Normopatía: El deseo anormal de ser como los demás

Ser normal. Hacer lo que hacen los demás. Desear lo que desean los demás. Perseguir los objetivos que persiguen los demás. Pensar como los demás…

En toda persona hay dos fuerzas antagónicas: una fuerza que impulsa la individuación y otra fuerza que promueve la socialización. Todos queremos reafirmarnos como individuos únicos y auténticos, pero al mismo tiempo experimentamos la necesidad de pertenecer a un grupo y recibir cierto grado de validación y aceptación social.

Sin embargo, hay personas en las que prevalece la fuerza de socialización. La necesidad de aprobación social puede llegar a ser tan fuerte que desarrollan lo que el psicoanalista Christopher Bollas denominó normopatía.

¿Qué es la normopatía?

Lo normopatía es “el impulso anormal hacia una supuesta normalidad”, según Bollas. Se trata, por tanto, de una normalidad patológica. Estas personas no practican la instrospección, no desarrollan el autoconocimiento ni sienten curiosidad por su vida interior, sino que se esfuerzan por buscar la validación social.

El normópata sufre un tipo particular de ansiedad: tiene miedo a mirar dentro de sí y examinar sus contenidos psicológicos. En vez de explorar sus inquietudes, deseos y motivaciones, se concentra tanto en integrarse en la sociedad y adaptarse a las normas que prácticamente se convierte en una obsesión que termina afectando su bienestar.

¿Cómo reconocer a un normópata?

La persona con tendencia a la normopatía anhela – más que nada en el mundo – la aprobación y la validación social, aunque sea a expensas de su individualidad y autenticidad. De hecho, teme a la individualidad. Le aterra disentir y ser diferente.

Por eso siempre está intentando encajar y ser como los demás. El normópata puede preguntarle a un amigo qué piensa sobre una nueva canción, vestido o peinado antes de formarse una opinión. Básicamente, mira a los demás para que les digan qué pensar o creer.

Su dependencia de la validación externa es tan grande que termina desarrollando un “falso yo”. Esa falsa identidad está volcada al exterior, entrenada para responder a las demandas externas y acallar los impulsos y deseos propios.

Esa búsqueda de la normalidad se convierte en anormal, haciendo que la persona pierda el contacto consigo misma. El normópata ha perdido la conexión vital con sus sentimientos y estados internos, lo cual suele manifestarse a través de un lenguaje más empobrecido. Al normópata le cuesta poner las experiencias del yo en palabras porque ha perdido esa conexión con su yo más profundo.

Bollas descubrió que esas personas no logran establecer las conexiones entre sus sentimientos, la ideación y la experiencia, sino que saltan inmediatamente al comportamiento. Es como si tuvieran un tipo de pensamiento operativo que convierte rápidamente la idea en acción.

En práctica, la persona normópata no permanece “abierta” el tiempo suficiente para que surja una visión introspectiva. “El proceso de explorar el mundo interno y utilizar el pensamiento reflexivo para desentrañar el inconsciente y los conflictos son claramente demasiado lentos”, apuntó Bollas.

Como resultado, exhibe una hiperracionalidad en el trato con los demás. Sin embargo, al carecer de la sensibilidad y la empatía necesarias, no logra conectar con las personas a un nivel más profundo, de manera que sus relaciones suelen ser superficiales. Son las típicas personas que intentan agradar y se muestran amables, pero con las que no logramos conectar.

En ciertos casos, cuando la normopatía alcanza niveles extremos, el psicoanalista Thomas H. Ogden hizo referencia a una auténtica “muerte psicológica” pues existen partes enteras de la psiquis donde dejan de elaborarse afectos y significados. De hecho, la mayoría de los normópatas sienten un gran vacío interior. Y cuanto más vacío experimentan dentro, más se vuelcan fuera.

Por eso no es extraño que los normópatas funcionen mejor cuando existe un protocolo estricto a seguir. Son personas que aceptan todo lo que su cultura señala como bueno, correcto o verdadero. No cuestionan esas creencias, ideas o valores. Tienen miedo a disentir. Simplemente se dejan llevar asumiendo una actitud pasiva, permitiendo que la masa guíe su vida.

El camino que conduce a la normopatía

El ciudadano ideal que anhelan muchas sociedades es el normópata, esa persona que se adapta a las reglas y normas siguiendo a la masa sin cuestionarse nada. De hecho, muchas veces suponemos – erróneamente – que la corriente principal de opinión no puede estar equivocada. Asumimos que lo normal es lo correcto y positivo. Esa presunción nos lleva a pensar que lo que hace todo el mundo es lo políticamente aceptable y deseable. En ese punto, las opiniones y reacciones de la mayoría comienzan a marcar la norma y ejercer una presión más o menos sutil sobre quienes se alejan de lo establecido.

Eso significa que todos, de una manera u otra, tenemos inoculado el germen de la normopatía.

Por eso, el psicólogo Hans-Joachim Maaz dijo que la normopatía es “una realidad socialmente aceptada para la negación neurótica colectiva y la defensa contra el daño emocional, la cual está presente en gran parte de la población”.

