David Loy reflexiona sobre por qué el ideal del bodhisattva del budismo es lo que el mundo necesita hoy.
A menos que se encuentre en un prolongado retiro en una cueva del Himalaya, cada vez es más difícil pasar por alto el hecho de que nuestro mundo se ve acosado por crisis ecológicas, económicas y sociales que interactúan. El colapso climático, la extinción de especies, un sistema económico disfuncional, el dominio corporativo del gobierno, la sobrepoblación ―es un momento crítico en la historia de la humanidad― y las decisiones colectivas que tenemos que tomar durante los próximos años marcarán el curso de los acontecimientos para las generaciones venideras.
Sin embargo, cuanto más aprendemos sobre nuestra situación, muchos de nosotros nos volvemos más abrumados y desanimados. Los problemas son tan enormes e intimidantes que no sabemos por dónde empezar. Terminamos sintiéndonos impotentes, incluso paralizados.
Para aquellos inspirados por las enseñanzas budistas, una cuestión importante es si el budismo puede ayudarnos a responder a estas crisis. Como señala Paul Hawken en Blessed Unrest, ya hay un gran número de organizaciones grandes y pequeñas que trabajan por la paz, la justicia social y la sostenibilidad ―al menos un millón y tal vez más de dos millones―, estima. La pregunta es si una perspectiva budista tiene algo distintivo que ofrecer a este movimiento.
Históricamente, iglesias y feligreses han jugado un papel importante en muchos movimientos de reforma; por ejemplo, las campañas antiesclavistas y de derechos civiles. Pero gran parte, quizás la mayor, del ímpetu en Occidente hacia un cambio estructural profundo se origina en los movimientos socialistas y otros movimientos progresistas, que tradicionalmente han sido suspicaces con la religión. Marx consideraba la religión como «el opio del pueblo» porque con demasiada frecuencia las iglesias han sido cómplices de la opresión política, utilizando sus doctrinas para racionalizar el poder de los gobernantes explotadores y desviar la atención de los creyentes de su condición actual hacia «la vida venidera».
Esta crítica también se aplica a algunas instituciones budistas ―las enseñanzas del karma y renacimiento pueden utilizarse mal en este sentido―, pero lo mejor, el budismo ofrece un enfoque alternativo. El camino budista no se trata de clasificarse para el cielo sino de vivir de una manera diferente aquí y ahora. Este enfoque complementa muy bien el enfoque tradicional occidental sobre la justicia social y la transformación social. Como lo expresó Gary Snyder hace medio siglo, «La compasión de Occidente ha sido la revolución social. La compasión de Oriente ha sido la comprensión individual del yo/vacío primordial. Necesitamos ambas».
Necesitamos ambos porque, cuando no reconocemos la importancia de la transformación individual, las élites poderosas subvierten repetidamente la transformación social y se aprovechan egoístamente de su posición. La democracia puede ser la mejor forma de gobierno, pero no es garantía de nada si las personas todavía están motivadas por la avaricia, la mala voluntad y la ilusión de un yo cuyo bienestar puede ser perseguido indiferente al bienestar de los demás.
Necesitamos una transformación tanto personal como social para poder responder plenamente a la preocupación del Buda por terminar con el sufrimiento. El Buda enfatizó que todo lo que tenía que enseñar era el sufrimiento y cómo terminar con él. Esto implica que la transformación social también es necesaria para abordar el sufrimiento estructural e institucionalizado perpetuado por aquellos que se benefician de un orden social injusto.
¿Hay algo específico dentro de la tradición budista que pueda unir estos dos tipos de transformación en un nuevo modelo de activismo que conecte la práctica interna y externa?
Que pase… el bodhisattva.
De acuerdo con la definición tradicional, el bodhisattva renuncia a entrar en el estado de paz perfecta, nirvana, sino que permanece en samsara, existencia cíclica, para ayudar a todos los seres sintientes a poner fin a su sufrimiento y alcanzar la iluminación. En lugar de preguntar «¿cómo puedo salir de esta situación?» El bodhisattva pregunta, «¿qué puedo aportar para mejorar esta situación?» Hoy, más que nunca, debemos entender el camino del bodhisattva como un arquetipo espiritual que ofrece una nueva visión de la posibilidad humana.
La sabiduría y la compasión son las dos alas del camino budista, y necesitamos ambas para volar. Sabiduría es comprender que no hay un «yo» separado del resto del mundo, y la compasión es poner en práctica esa comprensión. Aunque no era budista, el neo-Advaitín Nisargadatta lo expresó muy bien: «Cuando miro dentro y veo que no soy nada, eso es sabiduría. Cuando miro afuera y veo que soy todo, eso es amor. Entre ambos gira mi vida».
