La constitución septenaria del ser humano

por Emilio Carrillo Extracto de: conócete a ti mismo
Planos de manifestación

Los planos de la manifestación

El ser humano es un microcosmos, un reflejo del macrocosmos. Como tal, es divino en esencia y potencia, y su Ser interno es eterno.

En el capítulo anterior veíamos el viaje «descendente» que emprendía el Espíritu o Mónada con el fin de adquirir autoconsciencia y llegar a reconocer su origen divino. En dicho «descenso», recordemos que pasa por varios planos:

  • Adi es el plano original, el más inefable, el más próximo alo Inmanifestado. En él mora la Mónada, homogénea e indiferenciada.
  • Desde adi, la mónada desciende a anupadaka, donde lleva a cabo una «preconfiguración» que acabará por permitirle entrar en contacto con la materia.
  • Desde anupadaka, la Mónada irradia una parte de sí misma al plano átmico, donde aún permanece indiferenciada.
  • A continuación, la Mónada desciende al plano búddhico, donde se diferencia como una diversidad de mónadas. En primera instancia, cada mónada rige sobre un alma grupal. Esto implica que los distintos habitantes de los reinos vegetal y animal no cuentan con almas individuales.

Paralelamente, en el ámbito físico, se ha producido una evolución de lo denso a lo sutil. El asentamiento del plano físico denso tiene su manifestación más contundente en la consolidación del reino mineral.

Siguiendo con la evolución física, aparece la vida biológica, lo cual es posible gracias al desarrollo de una contraparte etérica que es capaz de recoger vitalidad del entorno y comunicarla a los organismos vivos. Como veremos, la contraparte etérica es un «doble» del cuerpo físico denso, pero más sutil.

Con el desarrollo del reino vegetal aparece el plano emocional. Todos sabemos que las plantas nos «sienten» y responden a ello.

Con el desarrollo del reino animal, el plano emocional llega a su máxima expresión, y se configura el plano mental.

Con la aparición del ser humano, el aspecto mental llega a un grado de desarrollo tal que le permite ser «tocado» por la Mónada, a través de Buddhi. Fruto de este contacto surge el plano mental superior o mente abstracta, que configura el cuerpo causal.

En el ser humano encuentran expresión todos los planos a los que se ha hecho mención, con la excepción de adi y anupadaka, que son demasiado inefables. En total, son siete planos de manifestación, que dan lugar a la constitución septenaria del ser humano.

Un secreto desvelado

El conocimiento relativo a la constitución septenaria en relación con los distintos planos de manifestación lo han atesorado varias corrientes espirituales a lo largo de la historia de la humanidad. Su origen se remonta a la noche de los tiempos. La constitución septenaria y el conocimiento de uno mismo basado en ella estaban presentes en las escuelas de misterios que proliferaron en un momento determinado en varios lugares, como el antiguo Egipto o la antigua Grecia. Estuvieron también presentes en las enseñanzas de la Escuela de las Cien Flores de la antiquísima China.

Ahora bien, hasta fechas bastante recientes, este conocimiento se ha conservado dentro del ámbito de la sabiduría que era transmitida a los iniciados de dichas corrientes, por considerarse demasiado potente para ser objeto de difusión general. Se mantuvo en los círculos iniciáticos de los brahmanes hindúes, o como uno de los secretos más bien guardados de los rosacruces, o en las primeras logias de la masonería… Fue en la segunda mitad del siglo XIX cuando este conocimiento empezó a exponerse públicamente, puesto que se estimó que la humanidad había llegado a un punto en su estadio evolutivo en que le resultaba conveniente disponer de esta información. Unas pocas personas recibieron mensajes, por parte de seres de elevada consciencia con los que estaban en contacto (maestros, mahatmas), de que había llegado el momento.

Resulta curioso, sin embargo, el hecho de que el detonante de la difusión fue una circunstancia muy concreta, tal como expone Arthur Robson en su libro Man and his seven principles [El hombre y sus siete principios]: la necesidad de aclarar qué componentes de un ser humano fallecido pueden manifestarse en el plano físico en las sesiones de espiritismo. ¿Se trata de su alma? ¿O bien esta entra en el plano de luz y lo que se manifiesta son elementos remanentes de la personalidad?

La primera persona en divulgar el conocimiento relativo a la constitución septenaria fue Helena Blavatsky por medio de un trabajo aparecido en la revista The Theosophist en agosto de 1882. Ahondó al respecto en La doctrina secreta, publicada en 1888; más adelante, en La clave de la teosofia, de 1889; y, finalmente, en Instrucciones esotéricas (1889-1891). A sus aportaciones hay que sumar las de autores como Eliphas Lévi, en Las paradojas de la alta ciencia (1883), o A. P. Sinnett, en El budismo esotérico (1883).

