En un artículo que analiza la historia y la actualidad de Facebook con conocimiento íntimo, la editora del sitio The Atlantic, Adrienne Lafrance, sugiere que Facebook es lo más parecido a una máquina de destrucción masiva, según el concepto doomsday machine, con una cierta tradición en la cultura anglosajona. Durante la época de la guerra fría se especuló sobre la existencia de este tipo de máquinas capaces de acabar con la vida del planeta a través de una bomba nuclear o algo parecido.
Si bien Facebook no tiene obviamente esa capacidad destructiva, de una manera menos obvia esta red social (junto con otras plataformas como las de Google) sí representa una amenaza a la supervivencia y sobre todo a una manera de vivir que no sea mentalmente letal y divisiva. Como nota Lafrance, no se trata solamente del contenido y de la aportación de los usuarios sino de las condiciones (un ambiente que Facebook propició desde el principio con el único objetivo de crecer). Esa toxicidad «está en su misma arquitectura.» y, lo que es peor, en cierta forma Mark Zuckerberg, ciego en su ambición, no puede controlar lo que ha producido, pues a la escala a la que existe Facebook actualmente, con casi 3 mil millones de usuarios, es imposible de regular.
Lafrance señala que Facebook funciona para hacer lo que su creador buscaba en un principio «conectar a las personas», pero con componente decisivo de que la red social crea comunidades sin ningún contrapeso moral. De hecho elimina la moralidad de las relaciones y sólo deja el elemento de conexión. En otras palabras, Facebook se dedica a «conectar» pero elimina de la ecuación la calidad de las conexiones. Tanto en el sentido de lo que se comparte como en la fidelidad y la riqueza en donde se comparte, el suyo es tanto un ambiente de baja calidad como un distribuidor de contenidos de baja calidad.
Hay que recordar que redes sociales como Facebook se han convertido en medios de comunicación casi monopólicos que han alterado y en cierto sentido destruido del periodismo tradicional y las revistas culturales (entre otros ámbitos), creando un nuevo modelo de información que se presta fácilmente e la desinformación al exigir algo que sea corto, llamativo y con capacidad de «incendiar» Internet. Para Lafrance:
el surgimiento de QAnon, por ejemplo, es una conclusión lógica de la red social. Eso se debe a que Facebook (junto con Google y Youtube) es perfecto para esparcir información a audiencias globales a un velocidad relampagueante. Facebook es un agente de propaganda del gobierno, dirigida al acoso, al reclutamiento de terroristas, la manipulación emocional, el genocidio; una arma mundial histórica que ya no existe en un búnker, sino en un campus en Menlo Park, California, inspirado en Disneylandia.
Una Disneylandia cuya atracción central es ver personas, cabría agregar, explotar el mecanismo innato que tienen los seres humanos de socializar y hacer comunidad; un mecanismo subvertido por algoritmos que utilizan la propia información que los usuarios les han dado para conocerlos y darles más estímulos que los hacen regresar, como una versión más sofisticada de los perros de Pavlov en la que los premios que se usan para condicionar el comportamiento no son huesos sino fotos y titulares.
El problema principal de Facebook, según Lafrance, es que existe a megaescala, a una magnitud que le hace imposible controlar su contenido, control que además va en contra de los principios con los que ha crecido, básicamente una visión salvaje de la liberta de la opinión, donde en principio todo vale igual: el contenido de un Premio Nobel, un terrorista o un extremista blanco. Es cierto que Facebook con el tiempo, pero no al principio, ha creado mecanismos para suprimir contenido inapropiado, pero de ninguna manera es capaz, con sus 15 mil supervisores, de eliminarlo de manera eficiente. Facebook se ha convertido en un altavoz, en un aparato que magnifica el contenido, y no de lo mejor, sino muchas veces de lo peor, justamente porque creció sin ninguna directriz moral. En la era de la información, que Facebook ha enarbolado, los «gatekeepers», los editores y censores, son vistos como anticuados y represores; se ensalza el poder de la llamada inteligencia colectiva (un entre que ha demostrado ser un fantasma).
