Reglas.
Normas.
Cánones.
Prohibiciones.
Parece que cuanto más avanzamos como sociedad, más sentimos la necesidad de legislar. Establecer límites. Levantar vallas. Dejar claras las reglas. Y, a ser posible, dejar aún más claros los castigos para quienes se atreven a incumplirlas. El Código Civil español, por ejemplo, tiene la friolera de 1976 artículos, y el Código Penal cuenta con más de 600.
El problema es que cuanto más se regule desde fuera, menos se regulará desde dentro. Cuanto más tengamos que mirar a la sociedad para saber lo que podemos o no podemos hacer, menos desarrollaremos una moral propia que parta de la sensatez y la empatía.
Como advirtiera Albert Camus, “he visto a personas obrar mal con mucha moral, pero la honradez no necesita reglas […] Donde reina la lucidez se hace inútil la escala de valores”. Camus no acepta la existencia de valores absolutos que puedan regir su vida, pero tampoco niega la escala de valores sociales ni pretende destruirla para levantar un altar al nihilismo. Propone una “filosofía del límite” en la que vale la pena profundizar.
La libertad absoluta conduce a la represión
“Siempre se es libre a expensas de otro”, dijo Calígula. A veces, mientras ejercitamos nuestra libertad, traspasamos las fronteras personales para inmiscuirnos en la libertad de los demás y coartarla. Por eso Camus no propone la búsqueda de una libertad absoluta que puede degenerar en libertinaje y caos, sino que aboga por un sentido de la justicia y el orden sustentado en la conciencia individual.
“La rebeldía no es en modo alguno una reivindicación de libertad total […] Discute precisamente el poder ilimitado que autoriza a un superior a violar la frontera prohibida”.
“La libertad absoluta es el derecho para el más fuerte a dominar. Mantiene, pues, los conflictos que benefician a la injusticia. La justicia absoluta pasa por la supresión de toda contradicción: destruye la libertad. La revolución para la justicia, por la libertad, acaba enfrentándolas una con otra”.
Camus estaba convencido de que adoptar la mentalidad del “todo vale” y abogar por una libertad absoluta en realidad tendría el efecto contrario porque los más fuertes terminarían avasallando y dominando a los más débiles. La libertad absoluta de algunos limitaría considerablemente la libertad de otros. Por tanto, la búsqueda de esa libertad ilimitada en realidad terminaría convirtiéndose – más temprano que tarde – en represión de la libertad.
¿Qué hacer entonces?
Mesura, conciencia y empatía
“Un hombre es presa de sus verdades. Una vez que las reconoce, no puede apartarse de ellas”, escribió Camus. Cuando adquirimos conciencia de algo, cuando lo hacemos propio, quedamos ligados a ello.
Por eso Camus abogaba por un ejercicio de introspección. Creía que los valores no pueden ser impuestos, sino que son una decisión personal que pasa por un acto de conciencia mediante el cual nos identificamos realmente con ellos, de manera que rijan nuestro comportamiento independientemente de cualquier norma o ley externa. Entonces, y solo entonces, nos convertimos en personas autodeterminadas.
La mesura y la empatía serían, por otra parte, los equilibradores de la balanza de la libertad individual. Son el imprescindible contrapeso que nos asegura que, en el ejercicio de nuestra libertad, no traspasaremos los límites del otro.
La libertad se encontraría, por ende, aplicando la sensatez y siendo capaces de ponernos en el lugar del otro. “La mesura no es lo contrario que la rebeldía. Es la rebeldía la que es la mesura, la que la ordena, la defiende y la crea de nuevo a través de la historia y sus desórdenes.
“Cabe decir, pues, que la rebeldía, cuando desemboca en la destrucción, es ilógica. Reclamando la unidad de la condición humana, es fuerza de vida, no de muerte. Su lógica profunda no es la de la destrucción; es la de la creación”.
La libertad, por ende, no es simplemente preguntarnos qué queremos e ir a por ello, cueste lo que cueste y caiga quien caiga. La libertad es preguntarnos qué queremos y cómo podemos lograrlo en el respeto a los demás. Cuando cada persona obra desde el sentido común y la empatía, las normas no son necesarias.
Una sociedad llena de reglas es una sociedad de personas infantilizadas que no se hacen responsables por sus comportamientos y carecen de autodeterminación, de manera que necesitan normas externas que regulen sus relaciones.
En su lugar, podríamos crear un auténtico sistema de convivencia y libertades para todos. Pero para lograrlo es necesario que cada persona sea plenamente consciente de su escala de valores, unos valores elegidos que no solo le garantizan vivir según sus normas, sino que también garantizan el respeto a la libertad de los demás.
Bastaría con seguir la regla de oro de la ética: «no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti».
Fuentes:
Camus, A. (2012) El mito de Sísifo. Alianza Editorial: Madrid.
Cejudo, E. (2003) Albert Camus y la filosofía del límite. Éndoxa: Series Filosóficas; 17: 277-296.
Tu libertad termina donde comienza la mía, los límites según Albert Camus
«no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti».
Sí, un ejemplo del buenrollismo adolescente occidental actual. Pero como, lamentablemente, siempre hay quién ignora absolutamente este mantra; estamos avocados a reglar y especificar lo que sí se puede y lo que no.
La libertad, real, o es absoluta o no es. Carece, por su propia naturaleza, de universalidad. Calígula estuvo más atinado aquí que Camus.
Sólo unos pocos pueden ser realmente libres y, además, por no demasiado tiempo.
¿ Las frases bonitas ? Sólo son eso.