Giorgo Agamben, uno de los filósofos más importantes de nuestra época, ha protagonizado un controvertido affaire en su natal Italia. Agamben ha sido enormemente crítico de las medidas de distanciamiento social implementadas como respuesta al coronavirus («despotismo tecnomédico», las llamó en cierto momento) y, por ello mismo, algunos críticos lo han llamado un «negacionista».
Al inicio de la pandemia, Agamben publicó un artículo, «El estado de excepción provocado por una emergencia sin motivo», en el que subestimó el virus y utilizó datos no demasiado precisos con los que suscribió la idea de que la covid-19 era «una gripe normal, no muy diferente de la que sucede cada año», con lo cual, para algunos, el filósofo se volvió parte del bando de los conspiracionistas. Sin embargo, las cosas son más complicadas, y pese a lo que muchos verán como errores y horrores, el pensamiento de Agamben, quien fue uno de los primeros en ver el ascenso del estado de vigilancia basada en los datos, no deja de ser radicalmente interesante y en muchos puntos quizá uno de los más lúcidos de la actualidad. Algunos han calificado su posición como un corajudo «gesto socrático». Que su pensamiento tenga estos claroscuros y contradicciones y se pueda mover por estos extremos es quizá un reflejo del tiempo tan incierto en el que vivimos.
El filósofo italiano observa que nuestra época se caracteriza por el predominio de la ciencia, la cual ha desplazado a otras creencias, como el cristianismo, y se ha posicionado como la principal religión. Alumno de Heidegger y cercano a Simone Weil (a cuyo pensamiento dedicó su tesis doctoral), Agamben coincide con el alemán en que la tecnología transforma nuestra relación con el mundo, la cosifica y la vuelve mero cálculo e instrumentalidad. Coincide con Weil en que el capitalismo desvincula al ser humano de sus tradiciones culturales o espirituales y lo hace parte de la «Gran Bestia» de la sociedad de masas. El capitalismo crea la sensación de existir en un estado de crisis permanente y con esto se apropia y seculariza las ideas de trascendencia y Apocalipsis, las convierte en urgencia de consumo y en modos de conducta. Por todos lados se legítima que vivimos no en un estado de emergencia, sino de excepción.
Agamben ha notado que los estados de excepción (en especial las guerras con enemigos visibles o invisibles) suelen crear nuevos órdenes y producir nuevas tecnologías de control o separación, desde los alambres de púas hasta los diferentes mecanismos de vigilancia digital. Agamben ha dicho que la ominosa tencología que llegará para quedarse es «la distancia social», no una distancia física sino social. Su tesis es que la distancia social es una medida tanto médica como política (y acaso incluso más política que médica). El miedo a enfermarse hace que se sacrifique todo lo demás. Agamben diferencia entre la vida desnuda, o vida en bruto, y la vida ética. Por la vida desnuda se sacrifica la dignidad humana, que florece lejos del cálculo y las máquinas. El ejemplo es la prohibición durante la pandemia de acompañar a los que mueren y celebrar funerales. Algo que no ha sucedido nunca en la historia, según él. La vida como mera cantidad, sugiere, se impone a la vida cualitativa, auténticamente política que reconoce el rostro. Un argumento contrario podría ser el siguiente: la conformidad con las medidas de aislamiento no es sólo una forma desesperada de autopreservación biológica, sino un acto ético, de respeto hacia el otro, en el sentido de Lévinas. E igualmente se ha preferido, de alguna manera (o en algunas partes al menos), la vida a la economía. Por supuesto que Agamben podría contestar de diversas maneras, quizá señalando que la actitud predominante no es el cuidado hacia el otro sino el miedo. Y que en realidad los poderes biomédicos y tecnológicos saldrán de estas crisis en condiciones muchos mejores de las que ya gozaban.
Los artículo de Agamben sobre la pandemia publicados en Quodlibet ya han sido editados en un libro. Y el que probablemente sea el mejor y más lúcido ha sido publicado recientemente, «Cuando la casa se quema«, traducido en el sitio Ficción de la razón. Recuperamos aquí algunos pasajes.
Agamben empieza con unas frases enigmáticas que cita:
«Todo lo que hago no tiene sentido si la casa se quema». Sin embargo, cuando la casa se quema, es necesario continuar como siempre…
Pero sigues como antes, es demasiado tarde para cambiar, no hay más tiempo. «Lo que sucede a tu alrededor / ya no es asunto tuyo.»
Es evidente, el mundo arde. Lo que se está destruyendo es la civilización occidental. Y el mundo arde y el hombre está ciego.
Tal vez las casas, las ciudades ya se han quemado, no sabemos cuánto tiempo, en un gran incendio, que fingimos no ver. Todo lo que queda de algunos son trozos de pared, una pared con frescos, una franja del techo, nombres, muchos nombres, ya mordidos por el fuego. Y sin embargo, los cubrimos tan cuidadosamente con yeso blanco y palabras mentirosas, que parecen intactos.
