Batallas, llantos y revelaciones en la historia de nuestros cuerpos.
El cuerpo tiene toda una historia, y las actitudes hacia él han evolucionado a lo largo de los siglos.
Escogimos tres partes y te traemos anécdotas de momentos en que fueron protagonistas.
Empecemos con…
1. La batalla por los pechos en Estados Unidos
El 21 de junio de 1986, siete mujeres estadounidenses fueron arrestadas por estar en torsidesnudas en un parque de Rochester, Nueva York.
Protestaban contra una ley que criminalizaba a las mujeres por no taparse el pecho pero no a los hombres.
El juez dictaminó que el Estado tenía razón al exigir que «el pecho femenino no se exponga en lugares públicos» porque «los estándares de la comunidad (…) consideran el pecho femenino como una parte íntima del cuerpo humano».
Dado que las «normas de la comunidad no consideraban ofensiva la exposición de los senos de los hombres», concluyó el juez, a los hombres se les permitía deambular sin camisa.
En otras palabras, los senos de las mujeres eran ofensivos; los hombres no lo eran.
No siempre fue así.
Getty Images
Los pezones masculinos solían ser tan impactantes como los femeninos. De hecho, era ilegal para los hombres en Estados Unidos exponer su pecho en público.
Desde principios de la década de 1930, los hombres de las playas de Coney Island, Westchester y Atlantic City comenzaron a protestar. Los nadadores masculinos se quitaron las camisas y los trajes de baño que cubrían los pezones. Fueron ridiculizados, llamados «gorilas», multados y amenazados con arrestos.
Un magistrado los reprendió con las palabras: «Todos ustedes, compañeros, pueden ser un Adonis, pero hay muchas personas que se oponen a ver tanto del cuerpo humano expuesto».
Sin embargo, a finales de la década, los «Adonis» se habían ganado el derecho a hacer alarde de sus pechos.
Esto no se debe a que los senos de las mujeres sean significativamente diferentes a los de los hombres.
Al nacer, los senos de las niñas y los niños son iguales. Las mujeres adultas tienden a tener senos más grandes que los hombres, pero muchos hombres tienen senos grandes y muchas mujeres, pequeños.
Tanto los senos masculinos como femeninos constan de tejido, depósitos de grasa, músculos pectorales y glándulas mamarias.
Ambos tienen un número similar de terminaciones nerviosas y un grado de «capacidad eréctil». Los pezones masculinos son claramente erógenos. Con las hormonas adecuadas, los hombres pueden amamantar. De hecho, lo han hecho.
Claramente, las reglas sobre la indecencia pública y las libertades corporales tienen que ver con el género.
(Más tarde se ganó la batalla legal en Nueva York y en otras partes de EE.UU. donde las mujeres tienen la libertad de exponer su pecho cualquier contexto en el que un hombre pueda exponer el suyo. El movimiento Topfreedom continúa en su lucha).
2. Lágrimas por el pene
El pene puede ser un órgano incierto y errático.
Getty Images
En Reino Unido y Estados Unidos del siglo XIX, las ansiedades masculinas fueron provocadas por la propagación de una nueva y odiosa (aunque fantasma) enfermedad: la espermatorrea o la descarga excesiva e involuntaria de esperma.
Se creía que era causada por la masturbación o ‘la autocontaminación’, así como por la indulgencia en todas las cosas sexuales.
También era una enfermedad de la civilización, que asolaba desproporcionadamente a los profesionales urbanos.
Aunque las mujeres eran la tentación, la espermatorrea era fundamentalmente culpa de los propios hombres.
Considerado un fluido vital, incluso una forma refinada de sangre, se pensaba que la filtración del semen era extremadamente debilitante.
Como escribió un caballero victoriano anónimo que se hacía llamar Walter en sus memorias, «Mi vida secreta», le habían advertido: «Te ves enfermo… te has estado masturbando… Puedo verlo en tu cara, morirás en un manicomio o de tisis».
