El disco dorado del amanecer recorta de púrpura los riscos.
La vieja mujer se agacha para barrer los escalones del templo.
Baña cada piedra con amoroso cuidado.
¿Cuántos feligreses piensan en su trabajo? Al amanecer fui a un templo magnífico. Su arquitectura era una expresión tan suprema del espíritu humano, que era un tesoro. Generaciones de fieles han dejado ofrendas en los santuarios, cientos de monjes han alcanzado la iluminación en sus tierras consagradas, y miles han sido bendecidos en la vida y en la muerte en los venerables recintos. Sin embargo lo que más me conmovió fue observar a una vieja mujer barriendo silenciosamente los escalones. Su concentración era perfecta. Su devoción era palpable. Su minuciosidad era completa. Su desapercibido acto mostraba un verdadero espíritu de santidad.
Más tarde en el día, gente adinerada vino a adorar. Niños con juguetes de brillantes colores corrieron sobre las grises piedras. El abad caminó hacia sus ceremonias. Monjes pasaron en oración silenciosa. De todos quienes pasaron, ¿cuántos hicieron dieron cuenta del santo servicio que posible su propia devoción?
Cuando el sendero es todo lo que tenemos que caminar, aquellos que preparan el camino deben ser honrados con sinceridad.
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