Los parásitos gozan de muy mala fama, pero en realidad tan solo un 4% afecta a los humanos y la mayoría son fundamentales para el planeta. Te contamos por qué.
Normalmente, los grillos no se lanzan al agua.
Pero cuando su comportamiento está siendo hábilmente manipulado por un nematomorfo —un gusano parasitario conocido comúnmente como pelo de caballo por su anatomía larga y fina— se lanza hacia ella cual kamikaze y muere ahogado.
Gracias a este acto suicida, una especie de trucha en peligro de extinción en Japón (Salvelinus leucomaenis japonicus) se lo come y obtiene así el 60% de su dieta.
Al depender en menor medida de otros invertebrados para su sustento, estos últimos pueden sobrevivir y ayudar a descomponer las hojas que caen al río y reciclar nutrientes, creando como resultado un río más limpio.
Esta conexión íntima entre eventos aparentemente separados es uno de muchos ejemplos que pone de manifiesto el rol vital de los parásitos en los ecosistemas.
Sin embargo, los parásitos —los organismos que obtienen su sustento de otros organismos vivos— han sido históricamente asociados con enfermedades y cuentan con pocos defensores pese a estar seriamente amenazados.
Esta mala prensa se debe, en parte, a que «la experiencia que la mayoría de la gente tiene con los parásitos es por haberlos tenido dentro de su cuerpo, ellos mismos o un miembro de su familia, un ser querido, o una mascota», le dice a BBC Mundo Chelsea Wood, experta en ecología de los parásitos de la Universidad de Washington, en Estados Unidos.
Wood, coautora de un estudio que incluye un detallado plan para conservar a estas diminutas criaturas, añade que «no son las cosas más placenteras de tener dentro de tu cuerpo, por eso es lógico que la gente los odie».
«Pero, en realidad, tenemos mucha menos experiencia en torno a ellos en el lugar donde son más comunes y más diversos: en la vida silvestre, que es donde realmente cumplen funciones muy importantes».
De hecho, solo un 4% de los parásitos conocidos puede infectar a los seres humanos.
Los servicios que prestan, en cambio, son invaluables. Entre ellos, que al igual que los depredadores mantienen controlada la abundancia de la población de su anfitrión.
Las avispas parasitoides, por ejemplo, actúan como controles biológicos de insectos que son plagas para la agricultura, «permitiéndonos ahorrar miles de millones de dólares al año en este sector» de la economía le explica a BBC Mundo dice Skylar Hopkins, profesora de Ecología Aplicada de la Universidad del Estado de Carolina del Norte en EE.UU., y coautora de la investigación publicada en la revista Biological Conservation.
Por otro lado, agrega Wood, hacen algo muy interesante que es «mover energía de la zona baja de la cadena alimentaria hacia zonas más altas».
«Esto lo hacen porque muchos tienen ciclos de vida complejos en los que usan múltiples especies de anfitriones para completar un término de su ciclo de vida», dice.
Y cuando lo hacen, suele haber un vínculo que se establece entre presa y depredador.
Para explicar este movimiento, Wood usa el ejemplo de un parásito que ataca el cerebro de un pez en la costa oeste de América del Norte. El parásito manipula al pez para nadar como loco y hacerse muy visible para las aves, que acaban devorándolo
Esto es lo que le conviene al parásito para entrar la siguiente fase de su ciclo de vida que tiene lugar en el pájaro, pero, accidentalmente, con su comportamiento genera más biomasa disponible para sustentar una mayor población de depredadores.
«La selección natural favorece a esos parásitos que no se quedan quietos dentro de la presa esperando a que se la coman, sino que ayudan en ese proceso. Esa es la razón por la que vemos manipulación de la conducta en los parásitos en todo el mundo», acota la investigadora.
Doble amenaza
Aunque no son adorables como un oso polar, exóticos como un pangolín o bellos como una colorida mariposa —de hecho, sus formas y texturas pueden ser incluso repugnantes— necesitan ser protegidos dado que están en una situación vulnerable.
