Desde tiempo inmemorial, la enseñanza iniciática de la vía del conocimiento ha sido impartida en forma de preguntas y respuestas. Las preguntas siempre son formuladas al nivel de una entidad independiente: el ego; pero, en el «silencio-que-es-totalidad» no hay ego. Si partimos del ego, nunca podemos encontrar una solución porque este punto de vista es en sí mismo un conflicto y por tanto, no puede eliminar otro conflicto. La pregunta formulada solo puede tener una respuesta en un silencio vivo, en otro caso permanece una idea preconcebida que es por tanto otro conflicto; si es una pregunta auténtica y si la dejamos abrirse, pierde al instante su razón de ser y desaparece en una lucidez silenciosa.
El instructor puede actuar de una de estas dos formas: o bien a través del silencio, o a través de una respuesta que, aunque verbal, adopta la forma de una pregunta más adecuada para el aspirante, la cual debe conducir a la totalidad; la respuesta que deja a uno en un plano mental, no es una respuesta, nos disminuye y deforma la visión de la dificultad, mientras que la otra proporciona al que hace la pregunta la libertad de ir por sí mismo a la auténtica y suprema respuesta, que es el silencio.
Un problema viene siempre de un sentimiento de inseguridad y no podemos resolverlo partiendo de un conflicto, somos conscientes de una duda y la trascendemos, de otro modo no nos sería posible hablar de ello. El Si-mismo lo trasciende; la Consciencia, el sujeto último, está más allá de cualquier duda, no teme nada. Cuando llegamos a ver esto, las energías que crearon la inseguridad son reabsorbidas al ir hacia atrás y situarnos en el conocedor y únicamente allí la paz y la seguridad pueden vivirse. El silencio es Ser, pero es no-objetivo y no-dual.
El maestro te aporta una cantidad de puntos de vista con la perspectiva de descubrir la verdad, y esto da una sensación de discernimiento. No es la forma usual de razonar cuando queremos captar la estructura de un objeto, son una serie de puntos de vista que te capacitarán para liberarte de tus moldes, de los clichés que usas continuamente; en una palabra, el discernimiento consume tus funciones mentales sujetas a aparecer y desaparecer y finalmente te deja en la soledad. Esta es tu naturaleza real y no la puedes compartir con otros porque no hay otros. La multiplicidad es una aparición puramente accidental; miedo, aburrimiento, insipidez existen en la dualidad, en un supuesto yo. Es este yo-ego el que promueve actividades para sentirse él mismo satisfecho y seguro; vas de una compensación a otra. Una vez reconocida la ilusión del yo-imagen, todo eso se para, y el Yo mismo se revela a sí mismo, absolutamente no-dual.
Toda prensión es un gesto contraído, toda búsqueda es una aventura con el fin de llenar un vacío. Si el vacío es sentido profundamente hace surgir en nosotros el sentimiento del derecho a la totalidad, al conocimiento ― como un niño que tiene derecho al amor de su madre, a la presencia protectora de su padre, o en su ausencia, de su entorno. A lo largo de todos nuestros problemas, la cuestión central que se presenta es conocer en qué modo poderlos acceder a la alegría, a la comprensión. Si después de cierto número de intentos no hemos alcanzado la totalidad permanentemente, aparece la agresividad en nosotros y reacciones de defensa hacia todas las anomalías que hay en estos intentos. Esta lucha y esta agresividad son consideradas por la mayor parte de las personas como normales.
Un hombre que actúa de acuerdo con sus convicciones y no acepta fácilmente esta situación, reflexiona sobre ella y después de alguna investigación, comprende que lo que considera un derecho no puede ser alcanzado ni encontrado; él es lo que quiere alcanzar: éste es el despertar. A continuación viene una frecuente invitación a esta consciencia; cuando entrarnos en los viejos mecanismos mientras esperamos aprender la realidad, y somos conscientes de ello, se paran; debido a esto ya no alimentarnos más la prensión, la búsqueda; las energías en funcionamiento se reabsorben en la lucidez de un observador desapegado ― lo que se ha encontrado, en un momento dado, se convierte en una experiencia viva y el buscador se descubre a si mismo como suprema felicidad.
