La llamada del ser
Contemplar mientras se investiga es dejar que la mente se movilice con las verdades que van apareciendo, dejando un espacio abierto para que la verdad penetre y para que surja entonces espontánea desde dentro (no desde el pensamiento) la respuesta a la verdad. Esta verdad que aparece espontánea se percibe con evidencia. ¿Y qué es una evidencia? Es una serena paz, el equilibrio de ser lo que somos. La verdad no se piensa, se es.
El arte de contemplar es el arte de ser. El avanzar en la contemplación es avanzar en el ser que somos verdaderamente y que se evidencia cuando contemplamos. Esto no se puede comprender desde la idea errónea que tenemos los humanos de que una cosa es conocer y otra es ser. Cuando pensamos, siempre lo hacemos desde la dualidad primigenia de la mente que escinde lo Real en dos: el que mira y lo mirado, el contemplador y lo contemplado. Así no podemos comprender; y por eso mismo creemos que el contemplar nos aleja del ser, cuando es realmente lo contrario.
Creemos que la verdad está objetivada y que el yo que la contempla está aparte de la realidad, y al pensar de esa manera no es posible que coincida el contemplar con el ser. Pero, ¿y si no fuera así?, ¿y si la realidad fuera una y estuviera hecha de conciencia?, ¿y si todo fuera creación de esa conciencia y, al contemplar, creáramos? De hecho, eso es lo que sucede: la luz de la conciencia es la creadora de realidades. La luz que ve, al ver crea; contemplar es realizar. Una vida contemplativa es, así, una vida de realización.
Aquel que comienza a tener la mente contemplativa empieza entonces su realización, y no antes. Antes de ello, por mucho que se esfuerce en su realidad proyectada, no descubrirá lo que es el ser. El ser es «Ser», lo cual quiere decir que sólo se puede descubrir siéndolo. Proyectando en una pantalla mental nunca llego a ser. Somos una llamada del Ser, pero estamos constantemente inmersos en miedos, limitaciones, angustias, de modo que nos hallamos en la ilusión de que no somos, de que nos falta algo.
De alguna manera somos conscientes de que creemos que no somos, de que hay algo que nos falta, y de ahí surgen los deseos, emociones, etc. Se nos plantea entonces el dilema de tratar de llegar a ser, de modo que proyectamos el anhelo hacia fuera para llegar a continuación a creer que no somos. En este círculo vicioso sólo hay un punto verdadero: la llamada del Ser.
En el tratar de llegar a ser ya existe una llamada del Ser. El punto básico para comenzar una vía contemplativa dentro de la vía humana de realización reside en que intuyo que soy. De hecho, ya soy, pero es como si no lo fuera porque no me lo creo; pero en eso ya hay algo real en nosotros, algo que está tapado por imágenes y pensamientos pero que ya está ahí. Y hay un camino sencillo para desvelarlo: contemplar directamente lo que somos. Cuando nos hallamos en un vacío mental esa contemplación nos transporta instantáneamente a lo que somos; sin embargo, lo usual es que obstaculicemos el encuentro a través de las realidades que inventamos. Por tanto, lo tengo que intentar una y otra vez, ya que tengo muchas realidades inventadas que me están obstaculizando y que se resumen en todo aquello que creo que soy pero que no soy.
El camino de nuestra propia tradición, desde los platónicos hasta los neoplatónicos, es la ascesis dialéctica y la contemplación de la verdad. Es cierto que hay caminos magníficos en Oriente, pero los de Occidente han sido pasados por alto, no se han entendido como caminos de realización. Los estudiosos de filosofía conocen la dialéctica platónica como una teoría, pero nunca se han planteado aplicarla a sí mismos, de modo que se ha olvidado su capacidad realizadora. Sin embargo, es un camino muy directo y adecuado para nosotros. Consiste en no tener en cuenta lo que creemos ser, lo que nos falta, nuestros defectos y cualidades, para en cambio contemplar directamente aquello que anhelamos profundamente. Ello nos lleva directamente al lugar de donde proviene nuestro anhelo. Eso es una ascesis contemplativa. Por ella nos ponemos en contacto directo con los valores que vienen directamente del Ser: la belleza, la bondad y la verdad.
Investiguemos sobre ese anhelo profundo.
