos no descartan que el Krakatoa protagonice una nueva catástrofe en el futuro. Desapareció en 1883, pero en 1930 volvió a emerger. La nueva isla fue bautizada con el nombre de Hijo de Krakatoa y desde entonces lo que emergió mantiene una actividad constante y no ha parado de crecer, hasta superar los 300 metros de altura. Por todo ello, algunos climatólogos siguen recordando que aquella catástrofe volcánica fue la mayor de los tiempos históricos, aunque parece que no llegó a alcanzar la magnitud del volcán de la isla griega de Santorini, entre el 1639 y el 1616 a. C., por medio de la datación por radiocarbono, y el volcán Tambora, ubicado en la parte norte de la isla de Sumbawa, Indonesia, que ocurrió en 1815. Con respecto a la erupción del Krakatoa, en Europa el cielo adquirió un tono terroso, con anocheceres rojizos. Los alemanes vieron el Sol de color azul, mientras que los ingleses lo vieron de color verde, y el fenómeno de la Luna azul duró dos o tres años. Para que haya una Luna verdaderamente azul, generalmente es necesario que se produzca una erupción volcánica. En el año 1883, por ejemplo, la gente vio lunas azules prácticamente todas las noches después de que explotó el volcán indonesio Krakatoa. Columnas de cenizas se elevaron hasta los límites mismos de la atmósfera terrestre. ¡Y la Luna se volvió azul! La razón fueron las cenizas del volcán Krakatoa. Algunas de las nubes de cenizas estaban llenas de partículas de una micra de diámetro, aproximadamente el tamaño de la longitud de onda de la luz roja. Las partículas de este tamaño especial dispersan fuertemente la luz roja y permiten que pase la luz azul. En consecuencia, las nubes del volcán Krakatoa actuaron como un filtro azul. La temperatura global descendió entre 1,2º y 1,5º C, según las versiones. La atmósfera no quedó limpia hasta 1885, aunque la temperatura se mantuvo relativamente baja hasta la década de 1890. La catástrofe del Krakatoa también fue plasmada en la literatura y el arte. El vulcanólogo John Davidson, del Instituto de Ciencias de la Tierra de la universidad de Durham, ha declarado que una nueva explosión del Krakatoa, que podría ser mayor que la de 1883, es inevitable, pero es imposible predecir cuándo va a ocurrir. Todo parece indicar que el relativo frío que se sintió en todo el mundo hasta aproximadamente 1894 estuviera agravado por las nubes estratosféricas del Krakatoa. Pero como si el calentamiento tuviera ganas de desquitarse de aquella terrible interrupción, la pendiente de ascenso térmico fue más fuerte que nunca entre 1895 y 1900, que sería la época más cálida del siglo XIX.
La Mer de Glace (Mar de Hielo) es un glaciar que se encuentra en las laderas norte del macizo del Mont Blanc, en los Alpes franceses. Con 7 kilómetros de largo y 200 metros de profundidad, es el glaciar más largo de Francia. En los siglos XVIII y XIX el glaciar descendió hasta el fondo del valle, alcanzando la aldea de Les Bois, por lo que era conocido como glaciar des Bois. En aquella época el río Arveyron surgía desde el glaciar bajo una bóveda parecida a una gruta y atrajo a pintores y fotógrafos más tarde, por ejemplo el famoso pintor paisajista inglés Joseph Mallord William Turner, con su cuadro “The Source of the Arveyron“, pintado el 1816. La posición de su extremo delantero ha fluctuado a lo largo de los años, pero su máxima extensión fue a mediados del siglo XIX. Actualmente solo un tercio del cauce lleva hielo; el resto se ha derretido y secado. En el siglo XIX, la Mer de Glace llegaba hasta el valle de Chamonix, mientras que en el siglo XVIII desembocaba en el rio Arve, y hasta en ocasiones el hielo obligaba a evacuar aldeas y abandonar pastos. Ahora la Mer de Glace produce una cierta desilusión, ya que parece estar a punto de extinguirse. Todo ello se imputa a lo que actualmente se llama «calentamiento global». Esta expresión de «calentamiento global» aparece por primera vez en un trabajo del geofísico estadounidense Wallace Smith Broecker, publicado en 1975 en la revista Science, cuando todavía se hablaba de la inminencia de una quinta glaciación. De hecho no empezó a hablarse de calentamiento global hasta 1988, en que cada vez más aumentó la preocupación por este fenómeno. Desde 1880 hasta el año 2010, 130 años, según el equipo de evaluación térmica GISTEMP, del Instituto de Investigación Goddard de la NASA, la temperatura se ha elevado 0,88 grados, lo que podemos considerar poco alarmante si miramos la historia del clima, e incluso que beneficia a más gente de la que perjudica. Pero el miedo viene de considerar que si este calentamiento es producido por las actividades humanas, podría ser irreversible y comprometer nuestra civilización si no podemos controlarlo a tiempo. Si contemplamos la historia del clima en la Tierra, tenemos que deducir sí nos encontramos en una fase de calentamiento, con las consiguientes oscilaciones de más frío o más calor que son normales a lo largo de la historia, en que las temperaturas son las más altas desde que empezó la Pequeña Edad de Hielo a inicios del siglo XIV. Pero el futuro es normalmente impredecible.
Ya hemos dicho que el año 1900 fue el último y el más cálido del siglo XIX. Luego se entró en el siglo XX con temperaturas que se mantuvieron o tendieron a bajar. Pero el devenir del siglo XX iba a caracterizarse por una casi constante tendencia al alza térmica, por primera vez desde finales del siglo XIII. Las causas de este descenso de principios de siglo XX puede ser que se debiesen a la erupción del volcán Montagne Pelée, (‘Montaña pelada’), en la isla de Martinica, en las Pequeñas Antillas, en mayo de 1902. Cuando Cristóbal Colón, en su segundo viaje, recaló en Martinica, supo que los naturales llamaban a aquel cono rocoso que se alzaba al norte de la isla, «Montaña de Fuego», aunque por entonces no experimentó ninguna erupción. El Pelée es uno de los volcanes más destructivos de la Tierra, y su cono está formado de capas de cenizas volcánicas y lava solidificada. El monte es famoso por la extraordinaria destrucción que provocó su erupción de 1902, en la cual murieron 30.121 personas y que arrasó completamente la región, destrozando St. Pierre, la ciudad más grande y capital de Martinica, con enormes flujos piroclásticos. Sin embargo, no se ha estudiado suficientemente la incidencia climática de aquella explosiva erupción del volcán Montagne Pelée. No hay noticias de cielos oscurecidos como en otras ocasiones, ya que, tal vez, las cenizas sulfurosas no alcanzaron la estratosfera. Pero si que se ha hablado de lunas azules, una clara indicación de alguna erupción volcánica. Hay registros de datos que indican que las temperaturas experimentaron una disminución durante la primera década del siglo XX, alcanzándose un mínimo de temperaturas en 1904. Pero no sabemos si fue consecuencia de las cenizas volcánicas, por otras causas distintas, o por todas ellas a la vez. Actualmente conocemos que uno de los factores que influyen sobre el clima es la progresiva liberación a la atmósfera de grandes cantidades de gases de efecto invernadero, derivados del carbono, como resultado de la combustión de restos fósiles, tanto sólidos, como líquidos o gaseosos, que se desentierran para obtener energía. No obstante, ¿sabemos si hay otros factores que influyan para que las temperaturas experimenten constantes fluctuaciones? Los registros nos indican que desde el 1910 hasta el 1949 hubo una etapa de ascenso casi continuo del calentamiento. Hubieron años de disminución de temperaturas, con olas de frío, así como veranos irregulares y lluviosos en Europa y otras regiones de la zona templada de la Tierra; pero manteniendo una tendencia al calentamiento. Sin embargo, durante la primera mitad del siglo XX en los países fríos se vivía con un clima más benigno, mientras que en los países cálidos el calor aún no era excesivo. En realidad, en esta primera mitad del siglo XX la media termométrica no subió más que 0,3 grados, que aunque parezca poco, tuvo influencia en muchas partes. En las zonas templadas predominaron los vientos del oeste, que fueron húmedos y tibios en Europa, con lluvias frecuentes, pero no excesivas. Se produjo una fuerte diferencia de presión entre el anticiclón de las Azores, que se había reforzado, y las bajas presiones del Atlántico Norte. La corriente del Labrador es una corriente oceánica fría en el norte del océano Atlántico la cual fluye por el sur del océano Ártico a lo largo de la costa de Labrador y pasa alrededor de Terranova, continuando al sur a lo largo de la costa este de Nueva Escocia. Es una continuación de la corriente de Groenlandia Occidental y de la corriente de la isla de Baffin. Se inicia por la corriente del este de Groenlandia que termina en el sur de Groenlandia. La corriente se extiende desde el sureste de Groenlandia hasta el norte y continúa por la costa este de Canadá desde el norte hasta el sur, encontrándose con la corriente de Florida. Pues bien, esta corriente fría de Labrador producía continuas borrascas que se formaban en las zonas donde chocaban el viento frío y el cálido. Como consecuencia de ello se producían remolinos con sus frentes de lluvia, que regaban las costas del este de Estados Unidos y atravesaban el océano Atlántico para regar con lluvia los campos de las Islas Británicas, Francia, el norte de España, Alemania, y prácticamente toda Europa central. Asimismo, estas borrascas llegaban a Rusia con agua o nieve, que ayudaban a reducir las bajas temperaturas. Fue una época de un clima claramente benigno.
Pero esta situación confortable, desde el punto de vista climatológico, quedó truncada por una terrible guerra entre los años 1914 y 1918, en la que se utilizaron adelantos tecnológicos y medios de destrucción superiores a los hasta entonces conocidos, que causó la desolación en casi toda Europa, extendiéndose a gran parte del mundo, con millones de muertos y grandes pérdidas materiales. Al finalizar la Primera Guerra Mundial y declararse el armisticio, los Países Aliados se reunieron en la Conferencia de Paz de París para acordar los términos de la paz con Alemania, el antiguo Imperio Austro-Húngaro, dividido en Hungría y Austria, y Bulgaria. Uno de sus resultados fue el llamado Tratado de Versalles, que fue presentado ante Alemania en mayo de 1919 como única alternativa, ya que su rechazo habría implicado la reanudación de las hostilidades. La delegación y el gobierno alemán consideraron el Tratado como un dictado impuesto a la fuerza sin un mecanismo de consulta o participación. Particularmente molesto fue el precepto, incorporado en el Tratado, de la culpa y responsabilidad de Alemania en la iniciación de la guerra. Esto se convirtió en un elemento de tensión en la política interna en Alemania entre quienes rechazaban de plano todo el Tratado y quienes trataban de atenuar las cláusulas más dañinas contra Alemania, como eran las reparaciones económicas y el aislamiento diplomático. Mientras tanto, el mundo civilizado vivía los «felices años veinte» con la esperanza de un futuro mejor. Aunque se detectaba un ligero aumento de las temperaturas y una época algo más lluviosa de lo normal, los veranos seguían siendo agradables y soleados. Ello impulsó los viajes turísticos para disfrutar de las playas y de las distintas culturas. Pero el progresivo y lento cambio climático no fue positivo para todo el mundo. El profesor de antropología en la Universidad de Santa Bárbara, Brian Fagan, nos explica que los vientos predominantes del oeste desataron importantes tempestades de polvo en los desiertos americanos del interior de California, Arizona, Utah, que invadieron la cuenca del rio Misisipi y causaron enfermedades respiratorias, daños y malas cosechas, aparte de un ambiente desagradable. Puede observarse que lo que en unas partes significó lluvias abundantes, en otras trajo sequías. El Sahel, una zona de transición entre el desierto del Sáhara, al norte, y la sabana sudanesa, al sur, se extiende a través del norte del continente africano, entre el océano Atlántico y el mar Rojo. Es una zona que avanza o retrocede según las lluvias de cada año y según acontecen cambios climáticos. Se tienen registros de que el Sahel sufrió duras sequías a partir de 1911, y sobre todo en los años 1914-1915. La ganadería, muy importante para las tribus de esa parte de África, sufrió una grave crisis, causando que cientos de miles de seres humanos perdieron la vida, víctimas del hambre y de la sed. “Nos podemos preguntar por las razones de que el lago Chad, uno de los más grandes del mundo, haya perdido más del 90% de su superficie en cuatro décadas. Solía ser el sexto lago más grande del mundo y en las fotos satelitales llamaba la atención el intenso color azul que lo identificaba“. Así describe Mary Harper, editora para África de la BBC, al agonizante lago Chad, que hasta inicios de la década de 1970 era como un mar dentro de África. Pero ahora, el lago compartido por Níger, Nigeria, Chad y Camerún está dividido en múltiples charcas y extensiones de tierra seca. “Los pueblos y ciudades que antes bordeaban la orilla del lago, ahora están separados por hectáreas de desierto“, dice Harper.
La razón de estos cambios geográficos es que el lago Chad ha perdido entre el 80% y 90% de su superficie en las últimas cuatro décadas. El Chad era la principal fuente de agua del Sahel. En la década de 1960 el lago ocupaba un área de 25.000 kilómetros cuadrados y acogía a unas 135 especies de peces, según la Unesco. Pero en la década de 1980 se redujo su superficie a 2.500 kilómetros cuadrados, es decir a un 10% de su tamaño original. Aunque en 2013 las lluvias en la zona registraron un incremento excepcional, la superficie de este lago aumentó a solo 5.000 km2, es decir, hasta el 20% de lo que fue. Un estudio publicado en la revista científica Environmental Research Letters en 2011 y entidades como Naciones Unidas señalan que la pérdida es incluso superior al 90%. La situación afecta a alrededor de 40 millones de personas, que dependen del lago para obtener agua potable, pescar y cultivar las tierras cercanas. “La sequía ha provocado la pérdida de pastizales y el inicio de la migración hacia la sabana de Guinea, en el sur de la cuenca del lago“, señalan los organizadores de la ICLC. Pero no hay una sola causa para la desaparición del lago Chad. El lago está desapareciendo debido al manejo insostenible del agua para el consumo humano y animal, y al cambio climático. El estudio de Environmental Research Letters atribuye el desastre a la tendencia del lago a dividirse en lagos más pequeños en ciertas temporadas y a la extracción de agua para irrigación, que impide que el lago vuelva a llenarse y ser uno solo. Hay que tener en cuenta que millones de personas dependen de la pesca en el lago Chad para alimentarse. La construcción de represas en los ríos que alimentan el lago, para proyectos hidroeléctricos, también ha tenido un efecto devastador. Además, la población local dice que la cantidad de lluvias ha disminuido progresivamente desde la década de 1970. El lago Chad sigue secándose y, al mismo tiempo, está volviéndose cada vez más salino conforme pasan los años. El reforzamiento del anticiclón subtropical atlántico, o anticiclón de las Azores, ha perjudicado a gran parte del África septentrional, Senegal, Malí, Níger, Chad y Burkina Fasso, así como zonas del norte de Nigeria. También se ha alterado el régimen de lluvias en zonas africanas que ya no dependen del clima atlántico, como es el caso de las crecidas del Nilo, que disminuyeron entre 1910 y 1940 en un 35%. En cambio los monzones de la India se mantuvieron a un buen nivel, excepto el año 1925.
Por contra, los países fríos resultaron beneficiados por este calentamiento, como el caso del sur de Canadá, que experimentó una época de prosperidad sin precedentes. Escandinavia se benefició también de una robustecida corriente del Golfo, que ayudo a deshelar los hielos, que hasta entonces habían sido mucho más frecuentes en aquella zona geográfica. En Islandia la temperatura subió más que en el resto de Europa, estimándose en cerca de dos grados en solo medio siglo. Ello provocó que una isla bastante desolada se convirtiese en un país desarrollado y próspero. En el siglo XIX, a las islas Svalbard, a solo mil kilómetros del Polo Norte, solo se podía llegar durante el verano, mientras que actualmente son accesibles durante la mayor parte del año. Aunque sigue haciendo frío, las temperaturas son mucho más soportables que hace un siglo, y seguramente es una de las partes del mundo que más se ha visto afectado por el calentamiento. Las islas Svalbard son conocidas hoy como El Arca de Noé de los vegetales, por el gigantesco depósito de semillas de todos los vegetales del mundo que se conservan en un túnel cavado en el hielo para su conservación. Pero para cumplir su finalidad, las islas Svalbard no deberían tener nunca un clima cálido. Según James Lovelock, científico independiente y meteorólogo, famoso por la Hipótesis Gaia, que visualiza a la Tierra como un sistema auto-regulado, Canadá, Escandinavia y Siberia serán el último refugio de la humanidad si el calentamiento continúa a un ritmo acelerado e irreversible. Una pregunta que nos podemos hacer es que si las temperaturas del mundo durante el siglo XX no han superado 1º centígrado, ¿a qué se debe que el clima de determinadas zonas haya cambiado tanto? Un aumento promedio de 0,8º C en un siglo parece muy poco, pero la naturaleza es mucho más sensible que nosotros a los promedios. Lo que sabemos es que el calentamiento, evidente y casi sostenido entre 1910 y 1940, se interrumpió para dejar paso a un descenso en las temperaturas, lo cual confirma las continuas oscilaciones climáticas. La terrible segunda guerra mundial (1939-1945) no parece haber sido la causa del cambio, aunque sí que el duro invierno ruso afectó gravemente a las tropas alemanas que invadieron Rusia. Es cierto que los alcances de la contienda fueron espantosos, habiéndose cifrado en unos 55 millones la cantidad de seres humanos que perdieron la vida. Además sabemos que en 1940 la población del mundo era de unos 2.350 millones de personas, pero en 1950 la población había ascendido ya a 2.518 millones, una época en que comenzaron a estancarse las temperaturas. Sabemos que en la guerra hay ciudades que arden, así como humo procedente de bombas, como las atómicas de Hiroshima y Nagasaki, pero una simple erupción volcánica puede liberar una cantidad de gases y cenizas mucho más abundante que una guerra. Podríamos suponer una cierta incidencia de aquellas explosiones en el clima, pero el hecho es que los inicios de la era nuclear se caracterizaron por un enfriamiento y no por un calentamiento.
Durante la década de 1960, en que vivimos el asesinato del Presidente norteamericano John F. Kennedy, se tuvieron inviernos duros en Europa, gran parte de Norteamérica y zonas del Oriente Medio, mientras que no constan veranos particularmente calurosos. En Gran Bretaña el invierno de 1962-63 fue el más frío del siglo XX, y en algunos lugares se alcanzaron valores de frío no registrados desde el siglo XVIII. En 1963 se heló el lago Constanza, que está entre Alemania, Austria y Suiza, lo cual no había sucedido desde 1829. También el mar Báltico se heló en 1965-66, impidiendo durante unos días la navegación, y en 1968 Islandia se vio rodeada totalmente por el hielo por primera vez desde 1885. Pero ya entrados en la década de 1970, tenemos que el invierno de 1971-72 fue el más frío que se recordaba en Europa oriental y en Turquía en los anteriores100 años. También hay registros de que el rio Tigris, en Irak, se heló como no lo había hecho en muchos años. Asimismo, en el Este de Estados Unidos se registraron por aquellos años temperaturas más bajas de lo normal. En aquellos tiempos, no tan lejanos, la revista Time publicó un artículo explicando la posibilidad de que se estuviese acercando nada menos que una quinta glaciación en el Cuaternario, en lo que coincidieron varios climatólogos. Actualmente, sin embargo, atribuimos a los seres humanos el calentamiento que estamos experimentando, mientras que en la década de 1970 se atribuyo el mismo origen humano al enfriamiento que parecía vislumbrase. Varios científicos, entre ellos el antropólogo, economista, historiador y sociólogo ruso, Andréi Vitálievich Korotáyev, defendieron la teoría de que las grandes «bolas de fuego» lanzadas por las bombas nucleares y termonucleares, alcanzan alturas de 35 a 40 kilómetros de altura y en la estratosfera generan óxido de nitrógeno (NO), que frena la llegada de la radiación solar, lo que implicaría un enfriamiento. El papel de las bombas nucleares podrían jugar un papel comparable al de las grandes erupciones volcánicas, capaces de traspasar la estratosfera. Sería contradictorio que hubiese que recurrir a explosiones termonucleares para frenar un proceso de calentamiento, tal vez provocado por el ser humano.
Pero, !otra vez las continuas oscilaciones!, se pudo constatar que el calor volvió de repente, cuando todavía se estaba hablando de una posible quinta glaciación. Antes de continuar, aquí introducimos una extraña historia del genial científico e inventor Nikola Tesla, que tiene alguna relación con el clima. Arthur H. Matthews era un ingeniero eléctrico, que desde su niñez estuvo relacionado con Tesla. Matthews afirmó que Tesla le confió muchas ideas, incluyendo un dispositivo de Tesla para las comunicaciones interplanetarias, que fue concebido en 1901, con el objetivo de comunicarse con el planeta Marte. Tesla había sugerido que él podía transmitir desde la tierra y el aire grandes cantidades de energía a distancias de miles de millas: “Puedo fácilmente tender un puente sobre el golfo que nos separa de Marte, y enviar un mensaje casi tan fácilmente como a Chicago”. Debido a otras investigaciones en ese tiempo, el primer modelo no fue construido por Tesla hasta 1918. Pero es desde finales del siglo XIX cuando Nikola Tesla reportó la intercepción de señales escalares de tipo S. En febrero de 1989, el ingeniero eléctrico Greg Hodowanec escribió un informe diciendo: “Sin entrar en detalles de cómo se determinó esto, ¡seres extraterrestres pueden estar en Marte!“. En 1931, en ocasión de una entrevista para la revista Time, Tesla dijo lo siguiente: “Yo creo que nada puede ser más importante que la comunicación interplanetaria. Ciertamente tendremos algún día la certeza de que hay otros seres humanos en el universo, trabajando, sufriendo, luchando, como nosotros. Ello producirá un efecto mágico en la humanidad y formará la base de una hermandad universal que durará tanto como la misma humanidad”. Según los diarios personales de Tesla, extrañas transmisiones de voz escuchadas a través de su receptor especial de radio, discutían sobre el calentamiento del planeta. Tesla también tuvo la impresión de que las misteriosas voces estaban favorecieron este calentamiento y que pudieran realmente haber acelerado el proceso mediante la ayuda en el desarrollo del motor de combustión interna. Tesla puede muy bien haber sido el primer humano en conocer lo que hoy en día referimos como “Calentamiento Global” y “Efecto Invernadero”. Tesla, convencido de que las voces que estaba recibiendo eran de una fuente hostil extraterrestre, comenzó un plan para desarrollar un medio de energía que no usara la quema de madera o los combustibles fósiles. Una fuente de energía que fuera limpia e ilimitada y que prevendría de contaminantes hechos por el hombre, que llenaran la atmósfera y causaran la retención del calor del Sol.