Por fin, con todo este bagaje, Annie Besant, en La sabiduría antigua (1898) hace la presentación de la constitución septenaria que se ha erigido en el principal referente al respecto:

  1. Sthüla sharira (cuerpo físico denso)
  2. Linga sharira (cuerpo físico más sutil o doble etérico)
  3. Käma rüpa (cuerpo astral o emocional)
  4. Manas (mente) inferior (cuerpo mental)
  5. Manas (mente) superior (cuerpo causal o alma humana)
  6. Buddhi (alma universal)
  7. Atma (Espíritu)

Resulta conveniente concebir estos componentes agrupados en dos grandes bloques: el cuerpo físico denso, el cuerpo físico etérico (doble corpóreo), el cuerpo emocional y el cuerpo mental (mente concreta o manas inferior) constituyen el cuaternario perecedero o personalidad. Y el cuerpo causal, el alma universal y Atma constituyen la tríada imperecedera o Individualidad.

Presentación de los siete cuerpos

Una vez enunciados los siete cuerpos, se procede a presentarlos someramente, en relación con el proceso de evolución consciencial. Es evidente cuál es el cuerpo físico denso; es el que podemos ver y tocar, y del cual podemos percibir distintas sensaciones (la respiración, los latidos del corazón, etc.).

En la constitución septenaria se nos indica que hay otro cuerpo físico, que no es tan denso sino más sutil, que se conoce como cuerpo etérico. La mayoría no lo vemos, pero algunas personas sí tienen esta facultad. Quienes pueden verlo nos dicen que tiene una mayor envergadura que el cuerpo físico (sobresale unos cuantos centímetros de este), y que hay una especie de conexión entre ambos cuerpos, que históricamente se ha llamado cordón de plata.

El cuerpo emocional habita en el plano astral y contiene nuestras emociones; unas altruistas, otras muy egoicas. En algunos casos los elementos emocionales están equilibrados, armonizados; en otros casos hay auténticas turbulencias.

Nuestros pensamientos de carácter mundano se alojan en el cuerpo mental, que vive en el plano mental. Sin entrenamiento, estos pensamientos andan desbocados y constituyen la mente parlanchina; santa Teresa de Jesús la llamó «la loca de la casa», y en psicología se la conoce como la mente concreta. Es la mente inferior, la que utilizamos para llevar a cabo nuestras actividades cotidianas: levantarnos por la mañana, ir al trabajo, relacionarnos con los demás, hacer actividades rutinarias, etc.

Hasta aquí tenemos el cuaternario inferior. Los cuatro componentes mencionados están vinculados a distintas expresiones de la materia y son perecederos. El ámbito emocional y el mental puede ser que tarden más en disolverse tras la muerte, pero su destino es hacerlo.

Junto con estos componentes hay otros tres, que constituyen la tríada superior. En muchos textos espirituales es denominada el Yo Superior.

Dentro de la tríada superior tenemos, en primer lugar, el cuerpo causal, que integra distintos aspectos: la mente superior o abstracta (que es la que utilizamos para efectuar reflexiones de tipo transcendente), y las relaciones de causa y efecto que vamos generando con nuestras acciones cotidianas y a lo largo de nuestra cadena de vidas (de ahí el nombre de este cuerpo). En el cuerpo causal se aloja el alma humana; es un alma individualizada que integra las experiencias que vamos viviendo cuando encarnamos vida tras vida, evolucionando en autoconsciencia.

Cuando la persona comienza a percibir que tiene un alma, ha dado un salto muy grande en el conocimiento de sí misma. En ese momento emprende su proceso de desidentificación respecto de la personalidad, ya que se da cuenta de que es más que esta. Por ejemplo, yo no soy Emilio, sino un alma encarnada en Emilio. La humanidad sería muy diferente si la mayoría de las personas tuviesen esta consciencia.

Pero el proceso de autoconocimiento no se detiene ahí. De hecho, cuando uno empieza a percibirse como alma, su mayor autoconsciencia hace que las experiencias se vayan acelerando, y llega a percibir que su alma individual no es tan individual en realidad, sino que pertenece a algo mayor, que recibe el nombre de alma universal. En lenguaje oriental es conocida como Buddhi, y corresponde al sexto cuerpo de la constitución septenaria.

Esa alma universal, a su vez, es una especie de vehículo, de instrumento, que es utilizado por otro componente que está en el ser humano: Atma, que constituye una proyección directa de una parte del Espíritu desde los planos más inefables. Atma constituye el séptimo «componente» de nuestra constitución septenaria. (En esta ocasión, pongo entre comillas «componente», por la arrogancia que supone otorgar esta denominación a esta parte tan directamente divina).

Con el fin de simplificar, podemos hacer una analogía y afirmar que los componentes de la tríada imperecedera constituyen el Conductor que somos, mientras que los componentes del cuaternario perecedero constituyen el «coche» que utiliza el Conductor para vivir la experiencia humana. De hecho, el Conductor permanece en el transcurso de toda la andadura humana, mientras que el «coche» tiene caducidad y hay que irlo cambiando. Como conductores (en sentido literal), cambiamos de coche cada vez que el que tenemos deja de sernos útil, y como Conductores (en sentido figurado), cambiamos de cuerpo en cada encarnación.

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