Podría pensar que no he encontrado en mí de forma clara ese anhelo profundo de amor, belleza y verdad. Si ya lo he encontrado, no hay nada más que hacer; sólo lo contemplo. Pero si no lo veo claro, no importa; puedo rastrearlo desde donde me encuentre, pues todos los deseos vienen a partir de ese anhelo. ¿Dónde van a iniciarse si no? Ahí adquieren su fuerza.
Todos los deseos son llamadas del Ser que se han entretenido en las formas, en lo cambiante. Quizá no los reconozco todavía como llamadas directas, ni tan siquiera como esencia de esos valores primordiales, pero eso es lo que son.
Hemos de mirar bien nuestros deseos: el deseo de que me aprecien, de tener más fuerza, seguridad, equilibrio… Todo ello lo buscamos fuera. Pero tomando, por ejemplo, el deseo de algo bello, debo mirarlo e ir a donde veo belleza, y debo ver que esa belleza es un reflejo de la belleza que me está llamando desde el Ser. Nunca voy a saciar los deseos en las formas, veré pasar formas bellas cambiantes y me entusiasmaré o defraudaré; ellas están reflejando belleza, pero no son la belleza. Lo que está en lo profundo de mi anhelo es la belleza, en sí misma. Si tengo deseo de que me quieran, hay que mirar cuándo surge, de dónde viene. ¿Me siento carente de amor? Entonces me he alejado del amor que soy; por eso lo busco en los actos de los otros. Debo observar que esos deseos vienen directamente del amor, que es expresión del Ser.
El Ser, es decir, la Realidad me está llamando a partir de esos deseos. ¿Por qué no escucho la llamada y me pongo en contemplación de ese amor que anhelo? ¿Por qué no empiezo a contemplar? Debo hacerlo insistentemente, todos los días, y preguntarme: ¿por qué necesito amor?, ¿cuál es el amor que necesito? Si lo necesito es porque sé lo que es, es porque ese amor está en mi conciencia y, por tanto, puedo contemplarlo en cualquier momento. Cuando lo contemplo, le devuelvo la fuerza que le había quitado y que había puesto en otras personas o en situaciones externas, etc. Al contemplar, recojo toda la energía que había volcado en las formas y la remito a su origen.
Contemplar es devolver las cosas a su verdadero lugar. Cuando me percato de mi anhelo, descubro que todo está en mí mismo y contemplo entonces directamente aquello que me está llamando desde tantos reflejos.
A contemplar se aprende contemplando, jamás pensando. En cada momento debemos estar en contemplación de aquello que intuimos y debemos mirarlo desde ese lugar contemplativo. No tiene sentido aceptar ideas sobre lo que la contemplación es, ideas que surgen del pensamiento; debo aprender a contemplar. De esa manera, no actuaré en la vida diaria de cualquier modo, sino que se habrá abierto ante mí un camino contemplativo y sabré cuál es la dirección de mi realización, independientemente de los acontecimientos exteriores. Estaré movido por mi visión verdadera, sin condicionamientos externos.
La verdadera comprensión
No se puede actuar en lo humano sin inteligencia. Es necesario comprender los principios y los fundamentos de la Realidad. Comprenderlos, que no aprenderlos (en el sentido de abarcar el saber, que no en el de «adquirir conocimientos»).
Ya hemos visto que comprender y ser no están separados. Cuando comprendo, soy aquello que comprendo; no hay comprensión si no llego a ser aquello que he comprendido.
Estamos acostumbrados a creer que cuando se habla de inteligencia se habla de información y conocimientos. Pero no estamos hablando de eso. La verdadera inteligencia es comprensión. La comprensión es un abarcar total, y eso, en último término, es ser. Comprender es contemplar y ser; entonces comprendes. La vida de la persona contemplativa es un comprender constante; es ensanchar, ampliar nuestra conciencia, descubrir que no tiene límites. Eso es verdaderamente comprender.
Cada ser humano hace aquello que comprende, porque no se puede hacer más que aquello que se comprende; así, todo el mundo actúa según su visión. Cuando la visión es estrecha, lo natural es que haya caos. Entonces se buscan técnicas y caminos, pero como no hay claridad de visión, lo normal es darse golpes contra todo, pues cuando la mirada es limitada no hay comprensión. A los que tenemos la vocación de buscar la verdad directamente se nos debe incitar a comprender más, a «darnos cuenta» y, por tanto, a forjar una mente contemplativa.