Nikola Tesla se volvió consciente, a comienzos del siglo XX, de que el planeta se estaba calentando, tanto que consideraba que en las primeras décadas del siglo XXI la Tierra sería casi inhabitable para la especie humana. La fuente de información de Tesla eran las extrañas voces que estaba registrando en su receptor de radio, especialmente adaptado. ¿Tal vez voces procedentes del futuro o del pasado? Estas misteriosas transmisiones de voz fueron el resultado de la investigación de Tesla sobre las extrañas señales de radio que el recogió durante sus experimentos en Colorado Springs en 1899. Para entonces Tesla había mejorado su equipo receptor para permitirle recoger transmisiones de voz. Sin embargo, estas voces estaban siendo escuchadas en frecuencias que se suponía no estaban habilitadas para esta clase de transmisiones. Pero, sin embargo, allí estaban. Tesla escribió que estas voces eran de seres de otros mundos. Y añadía, sorprendentemente, que pertenecían a seres que habían vivido en la Tierra alguna vez en su prehistórico pasado, que habían desarrollado la tecnología para colonizar el espacio próximo y que estaban todavía interesados en los habitantes del planeta Tierra que habían dejado atrás. Estos seres habían colonizado el planeta Marte y mantenían bases en la Luna. Otros habían ido más lejos en el espacio, fuera de nuestro sistema solar, a explorar la Galaxia. Habían decidido que la Tierra iba a convertirse en una reserva, por así decirlo, para permitir que la naturaleza retomara su curso y para que evolucionaran nuevas especies que llenasen el vacío dejado por la partida de sus antiguos habitantes. Sin embargo, algunas cosas no fueron dejadas solamente al azar de la naturaleza. Aquellos antiguos seres decidieron dejar atrás algunas muestras de sí mismos en la forma de nuestros remotos ancestros. La descripción de Tesla del “re-sembrado” del planeta Tierra con homínidos inteligentes suena mucho a manipulación genética, tal como indican los antiguos mitos Sumerios.
Entonces, en 1974, Gran Bretaña experimentó el verano más cálido de todo el siglo XX, y en 1977 y 1978 hubo varias olas de calor en Europa, que llegaron hasta los países escandinavos. La paradoja fue que la misma gente que pocos años antes hablaba de una quinta glaciación empezaron a hablar de que el mundo se estaba calentando. Mientras tanto, al otro lado del océano Atlántico, probablemente como consecuencia de la oscilación de El Niño, hubo una gran sequía, que sobre todo afectó a la América Central, aunque también afectó algunas zonas de California. A causa de El Niño se esperaban fuertes lluvias en Perú, que al parecer no fueron tan catastróficas como se esperaba, aunque sí que afectó a la pesca en la zona, que fue muy escasa en contrapartida a lo abundante que era cuando imperaba la corriente fría. En cambió la sequía en el Pacífico occidental fue terrible, siendo muy intensa en Indonesia, especialmente en Borneo, donde fueron frecuentes los incendios en la selva por falta de lluvias. También afectó a Australia, donde faltó la lluvia especialmente en la zona más húmeda. El monzón se debilitó y sumió a la India y a las regiones del sur de China en una grave sequía. En el Sahel africano la falta de lluvias causó que se secaran los pastos y murieran gran cantidad de cabezas de ganado, llevando a la miseria a sus pobladores. Los estudios demográficos indican que, después de la climatología favorable de las décadas de 1950 y 1960, había aumentado mucho la población humana y el número de reses, con lo que las consecuencias fueron más desastrosas que las que se produjeron a comienzos del siglo XX. También hubo graves problemas con las cosechas de trigo en la Unión Soviética, que hubo de pedir suministros de cereales a Estados Unidos. El 26 de diciembre de 1979, el diario español El País publicó: “La Unión Soviética ha comprado a Estados Unidos quince millones de toneladas métricas de maíz y trigo, lo que supone una cifra récord, para compensar los efectos de la desastrosa cosecha de cereales. La cosecha soviética fue de 179 millones de toneladas de cereales, 47 millones menos de lo previsto en el plan económico y unos cincuenta millones menos que el año pasado. Estos resultados desfavorables de la agricultura soviética, debidos en gran parte a las malas condiciones atmosféricas de este año, fueron puestos de relieve por el propio jefe del Estado, Leónidas Breznev, ante el reciente pleno del Comité Central del Partido Comunista. Leónidas Breznev lamentó, de una forma aguda y crítica, que a las deficiencias del campo se suman también los graves fallos producidos en sectores clave de la economía nacional, como transportes, energía, metalurgia, papel y productos de consumo. En 1970 la URSS compró a Estados Unidos 15,7 millones de toneladas de maíz y trigo. Teniendo en cuenta la pésima cosecha de 1979 en la URSS, se calcula que los soviéticos compren alrededor de veinticinco millones de toneladas de cereales norteamericanos. Según un acuerdo firmado por los Gobiernos de ambos países en 1975, la URSS está autorizada a adquirir de seis a ocho millones de toneladas anuales a Estados Unidos hasta 1980, pero si se rebasa esta cantidad debe conseguir una autorización expresa de la Casa Blanca. Desde el comienzo del año fiscal, el 1 de octubre, ya adquirió casi dieciséis millones para la temporada que termina en septiembre de 1980. Las cantidades citadas corresponden a 10,6 millones de toneladas de maíz y 5,2 millones de toneladas de trigo. Las compras soviéticas a Estados Unidos, que no se anuncian en los medios de comunicación soviéticos, fueron reveladas por el Departamento de Agricultura“.
Rusia decidió entonces primar la producción de bienes de consumo sobre la de armamento militar. Ello fue el principio del fin y la idea que llevaría, en tiempos de Gorbachov, a la Perestroika, con el desmantelamiento del sistema comunista. Vemos que en ello el clima sí que tuvo alguna participación. Después de unos años de relativo descenso de temperaturas, el calor volvió a llegar, haciéndose más patente que nunca en 1980, coincidiendo con un máximo de la actividad solar, tanto si consideramos que sea o no el Sol la causa principal de aquel incremento del calentamiento. Se denomina variación solar a todas aquellas variaciones que acontecen en el Sol. Se trata de fluctuaciones en la cantidad de energía emitida por el Sol. Y se pueden dar a dos niveles. Variaciones en la luminosidad y en el viento solar o campo magnético. Ambas suelen estar interrelacionadas y tienen efectos visibles, como las manchas solares. A pesar de todo, el valor medio de la radiación solar, 1366 W/m2, apenas cambia, por lo que se considera una constante solar. De hecho las oscilaciones producidas por el ciclo de las manchas solares no van más allá de 1 W/m2, por lo que su contribución en los cambios climáticos aún es motivo de controversia. La temperatura media de la Tierra depende, en gran medida, del flujo de radiación solar que llega. Se podría pensar que el clima también puede verse influido por el Sol en la misma medida, pero no es así. El Sol es una estrella de tipo G, en fase de secuencia principal, muy estable, por lo que su flujo se mantiene casi constante en el tiempo. El flujo de radiación es, además, el motor de los fenómenos atmosféricos, ya que aporta la energía necesaria a la atmósfera para que estos fenómenos se produzcan. Pero debido a que ese aporte de energía apenas si varía en el tiempo no se considera que sea una contribución fundamental para la variabilidad climática. A pesar de todo, el Sol sí influye a muy largo plazo. Se ha calculado mediante modelos numéricos que un aumento de un 1% en su brillo provocaría que la temperatura media atmosférica subiese uno o dos grados, según el modelo. Se sabe, además, que la luminosidad solar aumenta con el tiempo, aproximadamente un 10% cada 1.000 millones de años, debido a que la presión en el interior del Sol también aumenta para compensar el paulatino agotamiento del hidrógeno estelar. Estos incrementos de luminosidad, si bien son despreciables a corto y medio plazo, sí son destacables a largo plazo. Inexorablemente, el Sol irá brillando cada vez más hasta que, aproximadamente dentro de 1.000 millones de años, los océanos terrestres empiecen a evaporarse. De hecho ese aumento de brillo persiste desde que se formó la estrella, pero nuestro planeta ha sido capaz de adaptarse a esos cambios hasta ahora, ya que son lo suficientemente lentos como para que no desequilibren el sistema. Pero a muy largo plazo llegará un momento en que el brillo solar romperá nuestro ciclo atmosférico y desencadenará un efecto invernadero descontrolado que quizá convierta al planeta en un nuevo Venus.
La variación solar más conocida es la de los ciclos de las manchas solares, de unos 11 años de duración. Se sabe que existe un máximo del brillo cuando el número de manchas es máximo y un mínimo cuando casi no hay manchas. Esa variación de intensidad, sin embargo, es de tan solo un 0,1%, por lo que sus efectos son casi insignificantes. Por otro lado, el periodo de esas variaciones es tan corto que los factores moderadores terrestres, como los océanos o las nubes, impedirían que causaran un efecto sensible por simple inercia térmica. Existen otros ciclos de mayor duración y, por ello, de mayor influencia en el clima. Se trata sobre todo del ciclo de Gleissberg, con un período de 72 a 83 años, causante del Mínimo de Maunder del que hablamos en un anterior artículo. La variación de intensidad de estos ciclos es, más o menos, del mismo orden que el de los ciclos de 11 años, pero con la diferencia de que se produce en un periodo más dilatado de tiempo, suficiente como para ocasionar algunos cambios climáticos apreciables. Se han hecho varios estudios teniendo en consideración el número de manchas solares, usando estos datos como patrón de la radiación solar, de la cual solo se tienen datos precisos desde hace unas pocas décadas. Como explicación a lo indicado, debemos decir que en el siglo XVII se produjo un importante periodo de enfriamiento llamado «Mínimo de Maunder», que se extendió desde 1645 a 1700 y durante el cual las manchas solares prácticamente desaparecieron por completo. Durante este periodo, en efecto, apenas se contabilizaron unas 50 manchas solares en lugar de las cerca de 50.000 habituales. El viento solar es una corriente de partículas cargadas y liberadas desde la atmósfera superior del Sol, llamada corona solar, o atmósfera del Sol, que no es estática, sino que se mueve abandonando la estrella. La corona solar es un gas completamente ionizado, es decir, un plasma. Este movimiento de la corona es el llamado viento solar, que crea la heliosfera, una burbuja enorme en el medio interestelar que rodea el sistema solar. Otros fenómenos son las tormentas geomagnéticas que pueden destruir redes de energía en la Tierra, así como las auroras boreales y australes, y el plasma de las colas de los cometas que siempre apuntan lejos del Sol.
El calentamiento de 1982-83 también coincidió con un fenómeno El Niño de gran intensidad, que se distinguió por fuertes lluvias en ciertas partes del mundo, como California y Sudamérica, o por terribles sequías en otras partes, como el sur de China, el norte de Australia, el nordeste de Brasil y el Sahel. Fue entonces cuando se popularizó mundialmente el fenómeno de El Niño, que desde entonces suele relacionarse con el calentamiento, aunque realmente signifique calor anormal en unas zonas del planeta y frío con sequías anormales en otras zonas. Se pudo comprobar que la temperatura media terrestre se elevó en aquella época. El periodo desde 1983 a 1998 fue posiblemente el período histórico, en que se tienen registros, en que el proceso de calentamiento tuvo una mayor pendiente. Por ejemplo, el verano de 1988 fue el más cálido que se recordaba en la mayor parte de los de Estados Unidos, alcanzándose en Washington nada menos que una temperatura máxima de 38°C el 23 de junio. En la misma época el río Misisipi experimentó un descenso de nivel considerable, que fue más debido a la sequía, por falta de lluvias, que al calor. También se produjo un incendio en los bosques del parque de Yellowstone. Todo ello explica que en el Senado de los Estados Unidos se registrase un acalorado debate sobre el calentamiento. El climatólogo James Hansen emitió un informe en la Comisión de Energía del Senado, lleno de amenazas, en las que acusaba del calentamiento a la proliferación del uso de combustibles fósiles en el mundo. Aquel verano de 1988 se intensificó la tesis del calentamiento global que, desde entonces, se ha hecho popular en todo el mundo civilizado. Un interesante estudio de William K. Stevens sobre «el cambio climático y la gente» nos revela hasta qué punto se ha creado una conciencia general sobre el proceso del calentamiento. Pero, ¿es realmente urgente el problema del cambio climático? Stevens nos dice que a menudo se ha considerado que es un problema de un futuro lejano, quizá para dentro de un siglo, puesto que ésa es la escala temporal en que se han basado muchos estudios sobre el tema. Es difícil que preocupe un tema que parece estar tan lejos. El presidente Clinton dijo: “Vemos llegar al tren, pero muchos americanos no escuchan su silbido en la vida diaria“. “La realidad climática es que, si uno mira por la ventana, parte de lo que ve, en relación con el tiempo atmosférico, es producto de nuestra actividad“, dice Thomas Karl, científico del Centro Nacional de Datos Climáticos de Asheville, en Carolina del Norte. “Y dentro de 50 años, cuando miremos por la ventana, seremos responsables de lo que veamos en una proporción mayor“. Y de tener razón un grupo de más de 2.000 científicos que asesoran a los gobiernos de todo el mundo, esto es sólo el principio. Si bien nadie predice un apocalipsis en un futuro próximo, las previsiones más optimistas de los científicos anuncian que el mundo se calentará otros 0,25º C en los próximos 30 años, si no se reducen las emisiones de efecto invernadero. Según Thomas Crowley, paleo-climatólogo de la Universidad A&M de Tejas, si se calienta otros 0,25º C, la temperatura media global se acercará a la más alta experimentada desde la última glaciación.
Pero no todos los científicos están de acuerdo con Thomas Karl, Thomas Crowley, ni con los expertos del panel intergubernamental IPCC. Y el desacuerdo está basado en la incertidumbre que hay para calcular la urgencia del problema climático. Esa incertidumbre también dificulta la labor de los negociadores a nivel global que luchan por determinar en qué cantidad y con qué rapidez se deberían eliminar las emisiones de gas de efecto invernadero. “Sí, es verdad que se han producido grandes cambios climáticos, pero creo que todos son naturales“, declaró William Gray, de la Colorado State University, quien duda de que los gases productores del efecto invernadero estén alterando el clima. “Siento mucho respeto por Tom Karl, pero no estoy de acuerdo con la interpretación de sus datos“. Otro escéptico, Richard Lindzen, del MIT, dice que la naturaleza tiene una resistencia intrínseca que “vacila de vez en cuando” y que los cambios observados son una expresión de ello. Cree que el calentamiento será pequeño y que, por tanto, es un asunto poco o nada urgente. La importancia del factor humano es, tal vez, la mayor duda a la hora de determinar la urgencia ante el problema del cambio climático. Según Kevin Trenberth, del Centro Nacional de Investigación Atmosférica de Boulder, en Colorado, todavía no se han apreciado todas las ramificaciones de los gases de efecto Invernadero ya emitidos. Esto se debe a que la inercia intrínseca, producida principalmente por corrientes de calor que se desprenden de los océanos, impide que el sistema climático reaccione de inmediato a las emisiones. Hasta la fecha, sólo se ha hecho efectiva la mitad del potencial de calentamiento de los gases de efecto invernadero que ya hay en la atmósfera, según la opinión de James Hansen, climatólogo y director del Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la NASA, de Nueva York. Esto implica que, aunque cesasen de repente las emisiones de gases de efecto invernadero, durante el próximo cuarto de siglo las temperaturas globales aumentarían en algunas décimas. Algunos científicos, a pesar de estar convencidos de la importancia de la actividad humana en el cambio climático y de que el efecto invernadero es un asunto muy serio, creen que el hecho de que no se haga nada ahora mismo tendrá poca Influencia sobre el cambio climático. Es el caso de Tom Wigley, del Instituto Goddard de Estudios Espaciales, quien ha declarado: “Estrictamente, desde el punto de vista del cambio climático, es poco probable que otros 20 años sin hacer nada al respecto empeoren la situación“. Reconoce que muchos científicos no estarán de acuerdo, por lo que añade: “No estoy diciendo que no debamos hacer nada durante los próximos 20 años. Para empezar, cuanto más nos retrasemos, más quedará por hacer luego“.
Pero hay otros científicos que creen que el problema es casi irresoluble, como el climatólogo Michael Schlesinger: “Si se cumplen los cálculos más bajos de los expertos y los delegados de Kioto deciden emprender acciones demasiado enérgicas, el coste para la economía mundial será excesivo. Pero si se cumplen los cálculos más altos y se decide emprender medidas suaves, el daño climático será muy grande y también será demasiado costoso. No deberíamos quedarnos de brazos cruzados y esperar que pase lo mejor. Eso sería una locura. Tampoco deberíamos hacer todo lo que se puede hacer. No queremos malgastar recursos en algo que podría ser una falsa alarma“. Tanto Schlesinger como otros expertos son partidarios de una estrategia flexible, de tomar al menos algunas medidas ahora y reexaminar periódicamente tanto los efectos sobre el clima como el coste económico. Pero para Schlesinger hay otra dificultad. Puesto que el impacto de cualquier medida emprendida ahora para reducir las emisiones no se notará en las dos próximas décadas, durante algún tiempo será imposible saber si se ha hecho bien lo que había que hacer. Y si las medidas tuvieran éxito a la hora de atenuar el calentamiento, ese hecho precisamente haría más difícil saber la gravedad del calentamiento y, por consiguiente, qué medidas adicionales habrían sido o no necesarias. En los años 1990 y 1991 se alcanzó un nuevo máximo térmico que aumentó las alarmas. Sin embargo, fue en junio de 1991 cuando se produjo la erupción del volcán Pinatubo, en la isla de Luzón, Filipinas, que se considera la erupción más intensa del siglo XX. El volcán Pinatubo llevaba más de doscientos años de inactividad, y nadie se esperaba aquella catástrofe, que causó 700 víctimas y obligó a evacuar muchos pueblos, provocando la consiguiente emisión de cenizas y gases que llegaron a la estratosfera. De todas maneras, esta erupción no fue tan intensa como la de otros volcanes históricos a los que nos hemos referido. Pero lo cierto es que las temperaturas experimentaron un cierto descenso, cerca de medio grado centígrado, desde fines de 1991 hasta mediados del 1993. Los climatólogos John Christy y Roy Spencer, de la universidad de Alabama, estimaron un descenso de temperaturas de 0,6ºC, mientras que otros lo estimaron en 0,4ºC. Aunque se dijo que la erupción del Pinatubo «destruyó la capa de ozono», ello se consideró una exageración. De hecho, la destrucción de la capa de ozono por los aerosoles CFC, que entonces se utilizaban en la industria de la refrigeración, fue detectada ya en la década de 1970. Este temporal descenso de las temperaturas puede considerarse beneficioso para el clima global, ya que detuvo el calentamiento; pero no duró mucho tiempo. Desde los años 1993-94 se detectó un incremento del calor, que se aceleró hasta que en 1998 se alcanzó la temperatura media terrestre más alta de los siglos XIX y XX. El verano de 1998 fue de los más calurosos en los Estados Unidos, solo superado por los más calurosos de 1930 y 1934. En Del Río, ciudad y sede del condado de Val Verde, Texas, en Estados Unidos, se registraron 69 días consecutivos por encima de los 38ºC, una persistencia del calor como no se recordaba desde que existen registros meteorológicos. También Europa sufrió un verano muy caluroso, mientras que tanto en Europa como en América del Norte los inviernos de 1997-98 y del 1999-2000, están entre los más benignos conocidos. Esto aún robusteció más la idea de un cambio climático acelerado hacia un calentamiento generalizado.
Michael E. Mann es un climatólogo y un geofísico estadounidense. Ha obtenido relevancia pública como uno de los generadores de los gráficos de tendencias apodados por sus críticos como “el controvertido gráfico del palo de hockey“, por la forma del gráfico que pretendía enfatizar de una manera más dramática esta aceleración del cambio climático. Ese gráfico ha recibido tanto elogios como críticas luego de su publicación en el informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático. Ha sido muy conocido por sus reconstrucciones del paleo-clima de los dos últimos milenios a partir de los anillos de los árboles, las muestras de hielo antártico, datos de los corales y otros factores. Uno de sus últimos artículos es sobre el modelado del fenómeno de El Niño y la reducción de emisiones de combustible fósil requeridos para hacer manejable el proceso de calentamiento. Asimismo ha dicho que “nos estamos comprometiendo a 50 – 100 años de calentamiento global y varios siglos de subida del nivel del mar“. Desde entonces creció la alarma de muchos científicos, ecologistas, medios de comunicación y políticos, de tal manera que muchos de los cambios en las manifestaciones atmosféricas, algunos de ellos temporales y aleatorios, fueron imputados sistemáticamente al «calentamiento global». Al mismo tiempo, se produjo en el período 1997-98 un nuevo fenómeno de El Niño, casi tan potente como el de 1983. Las lluvias produjeron inundaciones en Ecuador y Perú y afectaron a ciudades como Trujillo, Tumbes, Piura e Ica. Las pérdidas, en esos dos países andinos, fueron evaluadas en 750 millones de dólares. Muchos ríos se desbordaron, lo que causó que se perdieran cosechas y que tanto carreteras como vías férreas quedaran gravemente dañadas, con la correspondiente afectación a las comunicaciones. La catástrofe fue atribuida unánimemente al «calentamiento global», a pesar de que la temperatura, según el Instituto de Meteorología Peruano, descendió nada menos que 7ºC en el norte del país. Ello aumentó la disputa sobre si la oscilación de El Niño era causa del calentamiento, o más bien resultado del calentamiento. Para clarificar la cuestión, en el año 2005 el climatólogo Mat Collins explicó que El Niño era una inversión de la corriente de agua, habitual en el Pacífico, que desplaza la «Piscina Caliente» del Pacífico hacia el este o hacia el oeste. La situación normal es la que corresponde a los vientos alisios, que atraen las aguas frías de la corriente de Humboldt, una corriente oceánica originada por el ascenso de aguas profundas y, por lo tanto, muy frías, que se produce en las costas occidentales de América del Sur, hacia la costa sudamericana del Pacífico, mientras que arrastran las aguas calientes hacia Indonesia y el norte de Australia. Como esa es la situación normal, los habitantes de una y otra orilla del Pacífico, con su vida y cultivos, están habituados a La Niña, la contrapartida de El Niño.
Es sorprendente el frío que encontramos en las costas y montañas de Perú, tan cercano al ecuador, donde los habitantes se abrigan con gruesas mantas de pieles de llama y desean que la situación se mantenga de aquella manera, mientras en Indonesia se sufre un calor húmedo y agobiante que, en cambio, favorece la cosecha de arroz y la vida en aquellas islas. La inversión de estas condiciones implica que llega la lluvia a regiones habitualmente secas y llega la sequía a regiones que necesitan el agua. Si un calentamiento global puede empeorar los daños es otra cuestión. Pero El Niño siempre existió, desde que se tienen registros, mientras que el calentamiento global, no. Tal vez el calentamiento del aire y de las aguas agrava la irrupción de estas oscilaciones de El Niño y La Niña, pero no parece probable que el fenómeno de El Niño sea el causante del calentamiento global. Lo que sí es evidente es que El Niño es responsable del calentamiento anormal de unas determinadas regiones y del enfriamiento anormal de otras regiones. Pero no puede descartarse que el hecho de la coincidencia de un pico de calor y la irrupción anormalmente potente de El Niño puedan tener alguna relación, lo cual no quiere decir que consideremos que la oscilación del Pacífico sur sea la causa del calentamiento global. Ante una situación de temor se tiende a buscar culpables, y esta es la razón de que, a fines del siglo XX, comenzase a crecer la alarma por el calentamiento climático. Los modelos actuales permiten hacer predicciones con mucha más precisión que a mediados del siglo XX, pero es arriesgado utilizarlos en previsiones a largo plazo, ya que aún ignoramos qué factores van a influir en los cambios futuros. Incluso aceptando la irresponsabilidad humana en temas como la deforestación, la contaminación o la liberación a la atmósfera de gases de efecto invernadero, no podemos saber el comportamiento de las futuras generaciones de seres humanos ni los medios científicos y tecnológicos de que se dispondrá para evitar efectos perniciosos.