Sin embargo, esa presión social no basta para desarrollar un comportamiento normópata. En muchos casos, ese deseo de encajar a toda costa está relacionado con experiencias traumáticas. La psicóloga Barbara Mattsson, por ejemplo, comprobó que en las personas que han pasado por una guerra tienen una tendencia mayor a la normopatía. Esas personas se esfuerzan particularmente por ser “comunes” ya que ansían cierto grado de normalidad en sus vidas, el cual les proporciona una sensación de seguridad.

La normopatía también se ha vinculado con experiencias traumáticas que generaron una gran vergüenza. Haber sido rechazados o menospreciados puede generar una enorme vergüenza, una experiencia que puede dejar una herida tan profunda que empuje a la persona a desconectarse de su “yo”.

De hecho, la psicóloga Joyce McDougall piensa que el “yo falso” que construyen los normópatas es el resultado de la necesidad de sobrevivir en el mundo de los otros, pero sin tener el suficiente conocimiento de los vínculos emocionales, signos y símbolos que convierten las relaciones humanas en significativas y desarrolladoras.

Sin embargo, esta condición patológica no es solo el resultado de las presiones y opresiones sociales o determinadas experiencias traumáticas personales, sino que está apuntalada por un profundo miedo a mirar dentro.

Estas personas experimentan suelen experimentar gran ansiedad porque no comprenden sus impulsos y deseos más profundos, en especial cuando estos han sido censurados socialmente. Tienen miedo a mirar dentro de sí porque no saben lo que van a encontrar en ese proceso de introspección y no saben cómo lidiar con esas supuestas sombras.

Por eso les cuesta reflexionar sobre los hechos, pararse a pensar. Navegan por la vida con pocas herramientas, generalmente tomadas prestadas de los demás, para no perderse ni tener que lidiar con riesgos o sorpresas inesperadas.

Sin duda, la tecnología no ayuda. Pasar demasiado tiempo delante de las pantallas nos priva del tiempo y espacio íntimos necesarios para la autocontemplación, durante los cuales nuestro cerebro puede hacer conexiones más amplias entre los sucesos y nuestras reacciones emocionales.

Un «yo fuerte», el antídoto para la normopatía

En la normopatía se ensalza lo social y se ignora lo individual. Pero el normópata no siempre se pliega a las reglas ni se comporta como un robot programado para seguir a los demás. De hecho, la normopatía extrema está marcada por rupturas de la norma.

Algunas personas normópatas terminan estallando bajo la presión de una conformidad que les arrebata el oxígeno psicológico. En esos casos, es probable que reaccionen de manera violenta, volviéndose contra esos modelos o grupos que seguía, en especial si se siente rechazado o decepcionado con ellos.

La salida a la normopatía no es otra que desarrollar un “yo fuerte” y aceptar las sombras que habitan en nosotros. Es abrirse a nuestro yo, explorarlo y reconstruirlo. Con una actitud curiosa y compasiva.

Para ello, necesitamos despojarnos de la idea de que lo normal es lo adecuado, correcto o deseable. Debemos comprender que a veces la normalidad – entendida como lo normado y lo normalizado, lo reglamentario y mayoritario – a veces puede hacer mucho daño. Necesitamos recuperar la importancia de disentir, reflexionar sobre nuestro entorno y validar nuestra diferencia.

Pero sobre todo, debemos dejar de creer que estamos a salvo de la normopatía, porque como dijera McDougall todas las personas normales, al menos en cierta medida, “se mueven en el mundo como autómatas, actúan como robots programados, se expresan en un lenguaje aplanado y sin matices, tienen opiniones banales y utilizan clichés y lugares comunes.

Tienden a obedecer dócilmente un sistema inmutable de reglas de conducta sin relación alguna con lo que son y pierden el contacto consigo mismos mientras reducen a cero la distancia entre ellos y los otros. Son personas sobre-adaptadas al mundo real, demasiado adaptadas a la vida, que van perdiendo cualquier deseo de explorar, de comprender y saber, y poco a poco limitan su pensamiento a un funcionamiento ‘operatorio’ y dejan de utilizarlo para conocer lo que pasa dentro de ellos o en el mundo oculto de los demás”.

Fuentes:

Bollas, C. (2018) Meaning and Melancholia: Life in the Age of Bewilderment. Nueva York: Routledge.

Mattsson B. (2018) A Life Time in Exile: Finnish War Children in Sweden after the War. Editorial Noona Kiuru: Universidad de Jyväskylä, Finlandia.

Maaz, H. (2014) Social Normopathy – Narcissism and Body Psychotherapy. 14th European and 10th International Congress of Body Psychotherapy: Lisboa.

Ogden, T. (1992) The primitive edge of Experience. Londres: Maresfield Library.

Bollas, C. (1987) The Shadow of the Object: Psychoanalysis of the Unthought Known. Columbia University Press.

McDougall. J. (1985) Theaters of the mind. Illusion and truth on the psychanalytic stage. London: Free Association Books.

Normopatía: El deseo anormal de ser como los demás

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