De la contemplación de la verdad, de la comprensión verdadera surge espontáneamente la acción adecuada. Sin embargo, casi nadie se cree esto, de modo que vamos buscando que otros nos den las respuestas sobre lo que debemos hacer. Cuando hay confusión en la mente es mejor no actuar, porque entonces los actos serán causa de una confusión aún mayor. Si estoy confuso es mejor parar y empezar a darme cuenta de lo que sucede, en qué situación está la mente, mirar, observar serenamente qué está pasando. En el momento en que me doy cuenta de lo que sucede, la acción surgirá espontánea. Ya no me preocuparé, ni dudaré, ni consultaré con nadie. Una vez que haya visto con claridad, actuaré a partir de esa visión.
Es muy importante comprender esto, porque para actuar bien no es preciso ir a buscar a alguien que nos indique qué debemos hacer. La conducta espontánea, creativa, realizadora no resulta de que alguien me diga lo que debo hacer; es la que surge espontánea de mi comprensión, y es expresión directa de mi propio ser. No es posible encontrar la paz al resolver los problemas externamente, sino que es justamente al revés: cuando encuentro la paz en mi interior, entonces los problemas se van resolviendo; no como yo pienso, sino a su manera, en su orden justo. Seguirá habiendo toda la gama de ciclos de altibajos en el existir, existirá la dualidad externa, pero le habré quitado el veneno de mi apego. Seguirá habiendo sensorialidad, pero no habrá esa identificación con lo agradable o desagradable que crea apego, rechazo, desesperación, manipulación… Todo eso se acaba.
No hay que forzar nada para conseguir algo exteriormente; lo que es preciso es ir hacia dentro, buscar el origen, buscar los principios que lo mueven todo. La mente condicionada proyecta un mundo y una vida, y mientras vivamos en tales errores no podremos cambiar nada. Todo lo que nos sucede son llamadas del Ser, y así es como deberíamos mirarlo. Ir al origen es la vía.
La tradición platónica tiene un aspecto muy bello. No está tan claro en los textos antiguos, pero lo he ido clarificando con mi propia vivencia: El camino es contemplar lo verdaderamente real, lo auténtico. Por ejemplo, no debo fijar mi mirada en lo negativo. De pasada, veré todos los errores que está creando una mente confusa, pero no he de concentrarme en analizar cualquier cosa que aparezca distorsionada; eso no es real, sólo es una falta de algo. Por ejemplo, el odio no es más que la misma energía del amor, sólo que desordenada; la agresividad es la misma energía del amor que, por distorsión, se ha dispersado y alienado hasta aparecer irreconocible. ¿Cómo pueden retornar a su origen el odio o la agresividad? Simplemente, contemplando el amor que anhelo, y entonces esa energía, que se ha manifestado de esa manera errónea, se integra en el amor mismo. Cuando contemplo el amor no soy más que amor, y de ahí mi conducta surgirá espontánea desde ese amor que contemplo.
Nada negativo es verdadero, y eso es lo que confiere belleza al camino contemplativo. No hay nadie culpable de nada internamente, sólo hay una visión errónea. Cuando no nos damos cuenta de ello, actuamos de una manera que crea conflictos. Lo inteligente es empezar desde ese momento mismo en que aparece el conflicto: tan pronto veo que me he equivocado, empiezo a mirar cuál es el verdadero sentido de mi vida, ¡y lo voy a encontrar en mí mismo! De esta manera tan sencilla, partiendo de mis deseos puedo rastrear el origen de los mismos.
Si anhelo fuertemente los valores primordiales, me pongo a contemplarlos. Si todavía no tienen mucha fuerza, quizá sea porque hay capas en medio que los hacen irreconocibles. Entonces tengo que mirar bien, tengo que reconocerlos donde quiera que estén. Por ejemplo, si tengo un deseo fuerte de viajar, puede que sea un deseo de libertad. Cuando lo vea debo preguntarme: ¿qué libertad busco? La contemplaré una y otra vez y me daré cuenta de que esa libertad está en mí y que la estoy proyectando en formas. Entonces veré que no quiero ser libre, sino que soy libertad.
