A veces se queja de su vida anodina.
No ha cogido ese virus que dicen asesino, ni ningún otro.
Ni ha sido arrastrado por las inundaciones, no ha perdido la vida
ni el hogar.
Hoy se ve aburrido, con la agenda vacía.
No es el día de la última quimio después de un año duro,
como el de su vieja amiga.
Su año fue tranquilo.
Es una vida de calma, de paz.
«Anodina», dice él a veces.
Tiene la nevera a rebosar
y un sitio fresco donde dormir en verano,
y cálido en invierno.
Ella dice: ¿Y si la felicidad fuera esto?
Él responde que necesita algo más.
Ella también se equivoca cuando considera que una vida de paz y confort
podría ser la felicidad.
La experiencia de plenitud no depende de lo que pasa fuera.
Pero podría ayudar.
La gratitud podría ayudar.
Llegué a esta vida sin nada, absolutamente sin nada.
Expulsada del paraíso a un entorno hostil, afrontando la aventura
de una peregrinación llena de retos
en territorio desconocido.
Llegué desnuda y con las manos vacías
y no fueron mis méritos o habilidades las que me permitieron sobrevivir
en esta selva.
Me dieron cobijo, vestido, comida, cuidados,
me enseñaron a andar y tantas cosas más.
Quien quiera que esté aquí, ahora,
no ha sobrevivido a solas,
por sus propios medios.
Y aquí sigo.
Sentada en un banco en la montaña,
que yo no he colocado justo en este lugar a la sombra,
vestida con una ropa que no he confeccionado,
a la sombra de unos árboles que no he plantado,
regalándose como un abanico perfumado.
De vuelta a casa, que no he construido con mis manos,
me encontraré el campo, que no he cultivado, en mi plato.
El mundo regalándose,
la vida como una ofrenda para degustar.
No es lo mismo vivir la vida desde la gratitud,
el privilegio y la abundancia,
que desde las exigencias victimistas
(«tanto es lo que merezco y no se me da»).
No es la misma vida.
http://reflexionesdeunaestudiantebudista.blogspot.com/2021/07/cuando-parece-que-no-pasa-nada.html