Los objetos, nuestro cuerpo, el mundo son solo nociones mentales de quien los percibe. La distinción entre espíritu y materia, entre pensamiento y percepción de una cosa tangible son ficción. Toda denominación es impropia. La diferencia entre vigilia y sueño es simplemente una diferencia entre dos formas de pensar. Considerados desde este punto de vista, esos estados son ilusorios e idénticos. Cuando estamos despiertos, un sueño se ve por sí mismo como un producto mental, sin embargo para el que sueña era una realidad. Nada puede probarnos que nuestro supuesto estado de vigilia no es un simple sueño.
Para alcanzar nuestra naturaleza auténtica necesitamos un maestro, pero si hacemos una fijación en él se convierte en un obstáculo. Sin embargo, uno siente que buscar un maestro es en último término un asunto estrictamente personal y que el éxito en ello depende del que busca. ¿Puede explicar esta contradicción?
Cualquier circunstancia puede ser nuestro instructor. Tienes el deseo de estar en paz, en silencio, y te das cuenta de que estás continuamente invadido de pensamientos, siempre en situación de hacer algo. Realizar esto es un instructor. Nos reunimos aquí, pero en realidad todo lo que uno puede jamás conocer es a sí mismo. Si nos reunimos en tanto que objetos esto es únicamente una compensación buscando sentirse seguro. Es un encuentro “mundano”. El contacto auténtico se produce cuando nadie se encuentra, en un lugar indeterminado por espacio o por duración. Ahí hay unidad, presencia.
Intercambiamos ideas con el fin de conocer su cualidad, dar un valor correcto a nuestro modo de ver, pero no es inteligente tratar de encontrarnos a nosotros mismos en un pensamiento o en una proyección. Básicamente este es un razonamiento que tiene que eliminarse a sí mismo de modo que, en un momento dado, te puedas encontrar a ti mismo en cualquier sitio, ya no más en ningún lugar.
Entonces hay un «Yo sé», y lo que había antes de este «Yo sé» se borra. Queda un profundo estado, sin problemas y sin conflictos, en el cual no hay nada que añadir y nada que quitar. En ese estado, no hay ninguna diferencia fundamental entre tú y yo. Conoces tus pensamientos, tus emociones, tus sensaciones pero no conoces al conocedor de ellos. Realmente esta es la única diferencia entre nosotros. La respuesta dada por quien se conoce a sí mismo que es, nunca viene de la memoria. Toda respuesta fluye de este conocimiento. Debe ser recibida por una escucha vacía y silenciosa y luego olvidada. Es indispensable que la respuesta verbal sea olvidada para que la fragancia que acompaña la formulación pueda convertirse en viva en el que hace la pregunta.
¿Cuáles son los obstáculos que encontramos en la meditación ? Surgen toda clase de pensamientos, ¿debemos rechazarlos?. ¿Qué debemos hacer cuando vienen?. Muy a menudo quedamos atrapados en ellos, hacemos «un viaje al país de las maravillas»…
Lo mismo si vuelas en ellos que si dejas que te dominen, todo lleva al mismo resultado. En la meditación no hay meditador, no hay discriminación, ni discernimiento, ni elección, es un estado hacia el que apuntan nuestros diálogos continuamente; ninguna forma, nombre, percepción o concepto pueden nunca crearlo. Las preguntas nunca son contestadas en el plano verbal o dialéctico. Si dejas la respuesta permanecer en el plano mental nunca encontrarás la respuesta real: de nuevo se convertirá en problema. Debemos discernir claramente entre una pregunta que viene de la memoria, del pasado, y la que surge espontáneamente de lo inmediato, de lo actual. La carta tiene ya la respuesta en sí misma; en el momento que la formulamos, no lo sabemos con exactitud, pero tenemos una premonición de ello.
¿Qué debe hacer uno, entonces?
No tienes que hacer estrictamente nada, pues hacer y no hacer suman lo mismo. En particular, no debes voluntariamente tranquilizarte de nuevo.
Has tomado nota, te has visto a ti mismo ser dominado por tus pensamientos; ser testigo de esto es ya una transferencia de energía desde los moldes habituales hacia la realidad. Cuando vengan de nuevo otros pensamientos una actitud diferente se instalará por sí misma en ti, sin complicidad con cualquier cosa que te solicite. Finalmente, estarás sin formulación. Observarás una zona de energía que precede un pensamiento. Esta oscilación entre tener y llegar a ser también se extinguirá y estarás en el «ahora». Ahí hay paz, tranquilidad absoluta, silencio, sin nadie que esté silencioso…