Los políticos y los sabios de la técnica nos dicen que hay solución a este estado, pero debemos de creer en ellos y hacer los que nos dicen. «La ceguera es aún más desesperada, porque los náufragos afirman gobernar su propio naufragio, juran que todo puede mantenerse técnicamente bajo control, que no hay necesidad de un nuevo dios o un nuevo cielo – sólo prohibiciones, expertos y médicos.» Nos encontramos no sólo en el ocaso de la historia sino en el ocaso de la vida. Nos hace falta aire. El aire es el espíritu y es la relación.
Una cultura que se siente al final, sin más vida, trata de gobernar como puede su ruina a través de un estado de excepción permanente. La movilización total en la que Jünger vio el carácter esencial de nuestro tiempo debe ser vista en esta perspectiva… Pero mientras que en el pasado el objetivo de la movilización era acercar a los hombres, ahora pretende aislarlos y distanciarlos unos de otros.
Por fuera, todo nos empuja hacia Dios; por dentro, el ateísmo obstinado y burlón del esqueleto. Que el alma y el cuerpo estén inextricablemente unidos, esto es espiritual. El espíritu no es un tercero entre el alma y el cuerpo; es sólo su indefensa y maravillosa coincidencia. La vida biológica es una abstracción, y es esta abstracción la que se supone que gobierna y cura.
Agamben entiende que este es un proceso histórico de destrucción de la vida apostando por la técnica.
¿Cuánto tiempo lleva la casa ardiendo? ¿Cuánto tiempo ha estado ardiendo? Ciertamente hace un siglo, entre 1914 y 1918, algo sucedió en Europa que arrojó todo lo que parecía permanecer intacto y vivo a las llamas y a la locura; luego otra vez, treinta años más tarde, el fuego ardió por todas partes y ha estado ardiendo desde entonces, implacablemente, apagado, apenas visible bajo las cenizas. Pero quizás el fuego ya había comenzado mucho antes, cuando el impulso ciego de la humanidad hacia la salvación y el progreso se unió al poder del fuego y las máquinas.
Cómo fuimos capaces de respirar las llamas, lo que perdimos, a qué restos – o a qué impostura – nos aferramos…Y ahora que no hay más llamas, sino sólo números, cifras y mentiras, estamos ciertamente más débiles y más solos, pero sin posibles compromisos.
La ciencia y la tecnología pueden leerse también como un impulso religioso, particularmente uno que niega la muerte, que busca sintetizar la vida, transformarla en cantidad y controlarla.
Si sólo en la casa en llamas se hace visible el problema arquitectónico fundamental, entonces se puede ver lo que está en juego en la historia de Occidente, lo que ha tratado de comprender con tanto esfuerzo y por qué sólo podría fracasar. Es como si el poder intentara a toda costa captar la vida desnuda que ha producido y, sin embargo, por mucho que intente apropiarse de ella y controlarla con todos los dispositivos posibles, no sólo policiales, sino también médicos y tecnológicos, sólo puede escapar de ella, porque es por definición esquiva. Gobernar la vida desnuda es la locura de nuestro tiempo. Los hombres reducidos a su existencia biológica pura ya no son humanos, los hombres gobernantes y las cosas gobernantes coinciden.
¿Nos encontramos en un punto en el que estamos por dejar de ser humanos, paradójicamente a través de la ciencia médica, de la biología en manos del biopoder? El ser humano no es sólo un ser biológico, y cuando su existencia se reduce a lo meramente biológico tiende a morir. El ser humano es también su pasado, su historia y su cultura, lo que algunos filósofos alemanes llamaron «espíritu». Agamben en clave weiliana continúa:
Lo que llamamos pasado es sólo nuestra larga regresión hacia el presente. Separarnos de nuestro pasado es el primer recurso de poder.
Lo que nos libera de la carga es el aliento. En la respiración ya no tenemos peso, somos empujados como si estuviéramos volando más allá de la fuerza de gravedad.
Tendremos que aprender a juzgar de nuevo, pero con un juicio que no castigue ni recompense, absuelva ni condene. Un acto sin propósito, que quita la existencia a cualquier propósito, necesariamente injusto y falso. Sólo una interrupción, un instante a caballo entre el tiempo y la eternidad, en el que silba la imagen de una vida sin fin ni planes, sin nombre ni memoria, por lo que salva, no en la eternidad, sino en una «especie de eternidad». Un juicio sin criterios preestablecidos…
Sentirme vivo hace que la vida sea posible para mí, incluso si estoy encerrado en una jaula. Y nada es tan real como esta posibilidad.
Vivimos en el tiempo que ya no quiere ver más caras y al desaparecer el rostro desaparece el hombre. Heidegger había dicho que sólo un dios nos podría salvar. Agamben no cree en esta posibilidad. No deposita su esperanza en un nuevo dios, sino en un nuevo animal, que surja de las cenizas de la destrucción del hombre.
El hombre desaparece hoy, como un rostro de arena borrado en la orilla. Pero lo que ocupa su lugar ya no tiene un mundo, es sólo una vida desnuda y silenciosa sin historia, a merced de los cálculos del poder y la ciencia. Tal vez es sólo de este estrago que algo más puede un día aparecer lenta o abruptamente – no un dios, por supuesto, pero ni siquiera otro hombre – un nuevo animal, tal vez, un alma viviente de otra manera…
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