El Centre for Climatic Change refleja la máxima temperatura global registrada en la Edad Contemporánea, ocurrida en el año 1998, con 14,65ºC de media, mientras que muestra un descenso progresivo en los años siguientes, con 14,35ºC en 1999, 14,35ºC en el 2000, y, ya en el siglo XXI, encontramos valores entre 14,1ºC y 14,4ºC para el periodo entre 2001 y 2009. Parece que el año 2004 fue el más frío de la primera década del siglo XXI, mientras que el año 2006 registró fríos y calores extremos que han provocado ciertas controversias. Por otro lado, los años 2009 y 2010 fueron los más cálidos, aunque las temperaturas medias se mantienen fluctuantes. Pero no valen las experiencias de carácter local, ya que, por ejemplo, tenemos años en que Turquía registra temperaturas excepcionalmente altas y en Sudamérica se registran fríos heladores. Al final tenemos que centrarnos en los promedios de temperaturas, a pesar de que no contemplan las particularidades de cada región. De todos modos nos hallamos en un periodo fluctuante que ofrece una cierta indeterminación. Veamos algunos casos para reflejar lo que decimos. A fines de julio y la primera quincena de agosto de 2003 se produjo una fuerte ola de calor en Europa occidental, que alcanzó sobre todo a Francia, España, Portugal, Italia, algunas zonas de Inglaterra y Escocia, y con menos intensidad el centro-sur de Alemania y la República Checa, Austria y Hungría. Yo personalmente sufrí esta ola de calor estando en Poitiers, Francia, en donde las noches acostumbran a ser agradables. Pues bien, durante el día teníamos temperaturas a la sombra de 42ºC y por la noche no bajábamos de los 33ºC. Por lo que a España respecta, aparte de los 45ºC de Sevilla, que es una temperatura relativamente habitual en dicha ciudad, son remarcables los 38°C de San Sebastián y Pontevedra, zonas normalmente de un clima suave en verano. Francia sufrió un verano terrible con respecto a lo habitual, destacando los 39,6ºC de París, y valores no más bajos en regiones de la cuenca del Ródano. También fueron sorprendentes los 38ºC medidos en el aeropuerto londinense de Heathrow, e incluso sorprenden los 32ºC de Finlandia. Lo más remarcable de aquella ola de aire caliente procedente de África no solo fueron las temperaturas máximas, sino las mínimas. Pero, aunque en Europa podemos considerar que fue un verano excepcionalmente cálido, la media mundial fue solo ligeramente más alta que en 2002 y que en 2004, pero no tuvo niveles excesivos. Por esta razón, los que aquel verano anunciaron que el calentamiento global había llegado a extremos amenazantes, no dijeron toda la verdad.
En el año 2004 se publicó una noticia alarmante relacionada con el calentamiento, que parecía contradictoria. Se decía que la corriente del Golfo se estaba debilitando, como consecuencia de la fusión de la placa de hielo de Groenlandia y de la mayor aportación de agua dulce al Ártico. La afluencia desde del Norte de una corriente de agua más dulce y más fría podía bloquear la corriente del Golfo, por lo que Europa quedaría privada de las aguas templadas que le proporcionan su clima benigno. La corriente del Golfo es una de las más fuertes del planeta. Fue descubierta hace unos 500 años y los científicos la analizan para conocer su huella climática. Los galeones españoles navegaban aprovechando la corriente del Golfo para llegar a España desde América, ya que es como un río en el océano Atlántico, pero los cauces fluviales continentales más caudalosos resultan insignificantes a su lado. Su silueta es visible desde el espacio exterior mediante imágenes infrarrojas que varían de color en función de sus cambios de temperatura. Este río oceánico es una masa de agua cálida que discurre del sur al norte de la costa atlántica norteamericana. Su descubrimiento tuvo lugar el 27 de marzo de 1513, a los pocos días de la llegada del conquistador español Juan Ponce de León a la península de Florida. Ponce de León y uno de sus navegantes más experimentados, Antón de Alaminos, fueron testigos de la envergadura de la corriente del Golfo. Por más que desplegasen todas las velas de los navíos, no solo les resultaba imposible avanzar, sino que retrocedían. “La corriente era tan grande que podía más que el viento”, narró el cronista Antonio de Herrera en Décadas (1601), en que figura la primera evidencia escrita de la corriente del Golfo. Seis años después, Antón de Alaminos aprovechó esa misma fuerza marina para huir de Cuba, tras un conflicto con el gobernador de la isla. Se sirvió del impulso de las aguas para dejar atrás a sus perseguidores y llegar a España en un tiempo récord. Aquel viaje inauguró la ruta oceánica que durante siglos recorrerían los galeones españoles en su periplo desde las colonias de América a España. Además de acortarse la duración de la travesía, los marinos evitaban el tedioso anticiclón de las Bermudas, con vientos débiles e impredecibles. La rentabilidad de la ruta era tal que las primeras cartas marinas que describían el curso de sus aguas se guardaban en el más completo secretismo. Los primeros mapas en darse a conocer sin restricciones datan de la segunda mitad del siglo XVII, aunque tuvieron un interés más científico que práctico. En uno de ellos, de 1665, considerado la primera carta centrada en la circulación de los océanos, su autor, el jesuita y enciclopedista alemán Athanasius Kircher, localizó de forma exacta la corriente. La aparición de un plano eminentemente práctico no llegó hasta el año 1768, cuando el gobierno británico pidió al futuro estadista norteamericano Benjamin Franklin que averiguara por qué los buques tardaban varias semanas más en alcanzar América desde Gran Bretaña que a la inversa. Para resolver el enigma, Franklin pidió asesoramiento a su sobrino, Timothy Folger, capitán de uno de los balleneros que faenaban en la costa de Nueva Inglaterra. Este le explicó que los barcos navegaban, sin saberlo, contra la corriente del Golfo.
Franklin y Folger cartografiaron el curso de la corriente del Golfo con una asombrosa precisión. El mapa de la corriente del Golfo se publicó en Londres en 1770, pero los capitanes de barco ingleses, escépticos ante cualquier iniciativa procedente de las colonias, lo rechazaron. Franklin intentó hacerles cambiar de opinión, hasta que, tras el estallido de la guerra de la Independencia norteamericana, desistió para no favorecer al enemigo inglés. Al igual que Franklin, también el norteamericano Matthew Fontaine Maury, inspector del Depósito de Mapas e Instrumentos de la Marina estadounidense, contribuyó, un siglo después, a compartir sus conocimientos sobre la corriente con el fin de estimular el comercio marítimo. Además, Maury lanzó una teoría que arraigaría con fuerza hasta prácticamente nuestros días. Esta teoría afirmaba que el noroeste de Europa goza de un frío relativamente suave, en comparación con las temperaturas gélidas que se alcanzan en la misma latitud al otro lado del Atlántico, como el nordeste de Estados Unidos y Canadá, gracias al calor que la corriente del Golfo y su prolongación, la corriente del Atlántico Norte, inyectan sobre los fuertes vientos que cruzan el océano de oeste a este. Maury también fue el primero en postular que, en caso de disminuir esa cesión de calor por parte de la corriente del Golfo, los vientos llegados al continente europeo serían mucho más fríos y, por lo tanto, sus inviernos se asemejarían a los del Ártico. Desde hace unos años, los oceanógrafos han empezado a descartar la primera tesis de Maury por carecer de una comprobación empírica, y han propuesto varias explicaciones alternativas. Todas ellas se basan en la interacción entre la corriente del Golfo y la circulación de los vientos, pero ninguna coincide en atribuir a la corriente un mismo nivel de importancia en un papel similar al de un termostato del noroeste europeo. Tampoco existe consenso a la hora de determinar cómo el cambio climático puede alterar la corriente del Golfo. Algunos expertos temen que el calentamiento global, al fundir parte del hielo del Ártico, detuviera la corriente. De manera que ello implicaría un drástico descenso de las temperaturas en el norte de Europa y la aparición de grandes tormentas de nieve.
Otros climatólogos, en cambio, consideran no solo que la interrupción de la corriente parece improbable, sino que, además, ello no dependería del deshielo, sino de los vientos a gran escala que soplan en las latitudes medias. Según sus cálculos, una hipotética fusión del hielo ártico no debería alterar en exceso la corriente del Golfo. Tal vez la incertidumbre se solucione en el futuro mediante la obtención de un mayor número de datos oceánicos. Volviendo a la alarmante noticia del 2004, se consideraba que las temperaturas iban a descender entre dos y cinco grados centígrados en el transcurso del siglo XXI. Algo así como lo que parece sucedió en las épocas de enfriamiento climático denominadas Dryas, hace de 12.000 a 15.000 años. Si fuese así, Europa se convertiría en un continente con temperaturas muy por debajo de lo normal, pero no como consecuencia de un enfriamiento global, sino paradójicamente por un calentamiento que estaba fundiendo los hielos. El geofísico estadounidense Wallace Smith Broecker, de la universidad de Columbia, publicó un trabajo en que explicaba la «ruptura de la cadena de la actual circulación termohalina», y poco después el climatólogo Kendrick Taylor publicaba en el American Scientist que, «paradójicamente, el calentamiento del planeta podría enfriar de modo repentino a Europa y tal vez al este de Estados Unidos». Se denomina circulación termohalina, o cinta transportadora oceánica, a una parte de la circulación oceánica a gran escala que es determinada por los gradientes de densidad globales producto del calor en la superficie y los flujos de agua dulce. Es muy importante por su significativa participación en el flujo neto de calor desde las regiones tropicales hacia las polares y su influencia sobre el clima terrestre. El adjetivo termohalino hace referencia a la temperatura y al contenido de sal, factores que juntos determinan la densidad del agua de mar. Las corrientes superficiales de las aguas marinas, tales como la corriente del Golfo, se dirigen desde el océano Atlántico ecuatorial hacia las latitudes templadas y, eventualmente, a las latitudes árticas, enfriándose en su recorrido y hundiéndose en latitudes cercanas al polo, formando la masa de agua profunda del Atlántico Norte. Esta agua densa luego fluye hacia las cuencas oceánicas. Mientras que gran parte de la misma surge en el océano Antártico, las aguas más antiguas, con un tiempo de tránsito de unos 1600 años, surgen en el océano Pacífico Norte, por lo que se produce un considerable grado de mezclado entre las cuencas oceánicas, reduciendo las diferencias entre ellas y convirtiendo a los océanos de la Tierra en un sistema global. En su recorrido, las masas de agua transportan tanto energía, en forma de calor, como materia, sólidos, sustancias disueltas y gases, alrededor del globo. Por lo tanto, el estado de la circulación ejerce un gran impacto en el clima sobre la Tierra.
En conjunto la circulación global puede describirse como un flujo relativamente superficial de agua que se calienta en el Pacífico y el Índico hasta el Atlántico, en cuyas latitudes tropicales sigue recibiendo calor, para finalmente hundirse en el Atlántico Norte, retornando en niveles más profundos. La circulación es debida a convección, es decir que se produce por diferencias de densidad, con las masas más densas tendiendo a hundirse y las menos densas a ascender. En el caso de las masas oceánicas las diferencias de densidad dependen de dos factores: la temperatura y la salinidad. La densidad decrece cuando aumenta la temperatura y crece con la salinidad. Las masas que se hunden en el Atlántico y en la banda oceánica meridional lo hacen por el efecto de vientos que, al provocar la evaporación del agua, reducen su temperatura a la vez que provocan la concentración de las sales. La formación de hielo cuando crece la banquisa helada separa agua pura, dejando una salmuera (agua con una concentración de sal o cloruro de sodio) que o rellena las grietas o se mezcla con el agua oceánica, amplificando el efecto. Las masas enfriadas, más densas, se trasladan por gravedad por los fondos polares. En el Atlántico Norte la densificación debida a la evaporación da origen a una masa de agua fría y densa que circula a lo largo del Atlántico en un camino de retorno al Pacífico, teniendo imposible, por la actual distribución de los continentes, la vía directa por el noroeste. Un incremento en el flujo de agua dulce en la superficie del Atlántico Norte puede llevar a un significativo debilitamiento o un completo colapso en la circulación termohalina. Las corrientes marinas actúan como reguladores térmicos. Se dice que las corrientes marinas en el mundo funcionan como un cinturón termohalino, pues la circulación profunda en el mar es regulada por diferencias de densidad que son regidas principalmente por la salinidad y la temperatura. La circulación marina en general es un complejo sistema en el cual interactúan la atmósfera y el océano, donde el océano capta la luz infrarroja y, debido al alto calor específico del agua, es capaz de retener el calor absorbido. La atmósfera está presente en este intercambio de calor y con sus vientos genera corrientes superficiales. La circulación profunda funciona de otra manera, ya que, como se ha mencionado anteriormente, la densidad del agua juega el papel principal. Por ejemplo, en la corriente del Golfo las aguas calientes y con más alta salinidad son llevadas a altas latitudes, confiriendo de esta manera el clima templado que allí se observa, pues de otra manera el clima sería mucho más frío, teniendo en cuenta que esta corriente es de las más fuertes y llega a desplazarse a 2 m/s. En la década de 1980 Wallace Broecker sugirió por primera vez el término de cinturón termohalino, en el cual explica como la circulación en todo el océano funciona por diferencia de densidades, y como ello afecta al clima.
En el año 2004, en Europa se pensaba que había que prepararse para un frío helador, pero estos temores no se confirmaron. En 2010 el Geophysical Journal publicó que la corriente del Golfo gozaba de buena salud. Pero lo que es evidente es que para muchos especialistas el año 2004 fue el año más frío de la década. No obstante, técnicos de la NASA dijeron posteriormente que el año más frío fue el 2008. El año 2005 midió temperaturas ligeramente superiores a las del 2004, pero estuvo marcado por el huracán Katrina, que se abatió sobre la ciudad de Nueva Orleans: causando un verdadero desastre humano. El 27 de julio de 2005 el Katrina atravesaba el golfo de México con una temible fuerza 5; pero en los días siguientes fue debilitándose hasta fuerza 3. Sin embargo, una desviación imprevisible llevó su zona de máxima actividad hacia el delta del Misisipi y la histórica ciudad de Nueva Orleans, con casi medio millón de habitantes. Aunque se ordenó su inmediata evacuación, solo cosa de un cuarto de millón de personas pudieron salir por autopistas y carreteras bloqueadas, en medio de dramáticas escenas. El 30 de agosto el viento huracanado y olas de más de diez metros rompieron los diques protectores de una ciudad, en gran parte edificada bajo el nivel del mar. Las aguas invadieron las calles, alcanzando en algunos puntos una profundidad de siete metros. Miles de personas aterrorizadas se refugiaron en el gigantesco Superdome, un recinto deportivo y de espectáculos, circular y coronado por una cúpula. Parecía que allí se sentían todos seguros y al menos a salvo del chaparrón, cuando la cúpula empezó a romperse y los muros a resquebrajarse. Una operación de unidades especiales provista de helicópteros logró salvar a la mayoría, pero los daños fueron inmensos. Nueva Orleans perdió la mitad de sus habitantes, ya que aunque apenas hubo muertos, sí hubo muchos desplazados que no quisieron volver por haberlo perdido todo. Fue la mayor catástrofe natural ocurrida en la historia de Estados Unidos. Inmediatamente se atribuyó la causa de la catástrofe al calentamiento global. Pero hay que destacar que el Katrina no fue un huracán excepcionalmente violento, sino desastroso por haber dañado a una gran ciudad. Y tampoco está demostrado que el calentamiento genere más huracanes que en épocas más frías. Tanto es así, que en los años anteriores, los primeros del siglo XXI, y especialmente los más cálidos, fueron los de menos frecuencia de ciclones y tormentas tropicales en la zona, hasta el punto de que empezó a especularse sobre un cambio climático capaz de hacer desaparecer este tipo de eventos catastróficos en el área del Caribe. Ciclones y huracanes hubo siempre en aquellas costas, con tiempos cálidos y con tiempos fríos. Todos estos fenómenos dependen de la diferencia de temperaturas entre el aire y el agua, y el régimen de circulación atmosférica. Parece lógico que una elevación de las temperaturas provoque más tormentas, pero que sean extremas está todavía por confirmar.
También el año 2006 pasa por ser el más frío hasta ahora en el siglo XXI, aunque tiene que compartirlo con el año 2004. Aquel invierno, los mapas obtenidos por satélite mostraban por primera vez una sábana blanca de nieve que iba desde la península de Labrador, en el noreste del Canadá, atravesando el norte de Asia, hasta Polonia, solo interrumpida por el agua del estrecho de Behring, entre Alaska y Rusia. Entonces algunos analistas dijeron que los hechos contradecían la teoría del calentamiento global, pero aún era demasiado pronto para dar por sentado un cambio climático, tanto en un sentido como en otro. El año siguiente, 2007, fue tanto muy frío como muy caliente, según la estación y el lugar geográfico. Empezó con un duro invierno en el centro y norte de Estados Unidos, con fuertes nevadas en Nebraska y Minnesota, mientras quedaron cortadas las comunicaciones en muchas carreteras y vías férreas. Como consecuencia del peso de la nieve caída se rompieron muchos cables de teléfono y de suministro eléctrico, por lo que muchos usuarios se quedaron a oscuras e incomunicados. Por otro lado, en el norte de Argentina y sur de Bolivia, la mezcla de calor y humedad causó numerosas tormentas, provocando inundaciones. En cambio el invierno austral fue muy frío, nevando el 9 y 10 de julio de 2007 en Buenos Aires, Tucumán, Mendoza y otras ciudades del interior, por primera vez en los anteriores ochenta años. En las fotos de satélite aparecía toda la República Argentina cubierta de un manto blanco. Sin embargo, en agosto apenas nevó en ningún sitio, debido a un clima seco, pero las temperaturas aún fueron más bajas en América del Sur, con un promedio de 3°C por debajo de lo normal. El frío, que ya azotaba a Argentina, Paraguay y Bolivia, se extendió a Chile y a Perú, e incluso a Colombia. Todo ello se debió a un fenómeno de La Niña más severo de lo normal. Y como consecuencia del mismo fenómeno, la sequía azotó especialmente el nordeste de Brasil. Pero en otras zonas, como en los Balcanes y Rumanía, en julio y agosto hizo un calor anormalmente alto, que llegó a alcanzar a zonas como Italia, España y Grecia, en que Atenas llegó a los 40°. Debido al calor y la sequía se produjeron incendios. El más dramático fue el fuego que se propagó rápidamente por el norte de Atenas. Pero en el último momento calmó el viento y se pudo evitar la catástrofe. El calor también llegó a Turquía, mientras que un fuerte monzón provocó inundaciones en la India y Pakistán. Pero el promedio térmico global del año dio resultados no muy diferentes del año anterior.
En el año 2010 también se produjo una divergencia térmica en distintas zonas del mundo. Desde diciembre de 2009 se registró una oscilación en el Atlántico Norte, por lo que el anticiclón se situó entre Islandia y Escandinavia, causando grandes fríos en el norte y centro de Europa, que también afectaron al este de Estados Unidos. En cambio, las borrascas se extendieron al sur de las Azores, afectando a Canarias, Madeira y el sur de la Península Ibérica, que experimentaron fuertes inundaciones, en especial la provincia española de Cádiz. Esta oscilación se volvió producir los meses de noviembre y diciembre de 2010, lo que contradice la teoría de que el calentamiento global es incompatible con estas oscilaciones, más bien propias de épocas de frío. A fines de agosto de 2010 nevó en las montañas de Escocia, un hecho claramente anormal. Asimismo también nevó a comienzos de septiembre en las grandes ciudades de Canadá y en la Región Autónoma Uigur de Sinkiang, perteneciente a China. También nevó en el hemisferio Sur, donde todavía era invierno, y se produjeron fríos intensos en la zona de Atacama, en Chile. En agosto de 2010 se registró también una ola de frío en Argentina, el sur de Brasil y Paraguay. El frío se produjo, por tanto, casi simultáneamente en ambos hemisferios. Pero ello no implicaba que nos encontrásemos en una nueva fase de enfriamiento, ya que al mismo tiempo, en agosto de 2010, una ola de calor sin precedentes se abatía sobre Rusia, la península balcánica y el suroeste de Asia. En Moscú llegaron a 38°C y el calor se mantuvo durante dos semanas. El sensor MODIS, del satélite que recoge las temperaturas del mundo, señaló en color rojo fuerte toda Rusia, el Cáucaso, parte de las repúblicas de Asia central, y con menos intensidad el centro-sur de Siberia, especialmente Siberia oriental. La habitual coincidencia calor-sequía en pleno verano, provocó enormes incendios de bosques en el centro de Rusia. Debido a un fenómeno de La Niña, se produjeron calores en Indonesia, sur de China y norte de Australia, por lo que los expertos de la NASA dijeron que el año 2010 había sido el más cálido de todos los tiempos. El 20 de enero de 2011 la Organización Meteorológica Mundial, con sede en Ginebra, confirmó el dato de que el año 2010 pudo ser el más cálido de los últimos siglos, en línea con los años 1998 y 2005. 2010 parece haber sido un año con un promedio más cálido que frío, aunque en él coincidieron calores y fríos anormales, en lugar de una única tendencia en un determinado sentido.
Asimismo, también el año 2011 fue abundante en climas extremos. Podemos resaltar un fenómeno La Niña, que fue catastrófico para el nordeste de Australia. Todo indica que debido a la irrupción de agua muy caliente procedente de la «piscina» del Pacífico, se produjeron lluvias torrenciales en el estado de Queensland, con las consiguientes inundaciones, especialmente en la ciudad de Brisbane, que suele disfrutar de un clima más bien suave. Para complicar más la situación, la zona fue devastada poco después, el 3 de febrero de 2011, por el ciclón Yasi, el más fuerte que se recuerda en Australia. Fue un fenómeno que llamó la atención, ya que las temperaturas en toda la costa oriental de Australia, al contrario de la costa occidental, habían sido especialmente cálidas. Normalmente se habla de los desastres causados por El Niño, con lluvias torrenciales donde no suele llover y sequías en donde se necesita mucha agua. Pero esta vez fue La Niña la causante del desastre. Al mismo tiempo, como contrapunto, en Perú y Ecuador se registraron temperaturas muy bajas. Mientras tanto, en enero de 2011, en la zona de Río de Janeiro cayeron lluvias torrenciales, que provocaron desastrosas avalanchas de barro. En relación o sin relación con estas oscilaciones, hubo también una oscilación del Atlántico Norte en la primera mitad del invierno del 2010-2011, con un significativo frío en Europa y Norteamérica. Aaunque la oscilación finalizó en enero-febrero de 2011, los Estados Unidos habían sufrido tres olas polares muy intensas que habían colapsado ciudades como Nueva York y Chicago, habiéndose llegado a temperaturas bajo cero en la ciudad de Nueva Orleáns. Aunque en América Central el frío en el primer mes de 2011 fue notable, el récord se alcanzó en la estación meteorológica de Colón, al este de La Habana, con un registro de 1,9ºC, el más bajo medido en Cuba desde que existen termómetros. Con respecto a los inicios del siglo XXI es evidente que su primera década registró fenómenos violentos y temperaturas anormales en uno u otro sentido. Lo que sí es cierto con respecto a los valores promedio, es que las temperaturas siguen altas con respecto a antes de 1980, pero desde 1999 no se ha detectado una aceleración del calentamiento promedio. Vemos pues que la primera década del siglo XXI ha significado una cierta estabilización de las temperaturas promedio, pero todavía es arriesgado hacer previsiones a más largo plazo, ya que los cambios climáticos no pueden deducirse de series de solo diez años.
