Solemos pensar que la mayoría de los eventos no suceden por casualidad, sino que tienen una explicación lógica. Por eso buscamos razones que expliquen las acciones de los demás y las propias. Intentamos descubrir las causas de sus comportamientos. Esa búsqueda de la causalidad nos aleja del azar y nos permite, por una parte, dar sentido al mundo y, por otra, predecir las acciones futuras.
Asignar las causas a una acción es un fenómeno que se conoce como “atribución”. De hecho, el psicólogo social Lee Ross dijo que todos nos comportamos como “psicólogos intuitivos” porque intentamos explicar el comportamiento y realizar inferencias sobre las personas y los entornos sociales en los que se desenvuelven.
Sin embargo, no solemos ser “psicólogos imparciales” sino que tenemos la tendencia a responsabilizar a las personas, minimizando la influencia del contexto. Entonces cometemos el error fundamental de atribución o disposicionismo ingenuo.
¿En qué consiste el error fundamental de atribución?
Cuando intentamos explicar un comportamiento podemos tener en cuenta tanto los factores internos propios de la persona, como los factores externos del contexto en el que se despliega esa conducta. Por tanto, podemos atribuir un comportamiento fundamentalmente a las predisposiciones, motivaciones, rasgos de personalidad y carácter de la persona, como por ejemplo: “ha llegado tarde porque es un desconsiderado”, o podemos tener en cuenta el contexto y pensar: “ha llegado tarde porque había mucho tráfico”.
Dado que ninguna persona actúa aislada de su entorno, lo más sensato para explicar el comportamiento es conjugar la influencia de las fuerzas internas y externas. Solo así podremos formarnos una idea lo más objetiva posible de todos los factores que empujan a alguien a actuar de cierta forma.
Sin embargo, la mayoría de las personas son víctimas de un sesgo y tienden a sobreestimar el impacto de los factores motivacionales o disposicionales mientras minimizan la influencia del contexto, eso es lo que se conoce como error de atribución fundamental.
Por ejemplo, recuerda una situación que probablemente has vivido: vas conduciendo tranquilamente cuando de repente ves un coche a gran velocidad que adelanta a todos de manera un poco temeraria. Es probable que lo primero que pase por tu mente no sea precisamente halagüeño. Quizá pienses que es un conductor desconsiderado o incluso que esté bajo los efectos de las drogas. Sin embargo, podría tratarse de una persona que tiene una emergencia de vida o muerte. No obstante, el primer impulso suele ser realizar juicios sobre su carácter, minimizando las variables ambientales que podrían estar determinando su comportamiento.
¿Por qué culpamos a los demás?
Ross creía que le damos más peso a los factores internos simplemente porque nos resulta más fácil. Cuando no conocemos a una persona ni sus circunstancias, es más sencillo inferir determinadas disposiciones o rasgos personológicos a partir de su comportamiento que examinar todas las posibles variables contextuales que podrían estar influyendo en su conducta. Eso nos lleva a responsabilizarle.
Sin embargo, la explicación es mucho más compleja. En fondo, responsabilizamos a los demás porque tenemos la tendencia a creer que los comportamientos dependen fundamentalmente de nuestra voluntad. La creencia de que somos responsables de nuestros actos nos permite asumir que somos gestores de nuestra vida, en vez de ser simples hojas movidas por el viento de las circunstancias. Eso nos brinda una sensación de control a la que no estamos dispuestos a renunciar. En práctica, culpamos a los demás porque queremos creer que tenemos el completo control sobre nuestras vidas.
De hecho, el error fundamental de atribución también descansa en la creencia en un mundo justo. Pensar que cada quien obtiene lo que merece y que si encuentra dificultades en el camino es porque de alguna manera se las ha buscado o no se ha esforzado lo suficiente, minimiza el papel del entorno y maximiza las fuerzas internas. En ese sentido, investigadores de la Universidad de Texas descubrieron que las sociedades occidentales tienden a responsabilizar a los individuos por sus acciones mientras que las culturas orientales dan más importancia a los factores situacionales o sociales.
Las creencias que se encuentran en la base del error fundamental de atribución pueden llegar a ser muy peligrosas ya que, por ejemplo, podríamos culpar a las víctimas de la violencia ejercida sobre ellas o podríamos pensar que las personas marginadas por la sociedad tienen toda la culpa de sus carencias. Debido al error fundamental de atribución, podemos creer que quienes actúan “mal” son malas personas porque no nos preocupamos por considerar los factores contextuales o estructurales.
Por esa razón, no es casual que el error de atribución fundamental se amplifique cuando buscamos explicaciones a comportamientos negativos. Cuando un evento nos asusta y desestabiliza, tenemos la tendencia a pensar que, de alguna manera, la víctima es responsable. La posibilidad de pensar que el mundo es injusto y que algunas cosas ocurren al azar es simplemente demasiado aterradora, como demostró un estudio realizado en la Universidad de Ohio. En práctica, culpamos a las víctimas porque nos ayuda a sentirnos más seguros y reafirmar nuestra visión del mundo.