La visión del budismo socialmente comprometido es ayudar a desarrollar una sociedad despierta que sea socialmente justa y ecológicamente sostenible. Busca abrir nuevas perspectivas y posibilidades que nos desafíen a transformarnos a nosotros mismos y a nuestras sociedades más profundamente. Esto nos lleva al camino del bodhisattva como un nuevo arquetipo para el activismo social.
El activismo del Bodhisattva tiene algunas características distintivas. El budismo enfatiza la interdependencia («Todos estamos en esto juntos») y el engaño (en lugar del mal). Esto implica no solo la no violencia (que de todos modos es autodestructiva) sino una política basada en el amor (más no-dual) en lugar de la ira reactiva (que separa el nosotros de ellos).
El problema básico en nuestra sociedad no son las malas personas ricas y poderosas, sino las estructuras institucionalizadas de avaricia colectiva, agresión y engaño. El pragmatismo y el no dogmatismo del bodhisattva pueden ayudar a superar las disputas ideológicas que han debilitado a tantos grupos progresistas. Y el énfasis del budismo en los medios hábiles cultiva la imaginación creativa, un atributo necesario si queremos construir una forma más sana de vivir juntos en esta tierra y encontrar la manera de llegar allí.
Sin embargo, esos atributos no dan la contribución más importante del bodhisattva en estos tiempos difíciles, cuando a menudo nos sentimos abrumados por la magnitud del desafío y estamos tentados a la desesperación. ¿La respuesta del bodhisattva? Citemos al Cuerpo de Ingenieros del Ejército de EE.UU.: «Lo difícil lo hacemos de inmediato. Lo imposible nos tomará un poco más de tiempo». Según la formulación clásica, el bodhisattva hace voto de ayudar a liberar a todos los seres vivos. Alguien que se haya ofrecido como voluntario para una tarea tan inalcanzable no se dejará intimidar por las crisis actuales, sin importar cuán desesperanzadas puedan parecer. Esto se debe a que el bodhisattva practica en ambos niveles, interno y externo, lo que le permite a uno involucrarse en un comportamiento dirigido a un objetivo sin apego a los resultados.
Como lo expresó T. S. Eliot, «Lo nuestro es intentar. El resto no es asunto nuestro». El trabajo del bodhisattva es hacerlo lo mejor que se pueda, aunque no conozcamos cuáles serán los resultados. ¿Ya hemos superado los puntos de inflexión ecológica y la civilización humana está condenada? No lo sabemos. Sin embargo, en lugar de sentirse intimidado, el bodhisattva abraza «la mente no-sé», porque la práctica budista nos abre al asombroso misterio de un mundo impermanente donde todo está cambiando, lo notemos o no. Crecí en un mundo definido por una «guerra fría» entre los Estados Unidos y la Unión Soviética que todos dábamos por hecho, hasta que el comunismo repentinamente colapsó. Lo mismo ocurrió con el apartheid sudafricano. Si no sabemos realmente qué está pasando, ¿cómo sabremos realmente lo que es posible hasta que lo intentemos?
La ecuanimidad del bodhisattva-activista proviene del no apego a los frutos de la propia acción, que no es desapego del estado del mundo o del destino de la tierra. ¿Cuál es la fuente de este desapego? Esa pregunta apunta a los frutos del trabajo interno del bodhisattva. El Sutra del Diamante dice que salvamos a todos los seres vivos al darnos cuenta de que no hay seres vivos que salvar. El bodhisattva comprende shunyata, el vacío ―esa dimensión en la que no hay nada que ganar o perder, mejorar o empeorar―, pero no se apega a esa comprensión. Como enfatiza el Sutra del Corazón, las formas están vacías, y el vacío es forma. El vacío no es un lugar para habitar libre de formas; se experimenta únicamente en las formas impermanentes que toma, las formas que constituyen nuestras vidas y nuestro mundo.
Para el activista budista, estas son las dos dimensiones de la práctica: la forma y el vacío, la transformación personal y la transformación social, lados opuestos de una misma moneda. Como Nisargadatta podría decir: «Entre ambos, la vida del bodhisattva gira». Nuestro mundo necesita ambos.
David R. Loy está especialmente interesado en la conversación entre el budismo y la modernidad. Sus libros incluyen Nonduality, Lack and Transcendance, A Buddhist History of the West, The Great Awakening, Money Sex War Karma y The World Is Made of Stories. Practicante zen durante muchos años, está cualificado como maestro en la tradición de Sanbo Kyodan. / Más info