Observando los datos anuales de temperaturas promedio, posiblemente no veremos que hayan signo de un calentamiento anormal, ya que las curvas anuales señalan ascensos y descensos de temperaturas, pero sin que sean variaciones alarmantes. Por ejemplo, si tomamos los datos del National Center of Climatic Data de los Estados Unidos para todo el siglo XX, nos encontramos con que, de los cincuenta estados existentes, los valores térmicos más altos de la primera mitad del siglo XX batieron el récord de calor en 37 estados, mientras que en la segunda mitad del siglo solo sucedió en 17 estados. Guiándonos por estos datos podríamos decir que la primera mitad del siglo XX fue mucho más calurosa que la segunda mitad, lo que, sin embargo, no es cierto. En realidad el año más caluroso en Estados Unidos fue 1934, seguido del 1998, 1931, 1938, 1953 y 1999. Los valores absolutos resultan interesantes, pero aún más interesantes, ya que reflejan la tendencia general, son los valores promedio obtenidos, al menos, de cinco en cinco años. De acuerdo con el Centre for Climatic Change, el valor promedio de 1900 fue de 13,7ºC y el del 2009 ha sido de 14,4ºC. Vemos que la diferencia no es muy grande, aunque apreciable, ya que refleja una temperatura 0,7ºC más alta en el año 2009 que en el año 1900. Si repasamos la serie completa de temperaturas durante el siglo XX, hallamos que se aprecia una pendiente positiva en los períodos 1905-1918 y 1930-1941, mientras que se ve un ligero descenso en el período 1974-1998. En la primera década del siglo XXI se observa una cierta estabilidad, que habrá que ir confirmando en el futuro. Como regla general, vemos que en los últimos 120 años ha habido una cierta tendencia al calentamiento, si bien puede considerarse, por lo que a la sensación térmica se refiere, más bien beneficiosa para muchas partes del mundo. El problema es que se afirma que el proceso de calentamiento actual está provocado por el ser humano. Además, se nos dice, ese proceso de calentamiento se está acelerando, de tal manera que podría ser irreversible, lo que pudiera provocar un calentamiento sin precedentes que nos llevara a un punto de no retorno. Que el ser humano tenga que ver con el actual calentamiento que estamos experimentando parece bastante evidente. Pero, ¿en qué porcentaje? De hecho, el paleo-climatólogo y profesor emérito de la Universidad de Virginia, William F. Ruddiman, nos dice que el hombre ha venido influyendo en el clima, que se sepa, desde el neolítico, con la deforestación de bosques, el cultivo de la tierra y la práctica de la ganadería. Pero esta influencia se ha acelerado desde la revolución industrial y el empleo masivo de combustibles fósiles, que liberan a la atmósfera grandes cantidades de gases de efecto invernadero.
Y ahora veamos algunos datos sobre la segunda década del actual siglo XXI. Los indicios del cambio climático y sus efectos, como el aumento del nivel del mar, el derretimiento de los hielos y la aparición de fenómenos meteorológicos extremos, se intensificaron durante el período 2015-2019, que, según la Organización Meteorológica Mundial, será probablemente el período más cálido jamás registrado. La concentración de gases de efecto invernadero ha aumentado también a niveles sin precedentes, confirmando una tendencia al calentamiento. Según la Declaración de la Organización Meteorológica Mundial sobre el estado del clima mundial durante el período 2015-2019, que ha servido de base para los debates de la Cumbre sobre la Acción Climática organizada por el Secretario General de las Naciones Unidas, la temperatura media mundial ha aumentado en 1,1 ºC desde la era preindustrial y en 0,2 ºC con respecto al período 2011-2015. La Declaración sobre el estado del clima, que abarca hasta el mes de julio de 2019, se publica como parte del informe de síntesis titulado United in Science, que ha sido elaborado con las contribuciones de importantes instituciones científicas bajo los auspicios del Grupo Consultivo sobre Ciencia Climática de la Cumbre sobre el Clima de 2019 de las Naciones Unidas. En el informe se ofrece una evaluación conjunta del estado del sistema de la Tierra bajo la creciente influencia del cambio climático, así como la respuesta que el ser humano ha podido aportar hasta la fecha y los cambios previstos del clima mundial en el futuro. Asimismo, se destaca el potencial que ofrece la adopción de medidas climáticas ambiciosas para limitar efectos posiblemente irreversibles y la necesidad imperiosa de adoptarlas. En un informe complementario sobre la concentración de gases de efecto invernadero elaborado por la Organización Meteorológica Mundial se indica que, durante el período 2015-2019, se ha observado un incremento continuo de los niveles de dióxido de carbono (CO2) y de otros importantes gases de efecto invernadero en la atmósfera, que han alcanzado niveles récord. La tasa de aumento del CO2 fue casi un 20 % superior a la de los cinco años anteriores. Este gas permanece en la atmósfera durante siglos y aún más tiempo en los océanos. Según se desprende de datos preliminares correspondientes a 2019 y procedentes de diversos sitios de observación de gases de efecto invernadero, la concentración mundial de CO2 debería alcanzar, o incluso exceder, las 410 partes por millón (ppm) para finales de 2019. “Las causas y los efectos del cambio climático se están multiplicando en lugar de reducirse”, dijo el Secretario General de la Organización Meteorológica Mundial, Petteri Taalas, copresidente del Grupo Consultivo sobre Ciencia Climática de la Cumbre sobre el Clima de las Naciones Unidas.
Petteri Taalas, en tono alarmista, añadió que “se ha acelerado el aumento del nivel del mar y que se teme que se produzca una reducción abrupta de la cubierta de hielo en la Antártida y en Groenlandia, que a su vez exacerbará el aumento del nivel del mar en el futuro. Como ha sucedido este año en las Bahamas y Mozambique, donde ha habido trágicas consecuencias, el aumento del nivel del mar y las tormentas tropicales intensas producen catástrofes humanas y económicas. Estamos frente a grandes desafíos. No se trata solo de mitigar los efectos del cambio climático, sino que cada vez es más necesario adaptarse a este fenómeno. Según un informe publicado recientemente por la Comisión Global de Adaptación, la forma de adaptación más eficaz es invertir en servicios de alerta temprana y prestar especial atención a las predicciones que tienen en cuenta los impactos”. Taalas destacó que “es sumamente importante que reduzcamos las emisiones de gases de efecto invernadero, en especial las que proceden de la producción de energía, la industria y el transporte. Esto es decisivo para mitigar los efectos del cambio climático y alcanzar los objetivos definidos en el Acuerdo de París. Para frenar un aumento de la temperatura mundial de más de 2ºC por encima de los niveles preindustriales, debemos triplicar el nivel de ambición. Y para limitar el aumento por debajo de 1,5 grados, es necesario multiplicarlo por cinco”. Durante el período 2014-2019, la tasa de aumento medio global del nivel del mar fue de 5 mm por año, frente a 4 mm por año durante el decenio 2007-2016. Este aumento es muy superior a la tasa media de 3,2 mm por año registrada anteriormente, desde 1993. La contribución al aumento del nivel del mar de la fusión de los hielos continentales de los glaciares y de la cubierta de hielo, como el caso de Groenlandia, es cada vez mayor y actualmente esa fusión, y no la expansión térmica, es el elemento dominante en el aumento del nivel del mar. Durante el período 2015-2018, la extensión mínima promedio de los hielos marinos en el Ártico durante el mes de septiembre fue muy inferior al promedio registrado entre 1981 y 2010, y lo mismo puede decirse de la extensión promedio en invierno. Los cuatro valores invernales más bajos de los que se tienen datos se dieron durante ese período. El hielo multianual ha desaparecido prácticamente. Desde 2016 los valores mínimos de la extensión de los hielos marinos que se han venido observando para febrero y septiembre son muy inferiores al promedio correspondiente al período 1981-2010. Estos valores contrastan con los del período anterior de 2011-2015 y los del período más extenso de 1979-2018.
En la Antártida, la extensión de los hielos marinos durante el verano alcanzó su primer y segundo valor más bajo en 2017 y 2018 respectivamente, y en 2017 también se registró la segunda extensión más reducida durante el invierno. El derretimiento anual de la cubierta de hielo de la Antártida ha aumentado al menos seis veces, desde el período 1979-1990 al período 2009-2017. El ritmo de derretimiento de la cubierta de hielo de Groenlandia también se ha acelerado considerablemente desde comienzos del último milenio. Según el Servicio Mundial de Vigilancia de los Glaciares, la observación de los glaciares de referencia indica que se ha producido un cambio promedio de masa específica de −908 mm de equivalente en agua por año, valor superior al registrado para cada uno de los quinquenios desde 1950. Se sabe que los océanos almacenan más del 90 % del exceso de calor provocado por el cambio climático. En 2018, sobre la base de mediciones realizadas hasta los 700 metros, se registraron los valores más elevados de contenido calorífico de los océanos, y los años 2017 y 2015 ocuparon el segundo y tercer lugar respectivamente. Además, los océanos absorben aproximadamente el 30 % de las emisiones anuales de CO2, evitando así un mayor calentamiento. Sin embargo, esto supone un alto costo ecológico para los océanos ya que el CO2 que absorben reacciona con el agua de mar modificando así la acidez de los océanos. El nivel de acidez de los océanos ha aumentado en un 26 % desde los comienzos de la Revolución Industrial. También se sabe que más del 90 % de los desastres naturales están relacionados con fenómenos meteorológicos y climáticos. Los principales desastres son las tormentas y las inundaciones, que provocan las pérdidas económicas más cuantiosas. Las olas de calor y las sequías se cobran vidas humanas, avivan los incendios forestales y provocan pérdidas de cosechas. Las olas de calor, que fueron el peligro meteorológico más mortífero durante el período 2015-2019, afectaron a todos los continentes y contribuyeron a que se registrasen muchos nuevos récords de temperatura.
Según un informe, en prácticamente todos los estudios que se han realizado desde 2015 sobre olas de calor significativas se hace referencia a la impronta del cambio climático. Las pérdidas económicas más grandes están relacionadas con los ciclones tropicales. En el Atlántico, la temporada de huracanes de 2017 fue una de las más devastadoras que se haya conocido jamás y las pérdidas asociadas únicamente al paso del huracán Harvey se cifraron en más de 125.000 millones de dólares de los Estados Unidos. En el océano Índico, en marzo y abril de 2019, Mozambique se vio azotado por dos ciclones tropicales consecutivos sin precedentes que causaron gran devastación. Los fenómenos meteorológicos y climáticos inciden sobremanera en los incendios forestales. La sequía aumenta en gran medida el riesgo de incendios forestales en la mayoría de las regiones de bosques e influye particularmente en los incendios de larga duración. Los incendios forestales causantes de las tres mayores pérdidas económicas de las que se tiene registro han ocurrido durante los últimos años. En muchos casos los incendios liberan grandes cantidades de CO2 en la atmósfera. Hacia mediados de 2019 se produjeron incendios forestales sin precedentes en el Ártico. Solo en el mes de junio esos incendios emitieron 50 megatoneladas de CO2 en la atmósfera. Este valor supera la cantidad de CO2 que liberaron todos los incendios que se produjeron en la región ártica durante el mismo mes de 2010 a 2018. Asimismo, en 2018 se registraron grandes incendios forestales en el Canadá y Suecia. También se notificaron extensos incendios en selvas pluviales tropicales de Asia meridional y la Amazonia, donde se albergan recursos no renovables, que afectaron el presupuesto mundial del carbono. Según el Boletín de la Sociedad Meteorológica de los Estados Unidos, durante el período 2015‑2017, en 62 de los 77 fenómenos que se estudiaron se apreció una significativa influencia humana en la génesis de estos fenómenos, y lo mismo revelaban prácticamente todos los estudios realizados sobre importantes olas de calor. De hecho, cada vez en más estudios se señala la influencia humana en relación con el riesgo de precipitaciones extremas. Como podemos ver, estos estudios de la segunda década del siglo XXI inciden en la influencia humana en los fenómenos meteorológicos y climáticos, aunque creemos que se incide poco en la parte que sería más atribuible a causas naturales y a contemplar todos los posibles factores que intervienen.
Pero la historia del clima no muestra que este proceso de calentamiento no se ha producido de forma lineal, sino que han habido fases de estabilidad en la curva térmica, o incluso ligeros enfriamientos. Sobre todo son remarcables los enfriamientos en las décadas de 1960 y 1970, cuando el empleo de combustibles fósiles no solo se mantenía sino que se incrementaba. Por ello, podemos suponer que el cambio climático en que estamos inmersos tiene relación con el empleo humano de esos combustibles fósiles, pero no solo con este factor, ya que se han registrado procesos contradictorios. Por lo tanto, parece que hay otros factores que influyen en el cambio climático y que no están relacionados con la intervención humana. Se trata de factores que ya existieron muchísimo tiempo antes de la supuesta aparición de los seres humanos. Pero, ¿cuál es la proporción entre los factores humanos y los factores naturales que influyen en el clima? Hay algunas curiosidades a tener en cuenta, como que la temperatura media mundial de 1950 fue exactamente la misma que en 1900, como si no hubiese existido medio siglo de calentamiento en medio. Asimismo, la temperatura media mundial de 1980 fue igual a la de 1960, como si durante esos veinte años no se hubiese producido un acelerado proceso de emisión de gases de efecto invernadero. Hay que utilizar las medias móviles de temperaturas para ver cuál es la tendencia general. Con la media móvil las variaciones son suavizadas, y se observa, por ejemplo, cómo en la representación de las variaciones de temperatura media el rango de anomalías comprende desde +3 a -3 ºC, correspondiente a 6 ºC, mientras que con la media móvil este rango se reduce a 3 ºC. Otro aspecto a tener en cuenta es que las estaciones meteorológicas, especialmente las mejor montadas, se ubican en grandes núcleos urbanos, y las ciudades se calientan más que el entorno rural. Si las ciudades no hubieran crecido tanto, convirtiéndose en generadoras de contaminación y de gases invernadero, podríamos comparar mejor las mediciones térmicas de hace un siglo con las actuales. De todos modos, actualmente disponemos de buenas estaciones meteorológicas en ámbitos rurales, en los mares y en los aviones y satélites, que señalan un aumento de temperaturas, aunque de manera más suave. En efecto, el calentamiento ha sido relativamente suave y parece que no ha sido más rápido que el que hubo durante el máximo climático medieval, desde el siglo X hasta el siglo XIV. Es evidente que los glaciares de Escandinavia, de Islandia, de los Alpes, de los Andes, o de los Himalaya se han reducido claramente. Y aún ha sido más impresionante la fusión de hielos árticos, sobre todo en Groenlandia y en la zona del casquete polar, especialmente en el área europea. Estos hechos son la parte más visible del proceso de calentamiento que, además, puede influir en el clima del hemisferio norte, afectando la vida animal en aquellas regiones y las comunidades inuit que viven de la caza de aquellas especies. También hay la evidencia del desprendimiento de grandes bloques de hielo de la cornisa de la Antártida o de un ligero aumento del nivel de las aguas de los océanos, aunque ambos hechos se han exagerado. Según el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), las aguas de los océanos se han elevado unos 18 centímetros a lo largo del siglo XX. Pero hay que tener en cuenta que el agua del mar, además de a causa de las mareas, oscila por el impulso de vientos y corrientes. Por ejemplo, la oscilación El Niño-La Niña hace subir o bajar el nivel de las aguas unos cincuenta centímetros a un lado u otro del Pacífico, según sea su dirección. Otro ejemplo lo tenemos en Escandinavia, especialmente en Suecia, donde parece que el mar está descendiendo, aunque realmente no es así, sino que es la tierra la que se está levantando, supuestamente como reacción a haber estado sepultada a lo largo de centenares de miles de años por la enorme capa de hielos de hasta 4 km. de altura del manto Fino-escandinavo durante las glaciaciones. Aunque ya llevamos más de once mil años en el Holoceno, una época interglaciar cálida, todavía no ha terminado la recuperación de Escandinavia. Algo que sí se ha podido comprobar es que se están calentando las aguas del mar, como han mostrado diversas exploraciones marinas.
Un hecho que ha podido confirmarse es que han subido más las temperaturas mínimas que las máximas. Aunque los veranos pueden ser más o menos calurosos, se verifica una tendencia a inviernos más suaves, con menos nevadas en general, como indican las olas de frío de tipo continental, que son aquellas que hacen bajar drásticamente los termómetros, y que suelen ser secas. Aún menos suele nevar en la Antártida. El tópico de que «ahora nieva menos que antes» depende menos de la temperatura que de la presencia de frentes de lluvias. Independientemente de la nieve, sabemos que las temperaturas se han ido elevando como tendencia durante los últimos 150 años. El hecho de que hayan subido más las temperaturas mínimas que las máximas seguramente esté relacionado con el efecto invernadero, que dificultaría los fuertes enfriamientos nocturnos. Podemos tener veranos muy calurosos e inviernos templados. Sin embargo, en el conjunto del mundo cada vez proliferan más las primaveras o los otoños con temperaturas superiores a las que antes eran normales, con primaveras anticipadas u otoños prolongados. Asimismo es curioso que el calentamiento se haga más visible en las zonas polares, en que suele hacer habitualmente más frío, que en las zonas ecuatoriales. En lugares como Alaska, Groenlandia, Islandia, o la península Antártica, se ha podido visualizar un evidente calentamiento; mientras que el incremento del calentamiento es difícil de verificar en la India, en África central, en el noreste de Brasil y en la Amazonia. A nivel global podemos decir que hasta ahora el calentamiento ha afectado más al hemisferio Norte que al Sur. Esta disparidad es explicable por los ciclos de Milankovich, que dependen de la inclinación del eje de la Tierra o la relación entre la cercanía de la Tierra al Sol y las estaciones en los hemisferio norte y sur. Actualmente coincide la cercanía al Sol con el invierno en el hemisferio norte, y este hecho queda compensado con la mayor superficie terrestre en este hemisferio con respecto del austral. Otras veces, a lo largo de los siglos, puede ocurrir lo contrario. Al parecer lo que estamos experimentando actualmente no obedece a grandes cambios causados por los grandes ciclos astronómicos. Pero sigue siendo una incógnita el que sea un fenómeno más visible en el hemisferio norte que en el sur. Si consideramos que el calentamiento es generado por los seres humanos, tal vez la explicación sea que aproximadamente el 88% de la humanidad vive en el hemisferio Norte, ya que hay muchas más tierras en el hemisferio norte y, además, están más pobladas. El único país con más de cien millones de habitantes en el hemisferio austral es Brasil. Otro país con cerca de doscientos cincuenta millones de habitantes es Indonesia. Pero como está en la línea ecuatorial, lo podríamos integrar en los dos hemisferios. Es lógico que si en el hemisferio norte somos más, también contaminemos más y, tal vez, calentemos más.
Pero aquí encontramos otra posible contradicción, ya que en la mayoría de los casos el calentamiento ha sido más intenso en las zonas cercanas al Polo Norte, que no son precisamente las más pobladas, mientras que ha sido mínimo en las regiones que están alrededor de la zona ecuatorial, aunque estén muy pobladas, como India. Es un hecho realmente sorprendente y digno de tener en consideración. En concreto, las zonas con mayor nivel de calentamiento son Groenlandia, la banquisa de hielos polares que se encuentran entre Groenlandia y el norte de Noruega, y el nordeste de Siberia. En estas zonas no es que haga calor sino que en promedio hace un poco menos de frío. Es evidente que algo no cuadra, ya que se calientan zonas del hemisferio norte con muy poca población y donde apenas se emiten elementos contaminantes. Esta contradicción la puso de relieve en el 2005 el climatólogo Igor Polyakov, experto en oceanografía, cambio climático y en el Ártico, que además explica que en estas zonas el calentamiento ha sido mayor en la primera mitad del siglo XX que en la segunda. Sabemos que la zona de máxima fusión de los hielos está cerca de Groenlandia. También se calientan, aunque en menor grado, Europa, Estados Unidos, sobre todo en su lado este, pero mucho menos en el oeste donde California y Oregon han experimentado pocos cambios de temperaturas promedio. Asimismo, también se calientan China y buena parte de Asia Central. Por el contrario, el calentamiento es mínimo, o incluso hay un ligero enfriamiento en la mayor parte de África, sobre todo el África ecuatorial, Sudamérica, el golfo de Guinea, la India y las regiones del sudeste asiático. Mientras tanto hay zonas en Brasil, en África central o en la costa del Pacífico sudamericano donde incluso se habría producido un cierto enfriamiento. Un ejemplo de esta variabilidad lo tenemos en la Antártida. Mientras que todo indica que en los últimos años se ha enfriado la mayor parte de la Antártida, la Península Antártica, la parte que apunta hacia el cono Sur del continente americano, y la costa que se encuentra al oeste, en dirección al Pacífico, se han calentado en dos o tres grados centígrados. Este calentamiento de algunas zonas de la Antártida se debería a la mayor penetración en aquella latitud de las borrascas del Pacífico Sur, que habrían roto el cordón de agua y aire frío que incomunicaban la Antártida del resto de la dinámica climática mundial. Sin embargo, como contrapartida, se ha enfriado la mayor parte del gran continente antártico que rodea al polo sur, provocando que la enorme masa de hielo haya aumentado en lugar de disminuir. Esto se ha podido constatar en las bases antárticas de Vostok, Scott y Amundsen, y también lo han refrendado los satélites que miden las temperaturas terrestres. El climatólogo Kurt Davis, de la universidad de Missouri, ha estudiado este fenómeno del enfriamiento antártico, que ha sorprendido a los expertos. En las noticias de televisión de vez en cuando nos muestran el desprendimiento de grandes masas de hielo en la banquisa Antártida como demostración del calentamiento global. Pero no se explica que ello puede deberse a distintas causas. Una causa podría indicar que las lenguas glaciares se funden parcialmente al llegar al mar, desprendiendo enormes icebergs aislados en aguas más tibias, por lo que se acaban fundiendo. Otra causa podría deberse a una presión más fuerte de las crecientes masas de hielo en el centro de la Antártida, que forzarían a esos fragmentos de la banquisa litoral se separaran del resto de la masa de hielo. Este es uno de los ejemplos que indicarían que el calentamiento no es global, lo que no quiere decir que no está muy extendido y que haya que estudiarlo seriamente.