La espermatorrea supuestamente provocaba estreñimiento, «nervios», flacidez e impotencia. Hacía que los hombres lloraran y se debilitaran.
Las curas para la espermatorrea podían ser tan angustiantes como la dolencia en sí.
Los médicos recomendaban de todo, desde sanguijuelas y laxantes hasta ampollas en el pene, dilatación del ano y meter el pene en un anillo uretral con «dientes» afilados. Los menos drásticos proponían ejercicio al aire libre, gimnasia y baños fríos.
El pánico por las descargas excesivas de esperma se produjo al mismo tiempo que el temor a un flujo insuficiente.
Los hombres de negocios y los médicos deseosos de ganar dinero rápido sabían desde hacía tiempo que una forma fácil era explotar la ansiedad por el funcionamiento del pene.
Comercializaban productos con nombres como ‘Pastillas aromáticas de acero’ o ‘Elixir de vida’. La asociación de los mormones fomentó el etiquetado de afrodisíacos llamados ‘Pastillas de Obispo Mormón’ y ‘Tabletas de Brigham Young’.
También se promocionaban ingeniosos dispositivos que prometían fortalecer o alargar los penes.
3. Los ojos, reflejo del mundo
Getty Images
Desde la antigüedad hasta los libros de autoayuda más populares de la actualidad, los ojos se han visto como «ventanas al alma».
Son profundamente mitológicos, metafóricos e históricos.
Piensa en los ojos divinos de los egipcios; el mal de ojo griego; el dios hindú de la destrucción, Shiva, que tiene un terrorífico tercer ojo en la frente «cuya mirada reduce al mundo en cenizas«.
Hay enormes variaciones culturales en los ojos.
En Occidente, la honestidad se refleja en «mirar a los ojos», un acto que se considera descortés en Japón y entre los pueblos originarios de Australia y Canadá.
De hecho, los juicios hechos sobre los ojos han sido increíblemente dañinos para los pueblos indígenas: por ejemplo, los invasores consideraron que el hecho de que los pueblos aborígenes no establecieran contacto visual era una prueba de su deshonestidad.
En Reino Unido, los victorianos consideraban que el cuerpo era la ubicación de la esencia humana, y los ojos desempeñaban un papel dominante en sus evaluaciones.
Uno de los proponentes más destacados fue Sir Charles Bell.
Getty Images
En su «Anatomía y filosofía de la expresión en conexión con las bellas artes» (1806), argumentó que los ojos humanos habían sido diseñados para ser «indicativos de las emociones más elevadas y santas» que «distinguen al hombre de los brutos».
Por lo tanto, cuando las personas estaban «envueltas en sentimientos devocionales», sus ojos miraban instintivamente hacia los cielos.
Bell admitió que «el salvaje» puede que no siempre crea en Dios, pero incluso él alzaba los ojos «al dosel del cielo» cuando «rezaba por arroz y ñame». Era «una acción ni enseñada ni adquirida». La anatomía tenía un sello divino.
Las reflexiones de Bell fueron muy influyentes, sobre todo en el desarrollo de la fisonomía en la época victoriana (la práctica de evaluar el carácter de una persona a partir de su apariencia externa, especialmente la cara).
La rápida urbanización e industrialización significaba que las personas tenían que encontrar una manera de evaluar rápidamente el carácter de una gran cantidad de extraños. Esa fue la promesa de la fisonomía.
Como lo expresó un fisonomista: «Cuando nuestro stock de expresiones se agota, recurrimos a la elocuencia silenciosa de los ojos, que, liberados de las ataduras de las reglas gramaticales, dicen con una mirada lo que numerosas y complicadas oraciones no habrían logrado expresar».
Según esa visión, los ojos nunca engañan.
Los ojos no solo ven el mundo, también lo reflejan.
*Joanna Bourke es profesora de historia en Birkbeck, Universidad de Londres.
https://www.24horas.cl/noticiasbbc/partes-del-cuerpo-actitud-4812182