¿Por qué los jóvenes parecen tan irresponsables ante la pandemia? Esto lo explica

Aunque llegar a los 18 años en muchos países significa convertirse en un adulto, eso no necesariamente implica que el cerebro esté completamente formado. De acuerdo con los neurólogos, el cerebro termina de formarse durante la segunda mitad de los 20.

Gran parte de la estructuración del cerebro durante esta etapa ocurre en la corteza frontal, que es la parte que controla el juicio, la resolución de problemas, el control de impulsos y la regulación emocional. Durante este desarrollo, los jóvenes dependen más del funcionamiento de la amígdala, que es aquella parte del cerebro que huye de tomar decisiones.

Sin embargo, la formación del cerebro no sólo depende de procesos fisiológicos, como la alimentación (que es sumamente importante), sino que está relacionada también con los procesos de educación y socialización que configuran los procesos cognitivos.

En el caso de la pandemia que se vive actualmente y las medidas restrictivas de cuarentena asociadas con ella, es posible decir que la manera en la que muchos medios han transmitido la información sobre la covid-19 a los jóvenes tampoco ha contribuido a la toma de decisiones más sensatas.

Por ejemplo: al principio de la pandemia se dijo, acaso precipitadamente, que los jóvenes eran el sector de la población con menor riesgo tanto de contagiarse del nuevo coronavirus (SARS-CoV-2) como de que la enfermedad se complicara en ellos.

Esto pudo haber contribuido a que buena parte de los adultos jóvenes de ciertas sociedades sintieran menos probabilidad de enfermar gravemente y, entonces, decidieran asistir a fiestas y reuniones u organizarlas. Hoy sabemos que aunque existe una población con más riesgo de enfermar gravemente, los adolescentes y adultos jóvenes no son en modo alguno inmunes al contagio o a la enfermedad.

Desde el punto de vista de las neurociencias, el comportamiento guiado por el funcionamiento de la amígdala impide que los jóvenes tomen decisiones y piensen en las consecuencias que estas puedan tener a mediano y largo plazo.

Por otro lado, las ciencias de la conducta nos señalan que en sociedades donde a los adolescentes y adultos jóvenes se les protege cada vez más, es posible observar conductas y actitudes que se asemejen más a las de niños de menor edad que a las de personas maduras.

A esto cabe agregar que niños, adolescentes y adultos jóvenes se encuentran en una edad en la que la socialización con pares es vital para su vida, tanto para el desarrollo cerebral como para la vivencia de experiencias y formación de criterio. Reunirse con amigos parece, entonces, mucho más importante que cuidar de su salud.

En otro sentido, cabe tomar en cuenta que socializar es un proceso sumamente importante para construir la sensación de normalidad. Cuando en marzo la pandemia provocó que el mundo suspendiera lo que conocíamos como «normal» (acudir cotidianamente a nuestros centros de trabajo, divertirnos en restaurantes o bares, ir a la escuela, pasear libremente en el espacio público, etc.), también suspendió la forma en la que estábamos acostumbrados a relacionarnos. Por un momento pareció que no había otra manera, y durante este lapso muchos jóvenes desarrollaron sentimientos de soledad y desaliento. Ante la incapacidad de aprender a relacionarse de otra forma, la premura por no perder la normalidad los ha hecho tomar decisiones como seguir conviviendo con sus pares como usualmente lo hacían, en algunos casos de manera clandestina y en otros con un cierto dejo de cinismo.

Durante la pandemia se han vivido diferentes duelos, y cada persona tiene su manera propia de experimentarlos. Los adultos jóvenes se encuentran en una fase donde mediante la socialización con pares se aprende a diferenciar la intimidad del aislamiento. Durante esta etapa, el aislamiento se vive como algo que se impone, una decisión de la que ellos mismos no son partícipes. Es también durante este tiempo en el que los jóvenes desean buscar conexiones más profundas con los demás y el temor a aislarse crece.

Esto puede sugerir que los jóvenes se encuentran en la primera etapa de duelo: la negación. Por lo tanto, salir con amigos y procurar mantener las mismas formas de relacionarse que tenían antes de la pandemia son actos que están centrados en el miedo a sentirse solos. En última instancia, el miedo a estar solos es más fuerte que el miedo a la enfermedad o la muerte.

Para estas y otras conductas aparentemente irresponsables o imprudentes también hay otra explicación posible, aunque no excluyente. En un mundo donde para los jóvenes no parece haber un futuro seguro, en el que sienten que navegan en incertidumbre académica, laboral y en términos de relaciones amistosas y/o amorosas, pueden sentir que el único momento que realmente vale la pena vivir es el presente, pues cada vez se hace más evidente que para ellos no hay un porvenir seguro donde puedan construir una vida digna.

Imagen de portada: AFP (Fête de la musique, París, 2020)

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