Lo que queda claro es que no deberíamos alarmarnos por las temperaturas que se han alcanzado en el siglo XX, ya que desde un punto de vista exclusivamente térmico estamos mejor de lo que estábamos antes de mediados del siglo XIX. En efecto, épocas históricas y climáticas como el «periodo óptimo romano» o el «periodo óptimo medieval», en que las temperaturas fueron muy cálidas, similares o superiores a las actuales, están registrados como unos tiempos de estabilidad en las formas de vida y de desarrollo humano. Asimismo recordemos lo dicho sobre el Sahara, en que, con la misma temperatura calurosa que actualmente, aproximadamente entre hace 8000 y 6000 años lo que ahora es el desierto del Sahara era una verde pradera en la que crecían árboles, corrían ríos, había grandes lagos de agua dulce, y lo poblaban animales de todas clases, así como seres humanos. En aquellos tiempos, los monzones, atraídos por las bajas presiones del verano, alcanzaban parte de África y descargaban sus lluvias en las regiones montañosas del centro del Sahara, lo que ahora no sucede. Nos podemos preguntar por qué razón actualmente se nos dice que este calentamiento térmico, similar al de otras épocas prósperas, es una amenaza para la humanidad. Entre las causas de esa valoración tan negativa tenemos que, de todos los procesos de cambio climático que ha habido en la historia de la Tierra, el que estamos viviendo es distinto a los demás, ya que todo indica que está influenciado por el ser humano. Por primera vez consideramos que no se trata de un fenómeno climático provocado por factores naturales, sino que es obra de los seres humanos. También se considera que el calentamiento actual es consecuencia del afán del ser humano por progresar a toda costa, sacrificando incluso aquellos principios naturales que garantizan el equilibro de nuestro entorno. Por ello, se dice, puede llegarse a un punto de no retorno si no renunciamos a nuestro modo actual de hacer las cosas en nuestro planeta. Pero para evitar los posibles peligros tenemos que comprender mejor lo que ocurre y lo que puede ocurrir en el futuro. Una vez aceptada la intervención del hombre en el proceso de calentamiento climático, esta acusación se ha extendido a nuestros antepasados, al menos desde el neolítico, como si la especie humana fuera un elemento patológico para el equilibrio del mundo o como si fuésemos un virus similar al Covid19 con respecto al resto del planeta. Es evidente que el ser humano ha sido capaz de grandes progresos y ha podido resistir las fuerzas de la naturaleza, avanzando para alcanzar altos niveles de desarrollo. Todo ello nos hace suponer que para este desarrollo el ser humano ha podido influir desde la antigüedad en la atmósfera y en la elevación de la temperatura a causa de la deforestación, los cultivos, la domesticación de animales, especialmente los rumiantes, que liberan grandes cantidades de metano a la atmósfera. Asimismo, la capacidad humana para prender fuego y quemar maleza, para calentarse o para cocinar ha podido afectar el clima. Pero aunque sea cierto que en el pasado contaminaron o contribuyeron hasta cierto punto a cambiar el clima, debemos suponer que su influencia fue mínima, ya que había muy pocos habitantes en la Tierra, por lo que su acción no pudo tener efectos importantes.
Todo parece indicar que la influencia del género humano sobre el clima debió incrementarse a medida que aumentaba y progresaba la población en la Tierra. Pero lo que incrementó enormemente las posibilidades del ser humano en este mundo fue la revolución industrial en el siglo XIX y especialmente la aplicación de la máquina de vapor para transformar el calor en trabajo útil, haciendo funcionar los telares, moviendo otras máquinas, haciendo girar las ruedas o ayudando a fundir metales en las calderas de los altos hornos. El carbón se empleaba para obtener hierro colado y, posteriormente, con la técnica del convertidor para transformar el hierro en acero, se convirtió en fundamento de la moderna maquinaria. Una evidente simbiosis del carbón y del hierro lo fue el ferrocarril, un símbolo del progreso humano. El ferrocarril se impuso como medio de transporte para los viajes y para el traslado de mercancías. El ferrocarril sustituyó al caballo y al carro tirado por caballos, pero no sustituyó al barco, que también se transformó gracias al carbón y al hierro, porque en la segunda mitad del siglo XIX se inventó la hélice, que permitió reemplazar las velas por el vapor, mucho más rápido y seguro. La electricidad, por medio del motor eléctrico, sirvió lo mismo para hacer trabajar una máquina como para arrastrar un tren, hacer hablar a un aparato tocadiscos, o transmitir mensajes a través de la distancia, como en el caso del teléfono, la radio o la televisión. Asimismo, sirvió para producir luz e iluminación. Pronto todo el mundo civilizado dispondría de luz eléctrica. Ahora bien: esta nueva y maravillosa energía tenía que ser producida mediante una fuerza no eléctrica. Solo más tarde se intuyó la posibilidad de una energía limpia: la hidráulica. En muchas partes del mundo se construyeron embalses que generaban energía hidroeléctrica. Es evidente que la revolución industrial transformó el mundo. La revolución industrial provocó al mismo tiempo efectos negativos. Uno de los más claros fue la proletarización de grandes masas de trabajadores, que supuso la miseria de muchas familias. Harían falta muchas luchas y muchos años antes de que la riqueza derivada de la revolución industrial mejorara el nivel y la calidad de vida de una parte importante de los ciudadanos del mundo civilizado, pero sin acabar con las desigualdades. Otro inconveniente fue basar el progreso material en la utilización masiva de combustibles fósiles para producir energía. Los combustibles fósiles contaminan el ambiente y contribuyen a calentar la atmósfera. Pero al igual que el ser humano del neolítico, el ser humano de la revolución industrial no fue culpable del cambio climático, ya que nadie pudo imaginar en aquellos tiempos las consecuencias que podía causar en el clima el empleo de combustibles fósiles.
El llamado carbón de piedra, en estado fósil desde lejanas eras geológicas, es el resultado de restos de leñas vegetales que se pudrieron y quedaron aislados del oxígeno libre cuando estuvieron bajo el nivel del mar. Los países que tenían riqueza en carbón fueron los que primero se industrializaron. Todavía podemos ver documentales y películas antiguas con enormes nubes de humo negro que salían de las altas chimeneas de los centros siderúrgicos, así como también el humo que lanzaban las locomotoras de los trenes y los barcos de vapor. El carbono, combinado con el oxígeno produce monóxido de carbono, CO y dióxido de carbono, CO2. El monóxido de carbono (CO) no provoca efecto invernadero, pero contamina y es venenoso, mientras que el CO2 no es venenoso en sí, pero tampoco sirve para respirar, y produce un efecto invernadero, pero inferior al del vapor de agua y el metano. Como su tasa aumenta en el mundo desde la revolución industrial, la opinión más extendida es que el CO2 resulta ser el responsable principal del calentamiento global. Aunque la producción y el consumo de carbón ha descendido en Europa y en Estados Unidos, ha aumentado en los países de economías emergentes. Los países emergentes exigen el derecho a contaminar que en otro tiempo tuvieron los países ricos. Por ello la producción y el consumo de carbón siguen incrementándose en el conjunto del planeta. El petróleo es otro combustible fósil, constituido esencialmente por hidrocarburos. Tanto el carbón como el petróleo estuvieron durante millones de años cubiertos, por lo que no les pudo llegar el oxígeno en estado libre. Pero mientras el carbón procede de antiguos bosques de árboles o plantas leñosas, el petróleo se formó a base de pequeños seres marinos o de algas. Por esta razón la mayor parte de las bolsas de crudo petrolífero se encuentran bajo los mares o cerca de ellos, como el golfo de México, Alaska, el mar del Norte, el mar Caspio, o el golfo Pérsico. Actualmente el 60% de los pozos petrolíferos utilizados se encuentran en tierra y el 40% bajo el mar, ya que es más fácil perforar en un terreno seco que en un fondo submarino. Por lo que se refiere a sus aplicaciones, el petróleo puede sustituir con ventaja al carbón en plantas generadoras de energía, y es fundamental en los transportes. Lo mismo ocurrió en los barcos movidos por combustible. Y apenas hay energía capaz de sustituir masivamente el consumo de los derivados del petróleo en los automóviles y en los aviones. Aunque hemos conseguido algunos resultados en vehículos movidos por electricidad, no debemos olvidar que los trenes eléctricos y los automóviles eléctricos necesitan de una energía que ha de ser generada por centrales, en su mayoría todavía accionadas por carbón o petróleo.
El consumo de petróleo ha superado actualmente el consumo del carbón para fines industriales, de calefacción o de transportes. Nos podemos preguntar si podremos seguir incrementando el consumo de los derivados del petróleo, teniendo en cuanta que las reservas mundiales son limitadas. Cada vez es más difícil encontrar petróleo o no vale la pena explorar yacimientos que no serían apenas rentables. Pero pueden explotarse nuevas formas de energía alternativas rentables que sustituyan al petróleo mucho antes de que se agote. Lo que nadie puede negar es que, tanto el carbón como el petróleo, aparte del efecto invernadero que producen con la liberación de CO2 a la atmósfera, despiden hollín y gases derivados, como óxido de nitrógeno (NO), y dióxido de azufre (SO2). Estos gases, en presencia del vapor de agua, forman respectivamente ácido carbónico y ácido sulfúrico, que son muy nocivos. Uno de sus efectos más conocidos es la llamada «lluvia ácida», que daña especialmente la vegetación, hasta el punto de secar los árboles, impedir la floración y echar a perder las cosechas. Estos gases nocivos también contaminan las aguas, causando la muerte de peces y otras especies, además de favorecer la corrosión de edificios y construcciones. Aunque se han tomado medidas para combatir la lluvia ácida, quizá no la habremos vencido definitivamente hasta que se reduzca drásticamente el uso de combustibles fósiles. Llegados a este punto es importante establecer las diferencias entre el calentamiento y la contaminación. Durante las décadas de 1960 y 1970 se desarrolló la ciencia de la ecología, dedicada al estudio del medio ambiente y los peligros que amenazan al ecosistema. Inicialmente se promocionó mantener la naturaleza limpia, no degradando los ríos y los océanos, así como evitando los vertidos peligrosos para la salud. Pero el ecologismo fue objeto de críticas por denunciar los excesos del progreso tecnológico, que tan importante es para el actual desarrollo humano. Durante las décadas de 1980 y 1990 los ecologistas denunciaron la destrucción de la capa de ozono existente en la alta atmósfera, que era debida, según pudo comprobarse, a la acción del cloro. Se evidenció que los culpables eran los cloroflurocarburos, que fueron inventados precisamente como gases no contaminantes, ya que no pueden combinarse con ningún elemento existente en la atmósfera. Además, se utilizaban en los aerosoles, incluso para los desodorantes, los insecticidas y los plaguicidas que se emplean desde aviones para proteger las cosechas. Asimismo se descubrió que los cloroflurocarburos se mantienen sin alteración en la atmósfera. Pero, si empujado por la tremenda corriente ascensional de un ciclón o tormenta tropical, el ozono rebasa la frontera de la estratosfera, todo cambia. Precisamente en los trópicos esa frontera está a un nivel más bajo y es más fácil de alcanzar que en los polos. Pero si bien en la estratosfera ecuatorial los clorofluorocarburos son prácticamente inofensivos; las corrientes los llevan, con mucha lentitud, hacia los polos, y allí se vuelven peligrosos.
Sobre los polos, y especialmente sobre la Antártida, se ven unas curiosas «nubes polares», iridiscentes, que están formadas por diminutos cristales de hielo que descomponen la luz del Sol. El hielo es sólido, mientras que los clorofluorocarburos son gaseosos, y solo en aquellas condiciones extraordinarias pueden efectuarse algunas especiales reacciones químicas. El cloro es muy ávido de oxígeno y en cuanto se encuentra con una molécula de ozono (O3), absorbe un átomo de oxígeno, y éste queda convertido en una molécula de oxígeno normal (O2). La razón por la que esta pérdida de ozono es perjudicial para los seres vivos es debido a que el ozono estratosférico absorbe las radiaciones ultravioleta del Sol que llegan a la Tierra, haciendo de filtro. Sin esta protección nos afectarían enfermedades de la piel, como el cáncer cutáneo, y nos moriríamos jóvenes. Sin el ozono estratosférico probablemente ni se hubiera desarrollado la vida. Al contrario, una concentración fuerte de ozono en la troposfera, que es la zona de la atmósfera más próxima a la superficie terrestre y que contiene el aire que respiramos, no es nada conveniente para la salud humana. El ozono, que es provocado por las reacciones químicas de los gases de la combustión, sobre todo de los automóviles, puede alcanzar grandes concentraciones cuando es invierno y estamos bajo la influencia de un anticiclón en que brilla el Sol. En las ciudades, con un tráfico intenso y un clima más bien frío, puede observarse una ligera neblina, de un tenue color azulado. Esta concentración de ozono es peligrosa, ya que provoca picor en los ojos y molestias respiratorias, que pueden tener graves consecuencias para los seres humanos. Vemos pues que el ozono puede ser bueno o malo para los seres humanos según la altura a que se encuentre en la atmósfera. Cuanto más alto mejor para nosotros. Pero los elementos contaminantes no terminan con el ozono. El polvo atmosférico y la descomposición de basuras, los vertidos de residuos a los ríos o mares, o los materiales que no se degradan, como los plásticos, o que no se oxidan, también representan un peligro para la salud de los seres humanos y los animales. Por ello conviene no confundir los factores que producen contaminación, a los que debemos combatir para salvaguardar nuestra salud, con los factores que provocan el calentamiento, que pueden afectar al clima. Tenemos que tener presente que no toda forma de contaminación calienta, así como también hay formas de energía que calientan el ambiente, pero no podemos decir que contaminen. El hollín, resultado de la combustión incompleta de los hidrocarburos, , ensucia y contamina, pero no influye en las temperaturas, ni en las nubes, las lluvias o los vientos. Las ciudades más contaminadas del mundo suelen encontrarse en los climas fríos y en los que es frecuente la presencia de un anticiclón, con escaso viento y provocando un tapón atmosférico que impide la renovación del aire contaminado.
Como un ejemplo de lo antes indicado tenemos el caso de Norilsk, situada en el norte de Siberia, que es una zona rica en níquel y en carbón, que se utiliza para procesar el níquel. En Norilsk no crecen árboles en sus proximidades, mientras el humo de centenares de fábricas invade la ciudad, por lo que es inevitable respirar una neblina sucia y de un olor fétido. El río que atraviese la ciudad pasa contaminado y el promedio de la duración de la vida de sus habitantes es de tan solo 49 años. Allí sí que desearían un calentamiento, ya que en invierno llegan hasta temperaturas de -40ºC, mientras que en verano no superan los 15ºC al mediodía. Sin embargo, en algunas regiones de China la situación aún es peor. Según un informe del Banco Mundial, de las 20 ciudades más contaminadas del mundo, 16 se encuentran en China. Entre ellas destaca Linfen, en la provincia de Shanxi, al oeste de Pekín, donde tienen minas de carbón y cobre. Allí nunca llegan a ver la salida y puesta del Sol, ya que una niebla sucia no deja ver el horizonte, por lo que Linfen es la ciudad del mundo con más tasa de cáncer. También Linfen es una ciudad muy fría, por lo que, en este caso, la contaminación no tiene nada que ver con el calentamiento. En lo que se refiere al calor, muchas ciudades tropicales que registran altas temperaturas son al mismo tiempo muy húmedas, como pasaba en el pasado en el Sahara. Hay que tener en cuenta que uno de los factores más decisivos en el calentamiento del mundo es el vapor de agua. El vapor de agua en la estratosfera terrestre contribuye de forma clave en el calentamiento global, según sugiere un estudio del Laboratorio de Investigación del Sistema Terrestre, en Estados Unidos, que se publica en la revista Science. Los resultados del estudio muestran que un descenso en el vapor de agua en la estratosfera de la Tierra ha contribuido probablemente a la reciente ralentización del aumento de las temperaturas superficiales globales. Los investigadores explican que el vapor de agua es un potente gas de efecto invernadero, ya que absorbe la luz solar y reenvía el calor a la atmósfera terrestre. Los descubrimientos revelan que el vapor de agua estratosférico ha sido un importante promotor del cambio climático global en la pasada década. Asimismo, la humedad aumenta considerablemente la sensación térmica, por lo que sentimos más calor o más frío en un ambiente húmedo. Pero también son abrasadores los verano en ciudades de clima seco situadas al borde de desiertos, como El Cairo o Bagdad. En ello también tiene relevancia el hecho de que en toda ciudad importante hay niveles altos de contaminación.
Pero tenemos que tener en cuenta otros gases que también provocan un aumento de la temperatura. Pues bien, actualmente el factor de calentamiento que más está aumentando es el dióxido de carbono, CO2, como consecuencia del crecimiento de la combustión de carbón y derivados del petróleo. Hacia 1900 la concentración de CO2 en la atmósfera era de 280 ppm (partes por millón). En 1960 era ya de 315, en 1980 de 337, en 1990 de 352, en 2000, de 368 y en 2010 de 385, mientras que en el año 2019 llegó a los 415 ppm, supuestamente por primera vez desde hace 3 millones de años. En la naturaleza, sin la intervención humana, el llamado «ciclo del carbono» tiende a mantener un equilibrio por la combinación de dos ciclos distintos. El ciclo corto se opera mediante la fotosíntesis, es decir, por la absorción del CO2 por parte de las plantas, que necesitan carbono para vivir, y que devuelven oxígeno a la atmósfera. El CO2 generado por los volcanes, por los seres vivos que respiran, por la descomposición de ciertos materiales orgánicos, es disociado por la respiración de los vegetales con hojas, y las algas. El ciclo largo es el que procede de la absorción de CO2 por el agua y fundamentalmente por los océanos. El oxígeno disuelto en el agua es aprovechado por los peces y otros organismos acuáticos que necesitan respirar. Del carbono resultan carbonatos, necesarios también para otras formas de vida, como las conchas y los corales. Gran parte del CO2 absorbido por el agua termina convirtiéndose en ácido carbónico. Y en cambio, los mares devuelven una parte del oxígeno absorbido. Vemos que el ciclo del carbono mantiene, de manera natural, más o menos la tasa de CO2 en la atmósfera a un nivel conveniente para la vida. Pero no siembre la naturaleza ha actuado de la misma manera a lo largo de la historia de la Tierra. Mientras en la época de glaciaciones globales la tasa de gases invernadero en la atmósfera era muy reducida; en la época de los dinosaurios la proporción de CO2 era del orden de 1000 ppm, el triple que la actual. Y a pesar de ello había una vida intensa, en que había gigantescos dinosaurios, pequeños mamíferos, peces y una exuberante vegetación. Lo preocupante de la situación actual es que el incremento de las condiciones térmicas y ambientales ocurre en un plazo de pocos cientos de años, por lo que si continuase indefinidamente, la adaptación de los seres humanos sería complicada. El verdadero problema no es que continúen subiendo las temperaturas y se viva mejor en el norte que en el ecuador, sino que el ascenso de temperaturas se acelere hasta límites insoportables como consecuencia de la emisión de gases de efecto invernadero.
Pero, ¿hay verdaderas razones para alarmarse? Ya hemos dicho que los calores del verano de 1991 en el hemisferio Norte despertaron la alarma de los científicos, los ecologistas y los medios de comunicación, poniéndose entonces de moda el problema del calentamiento global, del cual ya habían alertado las Naciones Unidas. En 1988 se creó el Panel Internacional sobre el Cambio Climático (IPCC), que comenzó a emitir informes desde 1990. Pero el Panel define el cambio climático como «la modificación de las condiciones que operan en la atmósfera por obra, directa o indirecta, del hombre», de lo que se deduce que no admite otra forma de calentamiento en la atmósfera que el causado por los seres humanos, lo que es bastante aventurado si estudiamos la historia del clima en la Tierra. Asimismo, el IPCC apenas ha tratado de otro factor como causa del calentamiento global que la emisión de gases de CO2, cuando existen otros factores, algunos de ellos más peligrosos. En todo caso, los informes son invariablemente alarmistas y alertan sobre el peligro que corre el mundo si no se corrigen las causas del calentamiento. Paralelamente ha habido reuniones de una comisión al efecto de las Naciones Unidas, con intervención de miembros del IPCC, para prevenir y combatir los efectos del cambio climático, entre las que destaca Kyoto en 1997, donde se tomaron medidas para reducir la emisión de gases invernadero, principalmente CO2, que solo en parte han sido cumplidas. Aunque no podemos ignorar que el calentamiento se debe en buena parte a la emisión de CO2, hay que recordar que el CO2 no puede ser el único responsable del calentamiento, ya que hay otros gases que debemos tener en cuenta. Antes ya hemos dicho que el principal factor de calentamiento es el vapor de agua que, además, es un gas necesario y benéfico, del que no podemos prescindir. El ciclo del agua también se auto regula sin que el ser humano tenga que intervenir. Pero el problema es que sí estamos interviniendo en su ciclo. En efecto, si consideramos que el ser humano está calentando la atmósfera con los gases de efecto invernadero, también está provocando un calentamiento de las aguas, lo que implica una tasa creciente de evaporación del agua por encima de su nivel natural. Y éste es realmente el peligro, ya que a mayor evaporación, más vapor de agua, y a más vapor de agua, más efecto invernadero y más calentamiento. Tal vez, sin darnos cuenta, estamos provocando un calentamiento más acelerado que el que se produciría con únicamente la emisión de gases industriales. Y esta aceleración sí que sería peligrosa.
Antón Uriarte, en su libro Historia del clima de la Tierra, nos explica que los posibles cambios ocurridos, a escala global, en la humedad de la atmósfera terrestre durante el transcurso del siglo XX son poco conocidos, pues se tienen muy pocas series de mediciones. Además, el vapor de agua no se reparte homogéneamente por el espacio, lo que hace difícil cuantificarlo. El máximo de humedad se registra en las zonas ecuatoriales y el mínimo en las latitudes cercanas a los polos. Si en un instante toda la humedad de una columna de aire se condensase y precipitase en forma líquida, el espesor de la cantidad recogida sobre los océanos tropicales sería de unos 60 mm y sobre los círculos polares de tan sólo 5 mm, lo que es menos que en los desiertos más áridos. Con el calor, la evaporación aumenta y también aumenta la capacidad de retención de humedad por parte del aire. Por ello, si se produce por cualquier causa un incremento de la temperatura del aire, a causa del aumento de la radiación solar, del incremento del CO2, etc., también aumenta la concentración de vapor de agua en la atmósfera, lo que amplifica, debido a un mecanismo de retroalimentación positiva, el calentamiento inicial. Se calcula que, si se mantiene constante la humedad relativa, la humedad absoluta de vapor de agua en el aire aumenta entre un 6 % y un 8 % por cada grado de incremento de la temperatura global en la atmósfera. Si esto es así, durante el siglo XX el vapor de agua ha debido aumentar a escala global entre un 3 % y un 4 %. Y, según los modelos climáticos, el vapor de agua ha de aumentar, a finales del actual siglo XXI, un 20% en la baja troposfera y un 100 % en la alta tropósfera. Lo que es evidente es que el vapor de agua es el principal gas invernadero de la atmósfera terrestre. Su presencia se calcula que provoca, por término medio, más del 60 % del efecto natural de calentamiento, no imputable directamente a los seres humanos, debido a que el vapor de agua es muy eficiente atrapando las radiaciones infrarrojas terrestres en diversas longitudes de onda. Por esta razón es lógico que las mediciones vía satélite sobre los océanos reflejen una alta correlación entre la temperatura del aire de la baja troposfera y su contenido de vapor de agua en muchas zonas. Es evidente que, a mayor temperatura, mayor contenido de humedad, y viceversa. Una de las mayores incógnitas de los modelos climáticos es la variación de humedad en los diferentes niveles de la atmósfera. Conocer esta variable es importante, ya que el papel del vapor de agua en el cambio climático, sobre todo en los flujos radiativos, depende no sólo de su concentración sino también de su distribución vertical. Si es difícil saber la evolución y los efectos del vapor de agua, aún lo es más cuando nos referimos a la condensación del agua atmosférica, es decir, de las nubes.
