Anteriormente, habíamos indicado que «alcanzar la iluminación» no era posible porque si se asume que iluminarse es estar en la luz, la cual es propia de la presencia de la Consciencia, este estado se vuelve natural en cada forma con la cual se expresa dentro de la manifestación. En sentido estricto, ya estamos iluminados y no podemos dejar de estarlo, resulta imposible ya que todo es parte de la Consciencia, reflejo del Punto Original.
Otro asunto es «la experiencia de estar iluminado». Y es ahí donde la mente nos encierra en su juego. Esta situación se da espontáneamente en contadas personas, sin razón alguna, pero a pesar de eso el humano no descansa en su búsqueda de experimentar aquel estado que considera «original», utilizando para aquello una serie de técnicas o rituales. Esto es producto de la ignorancia o la extrema ingenuidad. No es posible desde el movimiento continuo que sustenta el yo o ego, experimentar la quietud total del Ser. La quietud no entiende de movimiento, pese a su continua interacción, y por ende, todo camino que prometa llegar hacia ella desde ahí es una contradicción en sí mismo.
La experiencia del Ser no es posible a través de la búsqueda o movimiento incesante que realiza el yo o ego. No puedes ser quietud estando en continuo movimiento. O mejor dicho «creyendo» que eres el yo o ego. Para ese acontecimiento debes detenerte, y para eso la Auto-indagación es fundamental, ya que baja las revoluciones y regresa hacia el principio inmóvil de todo. Desde ahí, el Ser es reconocido y presenciado, y su expresión es posible volviendo al movimiento otra vez, sucediendo así los dos estados propios de la realidad simultáneamente e interactivamente, con el Punto Original, lo real, gobernante sobre ellos.
¿Cómo? Cuando un ser se sostiene en el pensamiento primigenio Yo Soy, llegará espontáneamente a experimentar aquel vacío de plenitud pura, aquella paz o quietud total donde solo prevalece la «sensación de Ser», algo inexplicable e inentendible que permanece atemporalmente hasta que se intenta, naturalmente, dar alguna descripción (movimiento) de ese estado. Entonces se vuelve irremediablemente en el terreno de las formas, las ideas, los conceptos, las sensaciones. Aquello demuestra que la experimentación de lo real no es posible en sí mismo, sino solo dentro de la realidad manifiesta, a través de ideas momentáneas. Es aquí, en este digamos «descubrimiento» donde se comprende que lo atemporal y lo temporal se interrelacionan, se complementan, no son dos, ni una, son no dos.
Esta comprensión llegó luego de tres experiencias que me sucedieron. Resulta complejo el lograr una abstracción del asunto, ya que lo que se siente en esos momentos no tiene un origen predeterminado ni tampoco un símil adecuado. Trataré igual de ser lo más honesto y explícito.
Recuerdo que la primera vez estaba escribiendo parte de este libro, y al salir de la oficina y encontrarme con mi esposa para comer, de manera abrupta una sensación invadió mi ser. Era como estar vacío pero satisfecho. Comparable a una paz silenciosa, me encontraba en una dicha profunda que daba la impresión de que lo sabía todo, que no había nada más que buscar, que todo fue consumado. Mi propia esposa se dio cuenta de ello, ella siempre tan perceptiva y sensorial, diciéndome que sentía una paz profunda que reflejaban mis ojos. Cuando quise verbalizarlo, explicárselo, no encontré las palabras adecuadas, hasta que inicié el proceso de conceptualización de ese estado, con el afán de caracterizarlos y transmitirlo. No fueron más de 30 minutos en esa gracia total, para que luego el ejercicio diario y continuo de la mente vaya diluyendo la experiencia.
La segunda fue un reconocimiento del Yo Soy instantáneo. Como una explosión. Acostado un día en mi cama intentaba meditar y refunfuñaba internamente por mi incapacidad de dominar mi mente para ver aquel «yo soy» que tanto pregonaban los libros que mi intuición primera me hizo revisar. Mientras me reprochaba a mí mismo la imposibilidad de conseguir ese estado, tomé de repente atención en ese «mi mismo» de donde el reproche salía y en donde también terminaba. EUREKA. ¡Había estado ahí todo el tiempo! El reconocimiento abrupto de la Consciencia como el Yo hizo que una amplia sonrisa dibujara mi rostro. Todo estaba ahora claro.
La tercera es quizás, la más profunda de todas. Sobrevino al momento de meditar, que por cierto no es un ejercicio seguido que practico. Al meditar no busco ni espero nada, solo cierro los ojos y estoy atento de cómo pasa el tren de la experiencia. Siento todo lo que permito distinguir. Sonidos externos, internos, dolores en articulaciones, pensamientos que se agolpan en medio de los ojos. Normalmente hay una sensación como si todo aquello estuviera situado encima (no dentro) de mi cabeza.
Esa tarde de sábado, mientras aquello sucedía, de repente las sensaciones o ideas corpóreas desaparecieron. Donde debía estar una pierna, no había sensación de pierna, sino de ausencia. Igual los brazos, la cabeza, todo. No hay entonces una evidencia de que «yo» estoy ahí. Ángel se ha ido. Al no sentir el cuerpo, no tenía ubicación espacial y el tiempo se esfumó. Las cosas que narro aparecían de golpe, como flashbacks. Hay momentos en que todo paraba, desparecía y regresaba con la misma mecánica, como si cayera en el sueño profundo, pero incluso tenía conciencia de ese ir y venir. Sentía que algo observaba todo lo que estaba y luego no estaba.