Profundizar en nuestra conciencia transforma lo externo; pero hemos de hacerlo sin especular mentalmente, porque si especulamos no funciona. Los adolescentes tienen que ver por ellos mismos, no seguir lo que dicen los padres o educadores. La mayoría de las veces buscan la libertad fuera, y ni siquiera saben lo que es. Para alcanzarla deben ir directamente a esa libertad que anhelan. Todos nosotros somos como adolescentes que nos hemos quedado dormidos y nos sentimos frustrados en nuestro sueño. El error de no comprender lo que es la libertad nos mantiene en un círculo vicioso: ignoro la llamada del ser y me resigno; es algo que la sociedad nos ha enseñado. Mi vida es una vida apagada, muerta, sin sentido. ¿Por qué? Porque no he vivido interiormente esos valores primordiales, así que no he podido expresarlos y tampoco puedo vivirlos afuera. Por eso me siento triste y aburrido y mi vida es inauténtica.
No es buscando experiencias como nos realizamos, sino comprendiendo cualquier cosa que se nos presente. Si vivo desde mi propio ser y vivo su llamada, soy consciente de las situaciones cuando ellas se presentan y las experimento sin involucrarme emocionalmente en ellas. Eso no significa que sea apático, sino que mantengo una serena alegría que viene del Ser. Como no dependo de las situaciones, no hay altibajos; lo que sucede es que soy consciente de lo que está pasando por la pantalla de mi conciencia. Esto que aparece en la pantalla no lo miro desde el pensamiento, sino que me mantengo en una posición contemplativa, que es el lugar verdadero. Debo encontrar ese lugar silencioso, de mente aquietada, porque ese lugar está ahí y es la puerta que conduce a mi verdadero ser. Al contemplar, voy siendo lo que verdaderamente soy.
Contemplando los valores
Cuando no vemos los valores primordiales del amor, la bondad y la belleza debemos confiar en llegar a tener la intuición, aunque sea pequeña, de que existen, de que son la llamada del Ser y de que la contemplación es el camino. Si no existe esa intuición, ¿cómo vamos a confiar en algo que no hemos visto? La verdadera confianza se sustenta en la intuición que alguna vez hayamos tenido acerca de esa verdad. Partiendo de esa confianza se irán abriendo las posibilidades de contemplar esos valores. Aunque esa intuición sea muy pequeña, ahí está la puerta. Si me quedo entonces en silencio para permitir que eso aflore, descubro un vacío en mi mente. En esa actitud contemplativa aparece una vida nueva.
Todo es cambiante en el tiempo. Si buscamos una seguridad en lo externo, estamos perdidos; ahí no hay ni equilibrio ni paz, sólo hay frustración. Tenemos que darnos cuenta de ello y ver que las cosas son proyecciones de la realidad interna que puedo contemplar directamente, tal como han hecho los sabios de todas las tradiciones. Si miramos a los sabios y leemos lo que escriben a partir de esa sabiduría interior, veremos que viven desde esos valores que todos anhelamos: la paz, la alegría, la bondad, la belleza, el amor.
Contemplar es muy fácil cuando se intuyen y anhelan los valores; y al intuirlos, se aman. Se percibe ese anhelo directamente por amor a la belleza, a la bondad, a la justicia, porque estoy mirando aquello que amo. Juan de la Cruz dijo: «Contemplar es estar amando al amado». Es dejar lo externo para mantenerse en atención al interior; y luego ya nada más queda, simplemente estar amando al amado. ¿Y quién es «el amado»? Es el Ser y los valores que dimanan directamente de Él: el amor, la paz, la belleza; es lo divino y sus expresiones.
Cuando los místicos nos hablan de la atención al interior y del recogimiento, no sabemos lo que quieren indicar, porque estamos tan volcados hacia fuera que nos parece que lo interno son los pensamientos. Es un error terrible estar inmerso en un mundo condicionado, ese mundo no es lo originario. Lo originario viene de antes y está más allá del pensar y el sentir. El amor a esos valores nos llevará directamente allí. No es algo técnico ni analizable. Por amor a la belleza y a la verdad estoy contemplando esa belleza y esa verdad.
Podría dudar sobre si amo la verdad lo suficiente; pero sí, es seguro que la amo, aunque no me dé cuenta y la busque en mi vida allí donde no está. ¿Cómo no amar a mi propio ser?, ¿cómo no voy a amar lo Real, lo divino? No me doy cuenta, pero lo estoy buscando constantemente en los reflejos, en lo externo.
Estas investigaciones que realizamos son totalizadoras. Son para ir viendo la verdad en cada instante. No son para procesar datos y saber mucho, sino para que en cada instante se revele la verdad y para situarnos en ella.
Contemplar es ser. Aprender a contemplar es aprender a ser. Estamos aprendiendo a ser.