Las nubes afectan de manera importante a los flujos de energía solar y terrestre. El resultado del efecto reflectante, o albedo, con respecto a la radiación solar, lo que implica una pérdida de energía, y el efecto invernadero con respecto a la radiación terrestre, lo que implica una retención de energía, depende del tamaño de las gotas, de la densidad de las nubes, de su espesor; de su altitud, de su temperatura, etc. La creencia popular es que el efecto neto de las nubes es el de enfriar la superficie terrestre. En efecto, a partir de las diferencias de la radiación solar cuando hay o no nubes, se deduce que las nubes incrementan el albedo planetario, o la reflectividad global, en un 15%, lo que supone una pérdida de energía de 50 W/m2. Pero hay una segunda parte de la historia, ya que se calcula que la retención por parte de las nubes de la radiación infrarroja saliente de la superficie terrestre supone una ganancia de energía, o efecto invernadero, de unos 30 W/m2. Por lo tanto, el resultante es una pérdida de energía de 20 W/m2. Ahora bien, la inclusión del efecto de las nubes en los modelos climáticos sigue siendo complicada. Se sabe que el efecto radiativo de las nubes es muy desigual en distintas zonas del planeta, ya que el reparto de los porcentajes de energía solar absorbida y reflejada varía mucho según el tipo de nube, la latitud y la estación del año. Por ejemplo, en las regiones oceánicas tropicales del oeste de África y de Sudamérica, cubiertas con frecuencia por capas bajas de estratocúmulos, las nubes pueden provocar una disminución neta de energía en superficie de hasta 100 W/m2 , mientras que los altos cirros finos que a veces cubren los desiertos tropicales pueden producir un aumento neto de energía de hasta 25 W/m2. Por otro lado, en latitudes medias, las depresiones profundas con frentes de nubes asociados tienen un efecto de enfriamiento debido a que el albedo es muy alto. Por el contrario, en las regiones polares la cubierta de nubes tiene un efecto de calentamiento, ya que, aparte del efecto invernadero, las nubes tienen menor albedo que las superficies sin estar cubiertas de nubes pero cubiertas de nieve. En el balance de radiación que llega a la superficie, los cálculos efectuados a partir de mediciones vía satélite indican que las nubes producen un pequeño calentamiento en los trópicos, un enfriamiento muy notable en las latitudes medias y, de nuevo, un calentamiento pequeño en las latitudes altas, cercanas a los polos. asimismo, aunque globalmente las nubes enfríen, su efecto térmico en superficie es diferente durante el día que durante la noche, ya que las nubes tienden a enfriar durante el día y a calentar durante la noche, causando la disminución en las oscilaciones térmicas entre las máximas diurnas y las mínimas nocturnas.
La influencia de las nubes en la oscilación térmica diaria tuvo una confirmación en los tres días posteriores a la destrucción de las Torres Gemelas, en los que se prohibió el vuelo de aviones sobre los Estados Unidos, o como ha pasado durante el confinamiento por el Covid19 en que se han reducido drásticamente los vuelos. En los días posteriores a la destrucción de las Torres Gemelas la oscilación térmica diurna aumentó en más de 1ºC. La razón más probable fue la ausencia de las estelas que dejan los aviones y que facilitan la condensación del vapor de agua. Después del vapor de agua, el más importante factor causante del efecto invernadero es el metano. Se encuentra, como el petróleo, en grandes bolsas a cierta profundidad, pero también se genera espontáneamente en ciénagas y humedales, en lugares donde se descomponen plantas en un medio acuático. También existe el metano en minas, especialmente en minas de carbón, donde se le conoce como gas grisú. Asimismo, también lo expulsan las erupciones volcánicas. Pero una de las causas de su emisión es la actividad humana, especialmente en determinados cultivos en tierras húmedas, como los del arroz. También lo liberan animales que el hombre ha domesticado, especialmente los rumiantes, como las vacas. Se cree que el 60% del metano que existe en la atmósfera es de origen natural, mientras que un 40% sería consecuencia de la actividad humana. Actualmente el metano no sobrepasa la proporción de 2 ppm (partes por millón), mientras que el CO2 supera las 415 ppm. Pero el metano es 25 veces más activo como factor del efecto invernadero que el CO2, de modo que si el metano llegara a representar solo la cuarta parte de lo que representa el CO2, resultaría más peligroso, lo que no sería tan extraño, ya que es evidente que la tasa de metano está aumentando con rapidez. Aunque algunos paleo-climatólogos como William F. Ruddiman predicen que en la segunda mitad de este siglo el metano será el principal factor del calentamiento, no parece que haya evidencias de que ello vaya a suceder. De todos modos, un equipo internacional de científicos ha averiguado que una zona del fondo del Océano Ártico, que almacena gran cantidad de metano congelado, muestra signos de inestabilidad y presenta fugas generalizadas de este gas de efecto invernadero. Los hallazgos de este estudio se publicaron en la revista Science. Los investigadores, procedentes de Rusia, Suecia y Estados Unidos, observaron unas perforaciones en el permafrost situado bajo la Plataforma Ártica de Siberia Oriental, que emiten grandes cantidades de metano a la atmósfera. Incluso la emisión de una pequeña proporción del metano almacenado en la plataforma continental podría agravar el calentamiento global. «La cantidad de metano que se libera de la Plataforma Ártica de Siberia Oriental es comparable a la aportada por el resto de los océanos del planeta. El permafrost submarino está dejando de ser un manto impermeable», advirtió la autora principal del estudio, la Dra. Natalia Shakhova, del Centro Internacional de Investigaciones Árticas (IARC) de la Universidad de Alaska Fairbanks (Estados Unidos).
La Plataforma Ártica de Siberia Oriental es un área de unos dos millones de kilómetros cuadrados de la plataforma continental del Océano Ártico que es rica en metano, siendo una de las principales fuentes de este compuesto químico a escala mundial. Un análisis de los descubrimientos del estudio muestra que la Plataforma Ártica de Siberia Oriental emite 7 teragramos (1 teragramo = 1 millón de toneladas) de metano al año. La cantidad es similar a la emitida en conjunto por el resto de los océanos del planeta. «Nuestra mayor preocupación es que el permafrost submarino ya ha mostrado signos de desestabilización, Si continúa esta tendencia, las emisiones de metano puede que dejen de medirse en teragramos y sean considerablemente mayores», indico la Dra. Shakhova. Según esta investigadora, los registros geológicos de la Tierra muestran variaciones en las concentraciones atmosféricas de metano: entre 0,3 y 0,4 partes por millón durante periodos fríos y entre 0,6 y 0,7 partes por millón durante periodos cálidos. La concentración media de metano en el Ártico se encuentra en torno a las 1,85 partes por millón, todo un record en los últimos 400.000 años. Pero la Plataforma Ártica de Siberia Oriental presenta concentraciones incluso mayores, un dato aún más alarmante. Los investigadores afirmaron que la plataforma sólo posee 50 metros de profundidad y no emite metano durante los periodos más fríos del planeta, pues permanece como una llanura costera ártica congelada. Pero cuanto más se calienta la Tierra, más aumentan los niveles del mar, lo que provoca que la plataforma se inunde con agua marina que es entre 12 y 15 grados más cálida que la temperatura media del aire, según los expertos. «Hasta ahora se pensaba que el agua marina mantenía congelado el permafrost de la Plataforma Ártica de Siberia Oriental. Nadie había pensado en esta enorme zona», indicó la Dra. Shakhova. En estudios anteriores realizados en Siberia se descubrieron fuentes de metano procedentes del permafrost terrestre en proceso de descongelación. Sin embargo, estudios llevados a cabo durante la década de 1990 por el coautor del artículo, el Dr. Igor Semiletov, demostraron que la cantidad de metano liberada por fuentes terrestres descendió en latitudes más cercanas al polo. Cabe señalar que estos estudios se limitaron a la tierra firme. Los doctores Shakhova y Semiletov y su equipo ampliaron el estudio al mar entre 2003 y 2008. La investigación ayudó a determinar que las concentraciones de metano eran por lo general mayores y que el mar contenía unos cien focos de emisión. También descubrieron que el gas metano atrapado en el hielo marino no sólo se disolvía en el agua, sino que también escapaba a la atmósfera. «La liberación de tan sólo el 1% del metano que se calcula está almacenado en estos depósitos de hidratos poco profundos podría multiplicar por tres o por cuatro la actual carga del gas en la atmósfera. Las consecuencias climáticas de este cambio son muy difíciles de predecir», declaró la Dra. Shakhova. Se habla relativamente poco del metano, pero también deberíamos estar en guardia sobre su proliferación en la atmósfera.
Otros gases, como el dióxido de azufre (SO2) o el óxido nítrico (NO) producen un efecto invernadero mucho menos peligroso que los factores antes indicados, pero que no podemos despreciar. Asimismo no podemos obviar la acelerada deforestación del planeta, siendo máxima la deforestación de nuestras selvas y bosques en zonas intertropicales, como Brasil, Indonesia, Birmania o Zambia, justo donde abundan los árboles de hojas grandes, que son los más eficaces en la función de fotosíntesis, que es la manera que tiene la naturaleza de absorber el CO2. En Brasil, en la zona del Paraná y la Amazonia, donde en su tiempo hubo selva, ahora hay praderas inmensas. Vemos que se están reduciendo dramáticamente los bosques tropicales, que tanto ayudan a combatir el incremento del CO2, ya que lo absorben, sin que haya una actuación internacional contra este preocupante proceso de deforestación. El proceso de calentamiento de la Tierra es evidente, pero no tenemos que caer en el alarmismo sin más. Asegurar que el proceso de calentamiento terrestre es ya un proceso irreversible no es la mejor manera de animar a que se tomen medidas para contrarrestarlo. Richard B. Alley, famoso glaciólogo que ha efectuado trabajos en Groenlandia y que conoce bien el proceso de fusión de los hielos, confiesa que «es difícil, si no imposible, predecir cuál va a ser el futuro». Si consideramos que la Tierra va a seguir calentándose indefinidamente hasta límites insoportables, este proceso probablemente ya no dependería del empleo de combustibles fósiles, cuyas reservas están disminuyendo rápidamente. La realidad es que si no podemos reemplazar los combustibles fósiles por fuentes de energía renovable y rentable, entonces la crisis mundial no sería debida al calentamiento, sino a un progresivo retroceso económico provocado por la escasez de nuevas fuentes de energía. Antes nos hemos referido al Sahara al hablar de que, a la misma temperatura, un régimen de lluvias puede llevar a la exuberancia de la vida, mientras que la sequía puede llevar a la desertización y muerte de la vida. Por ello podemos preguntarnos, ¿hasta qué punto el calentamiento está produciendo desastrosas sequías? El Centro Hadley de Investigación sobre el Calentamiento Global asegura que el planeta ha experimentado, desde la década de 1990, un incremento de un 25% en el índice de sequías. Y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente avisa que 450 millones de seres humanos ya sufren las consecuencias de la falta de agua, y predicen que en el 2025 esa carencia de agua alcanzará a nada menos que 2.800 millones de personas.
Podríamos considerar que el actual cambio climático provoca más sequías que un alto índice de lluvias, o también podríamos considerar que el incremento de población en algunos lugares del mundo hace más difícil que el agua llegue a todo el mundo. Todavía hay serias dudas sobre la supuesta relación entre el calentamiento y la sequía, como ya vimos en relación al Sahara, incluyendo la opinión de que el proceso de calentamiento provocará más cantidad de lluvia pero menos días de lluvia, aunque más torrenciales. Esta suposición se corresponde con el régimen de lluvias en países cálidos intertropicales, en que las lluvias son muy fuertes, pero que se producen en una determinada época del año. Es en realidad un régimen de tipo monzónico, tal como ocurre en la India, África central, zonas del Caribe o de Indonesia. En esas regiones cálidas ya están acostumbrados a la alternancia de lluvias torrenciales y sequías. Pero si un régimen de alternancia de este tipo se extendiese a países que hoy no lo tienen, como Europa, la mayor parte de los Estados Unidos, Japón, o Sudamérica, que hoy disfrutan de un clima suave, muchos millones de seres humanos tendrían que prepararse para esta alternancia climática. Aún es prematuro prever si el escenario que algunos nos anuncian es seguro ni cuándo llegará. Otra predicción que se hace es que aumentará la frecuencia de ciclones y tormentas tropicales, lo que también es prematuro afirmarlo. De hecho, en los primeros años del siglo XXI hubo una disminución de este tipo de fenómenos en el área del Caribe. Pero luego, en el 2005, el huracán Wilma fue el huracán más intenso registrado en el Atlántico y el décimo ciclón tropical más intenso registrado en todo el mundo, que afectó a toda la zona del Caribe. Además, fue el más fuerte registrado en Estados Unidos, con vientos que llegaron a la costa con una velocidad de 320 km/h. Posteriormente, ese mismo año, el huracán Katrina fue bastante menos intenso, pero el más catastrófico que se recuerda por haber afectado de lleno a la ciudad de Nueva Orleans y una zona muy densamente poblada. Más tarde han escaseado los ciclones antillanos, mientras que han abundado, sobre todo en 2009 y 2010, los tifones en Oriente, que se mueven independientemente de los monzones, que son un fenómeno distinto. Hay que tener en cuenta que el tiempo meteorológico y, a más largo plazo, el clima, son aparentemente muy caprichosos.
Bjørn Lomborg es un escritor, profesor y ambientalista danés. Es conocido principalmente como autor del polémico libro El ecologista escéptico. En 1998 publicó cuatro artículos sobre el estado del ambiente en el Politiken, uno de los principales periódicos daneses, que dieron pie a un intenso debate medioambiental en Dinamarca, extendiéndose a todos los periódicos y generando numerosos artículos, comentarios y críticas. Debido al intenso debate generado por los artículos publicados en Politiken, Bjørn Lomborg decidió estudiar más a fondo el tema, haciendo un análisis detallado de los datos existentes respecto de los diversos problemas ambientales. Usando su buena experiencia en el campo de la estadística y tomando datos de las fuentes de fiabilidad reconocida, como la ONU (Organización de las Naciones Unidas), la FAO, el Banco Mundial, la EPA (Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos), el IPCC, la OMC (Organización Mundial de Comercio), en general las mismas fuentes que el movimiento ecologista utiliza para apoyar sus tesis, publicó El ecologista escéptico, un libro que pone en duda un amplio rango de problemas ambientales que suelen ocupar portadas y titulares de los medios de comunicación de todo el mundo y que causó escándalo entre los más acérrimos partidarios del calentamiento global. Lomborg nunca ha negado el calentamiento que ahora sufre el mundo, pero acusa de exagerados a los más radicales, ya que cree que el proceso no es de momento grave ni mucho menos acelerado, aunque sí que es preciso corregir errores y, sobre todo, preocuparse de temas más importantes, como el hambre en el mundo o la expansión del virus del SIDA. Sin embargo, su reacción provocó la indignación de los ecologistas más radicales, que en un artículo publicado en Scientific American le acusaban de malintencionado y anticientífico. Trató de explicar su tesis en universidades europeas y americanas, en muchas de las cuales fue abucheado. No faltaron tampoco partidarios entusiastas que le aplaudieron. La polémica estaba servida, y en todo lo que llevamos de siglo XXI no se ha resuelto. En 2010, coincidiendo con las críticas de las Naciones Unidas a su filial ecológica, el IPCC, y los proyectos para su reforma, Lomborg ha experimentado un giro y ahora aboga por una política contra el calentamiento y la búsqueda de nuevas soluciones, porque estima que el protocolo de Kyoto es caro e ineficaz. Aunque sigue opinando que la lucha contra el calentamiento es importante, pero no urgente: «El calentamiento no es el fin del mundo». Lo peor de todo es que la polémica se ha convertido en un problema ideológico. En un extremo están los partidarios radicales, que consideran que el proceso de calentamiento es ya irreversible o casi, y auguran para fines del siglo XXI un aumento de las temperaturas del orden de 5º a 7ºC, que provocará guerras, migraciones, hambrunas, etc. El paleontólogo, ambientalista, explorador y científico australiano, Tim Flannery, declaraba que «si los humanos siguen haciendo las cosas como hasta ahora a lo largo de la primera mitad de este siglo, creo que el ocaso de la civilización a causa del cambio climático es inevitable».
Científicos consultados por Naciones Unidas califican de “abrumador, generalizado e irreversible” el impacto del calentamiento global en el planeta. Suena a algo que ya hemos leído o escuchado, pero el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC) asegura que estas conclusiones son resultado de una completa evaluación de cómo está afectando el cambio climático a la Tierra. En efecto, cientos de investigadores de 70 países produjeron un nuevo reporte el año 2014, con la ayuda de miles de expertos de todo el mundo, basados en más de 12.000 estudios científicos. Sin embargo, no todos los participantes quedaron satisfechos con el resultado, difundido tras días de intensas negociaciones en Yokohama, Japón. Es el caso de Richard Tol, especialista en el aspecto económico del cambio climático por la universidad británica de Sussex, quien de hecho pidió que retiraran su nombre de partes del documento por considerarlo demasiado alarmista. Richard Tol dice que estaba más conforme con el borrador inicial del documento, ya que “transmitía el mensaje correcto”. Pero según explicó Richard Tol a la BBC, “pasó de ser un mensaje positivo sobre cómo podemos hacer frente a estos riesgos a una historia sólo sobre los riesgos, que afirma que el cambio climático es algo terrible y la única solución posible es la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero lo más rápido posible. Algo que creo que no se sostiene con el reporte y es un mensaje que el IPCC ha estado transmitiendo en los últimos 25 años sin mucho éxito en términos de influencia en las políticas, y esta era la última oportunidad para cambiar el mensaje y ofrecer un consejo diferente a los responsables políticos“. Según Tol, muchos riesgos del cambio climático son exagerados y sus efectos pueden ser reducidos adaptándose a los cambios. Los esfuerzos económicos, dicen los críticos al reporte de Naciones Unidas, deberían concentrarse en la adaptación al cambio climático en lugar de tratar de impedir que suceda. De acuerdo con el texto que hizo público el IPCC, es probable que nuestra salud, nuestras casas, nuestros alimentos y nuestra seguridad se vean amenazadas por temperaturas cada vez más altas. Sin embargo, también añade que aún podemos adaptarnos a muchas de las transformaciones. Según Richard Tol: “El cambio climático supone riesgos, pero muchos de esos riesgos son en realidad síntomas de subdesarrollo y mala gestión. Estimulando el crecimiento económico y con un mayor aprovechamiento de los recursos naturales de eventos climáticos extremos podemos hacer frente los efectos del cambio climático. El IPCC está para proveer al mundo con una clara visión científica sobre el actual estado de conocimiento sobre cambio climático y sus potenciales impactos medioambientales y socioeconómicos“. Los informes del IPCC son importantes para asesorar a los responsables de las políticas medioambientales de diversos gobiernos. Según Tol: “El mensaje en el primer borrador era que a través de la adaptación y el desarrollo inteligente estos eran riesgos manejables, pero que requieren una acción conjunta. Esto ha desaparecido por completo del texto, que es sobre los impactos del cambio climático y los cuatro jinetes del apocalipsis. Es una oportunidad perdida“.
Jean-Pascal van Ypersele, vicedirector del IPCC, dijo que las críticas de Tol no son correctas: “Estamos señalando las razones de la alarma. Los hechos y la ciencia muestran que hay razones para alarmarse. No es porque somos alarmistas“. El informe, titulado Cambio Climático 2014: Impactos, Adaptación y Vulnerabilidad, sostiene que los efectos ya están ocurriendo en todos los continentes y en los océanos. Y el mundo, en muchas partes, no está lo suficientemente preparado para hacer frente a estos peligros. Sin embargo, Vicente Barros, codirector del Grupo de Trabajo, también menciona la necesidad de dedicar esfuerzos a la adaptación: “La adaptación es tan importante porque el mundo enfrenta varios riesgos por el cambio climático que ya se ha producido debido a las emisiones pasadas y a la presente infraestructura“. Según Chris Field, quien también encabeza el grupo responsable de este informe, la adaptación para reducir los riesgos está comenzando a desarrollarse, pero aún está enfocada en reaccionar a eventos pasados más que en la preparación para un futuro cambiante: “Comprender que el cambio climático es un desafío para la gestión de riesgos abre una amplia gama de posibilidades para integrar adaptación con desarrollo económico y social, y con iniciativas para limitar el futuro calentamiento“. Cristian Frers, experto en Gestión Ambiental, aseguraba que «la Tierra está sufriendo de fiebre. La culpa es de todos. Estamos muy enfermos, pero no nos damos cuenta». Anthony Costello, director del Institute for Global Health en la University College of London, afirmó en la prestigiosa revista británica The Lancet que el calentamiento «pondrá en grave riesgo, en las próximas décadas, la vida de miles de millones de personas». Si nos guiamos por estos mensajes catastrofistas diríamos que estamos a las puertas del fin del mundo. Pero hay quienes tienen una opinión más moderada en que, aún admitiendo la posible gravedad del problema a medio y largo plazo si se mantienen las condiciones existentes, no consideran que todo está perdido, por lo que aportan posibles soluciones y aceptan la posibilidad de un futuro más prometedor, gracias a la utilización de energías renovables. Carlo A. Ricci, presidente del European Polar Board y directivo del programa EPICA, que estudia el cambio climático a través de las muestras de hielo, declaró que «es evidente que la Tierra se está calentando, pero aún no sabemos la magnitud exacta de ese calentamiento. Los polos no se van a fundir en cincuenta años; al menos tardarían unos mil, si la temperatura sigue aumentando a este ritmo». Algunos renombrados científicos piensan que, aunque no podemos dormirnos, disponemos de tiempo suficiente para tomar las medidas que sean necesarias. Opinan que el calentamiento hasta ahora no es extremadamente preocupante, pero se diferencia de otros procesos climáticos históricos en el hecho de que es el ser humano quien parece lo está provocando, por lo que sería el ser humano el que tendría que tomar medidas para evitar llegar a extremos peligrosos.