Y mientras que los animales en peligro de extinción aparecen en documentos oficiales que advierten sobre ello —como la Lista Roja de las Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza— los parásitos suelen ser considerados como algo a eliminar más que digno de conservar y solo un puñado figura en ellos.
«Cerca del 10% de las especies de parásitos se encuentra en riesgo de extinción por causas directas en los próximos 50 años», señala Hopkins.
A diferencia de los animales no parasitarios, la amenaza que enfrentan es doble.
Por un lado, existe la «amenaza primaria como la que sufre cualquier otra especie debido al cambio climático o a la pérdida de su hábitat», o la contaminación, señala Hopkins.
Pero, por otro, está el problema secundario o de coextinción: si se extingue la especie anfitriona, también perderemos al parásito.
«No hace fala siquiera que se extinga el anfitrión: si su población se reduce y su densidad es baja, el parásito tendrá dificultad de trasladarse de anfitrión a anfitrión y eso significa su fin», señala Wood.
«Cuando sumas el riesgo primario al secundario, se estima que una de cada tres especies de parásitos está potencialmente en riesgo de extinción«, agrega Hopkins.
A simple, vista tratar de proteger a la especie anfitriona podría ser la vía más obvia y más sencilla.
El problema es que aunque como estrategia pueda ser efectiva, solo lo es en parte.
«Algunos parásitos, como las garrapatas, pasan un tiempo en el anfitrión, pero otra parte del tiempo fuera de él», aclara Hopkins.
«Por eso si el medio ambiente en el que viven se torna poco adecuado porque, por ejemplo, se vuelve muy caliente y seco por el cambio climático, la garrapata se puede extinguir aunque no pase lo mismo con su anfitrión».
Plan de acción
Una de las metas más ambiciosas de la hoja de ruta para proteger a los parásitos es describir a la mitad de los que existen en el mundo en los próximos 10 años.
Hopkins cree que la razón por la cual aún conocemos tan poco sobre ellos es que es muy fácil pasarlos por alto.
«Son muy pequeños y por lo general viven en el interior de la especie anfitriona. Puedes ver una ardilla, una rana o un insecto, pero rara vez puedes ver un parásito», dice Hopkins.
«Y si están fuera de nuestra vista, están fuera de nuestra mente», agrega.
También hace falta contar con más gente que se dedique a hacer taxonomía de parásitos para describirlos y darles nombre, ya que este es un paso decisivo en un proceso de conservación.
«Si las especies no tienen nombre, no podemos salvarlas«, explica Colin Carson, profesor de la Universidad de de Georgetown en EE.UU., y coautor del proyecto.
Cabe aclarar que las especies que los investigadores se proponen conservar no son las que afectan directamente a los seres humanos o a los animales domésticos.
Otras medidas se centran en dejar de eliminarlos activamente de nuestros ecosistemas, entender qué especies corren más riesgos, educar a la población para que se entienda mejor el rol de los parásitos y hacerles perder de una buena vez su mala fama.
«Hace un par de décadas, todos detestábamos a los depredadores. No hace mucho tiempo atrás los considerábamos plagas (…) Tomó un par de generaciones cambiar nuestra actitud hacia ellos y verlos como animales magníficos y majestuosos que merecen un esfuerzo por conservarlos», argumenta Wood.
Wood cree que parte de este cambio tiene que ver con los documentales sobre la naturaleza que se han hecho y que nosotros consumimos, y que los presentan completamente de otra manera.
«Creo que si hiciésemos algo similar por los parásitos podríamos ver un cambio parecido en la percepción de la gente».
https://www.24horas.cl/noticiasbbc/los-cientificos-que-advierten-que-la-naturaleza-esta-perdiendo-sus-parasitos-y-por-que-es-importante-salvarlos-4443285