La falta de motivación, la desidia, la pereza, la abulia o la depresión son procesos psicológicos y fisiológicos complejos, pero uno de sus componentes fundamentales es el miedo. Aunque una persona puede esgrimir numerosas razones por las cuales no se siente impelido a actuar o no siente deseo y motivación, en la mayoría de los casos hay un componente de miedo. Por otra parte, sentir miedo -o alguna forma de anticipación negativa- no es algo extraño, todos lo sentimos frecuentemente.
Andrew Huberman, neurocientífico de la Universidad de Stanford que se dedica a divulgar herramientas de conducta para mejorar el performance de las personas en cualquier área de la vida, hace énfasis en el poder del miedo para alentar a la acción. Aunque el miedo puede y suele ser paralizante, es también una forma de estrés que energiza el cuerpo y puede emplearse como motivación.
Huberman subraya la estrecha relación que existe entre la adrenalina (o epinefrina) y la dopamina. La dopamina es conocida como la hormona o neurotransmisor del placer. Pero resulta más preciso entenderla como la molécula de la motivación, aquella que nos hace perseguir una cosa, que nos energiza para realizar una tarea. Más que la molécula del placer que sentimos cuando obtenemos algo, la dopamina es sobre todo la excitación que sentimos cuando queremos algo que no tenemos. Por ello el biólogo Robert Sapolsky la ha llamado «la molécula del tal vez» (maybe molecule), pues se genera cuando existe la posibilidad de obtener algo que queremos. La dopamina está ligada a la locomoción, el aprendizaje y la memoria. Quienes no producen dopamina en cantidades normales suelen padecer enfermedades neurodegenerativas. Además, la dopamina comparte las mismas vías neurales que la adrenalina y es precursora de esta molécula.
La adrenalina es comúnmente relacionada con el estrés y la reacción de lucha o huida (en inglés, fight or flight). Si sentimos miedo o estrés crónico, generamos adrenalina y podemos drenar el sistema inmune al someterlo a un estado de activación crónica. Por otro lado, necesitamos adrenalina para realizar una tarea, enfocarnos y mantenernos activos. Huberman sugiere que debemos pensar en esta molécula como la molécula de la persistencia y la agitación.
En un mundo ideal, sentiríamos motivación y deseo por las razones más elevadas y positivas. Pero son pocas las personas que tienen una vida llena de dulzura y estímulos amorosos. Mucha de la motivación de las personas altamente productivas es de un orden que podríamos llamar negativo. Es el miedo lo que los lleva a actuar, el no querer perderse de algo o querer evitar que les suceda algo.
Estas personas han aprendido a usar la agitación y el estrés de estos estados negativos como un aliciente para la acción, sin que ello los haga actuar con desesperación. En cierta manera, la clave reside en reconocer el miedo y ser capaz de orientarlo hacia actividades que pueden brindarnos beneficios. Huberman recomienda desarrollar una especie de mindfulness de los marcadores biológicos del miedo o la agitación. Reconocerlos y tener la fuerza mental para usarlos como combustible para la acción, pues la adrenalina es un combustible que puede ser destructivo pero, también, la base de la acción. Lo que hace la diferencia es ser consciente del miedo y el estrés que está en el cuerpo, generalmente generado por la mente, y mantener la calma y actuar desde ese estado. Se conjugan así dos opuestos que en realidad no lo son: la calma y la energía. La calma energética -o esa alerta relajada- es el estado superlativo, que se observa lo mismo en los atletas de alto rendimiento que en los artistas.
Huberman añade otro factor. El miedo es adrenalina y un potencial de energía, pero es necesario transformar esto en dopamina, esa molécula que permite cierta calma y placer ligados a la energía. Para ello, Huberman sugiere asociar el miedo con un deseo y un modelo de recompensa. Si podemos establecer hábitos que recompensen la acción que ha sido llevada cabo en presencia del miedo, podemos crear circuitos en los que el estrés y las «emociones negativas» sean transformadas en beneficios. Eventualmente esto puede hacer que el miedo deje de ser etiquetado como algo negativo y se le entienda como una intensidad de anticipación, un potencial. Y entonces, lo mismo podría llamarse miedo que fuerza.
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