Pero hay otros científicos, minoritarios, que opinan que el proceso de calentamiento no se debe exclusivamente a la acción humana y que hay otros factores que también pueden ser importantes. Uno de sus argumentos es que no ha existido una linealidad entre las emisiones de gases invernadero provocadas por el ser humano y la evolución de las temperaturas. Como ejemplo presentan el caso de las décadas de 1950 y 1960, en que predominó un relativo enfriamiento, mientras que la emisión de gases invernadero se disparaba. En la primera década del siglo XXI se produce un nuevo estancamiento del calentamiento, por lo menos hasta el 2008. Si las temperaturas descienden o se estancan cuando aumentan los gases producidos por los combustibles fósiles, es que actúa otra causa independiente, que es la que provoca esas inflexiones. Todo ello parecería apuntar a que hay, por lo menos, dos factores distintos, uno humano y otro de origen natural. El meteorólogo Anthony Watts se muestra un tanto escéptico, aun sin negar la intervención del ser humano: «no se trata de negar la existencia de un calentamiento global, sino de determinar con exactitud y sin sesgos hasta qué punto es el ser humano el único responsable». Este porcentaje de intervención humana en el cambio climático es justamente lo que no sabemos y lo que estamos necesitando conocer para tomar las medidas adecuadas. También tenemos a los escépticos, que no niegan la posibilidad del calentamiento provocado por la acción del ser humano, pero dudan en alto grado de la fiabilidad de los datos. Una de sus objeciones se basa en las llamadas «islas de calor». Resulta que las estaciones meteorológicas situadas en las grandes ciudades o sus alrededores sufren los efectos del calor mucho más que las zonas agrarias o las regiones poco habitadas. La densa presencia humana, aún prescindiendo de los coches, aires acondicionados, calefacciones, industrias, etc…, se ve afectada porque el ser humano contribuye a calentar el ambiente, ya que tiene una temperatura corporal de 37 grados centígrados y porque respira, exhalando a la atmósfera una cierta cantidad de CO2. Pero, evidentemente, aportan más al calentamiento factores como la industria, los aparatos que transforman el movimiento en calor, los automóviles y demás vehículos que circulan, las calefacciones en invierno, o el aire acondicionado en verano, que devuelve calor al ambiente. El profesor Carlos M. Madrid, en un análisis de las curvas térmicas en el periodo 1880-2000, registradas en las estaciones meteorológicas de Madrid Retiro y Navacerrada, indica que, en sus datos promediados, la primera revela una tendencia al calentamiento y la segunda no. Pero las estaciones meteorológicas distribuidas por todo el mundo, aunque de manera desigual, parecen indicar que en gran parte de los continentes y de los mares se registran temperaturas promediadas superiores a las de hace un siglo, aunque en un valor distinto según su situación geográfica. Hay países en que el calentamiento no queda demostrado, e incluso algunos en que parece haberse registrado un enfriamiento. Pero la tendencia global hacia el calentamiento es la más frecuente.
También tenemos el caso de los negacionistas radicales del cambio climático, que opinan que todo lo que se nos cuenta es un engaño intencionado. En suma, la polémica ha dividido a la gente y ha hecho surgir la sospecha de intereses poco confesables. Ante ello, vale la pena leer lo que dice el paleo-climatólogo William F. Ruddiman, ya citado en este artículo: «El tema del calentamiento global se ha convertido en un avispero, y no tengo la menor intención de meter la mano en algo tan sucio y desagradable. Lo único claro de todo ello es que la polémica está llegando a un punto que perjudica la investigación». Lo que sí parece claro, al menos para unos cuantos científicos con los que estoy de acuerdo, es que la discrepancia entre el aumento de los gases de efecto invernadero y la curva generalizada de las temperaturas nos hace pensar que hay algún factor natural, ajeno al ser humano, que está interviniendo. Sabemos de la variabilidad de la meteorología, en que a una etapa anormalmente abundante en borrascas sucede otra de anticiclón y estabilidad, mientras que a una temporada de calores anormales sucede otra de cierto enfriamiento. En resumen, a una anormalidad en un sentido suele suceder generalmente una anormalidad en sentido contrario. Sabemos que existen factores naturales que determinan esa alternancia climática. De manera natural, un episodio de calor provoca un aumento de la convección o de ascensión de aire caliente, más ligero, hacia las alturas, y su sustitución por masas de aire más pesado y más frío, que vienen a refrescar el ambiente. Una zona de baja presión aleatoria tiende a ser rellenada por una irrupción del aire circundante, que viene a crear un área de alta presión, y así sucesivamente. Los meteorólogos y los que observan los mapas del tiempo lo pueden corroborar. La tendencia a la compensación es natural en la dinámica atmosférica. Ahí tenemos las oscilaciones del Atlántico Norte o Atlántico Sur, las de California o de Patagonia, El Niño, La Niña, la intensidad variable en un sentido o en otro de los monzones. Nos podemos preguntar si estas oscilaciones están basadas en la dinámica del contrapeso o bien es un factor exterior, no puramente atmosférico, que opera entre los factores del calentamiento. A más largo plazo tenemos los ciclos de Milankovich, pero tenemos otros factores cósmicos, como la actividad solar, que pudo tener una influencia muy grande en la época del Mínimo de Maunder, durante la Pequeña Edad de Hielo, y probablemente en otras muchas. Un equipo dirigido por científicos de la universidad de Maine ha estudiado recientemente los elementos contenidos en muestras de hielo, y cree poder demostrar el influjo de la actividad solar en la Pequeña Edad de Hielo, y aseguran haber descubierto una nueva pista para investigar el influjo del Sol en el clima.
Sami Khan Solanki, Director del Instituto Max Planck de Göttingen, en una conferencia titulada ¿Es el Sol el culpable del Calentamiento Global? ha declarado que «el Sol más energético y los llamados gases de efecto invernadero han contribuido al cambio de temperatura en la Tierra; pero es imposible precisar cuál tiene una incidencia mayor». Creemos que plantea el problema de qué factores y en qué proporción intervienen en el actual proceso de calentamiento. Los científicos vienen registrando ciclos en la actividad del Sol. El más conocido es el ciclo de 11 de años, correspondiente a las manchas solares, descubierto en 1843 por el astrónomo alemán Heinrich Schwabe. Pero hay un ciclo más largo, que es el de Gleissberg, con un período aproximado de 80 a 90 años, supuestamente causante del famoso Mínimo de Maunder. Asimismo, se ha pronosticado la existencia de un tercer ciclo de unos 166 años, provocado por el movimiento del Sol con respecto del centro de gravedad del sistema planetario, al cual se ha atribuido cierta incidencia en la Pequeña Edad de Hielo. Que algunos de estos ciclos haya influido en el clima actual es solo una posibilidad, que aún hay que investigar. Pero un análisis de la actividad variable del Sol en los últimos dos milenios indica que, contrariamente a los pronósticos del IPCC sobre un calentamiento global, provocado por el ser humano, de hasta 5,8°C en los próximos cien años, se prevé un largo período de clima frío con su fase más fría alrededor del año 2030. Se muestra que los mínimos en el ciclo de actividad solar de Gleissberg de entre 80 a 90 años, que coinciden con períodos de clima frío en la Tierra, están constantemente relacionados con un ciclo de 83 años en el cambio de la fuerza rotatoria que impulsa el movimiento oscilatorio del Sol sobre el centro de masa del sistema solar. A medida que se pueda calcular el curso futuro de este ciclo y sus amplitudes, se puede ver que habrá un mínimo de Gleissberg alrededor del 2030 y otro alrededor de 2200, que provocarán un equivalente al mínimo de Maunder acompañado de un enfriamiento severo en la Tierra. Este pronóstico es fiable, ya que otros pronósticos a largo plazo de fenómenos climáticos, basados en ciclos en el movimiento orbital del Sol, han resultado correctos como, por ejemplo, la predicción de los últimos tres años de la oscilación de El Niño. El Dr. Theodor Landscheidt, del Schroeter Institut for Research of Solar Activity ha hecho una serie de pronósticos que apuntan a un periodo relativamente frío hacia el año 2030, un calentamiento hacia el 2069, un nuevo mínimo con enfriamiento en torno al 2122, y otro máximo con calentamiento alrededor del 2159. Landscheidt asegura que con su método ha logrado predecir varios episodios de El Niño, aunque con referencia a las temperaturas medias de cada época pueden obrar otros factores. H. Abdussamatov, del observatorio Pulkovo, cerca de San Petersburgo, otro entusiasta de la teoría del calentamiento natural frente a la de causas humanas, anuncia fechas muy parecidas a las de Landscheidt.
Investigadores del Imperial College de Londres y de la Universidad de Colorado, USA, en un trabajo publicado en la revista Nature, en octubre de 2010, creen haber descubierto que durante el prolongado mínimo solar de los años 2003-2008, con una gran escasez de manchas solares y que hizo sospechar en un equivalente al mínimo de Maunder, la energía emitida por el Sol fue mayor que la normal. Ello coincide con observaciones de la NASA, publicadas en la revista Science, en que se advierte que desde 1980 el Sol está emitiendo más fulguraciones brillantísimas de partículas de alta energía que las registradas hasta entonces. También se destaca la abundancia de los llamados «agujeros coronales», por los cuales la alta atmósfera del Sol deja pasar radiaciones sin filtrarlas. En junio de 2010 se lanzó la sonda espacial Sunrise a 40 kilómetros sobre la superficie de la Tierra, que aportó importantes registros. Entre la información aportada son destacables unas fuertes perturbaciones magnéticas en zonas del Sol que se consideraban carentes de actividad. Ello implica que aún tenemos que mejorar los métodos de medida de la actividad solar. También hay que tener en cuenta uno de los fenómenos climáticos más importantes del planeta, la corriente del Golfo, que templa las temperaturas en la Europa central y septentrional, provocando que el clima sea más moderado que lo que correspondería por las latitudes. Pues bien, se ha detectado que la corriente se ha ralentizado en las últimas décadas. Esta es la conclusión de un estudio dirigido por Stefan Rahmstorf, del Instituto de Investigación del Impacto Climático de Potsdam, Alemania. El gradual pero acelerado derretimiento de la capa de hielo de Groenlandia, a causa del calentamiento global, es posiblemente un factor clave que ha contribuido a esa ralentización de la corriente del Golfo, sobre todo debido a la mayor aportación de agua dulce en la zona ártica del océano Atlántico. Si el proceso continúa, el impacto sobre los ecosistemas marinos de Europa y el nivel del mar se hará notar. Otras investigaciones previas habían señalado a la ralentización de la llamada circulación oceánica meridional atlántica como la culpable, pero ahora hay pruebas de que es toda la circulación oceánica global es la que se ha debilitado. Los científicos se basaron en datos sobre la temperatura de la superficie del mar y mediciones sobre las corrientes oceánicas, el nivel de hielo, los anillos de los árboles, los corales y los sedimentos. Con esos datos han podido reconstruir la evolución de las temperaturas a lo largo de más de un milenio.
La corriente del Golfo es una gran masa de agua que está impulsada por las diferencias en la densidad del agua del océano. El agua del sur es más caliente, y por tanto más ligera. Por esta razón fluye hacia el norte, donde las aguas son más frías. Al chocar con ellas, la corriente cálida baja a las capas más profundas del océano y luego fluye de vuelta hacia el sur. Jason Box, del Servicio Geológico de Dinamarca y Groenlandia, cree que el agua dulce que sale de la fusión de la capa de hielo de Groenlandia “probablemente esté perturbando la circulación“. Con el agua del deshielo hay menos agua salina en la superficie, que, al no hundirse, enfría más la corriente del Golfo. Complementando la acción de la corriente del Golfo, se considera que la baja actividad solar podría ocasionar en el año 2030 una nueva Pequeña Edad de Hielo. Esta predicción ha causado impacto entre climatólogos de todo el mundo y yo, personalmente, creo que son los factores que van a tener más incidencia durante los próximos años. En efecto, un grupo internacional de investigadores, liderado por Valentina Zharkova, profesora de la Universidad de Northumbria, explicó, durante un Encuentro Nacional de Astronomía, en Llandudno, Gales, que estamos a punto de experimentar una nueva Pequeña Edad de Hielo, similar a la que provocó un fuerte enfriamiento de buena parte del mundo, especialmente Europa, desde el siglo XIV a mediados del XIX. Según su predicción, este enfriamiento se produciría entre 2030 y 2040. Como es sabido, el campo magnético del Sol varía a lo largo del tiempo. Y estas variaciones magnéticas en la ardiente atmósfera solar tienen una influencia directa en la radiación electromagnética que emite el Sol, así como en la intensidad de sus flujos de plasma y en el número de manchas en su superficie. La variación en la cantidad de manchas solares tiene una estructura cíclica, con máximos que se producen aproximadamente cada once años y que tienen efectos concretos sobre el medioambiente de la Tierra. Esos efectos pueden medirse observando la presencia de ciertos isótopos, como el carbono-14 o el berilio-10, en glaciares o en los árboles. Pero existen otros ciclos diferentes que se repiten una y otra vez, con diferentes periodos y consecuencias, aunque los mejor conocidos son los de once y noventa años. El primero se manifiesta con una reducción periódica de manchas sobre la superficie solar. Y su variante de 90 años se asocia con la reducción periódica en el número de manchas en determinados ciclos de once años. Ya hemos dicho que en el siglo XVII se produjo el llamado mínimo de Maunder, durante el cual las manchas solares prácticamente desaparecieron por completo. El análisis de la radiación solar, además, ha demostrado que sus máximos y mínimos coinciden casi siempre con los máximos y mínimos en cuanto al número de manchas.
Y no olvidemos que se ha observado que, durante la fase final del Neógeno y durante el Cuaternario, dentro del Cenozoico, los periodos interglaciales, o cálidos, como promedio han durado algo más de diez mil años, mientras que los periodos glaciales han durado unos cien mil años. Y nosotros ya llevamos unos 11.000 años del actual interglacial Holoceno. En los últimos 430.000 años, el porcentaje de tiempo en el que el clima ha sido tan cálido como en la actualidad es realmente muy pequeño, entre el 5% y el 10%. Esta es una de las primeras conclusiones del estudio de una muestra de hielo de 740.000 años recuperado por los científicos del Proyecto Europeo de Extracción de Muestras de Hielo en la Antártica (EPICA). Esta reducción de la actividad solar implica una disminución de la radiación solar de 3 Watts por metro cuadrado, más del doble de lo habitual, lo que llevará a un recrudecimiento invernal extremo y a veranos fríos. Según Helen Popova, física de la Universidad Estatal Lomonosov de Moscú: “Muchos estudios han mostrado que el Mínimo de Maunder coincidió con la fase más fría del enfriamiento global en el siglo XVII, hasta el punto de que se la conoce como Pequeña Edad de Hielo. Durante ese periodo se sufrieron inviernos muy fríos en Europa y Norte América. Durante el Mínimo de Maunder el agua de ríos como el Támesis o el Danubio se congelaron, el río Moscova se cubría de hielo cada seis meses, la nieve cubría las llanuras todo el año y Groenlandia estaba cubierta de glaciares“. Helen Popova es la investigadora que desarrolló el modelo matemático que ha permitido predecir la evolución de la actividad magnética del Sol. Si se produce en la actividad solar una reducción similar a la registrada durante el mínimo de Maunder, también la atmósfera terrestre se enfriará. Según Popova, si las actuales teorías sobre el impacto de la actividad solar en el clima terrestre son ciertas, entonces el próximo mínimo solar de 2030 traerá un enfriamiento significativo, muy similar al ocurrido durante el siglo XVII. Sin embargo, solo en los próximos años será posible ver si estas predicciones son acertadas. Según Helen Popova: «Dado que nuestro futuro mínimo tendrá una duración de al menos tres ciclos solares, que es de unos 30 años, es posible que la disminución de la temperatura no sea tan drástica como durante el Mínimo de Maunder. Pero debemos examinar los datos con detalle. Estamos en estrecho contacto con climatólogos de varios países y seguiremos trabajando en ello». Se sabe que basta una ligera variación de un 1% en la actividad solar para causar cambios sensibles en la distribución de temperaturas y del flujo de aire en todo el planeta.
Asimismo, los rayos ultravioleta, que aumentan considerablemente cuando se produce una llamarada solar, tienen efectos foto-químicos, que llevan a la formación de ozono en la atmósfera, a una altura de entre 30 y 40 km. El ozono, que absorbe los rayos del Sol lo suficientemente bien, se calienta como consecuencia de este aumento de radiación y afecta a las corrientes de aire en las capas bajas de la atmósfera, afectando, en consecuencia, al clima. También la emisión de partículas cargadas aumenta con la actividad solar. Esas partículas alcanzan la Tierra y se mueven en trayectorias complejas, causando auroras, tormentas geomagnéticas y problemas en las comunicaciones por radio. La pregunta que nos podemos hacer es si actualmente estamos viviendo un máximo de energía procedente del Sol. En este caso nos podemos preguntar si es responsable del calentamiento actual. STEREO (Observatorio de Relaciones Solar-Terrestres), es una misión de observación solar, lanzada por la NASA el 26 de octubre de 2006. Consiste en dos satélites casi idénticos, provistos de instrumentos para obtener imágenes estereoscópicas del Sol y de los fenómenos solares, como la eyección de masa coronal (EMC), erupciones que pueden desatar serias tormentas magnéticas en la Tierra y afectar la infraestructura eléctrica, las comunicaciones vía satélite y la aeronavegación. La misión es liderada por la NASA y el Laboratorio de Física Aplicada de la Universidad Johns Hopkins de Maryland. Entre los contribuyentes más destacados de esta misión espacial está el Reino Unido que dotó a las sondas de sus sistemas de cámaras, que incluyen aparatos especializados en imágenes heliosféricas. Las dos sondas de STEREO fueron lanzadas el 26 de octubre de 2006. El 15 de diciembre de ese año, en la quinta órbita, ambas sondas utilizaron la órbita lunar para situarse en una órbita heliocéntrica. Ahora mismo la sonda Secchi está logrando descubrimientos que pueden ser sensacionales, ya que han empezado a enviarnos imágenes en todas las frecuencias posibles de la emisión energética de nuestra estrella. Dado que la radiación de eyecciones de masa coronal puede interrumpir las comunicaciones, de la Tierra, las líneas aéreas, redes eléctricas, y los satélites, la previsión más exacta de la masa coronal tiene el potencial de proporcionar una mayor advertencia a los operadores de estos servicios.
Otro hecho remarcable y todavía sin explicación es que el calentamiento global puede ser un calentamiento que está afectando a otros planetas del Sistema Solar. El cambio climático que está sufriendo nuestro planeta es una evidencia cada día más palpable, y la comunidad científica es prácticamente unánime al achacar sus causas a la acción del ser humano. Sin embargo, estudios de científicos soviéticos basados en datos de sondas de la NASA, concluyen que es el Sistema Solar en su conjunto el que se está calentando. Se trata, dicen, de la consecuencia de estar entrando en una zona de la galaxia altamente energética. En efecto, los datos indican que todos o casi todos los planetas de nuestro sistema solar parece que se están calentando. La NASA advierte que los casquetes polares de Marte se están derritiendo desde hace más de treinta años. El polo Sur marciano nos muestra montañas y grandes barrancos que han quedado al descubierto, y que hasta ahora no habíamos podido ver a causa de los hielos. También aumenta el albedo, o radiación energética devuelta por la superficie de Marte recalentada. Se atribuye al incremento de las temperaturas la abundancia actual de grandes tempestades de arena y de furiosos tornados en Marte. Y, que se sepa, no podemos acusar a supuestos marcianos de su propio calentamiento. Pero las mismas señales de calentamiento se han observado en Júpiter, en que se distingue su famosa Mancha Roja, descubierta ya por los astrónomos a fines del siglo XVII. Se creyó durante mucho tiempo que la Mancha Roja era el reflejo en las nubes de un gigantesco volcán en la superficie del planeta. Pero desde el siglo XX se sabe que es una especie de gran tormenta permanente. No obstante, en 2006 se descubrió una nueva y más pequeña mancha roja, y en 2010 una tercera. Por si fuera poco, en 2009 y en 2010-2011 se ha dislocado la banda de nubes de la parte sur del ecuador de Júpiter. Se ha observado que la atmósfera de Júpiter parece estar sometida a fuertes perturbaciones térmicas, ya que, tal vez, ha surgido una nueva fuente de calor, de origen desconocido, por lo que sus nubes visibles desde el exterior aparentemente están sufriendo una radiación superior a la recibida hasta ahora.
No menos sorprendentes y preocupantes son las transformaciones que están experimentando otros planetas gaseosos del Sistema Solar. Desde la década de 1990 se han desatado en Saturno fuertes tormentas. Su capa nubosa, menos movida a la vista que la de Júpiter, pese a unos vientos rápidos y regulares, se ha visto alterada por grandes perturbaciones, muchas de ellas en forma de borrascas. A fines de 2010 se ha desatado una gran tormenta en el hemisferio norte, que en los primeros meses de 2011 ha desprendido una espectacular cola de más de 60.000 km de longitud, que puede acabar dando una vuelta completa al planeta, tal vez convirtiéndose en un nuevo anillo. El astro-fotógrafo planetario Anthony Wesley nos dice que: «Nunca he visto nada como esto. Es algo que no tiene precedentes al menos desde hace mucho tiempo». Los sensores de la sonda Cassini, que gira alrededor de Saturno, están detectando descargas eléctricas derivadas de la tormenta, de una intensidad que hasta ahora no se habían registrado. Por su parte, el planeta Neptuno se ha calentado mucho a partir de 1980 y, al menos, hasta el 2004, según un estudio de H. B. Hammel y G. W. Lockwood, astrofísicos del observatorio Flagstaff, en Arizona, que fue publicado en Geophysics Research en 2007. Y lo mismo sucede en el satélite de Neptuno, Tritón, cuya superficie helada se ha vaporizado, aumentando el volumen de su atmósfera. Con referencia a Plutón, sus hielos carbónicos tienden a sublimarse desde hace catorce años, hasta el punto de haber triplicado su masa gaseosa. Es especialmente sorprendente, sobre todo si tenemos en cuenta que desde 1989 Plutón se está alejando del Sol y, por lo tanto, debiera enfriarse. ¿Quiere esto decir que hay alguna fuente energética y de calor no procedente del Sol y que aún desconocemos? Muchos laboratorios están tratando de detectar materia oscura, puesto que la Tierra se está moviendo en un viento cósmico de materia oscura. Nikola Tesla fue uno de los proponentes de la energía de punto cero, es decir, la idea de que el vacío, tal vez la materia oscura, quizá posea inagotables cantidades de energía. Y tal vez ahora el Sistema Solar esté circulando por una zona con más materia oscura de la normal. Pero de momento esto es una simple elucubración. Lo que es evidente es que si se confirma que está calentándose todo el Sistema Solar, muchas de las teorías sobre las causas del calentamiento de la Tierra tendrán que ser revisadas drásticamente.