Lo confirma un estudio realizado por un grupo de psicólogos de las universidades de Washington e Illinois. Estos investigadores pidieron a 380 personas que leyeran un ensayo y les explicaron que el tema se había elegido al azar tirando una moneda, lo cual implicaba que su autor no tenía que estar necesariamente de acuerdo con el contenido.
Algunos participantes leyeron una versión del ensayo a favor de políticas de inclusión laboral y otros en contra. Luego debían indicar cuál era la actitud del autor del ensayo. Un 53% de los participantes atribuyeron al autor la actitud que correspondía al ensayo: actitudes pro-inclusión si el ensayo era afirmativo y actitudes anti-inclusión cuando el ensayo era en contra de esas políticas.
Solo un 27% de los participantes indicaron que no podían saber cuál era la postura del autor del ensayo. Este experimento revela una ceguera a las circunstancias y una precipitación en los juicios, lo cual nos lleva a culpar a los demás sin tener en cuenta los atenuantes.
La culpa es tuya, no mía
Curiosamente, el error fundamental de atribución suele proyectarse hacia los demás, pocas veces sobre nosotros. Ello se debe a que somos víctimas de lo que se conoce como sesgo actor-observador.
Cuando observamos los comportamientos de una persona, tendemos a atribuir sus acciones a su personalidad o motivación interna, más que a la situación, pero cuando somos los protagonistas, solemos atribuir nuestras acciones a factores situacionales. O sea, si alguien se comporta mal, asumimos que es una mala persona; pero si somos nosotros quienes nos hemos comportado mal es debido a las circunstancias.
Ese sesgo atribucional no se debe solo a que intentamos justificarnos y mantener nuestro ego a salvo, sino a que conocemos mejor el contexto en el que se ha producido el comportamiento en cuestión.
Por ejemplo, si una persona nos empuja en un bar abarrotado de gente, solemos pensar que es descuidada o maleducada, pero si somos nosotros quienes empujamos a alguien, asumimos que fue porque no había suficiente espacio ya que no nos consideramos una persona descuidada o maleducada. Si una persona resbala con una cáscara de plátano, pensamos que es torpe, pero si resbalamos nosotros le echaremos la culpa a la cáscara. Así de sencillo.
Por supuesto, a veces también podemos ser víctimas del sesgo fundamental de atribución. Por ejemplo, investigadores de la Escuela de Medicina Perelman descubrieron que algunos rescatistas experimentan una gran sensación de culpa por el gran número de muertes que se produce tras un desastre. Lo que ocurre es que esas personas sobreestiman su poder y la influencia de sus acciones, olvidando todas las variables que escapan de su control en situaciones catastróficas.
Asimismo, podemos culparnos de las desgracias que le ocurren a personas cercanas, aunque en realidad nuestro control sobre las circunstancias y sobre sus decisiones es muy limitado. No obstante, el sesgo atribucional nos lleva a pensar que podíamos haber hecho mucho más para evitar la adversidad, cuando realmente no es así.
¿Cómo escapar del error fundamental de atribución?
Para mitigar los efectos del error fundamental de atribución necesitamos activar la empatía y preguntarnos: “Si estuviera en el lugar de esa persona, ¿cómo explicaría la situación?”
Ese cambio de perspectiva nos permitirá modificar completamente el sentido de la situación y las inferencias que hacemos sobre los comportamientos. De hecho, un experimento realizado en la Universidad del Oeste de Inglaterra comprobó que cambiar verbalmente la perspectiva nos ayuda a combatir este sesgo.
Estos psicólogos realizaron preguntas a los participantes que les obligaban a invertir los puntos de vista en diferentes condiciones (yo-tú, aquí-allí, ahora-entonces). Así comprobaron que las personas que recibieron ese entrenamiento para cambiar de perspectiva eran menos propensas a culpar a los demás y tenían más en cuenta los factores ambientales para explicar lo ocurrido.
Por tanto, solo tenemos que ver los comportamientos con la luz de la empatía, poniéndonos realmente en el lugar del otro para intentar comprenderle a través de sus ojos.
Eso significa que, la próxima vez que estemos a punto de juzgar a alguien, debemos recordar que podríamos estar sufriendo el error fundamental de atribución. En vez de echarle la culpa o pensar que es una “mala” persona, simplemente deberíamos preguntarnos: “si fuera esa persona, ¿por qué haría una cosa así?”
Ese cambio de perspectiva nos permitirá covertirnos en personas más empáticas y comprensivas, personas que no van por la vida juzgando a los demás, sino que tienen la madurez psicológica suficiente como para comprender que nada es blanco o negro.
Fuentes:
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Error fundamental de atribución: culpar a las personas olvidándonos del contexto