En una de esas «vueltas» tuve una clara percepción de que realmente no hay, no había nada en ese lugar, pero incluso ese vacío era sentido, conocido. Hablo de un vacío o nada pero no conceptual, era algo vivido pero en ausencia de todo lo que pueda describirse. De pronto, dicho vacío pasó a una sutil «sensación de ser», que era penetrante y pacífica. Era la percepción total de existir sin ningún tipo de verbalización, ni idealización, ni imaginación. Era la plena convicción de que era, ahí en la completa ausencia de los objetos, de los pensamientos y sensaciones. No está Ángel más, la idea de individuo no me acompaña, pero sé que soy. Todo era yo, todo soy. Aunque no había en realidad algo como un todo, o una nada. Solo Ser.
De repente, el conocimiento del momento, golpeó como un rayo en la experiencia: ¡Soy! grité en silencio. Y con ello, la mente empezó a operar, a querer fragmentar, lo que causó una desazón instantánea, pero de inmediato, una compresión profunda: no hay tal separación porque temer. La sensación de ser, y luego el conocimiento de que yo soy, son experiencias espontáneas que suceden en «eso» que soy y solo puedo ser, pero no saber qué es.
Luego de toda esta alucinante experiencia y revelación, en algún momento me rendí ante el sueño profundo. Desperté y vi en el reloj que dos horas habían pasado. Me invadió la interrogante ¿estuve soñando?, pero la duda se disipó porque la percepción de lo experimentado era de una lucidez total, incluso superior a la anquilosada experiencia de la vigilia rutinaria. Además, mis sueños durante cerca de 30 años de existencia corpórea, suelen borrarse y aparecer luego como recuerdos bizarros, y esta vez no, en esta ocasión, lo que pasó fue un encuentro con lo que soy que resplandeció completamente. Es en la presencia de ser, del reflejo, del conocimiento de sí mismo, donde la sabiduría última es posible. El Punto Original es sin necesidad de saber que es, pero es sabiendo que es, donde se reconoce, y todo se manifiesta, incluso esta comprensión.
Estas experiencias sirvieron para entender algo base: la conceptualización de lo real en la realidad asume la estructura del pensamiento ilusorio o momentáneo del individuo. Es decir, la sustancia asume la forma del envase que lo contiene. Es por tal razón que toda experiencia «mística» hacia la quietud desde donde se refleja el Punto Original se presenta en el mundo físico desde distintos matices, todo ellos condicionados al modelo de vehículo que poseen para ponerse en movimiento. De ahí tantas versiones distintas del Ser, tantos Dioses, tantas religiones, etc. Indiscutiblemente es necesaria la realidad para que lo real sea conocido y pueda también re-conocerse, pero, las imágenes que este proceso continuo recrean en la mente del hombre, en el cuerpo psíquico, son ilusorios y momentáneos, por tanto efímeras. Terminan siendo siempre el dedo que apunta a la luna.
Eso es lo que llamo «la absoluta relatividad del Ser» o «el movimiento de la quietud». Estas frases engloban desde mi percepción la forma universal de expresión de la Consciencia, cuya compresión o el «darse cuenta» de cómo opera, se da a través de la Auto-indagación.
La Auto-indagación en el ser humano, evidencia la continua comunicación que tiene la Consciencia con el Universo, que tiene el Ser consigo mismo. Es así como la Consciencia crea y reproduce una realidad donde es protagonista y espectador, dualidad que ejerce y reconoce al avanzar hasta su expresión más detallada, el ser humano, desde donde es capaz de observarse a sí mismo a través de experiencias duales complementarias y momentáneas, y de donde partirá de nuevo hacia sí mismo, reproduciendo simplemente la misma fórmula en sentido inverso, completando el círculo.
Aunque la experiencia de la realidad se encuentra también en lo momentáneo, este es terreno actual del yo/ego y solo con la comprensión total de su significado nos es útil. Una vez que las formas han sido trascendidas, pueden ser utilizadas para señalar lo real. Con la des-identificación del yo, y posteriormente del Yo Soy, somos capaces de percibir que somos el Ser total e indiviso y que todo lo que aparece en nosotros, es tan solo un reflejo (del Ser). Lo momentáneo es Conciencia expresándose, viva, volátil, incierta, y si en algún momento caemos en la magia de los opuestos complementarios, ser capaces de volver hacia la única imagen que puede mantenernos fijo en lo real, dentro de la realidad, que es la del conocimiento de sí mismo, que es el mismo perceptor.
Ser y hacer en la «absoluta relatividad» que abarca todo, como realidad intrínseca que conceptualiza lo real. El sujeto y el objeto, la quietud y movimiento son expresiones mediante las cuales la Consciencia toma conciencia de sí y mantiene su perenne Auto-indagación. Reconocer lo real, es vivir en lo irreal. Darse cuenta de lo que soy es abrazar lo que no soy, y es en este juego infinito que lo no dual se regocija eternamente a través de la multiplicidad de las formas que no necesita para Ser, pero que a través de ellas, se conoce.
Por eso ¿qué soy yo? Yo soy la absoluta relatividad.
La absoluta inutilidad de estos seres.