Es evidente que el clima de la Tierra es un fenómeno muy complejo del que todavía tenemos datos muy limitados. Por ejemplo, los registros más antiguos de temperaturas datan del siglo XIX y las huellas del clima del pasado que quedan registrados se refieren a períodos de tiempo muy largos. La mayoría de los expertos opina que se está produciendo un calentamiento global acelerado por el ser humano y agravado por la destrucción de la naturaleza, pero en paralelo a este proceso hay otros factores naturales que ejercen una influencia que todavía no podemos evaluar adecuadamente. La actividad del Sol, las erupciones volcánicas, el comportamiento de la magnetosfera, la actividad de los seres vivos, etc., también pueden influir en los cambios climáticos. A veces unos factores van en una misma dirección pero otras veces no, y a veces se compensan. Un estudio, publicado recientemente en Proceedings of the National Academy of Sciences proporciona evidencias de un proceso que es capaz de cambiar el clima. Científicos de la Universidad de Rutgers, en Estados Unidos, han confirmado que el tirón gravitacional de Venus y Júpiter alarga la órbita de la Tierra en un 5% cada 405.000 años. Se ha verificado que la Tierra pasa por una etapa media, a los 202.500 años del comienzo del ciclo, en la que la órbita es casi circular. Este efecto ha estado influyendo en la cantidad de luz solar que ha llegado al hemisferio Norte y ha modulado el clima de la Tierra al menos durante los últimos 205 millones de años. Dennis V. Kent, primer autor del estudio y experto en paleomagnetismo comenta lo siguiente: «Es un resultado impresionante, porque se pensaba que este largo ciclo había ocurrido hace 50 millones de años, pero ahora se ha confirmado para al menos los últimos 205 millones de años. Ahora, los científicos pueden vincular cambios en el clima, el medio ambiente, la evolución de los dinosaurios y los mamíferos y los fósiles en todo el mundo con este ciclo de 405.000 años de una forma precisa». Desde hace cierto tiempo los astrofísicos han sugerido que la resonancia de los planetas del Sistema Solar crean ciclos en la órbita de la Tierra. Los cálculos matemáticos habían permitido, incluso, reconstruir la evolución de este fenómeno durante los últimos 50 millones de años. Pero ahora, por primera vez, los investigadores han encontrado evidencias físicas para apoyar esta hipótesis, lo que tiene relevancia para los estudios del clima, la evolución de la vida y la propia evolución del Sistema Solar. Este efecto sobre la órbita es causado sobre todo por Venus y Júpiter. El motivo es que el primero es el planeta más cercano a la Tierra y que el segundo es el planeta más masivo del Sistema Solar. Pues bien, las órbitas de estos planetas hacen que cada varios cientos de miles de años la posición de estos planetas tire de la Tierra en relación con el Sol o que el efecto sea contrario. Para llegar a estas conclusiones, los autores del estudio han extraído testigos de roca en Arizona y han analizado otras muestras procedentes de Nueva York y Nueva Jersey. En Arizona analizaron rocas formadas en el Triásico tardío, hace 209 a 215 millones de años, en un momento en que comenzaron a evolucionar los mamíferos y los dinosaurios, mientras que el súper continente de Pangea se fragmentó. En concreto, analizaron pruebas de fenómenos de inversión de los polos magnéticos. En Nueva Jersey y Nueva York encontraron restos de la misma época con señales de una alternancia entre períodos secos y húmedos. Al combinar ambos obtuvieron evidencias de que el ciclo de 405.000 años potencia los efectos de otros ciclos planetarios que influyen en el clima.
Pero, ¿cuáles son estos ciclos? Si los sencillos movimientos de rotación y traslación determinan el paso de los días y las estaciones, algunos movimientos más sutiles de la Tierra influyen en el clima y generan largos ciclos, que, por ejemplo, generan períodos glaciales e interglaciales. Se trata de los llamados ciclos de Milankovitch, en honor al matemático serbio que los estudió en la década de 1920. Se conoce un ciclo de 100.000 años en la excentricidad de la órbita terrestre y que se suma al de los 405.000 ahora estudiado. También hay un ciclo de 41.000 años de duración marcado por la inclinación del eje de la Tierra en relación con el Sol, y uno de 21.000 marcado por el cabeceo del planeta, que recuerda al de un trompo cuando gira y se tambalea. La realidad es que todos estos ciclos influyen en el clima. Determinan cuánta luz solar incide sobre cada hemisferio, lo que es muy importante, porque el norte y el sur no tienen la misma superficie de tierra firme y de océano y, por lo tanto, no reaccionan igual a los cambios en la cantidad de radiación solar que llega. Sin tener en cuenta que los continentes se mueven en el plazo de millones de años, puede ocurrir que varios de los ciclos de Milankovitch empujen en un mismo sentido y promuevan el calentamiento del planeta. Sin embargo, otras veces alcanzarán un equilibrio o bien promoverán el enfriamiento. En la década de 1970 se averiguó que los ciclos de Milankovitch parecían explicar la sucesión de glaciaciones y calentamientos de los últimos millones de años, pero no se pueden correlacionar estas tendencias con los cambios en la concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera, otro factor que influye en el clima. Ahora, la investigación de Kent explica que cuando el ciclo de 405.000 años llega al máximo y la órbita de la Tierra se alarga, los cambios provocados por los otros ciclos se hacen más intensos. En consecuencia, los veranos acaban siendo más cálidos y los inviernos más fríos. Los períodos secos más secos y los húmedos, más húmedos. Esto coincide, según los investigadores, con lo que ocurrió a finales del Triásico, un momento en que el clima era cálido por motivos desconocidos. Las precipitaciones aumentaron cuando la órbita era más excéntrica, y cuando fue más circular aparecieron períodos más secos. Según la teoría de Milankovitch, en la actualidad la Tierra está en el máximo de un ciclo de calentamiento de 21.000 años, que acabó con el último período glacial. Por lo tanto, dentro de unos milenios deberían comenzar a notarse los efectos del enfriamiento natural del clima. Por otro lado, el planeta está casi en la parte circular del ciclo de 405.000 años, por lo que es difícil que este ciclo tenga consecuencias en la escala de tiempo humano. Según Dennis V. Kent: «Podría pasar. Supongo que podríamos esperar para ver. Por otro lado, todo el dióxido de carbono que estamos metiendo en la atmósfera ahora es clave. Está teniendo un efecto que podemos medir justo ahora. El ciclo planetario es más sutil».
Aunque se supone que buena parte de las radiaciones de partículas de alta energía, que ahora recibimos en proporciones mayores que antes, proceden del Sol, se sabe que también pueden proceder del espacio interestelar. El hecho de que los planetas del Sistema Solar más apartados del Sol se calientan más que los más próximos abona la preocupante teoría de que la influencia viene de fuera del Sistema Solar. Científicos del Centro Nacional del Estudios del Espacio de Dinamarca, dirigidos por Henrik Svensmark, consideran que los rayos cósmicos venidos de las lejanías del espacio pueden modificar drásticamente el clima, tanto para calentar la atmósfera como para enfriarla. En efecto, al mismo tiempo que suponen una aportación de energía, favorecen la formación de aerosoles en la atmósfera, que producen núcleos de condensación, en torno a los cuales se agrupan las moléculas de vapor de agua para formar pequeñas gotitas, originando nubes. Svensmark, en un artículo bajo el título Cosmoclimatology, a New Theory emerges, publicado en la revista Astronomy and Geophysics ha causado sorpresa, ya que contradice todas las teorías aceptada hasta ahora, incluida la del origen a causa de la actuación humana del calentamiento terrestre. El científico danés pretende que los grandes cambios climáticos que ha experimentado la Tierra dependen en gran manera de la acción de los rayos cósmicos. Tenemos que tener en cuenta que el Universo está bañado en rayos cósmicos, que son haces de partículas aceleradas a grandes velocidades. Llegan a la Tierra constantemente, aunque la atmósfera nos protege de ellos. Pero el origen de los rayos cósmicos más energéticos, conocidos desde hace más de cien años, hasta hace poco era un misterio. Pero a partir de la pista de una única partícula, un neutrino, una colaboración internacional de científicos, liderada por el observatorio IceCube, en la Antártida, ha logrado rastrear por primera vez uno de los posibles orígenes de los rayos cósmicos de alta energía. El hito abre nuevas posibilidades en la llamada astronomía multimensajero, que se inició con la detección simultánea de un choque de estrellas de neutrones mediante ondas gravitacionales y electromagnéticas. La fuente de este neutrino y de los rayos cósmicos que lo originaron, es un objeto conocido como blazar, a 4.000 millones de años luz de la Tierra, según publicaron los investigadores en un artículo en la revista Science. Se trata de una galaxia que en su centro alberga un agujero negro supermasivo que engulle toda la materia que se le acerca, un fenómeno extremadamente violento y que está en un débil equilibrio. Cuando el equilibrio se rompe, emite fogonazos de radiación electromagnética y rayos cósmicos de alta energía, justo en dirección a la Tierra. Es por eso que los investigadores han podido rastrearlo, a través de un esfuerzo combinado de veinte observatorios situados en la Tierra y el espacio.
Enviadas originalmente para estudiar los planetas Júpiter y Saturno, las sondas espaciales Voyager 1 y 2, que se lanzaron en 1977, son en la actualidad las sondas que más se han alejado de nuestra Tierra. Han llegado hasta los límites del Sistema Solar y su objetivo es estudiar cómo interactúa el Sol con el resto de la galaxia. Para ello analizan los límites externos de la heliosfera, una burbuja magnética creada por el viento solar, que rodea y compenetra al Sistema Solar. En ese límite, conocido como heliopausa, se produce un choque entre el viento solar, compuesto por una corriente continua de partículas que emite el Sol, y el viento interestelar que procede de la galaxia. Se llama heliosfera a la región de la Vía Láctea que se encuentra bajo la influencia del campo magnético del Sol y del viento solar. Su límite exterior se llama heliopausa, que es la zona donde el viento solar se une al medio interestelar o al viento solar procedente de otras estrellas. Nuestro Sol, junto con toda su familia de planetas, gira alrededor de la Galaxia a la que da una vuelta completa cada 230 millones de años. Alexey A. Dmitriev, de la Academia Rusa de Ciencias, y sus colegas creen que los cambios en el Sistema Solar se deben a que estamos atravesando una zona del espacio interestelar que contiene una gran cantidad de partículas altamente energéticas. Durante ese viaje alrededor del centro de la galaxia, el Sistema Solar atraviesa regiones con nubes de polvo, gas y partículas cargadas, zonas vacías y otras densamente pobladas de estrellas, como los brazos espirales. La región de la heliopausa está marcada por lo que se conoce como “onda de choque”, un lugar en el que el viento solar se ralentiza precipitadamente al chocar contra las partículas que encuentra al atravesar la galaxia. Es un choque de una magnitud extraordinaria, que se produce en una región variable, dependiendo de la fuerza con la que golpee el viento interestelar y la fuerza que posea el viento solar para frenarlo. Los científicos de la NASA creen que la Voyager 2 cruzó esta onda de choque en diciembre de 2004, y según la valoración de investigadores del Instituto de Tecnología de California en Pasadena, en Estados Unidos, la sonda atravesó este límite de la heliopausa más cerca del Sol de lo esperado. Basándose en los datos de las Voyager, Dmitriev estima que en la actualidad el tamaño de la onda de choque se ha multiplicado por diez en estos últimos 20 años, cuando las Voyager hicieron las primeras mediciones. Dmitriev y sus colegas creen que se debe a que estamos atravesando una zona del espacio interestelar que contiene una gran cantidad de partículas altamente energéticas. Es una especie de turbulencia interestelar llena de desechos espaciales que, según parece, podrían ser el resultado de la explosión de una estrella. A medida que nuestro Sistema Solar avanza hacia esta nube de energía, sus partículas cruzan con mayor intensidad la heliopausa, atraviesan la heliosfera y llegan hasta el mismo Sol. Dmitriev cree que el incremento de actividad solar que estamos teniendo es resultado directo de este continuo flujo de materia y energía, proveniente de esta nube interestelar.
Y tenemos que ser conscientes de que todo lo que afecta al Sol afecta a sus planetas. De este modo las atmósferas, el clima y el magnetismo de todos los planetas del Sistema Solar, incluida nuestra Tierra, están siendo afectados, por una parte por un Sol alterado, y por otra por las partículas y la energía que llegan de la galaxia. Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno son los planetas en los que más fuerte está impactando la onda de choque. Las alteraciones geológicas, geofísicas y climáticas que actualmente está viviendo la Tierra, tienen su origen en la aportación de energía que nos está llegando de la galaxia. El caso de Júpiter es especial, ya que ha duplicado su campo magnético y ha generado en estos últimos años una segunda y tercera mancha roja de dimensiones casi tan grandes como las de la Tierra, gracias al incremento de energía que está recibiendo. Nuestro Sistema Solar, en su conjunto, está viviendo un calentamiento global. Las conclusiones de Dmitriev están siendo confirmadas por un número creciente de científicos, principalmente rusos. Sin embargo, la ciencia más ortodoxa no considera importantes los impulsos energéticos procedentes de la galaxia, ni los efectos producidos por la configuración planetaria del Sistema Solar. En todo caso se sabe que nuestra heliosfera permanecerá dentro de la onda de choque durante los próximos 3.000 años y que nos queda mucho por conocer lo que esto implica. Dmitriev tiene claro que el estado excitado de nuestra heliosfera afecta a todo el organismo del Sistema Solar, incluyendo Sol, planetas, lunas, cometas y asteroides, así como el espacio interplanetario. Respecto a nuestra Tierra, cree que las alteraciones geológicas, geofísicas y climáticas que actualmente está viviendo, tienen su origen en la aportación de energía que nos llega de la galaxia, pero que la habilidad de la Tierra para adaptarse se altera y disminuye debido a los cambios en la naturaleza provocados por el ser humano. En poco tiempo, predice Dmitriev en un tono alarmista, asistiremos a fenómenos climáticos catastróficos nunca antes vistos. La conclusión de Dmitriev y de otros científicos de la Academia Rusa de Ciencias es que la humanidad se enfrenta a un problema de adaptación al nuevo estado de la Tierra, pero no sólo porque este flujo energética esté alterando al clima, sino porque también puede hacerlo sobre los seres vivos, sus procesos vitales y, en definitiva, sobre toda la Tierra.
Las partículas emitidas por el Sol quedan retenidas y, al mismo tiempo, las radiaciones externas son más fuertes de lo que se había calculado, por lo que se cree que pueden contribuir a calentar el Sistema Solar. Un artículo del investigador Merav Osher, publicado en la revista Nature en diciembre de 2009, explica que el Sistema Solar está atravesando una zona muy rica en radiaciones de alta energía, procedentes de la explosión de una supernova hace diez millones de años. Actualmente el CERN, el Instituto Europeo de Energía Nuclear, cerca de Ginebra, cuyos experimentos de aceleración de partículas pesadas tanta sensación y temores están provocando, ha iniciado un nuevo programa, denominado CLOUD, cuya finalidad es estudiar la recepción en la Tierra de partículas aceleradas y cargadas procedentes de rayos cósmicos. Y Nasif Nahle, un científico que fue profesor en Harvard y actualmente trabaja en México, ha estudiado la correlación entre el flujo de rayos cósmicos interestelares y la temperatura en las capas de la atmósfera, y afirma que esta correlación es mucho más evidente que la que se obtiene entre las emisiones de CO2 y las temperaturas, por lo que Nasif Nahle relativiza la importancia de los gases invernadero en el proceso de calentamiento. Es una lástima que no se analicen todas estas investigaciones sin entrar en estériles polémicas. Ahora bien, si el calentamiento de la Tierra no dependiera de la acción del ser humano a través de la emisión de gases de efecto invernadero, sino que dependiese principalmente de las radiaciones del Sol o de los rayos cósmicos, sería dar un giro muy grande a las actuales teorías oficiales sobre el calentamiento. Y es que si el calentamiento procediese de fuerzas naturales y exteriores a nuestro planeta, fuerzas que no podemos controlar, en caso de que el proceso de calentamiento se mantuviese hasta límites insoportables, no podríamos combatirlo, al menos con la tecnología actual.
Visto lo visto, ¿qué podemos esperar del futuro a nivel climático? Cualquier vaticinio es muy arriesgado, aunque sí que podemos aventurar algunas suposiciones. Evidentemente, una de las posibilidades es un proceso acelerado que puede implicar en el futuro la retroalimentación de calentamiento más evaporación, que puede producir más calentamiento. Pero más preocupante es el fenómeno que han teorizado Gerald R. Dickens, profesor de Ciencias de la Tierra en la Universidad de Rice e investigador de la historia de los océanos del mundo, así como el paleo-oceanógrafo y geólogo marino James Kennett. Según su teoría, el agua de los mares, cada vez más caliente, puede disipar los clatratos, unas moléculas que inhiben la salida del metano que yace bajo las aguas del Ártico. Se sabe que el efecto invernadero del metano es 23 veces superior al del CO2, por lo que los efectos de una emisión descontrolada de metano podría ser catastrófico. Pero a estas amenazas terrestres se unen ahora las que se refieren a la incidencia en el clima de factores extra-planetarios. Desde mediados del siglo XIX la temperatura del aire ha subido por término medio alrededor de un grado. No es demasiado, si lo comparamos con lo que ha ocurrido en la historia climática de nuestro planeta. Pero es evidente que actualmente, por nuestro sistema de vida, somos mucho más vulnerables a cualquier cambio climático en relación a tiempos más antiguos, tanto en calentamiento como enfriamiento, pero también es cierto que hoy disponemos de medios tecnológicos para intentar atenuar los peligros y buscar nuevas soluciones. Lo que sí podemos decir es que, de momento, el calentamiento no nos afecta de modo decisivo. Una media mundial de 15° o 16º C puede ser más beneficiosa que perjudicial para la mayor parte de los seres humanos, a no ser que en este proceso se desencadenen otras consecuencias actualmente no previstas. Si el calentamiento produce una descongelación masiva de las masas de hielo ártico, la corriente fría de Groenlandia obstaculizaría el flujo de la corriente cálida del Golfo que atraviesa el Atlántico y baña las costas de Europa. Entonces las aguas saladas procedentes del trópico quedarían sepultadas por las frías y dulces que vienen del norte, y las temperaturas bajarían en la mayor parte de Europa, llegándose a descensos de hasta 5ºC en la parte septentrional de Noruega y las islas Svalbard, mientras que el enfriamiento sería también muy significativo en toda Escandinavia, las Islas Británicas, el Benelux, Alemania, Francia, y en menor proporción en el resto de Europa. Veríamos que en una de las regiones más pobladas del globo haría más frío, mientras que en el conjunto del planeta probablemente haría más calor. Algo similar sucedería en otras zonas afectadas por la fusión de los hielos y la entrada de corrientes de agua fría. Otra consecuencia sorprendente podría ser la llegada de nuevo del monzón a regiones de África que hoy son secas, como el Sahara, tal como sucedió hace unos miles de años.
Tal vez el calentamiento sea un evento positivo, aunque parezca extraño, en diversas regiones del mundo menos desarrollado. También podría convertir en más secas y carentes de lluvia otras zonas. Todavía estamos en vías de saber si el proceso de calentamiento se debe exclusivamente o no a la liberación a la atmósfera de gases de efecto invernadero, o si existen otros factores de origen cósmico que no podemos controlar. Nadie puede discutir que los gases derivados de combustibles fósiles participan en el calentamiento del planeta. Conocemos que esos gases inhiben parte de la radiación de calor de la Tierra al exterior. Si tuviésemos que escoger, preferiríamos el origen humano en el calentamiento, que podríamos controlar, que un origen cósmico, que está fuera de nuestro control actual. Aún en el caso poco probable de que los gases invernadero tuviesen una influencia poco importante en el proceso de calentamiento, deberíamos combatir la contaminación, que perjudica nuestra salud. Además, suprimiendo, en la medida en que sea posible, el efecto invernadero, aumentando la radiación de la Tierra al exterior, tal vez podemos compensar en parte el calentamiento que puedan causar otros factores que no controlamos. Deberíamos esforzarnos en utilizar cada vez más otras fuentes de energía alternativas que sean limpias y no se nos agoten rápidamente. Conviene consumir menos y favorecer la fotosíntesis, impidiendo la deforestación de bosques, o repoblando, con árboles de hojas grandes, regiones donde pueden ejercer una activa función para consumir el CO2 sobrante y renovar el oxígeno de la atmósfera. También hay que tener en cuenta que las algas realizan una función clorofílica de tres a cinco veces más enérgica que los vegetales terrestres, especialmente las algas azules, que son muy ávidas de CO2. Se está estudiando crear grandes balsas de algas en zonas marítimas que no entorpezcan la navegación. James Lovelock, famoso por la Hipótesis Gaia, que visualiza a la Tierra como un sistema autorregulado, propone la construcción de grandes tubos que permitan subir a las aguas profundas, ricas en nutrientes, a la superficie, para atraer la proliferación de algas. Lo que no podemos hacer es quedarnos parados o limitarnos exclusivamente a producir menos y ser más pobres. Tenemos la alternativa de las energías limpias. Disponemos de energías renovables y absolutamente limpias, como son la solar y fotovoltaica, o la eólica, aparte de otras como la de las mareas o la geotérmica, además de otras por explorar.
La energía más importante que recibimos es la del Sol, que es suficiente para evaporar las aguas, levantar los vientos, provocar las lluvias, mover las corrientes marinas, hacer crecer los bosques y hacer posible la proliferación de la vida en la Tierra. Pero si queremos aprovechar la energía solar hemos de considerar que del Sol, filtrado por la atmósfera, apenas nos llega un kilovatio por metro cuadrado. En cambio, si es de noche, no nos llega energía solar. Y si el cielo está nublado, nos llega parte de la luz, pero la radiación calorífica infrarroja es muy pequeña. Si existen otros factores cósmicos que alteran nuestro ambiente, no por ello debemos desesperarnos. El equilibrio termodinámico del Sol, en tanto no llegue a la fase de fusión del helio dentro de unos miles de millones de años, se mantendrá al igual que se mantendrá el equilibrio de nuestra atmósfera si no interviene un factor externo. Y si nuestro sistema solar ha penetrado en una zona abundante en radiaciones cósmicas de alta energía, tampoco hay que suponer que sus efectos vayan a afectarnos de manera creciente. Podría suceder que las fronteras de la heliopausa hayan alcanzado una fase de equilibrio y puedan un día recuperarse, o que los cálculos hayan estado equivocados desde un principio y las radiaciones detectadas por los Voyager sean las que han sido normales desde, tal vez, hace millones de años. También hay la posibilidad de que volvamos a una nueva Pequeña Edad de Hielo hacia el 2030, por el debilitamiento de la corriente del Golfo y un nuevo mínimo solar. Esta es la alternativa que, hoy en día, veo como la más viable, ya que se basan en datos comprobables. Pero lo que es evidente es que el clima de la Tierra ha estado oscilando siempre, sin cesar, en un sentido o en otro. La oscilación que ahora se registra no tiene por qué ser mayor que otras que el ser humano, como en las glaciaciones, ha logrado superar. Y siempre debemos confiar en la capacidad del ser humano para buscar soluciones. Aunque ahora somos más vulnerables que en el pasado, también disponemos de más medios.
Fuentes:
- José Luis Comellas – Historia de los Cambios Climáticos
- Antón Uriarte Cantolla – Historia del Clima de la Tierra
- José Fernando Isaza Delgado, Diógenes Campos Romero – Cambio Climático. Glaciaciones y calentamiento global
- David Wallace-Wells – El planeta inhóspito: La vida después del calentamiento
- Mario Molina, José Sarukhán – El cambio climático. Causas, efectos y soluciones
- Tim Flannery – La amenaza del cambio climático
- Edward J. Tarbuck – Ciencias de la Tierra
- Joseph H. Reichoff – Historia natural del último milenio
- Lawrence Solomon – Historia de la temperatura
- Carole L. Crumley y William H. Marquardt – Historical Approaches to the Assessment of Global Climate Change Impacts
- John R. Gribbin – Ice Age: The Theory That Came In From The Cold!
- William J. Borroughs – A Guide to Weather
- Mc Dermott –Centennial-scale Holocene climate variability
¿Qué sabemos sobre los cambios climáticos en la Tierra? – Desde el siglo XIX y Futuro