No malgastes ni tu tiempo, ni tus energías, ni tus pensamientos en quien habitualmente pretende culparte, humillarte o menospreciarte. Cuando atiendes al ofensor, de alguna manera, le estás motivando y alentando a persistir en su innoble acción, cuyo propósito no es otro que hacerte daño, que te sientas mal, que te preocupes y que le dediques tu tiempo.
Si ofendes a quien te ofende, además de ponerte a su mismo nivel, le brindas una nueva oportunidad para recrudecer sus críticas y maldades contra ti. Además de esto, te introduces en una espiral pueril y estúpida de crítica por crítica, ofensa por ofensa, insulto por insulto… y todo en clave de odio, de resquemor y deseos de venganza mutua.
Si respondes con mal al mal que te hacen, te perjudicas más a ti mismo que a quienes te ofenden. Al odiar a tu enemigo y al responder a sus ofensas con tu ofensa y prestarle atención, le das poder sobre ti, sobre tu salud física y psíquica y sobre tu felicidad… ¿Te parece inteligente?
Te tomarán por tonto o por débil, pues no pueden entender de comprensión, de empatía, de no responder a la violencia con violencia… No soportarán que no respondas a un mal con un mal.
Ni la “ley de Talión” ni la ley del más fuerte lograrán jamás convertir al individuo humano en un ser de paz, que busque y promueva el bien por encima de todo. Las buenas obras, el amor y el perdón son la única garantía de felicidad y de éxito.
Deja a tus ofensores y enemigos enzarzados y enfurecidos a solas con sus críticas incesantes, sus rencores, su mal carácter, sus malos deseos y peores obras, que ya llevan lo suyo.
Tú conserva tu energía, tu tiempo, tu pensamiento y tus deseos para personas, situaciones y cosas que verdaderamente merezcan la pena.