“La rapidez, que es una virtud, engendra un vicio, que es la prisa”.
Gregorio Marañón
Fuente: “Cómo hacer que te pasen cosas buenas” de Marian Rojas Estapé.
El tiempo es el bien más democrático que existe. Todas las personas contamos con veinticuatro horas en nuestro día y cada uno es responsable, no solo de cómo rellena el día, sino de cómo percibe la sensación del tiempo.
Nos encontramos en un momento de la historia donde la máxima aspiración del ser humano es la productividad y la eficiencia. Es lo que denominamos la mercantilización del tiempo y ha surgido un nuevo “síndrome”: la cronopatía —cronos “tiempo”, pathos “enfermedad”—, que consiste en la obsesión por aprovechar el tiempo.
Hoy no queda bien decir que uno está libre o desocupado. Se valora de forma positiva todo aquello que se relaciona con la velocidad y la capacidad de aprovechar más el tiempo. ¿Qué consecuencias tiene esto? La aparición de un estrés que, como una enfermedad maligna, se está extendiendo a todos los aspectos de nuestra sociedad, convirtiéndose en crónica y gravemente perjudicial.
Vivimos convencidos de que la prisa y la aceleración producen mayores y mejores resultados en la vida y la inmediatez se ha convertido en protagonista crucial de la vida. Todo, hoy y ahora. No se espera una semana para ver el siguiente capítulo de una serie y se reclaman los billetes de tren por llegar quince minutos tarde al destino.
El ser humano se define según la manera en la que organiza su día y, con ello, su vida. Las personas ordenadas consiguen que las horas se multipliquen, porque no olvidemos que “el orden es el placer de la razón”. Llegados a este punto podemos diferenciar dos extremos: el de las personas que pierden y malgastan el tiempo con una vida vacía que les conduce a estados depresivos y el de las personas que sufren de cronopatía. ¿Quién no conoce a alguien que no sabe renunciar a ningún plan, que necesita planificar todo su tiempo con mucha antelación y llenar todos los espacios y huecos de su agenda con múltiples actividades?
Hay personas que no saben vivir en el descanso y los parones les generan ansiedad, sentimientos de culpa, vacío, tristeza… y su vida acaba convirtiéndose en una huida hacia adelante.
No olvidemos que las grandes experiencias de la vida no se saborean en el ajetreo de las prisas y el reloj.
La vida no es plena y gratificante si no hay paz y quietud en algunos instantes.
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