Por otro lado, para crear esta megaescala, Facebook mismo ha tenido que emplear mecanismos no sólo amorales, sino claramente inmorales, como diseñar «botones de reacción» que aumentan las interacciones, así como dar acceso a la información de los usuarios a terceros o utilizar esta misma información para manipular psicológicamente a los usuarios (como la misma compañía aceptó en un experimento realizado con usuarios australianos). Facebook ha buscado abiertamente «dominar» el Internet y se ha jactado de poder manipular los resultados de las elecciones (de hecho algunos culpan a sus políticas de haberlo hecho con resultados nefastos para la humanidad). Su capacidad de personalizar la información (lo cual le ha permitido transformar la industria de la publicidad) ha creado las condiciones ideales para un ambiente de manipulación. En Facebook siempre hay algo que se mueve encubiertamente.
Todo esto produce algo muy simple: un sitio con intenciones tan turbias y con una integridad moral tan baja da lugar a más de lo mismo. Facebook ha sido plataforma para la organización de grupos ilegales, ha permitido a políticos manipular a la población, ha facilitado el crecimiento de grupos racistas y terroristas y en general ha creado un estado de información chatarra. Facebook es una especie de McDonald’s de la información.
Bajo presión en las elecciones pasadas, Facebook se vio obligado a usar su perilla y bajar la notoriedad de ciertos sitios partidiarios de ultraderecha. Sin embargo, como reportó el New York Times, lo hizo de tal manera que el contenido dañino no desapareciera del todo, pues de otra forma se habría arriesgado a perder usuarios. Esto, además, revela el increíble poder que Facebook tiene y que probablemente ha usado anteriormente en casos sensibles para determinar qué aparece en su sitio, el cual es una bisagra de la realidad de miles de millones de personas.
Mucho de los problemas de Facebook nacen de su creador (los otros son resultado del ethos de la cultura de Silicon Valley y del caos que produce la megaescala). Facebook, un sitio que tiene más poder que la mayoría de los gobiernos del mundo, es el proyecto de un estudiante casi adolescente que buscaba ser popular y divertirse en la universidad, pero que, con su éxito, despertó en él una veta megalomaníaca. Un comentario famoso que hizo Zuckerberg, en una conversación privada en los primeros años en que su creación comenzó a ganar notoriedad social, describe bien el proyecto de Facebook: «Tengo más de 4,000 correos, fotos, direcciones… La gente simplemente me los dio. No sé por qué. Confiaron en mí. Tontos jodidos».
Zuckerberg siempre mantuvo una política de privacidad engañosa, fomentando que los usuarios cedieran toda su información personal, asegurándoles que no había nada que temer. Esto claramente ha resultado falso. Por otro lado, los intereses de Zuckerberg, según otra entrevista, eran simplemente «hacer algo cool«, algo cuya intención era hacer que los estudiantes conectaran más, entre otras razones, para poder tener más sexo. Este ethos, de un sitio cool para poder tener más sexo y pasarla bien, se ha convertido en una de las estructuras culturales definitivas de la humanidad, lo cual es triste. Y además, ni siquiera logró su cometido, pues actualmente las personas tienen menos sexo y las conexiones son menos profundas en general, algo a lo que Facebook ha contribuido aunque no únicamente.
Hay otra razón por la cual Facebook es una arma de destrucción masiva y es por el hecho de que, junto con otras redes sociales, ha creado una economía de la atención, en la que cada instante de atención humana es usado para monetizar y crecer a esta máquina algorítmica. Este sistema económico, estrechamente unido a la socialización, la ludificación (gamification) y el entretenimiento, atenta contra la atención humana, contra el ejercicio libre de esta facultad esencial para la libertad y la autonomía.
Paradójicamente, este modelo económico y estas plataformas basadas en el contenido de los usuarios y en la apertura total surgen envueltos en prédicas a favor de la libertad y la democracia, pero su ejercicio indiscriminado pone en entredicho la libertad y la democracia, pues las personas están cada vez más sujetas al pensamiento de masa, a las opiniones (y no al conocimiento) y a una serie de estímulos que dirigen su conducta, haciendo que formen hábitos de inatención o de atención coartada y comprometida. Una persona que no es capaz de controlar su atención a una medida razonable difícilmente puede considerarse libre y autónoma.
Lafrance concluye:
Actualmente, muchas personas están dejando que algoritmos y gigantes de la tecnología los manipulen y, como resultado, la realidad se va deslizando sin que podamos aprehenderla. La máquina de destrucción masiva está aquí, rugiendo.
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