El hambre de conocimiento, de aprender y descubrir es para el cerebro algo muy parecido al hambre de alimentos. Tanto es así, que comparten unas mismas regiones y procesos cerebrales… Lo analizamos a continuación.
La curiosidad y el hambre comparten regiones cerebrales. Un hecho fascinante porque definen dos necesidades básicas en el ser humano y porque ambas garantizan la supervivencia. Una nos impulsa a buscar alimento y la otra conocimiento para adaptarnos mejor a las dificultades y progresar.
Decía Albert Einstein que la curiosidad tiene su propia razón de existir. Pocas cosas son más importantes como cuestionar cada cosa que vemos. Ir más allá de lo aparente, hacernos preguntas, explorar y mirar el mundo con la pasión, el interés y la traviesa inocencia de un niño es algo extraordinario.
No es casualidad que tanto el ser humano como los animales tengan esta disposición inquisitiva. El ansia por descubrir es tan decisiva como la necesidad de sentir hambre. De hecho, ambas dimensiones actúan como impulsos que orientan la conducta, garantizan la existencia y también favorecen que sigamos viviendo en entornos cada vez más complejos.
¿Qué sería de nosotros sin esa necesidad fisiológica que hace rugir el estómago y nos lleva a buscar algo para comer? Evidentemente, moriríamos. Como moríamos también sin ese impulso que nos hace poner la mirada en el agujero de la cerradura, que se pregunta cómo poder curar ciertas enfermedades y qué investigaciones deberíamos empezar a poner en práctica…
¿Por qué la curiosidad y el hambre comparten regiones cerebrales?
El hallazgo es reciente. Ha sido este mismo año cuando un equipo de neurocientíficos de la Universidad de Reading (Reino Unido) ha evidenciado a través de un estudio que, efectivamente, la curiosidad y el hambre comparten regiones cerebrales.
A pesar de ello, ya existían ciertas sospechas. Ambas dimensiones son dos grandes impulsores de la motivación. Así, algo que suele decirse a menudo es que el hambre, por ejemplo, es capaz de llevarnos a situaciones extremas para conseguir alimento. La curiosidad, aunque nos sorprenda, también ha llevado al ser humano a cruzar fronteras inimaginables para acumular conocimientos, descubrir otros escenarios y situarse como el ser más avanzado en este planeta.
¿Casualidad? Tal vez no. Es muy posible que en lo más profundo de esa ingeniería cerebral, hambre y curiosidad partan de mecanismos comunes para obtener un mismo fin: la subsistencia. La curiosidad, al fin y al cabo, impulsa al movimiento, a la acción y, sobre todo, a ir más allá de la zona de confort para saber qué hay al otro lado.
Algo así nos ha ayudado en el pasado a convertirnos en exploradores, en seres capaces de cruzar nuevos territorios para descubrir mejores recursos para sobrevivir y prosperar. Pensemos, por ejemplo, en las migraciones humanas prehistóricas y lo que supusieron para la humanidad.
Este descubrimiento del neurocientífico cognitivo Johnny King Lau y su equipo no ha hecho más que confirmar algo que ya se intuía…
El núcleo accumbens, centro del hambre y la curiosidad
Sabemos que aunque la curiosidad y el hambre comparten regiones cerebrales, la segunda dimensión es un poco más compleja. La sensación de hambre es un instinto muy poderoso que se activa cuando el cerebro detecta una serie de cambios en los niveles de hormonas y nutrientes en la sangre.
Ahora bien, el equipo de científicos de la Universidad de Reading, responsable de este estudio, detectó un fenómeno interesante a partir de la utilización de resonancias magnéticas. Cuando se “enciende” la curiosidad y cuando lo hace ese estómago vacío que nos alerta de que tenemos hambre, se activa una misma región cerebral: el núcleo accumbens. Asimismo, también elevan su actividad otras áreas como el núcleo caudado bilateral y el área tegmental ventral
¿Y qué es lo que hacen en concreto estas áreas del cerebro? En realidad, estas zonas orquestan las conductas orientadas hacia el procesamiento de recompensas. Es decir, nos impulsan a poner en práctica acciones que nos permitan recibir algo gratificante.
En el caso del hambre, lo que obtenemos a cambio cuando actuamos es alimento (nutrientes), el placer de disfrutar de una buena comida y seguir sobreviviendo. Así, en lo que respecta a la curiosidad, obtenemos conocimiento, descubrimientos y nuevos medios para satisfacer nuestro bienestar de infinitas maneras.
La curiosidad y el hambre comparten regiones cerebrales para mantenerte motivado
La curiosidad y el deseo de tener información es un fenómeno psicológico que ha atraído el interés de algunos de los nombres más importantes de la historia de la psicología, como William James, Ivan Pavlov, Frederic Skinner…
De este modo, si la curiosidad y el hambre comparten regiones es porque tienen mucho que ver con la motivación. Mientras una nos parece signo de inteligencia y racionalidad (la curiosidad), el segundo nos parece poco más que un instinto primario (el hambre), pero aun así ambas son esenciales y determinantes.
De hecho, la pérdida de curiosidad se asocia a la depresión, mientras que la falta de hambre a la enfermedad. Sin ellas no somos nada y como bien dijo William James, “el deseo de comprender lo que no sabemos nos mantiene vivos, porque la curiosidad es también otra forma indispensable de alimento”.
Avivemos este impulso, nutrámoslo cada día para mantenernos vivos en cuerpo e inteligencia, en salud y esperanza por progresar, por avanzar más allá de cualquier límite y desafío. La curiosidad, como el hambre, son dos instintos indispensables en gran parte de los seres vivos.
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