Me gustaría distinguir, en este sentido, entre la concepción de la no-dualidad, la experiencia de no-dualidad y la realización de la no-dualidad. Por «concepción» de la no-dualidad quiero decir el pensar conceptualmente (hasta donde tal cosa sea posible) eso que denominamos no-dualidad. ¿Puede el pensamiento ser no-dual? ¿Puede desarrollarse un pensar no-dualista? ¿Puede la mente humana «comprender» intelectualmente, racionalmente, la no-dualidad? Es frecuente afirmar que esto no es posible. A mí me gustaría afirmar que en cierto sentido no lo es, y en cierto sentido si que lo es. No lo es, en el sentido de que la realidad infinita, la conciencia absoluta con la que voy a relacionar la noción de no-dualidad no cabe, obviamente, en un pensamiento, ni en el más sofisticado de los discursos y de los sistemas conceptuales. Es como pretender apresar el agua del océano, en su totalidad, entre nuestras manos. El recipiente no es adecuado para tal tarea. Ahora bien, sí que es posible un pensamiento no-dualista en el sentido de utilizar nuestra inteligencia y nuestra razón para construir una concepción en la que todas las diferencias formen parte de una Unidad primordial, una «filosofía» en la que el sujeto que conoce y los objetos conocidos no tengan que pensarse como realmente separados y radicalmente distintos, sino como dos aspectos diferenciables de la única Realidad no-dual. Aquí habrá que comprender que la no-dualidad no excluye la multiplicidad, pues no se trata de una cuestión numérica, como si los muchos contradijeran al Uno y fueran incompatibles con él; por ello la conveniencia de no identificar el «monismo» (acosmista), que niega la realidad del cosmos por ser este multiplicidad, con el «no-dualismo» (integrador), que postula la existencia de una Presencia sagrada en el corazón de todo lo existente, de toda la multiplicidad, siendo esta no otra cosa que expresión de su infinita riqueza. En ese sentido, se puede pensar y concebir una visión no-dualista.
Por cierto, que el «concebir» la realidad como no-dual es el mejor modo (o al menos uno de ellos) de «engendrar» y posibilitar la «experiencia» de no-dualidad. Concebir la posibilidad de la no-dualidad nos permite «gestar» durante un tiempo la «idea» que nos puede conducir a la experiencia directa de la no-dualidad. Luego, podremos «dar a luz» a la conciencia no-dual en nosotros. Pero, previamente, hace falta decidiros a «concebir» la no-dualidad. En un mundo regido por el «deseo» (kama, eros), el deseo de no-dualidad, de unidad, de plenitud, es el primer paso, como impulso de aspiración, hacia la experiencia de la no-dualidad.
Ahora bien, mientras nos limitemos a este nivel teórico, racional, mental, hay que tener muy claro que el pensamiento no es la experiencia, el mapa no es el territorio, la palabra no es la cosa (en este caso no-cosa, no-thing, nada, vacuidad, shunyata). De otro modo el viaje no será tal, sino tan solo un mero dar vueltas a los mapas que se nos ofrezcan (y sabemos que son muchos y distintos). Por ello, implícito en el pensamiento de la existencia de una realidad no-dual se halla la tendencia a tener la experiencia de ello. Por «experiencia» quiero decir aquí, una vivencia real, pero puntual, temporal, pasajera, efímera, un «momento» de plenitud no-dual, un baño en la vacuidad luminosa, un satori revelador, un samadhi iluminador, que nos permite no solo «pensar» la no-dualidad, sino «ser», aunque sea por unos instantes, unos minutos, unas horas, unos días, unas semanas, conscientemente, esa Presencia no-dual.
Presencia no-dual que puede experimentarse como no-dualidad de la Conciencia infinita, no-manifestada, silenciosa, inmutable, trascendente y como no-dualidad de la totalidad de lo existente, de la multiplicidad. En la primera, no hay nada más que esa Realidad, esa Conciencia, ese Silencio, esa Vacuidad. En la segunda, toda la riqueza de la manifestación, cada persona, cada animal, cada árbol, cada flor, el mar, el viento, todo se percibe como expresión de esa Presencia no-dual que ahora brilla en su inmanencia, como el corazón de todo lo que existe, de cada célula, de cada molécula, de cada átomo, de cada partícula, de cada onda, pues todo ello expresa el inconceptualizable Vacío cuántico, la Vacuidad que es Plenitud. Esta experiencia es el fundamento de toda fraternidad, de toda solidaridad, pues cada ser humano es sentido como otro yo, otra manifestación del Yo único, no-dual, el Alma del mundo, el Espíritu absoluto, y cada parte de la Naturaleza es sentida como miembro del Cuerpo único del Universo, en nuestro caso de Madre Gaia, la Tierra, la Diosa más cercana, sostén y sustento de nuestra vida diaria.
Por otra parte, entiendo como «realización» de la Presencia no-dual, el instalarse definitivamente en ese no-lugar, ese no-estado al que llamamos Conciencia no-dual. Recuerdo ese pasaje de la Bhagavad Gita en el que Arjuna le pide a Krishna que le diga cómo reconocer al verdadero sabio, a aquel que se ha instalado en la sabiduría» (sthita prajña ―dice la Gita). Pues bien, la realización, la verdadera sabiduría (prajña), consistiría en des-cubrir, en re-conocer (volver a saber, a saborear el único sabor de toda la realidad), en re-cordar (pues siempre lo hemos sido aunque lo hayamos olvidado) que nuestra Realidad más profunda es esa Presencia no-dual y vivir, ya siempre, en el tiempo, pero siendo más que tiempo, desde la Atemporalidad luminosa, en ese Eterno Ahora (¡la tempiternidad!) que caracteriza a la Presencia amorosa y compasiva que se halla en todas partes y en ninguna, que es trascendente e inmanente simultáneamente. Se halla en todas partes, pues, recordando la Isha Upanishad, el sabio es aquel que «ve a todos los seres en el atman y al atman en todos los seres». El atman es, justamente, la Realidad no-dual, y se halla en todos los seres, del mismo modo que todos los seres se hallan en el atman. Pero también es cierto que no se halla en ninguna parte, pues el atman, la Presencia no-dual, no está en el espacio ni tiene partes, como no está en el tiempo ni tiene instantes.
Así pues, «realizar» el atman que es brahman (sat-chit-ananda) es la meta primera de la existencia humana. Y la «experiencia» del Ser (como «Ser» puede traducirse «atman», ciertamente) es un paso ―es un momento sagrado― hacia dicha meta. Y, por qué no decirlo, cabe formular esa experiencia como la «experiencia de Dios», si somos capaces de no pensar en la noción de «Dios» de un modo excesivamente limitado y dualista, modo al que nos tienen acostumbrados las tradiciones abrahámicas, proféticas, monoteístas (judaísmo, cristianismo, islam), al menos en sus concepciones dominantes.
Experiencia puntual y realización definitiva que, en muchas ocasiones, son posibles gracias a la concepción nacida del deseo. En este caso, «deseo de liberación» (mumuksutva), «deseo de realización», anhelo de unión con lo Divino.
No debemos minimizar ni minusvalorar el papel que desempeña esta concepción, pues esto procede todavía de un hábito dualista que distingue entre comprender y ser, entre concebir y realizar. Por ello, es importante tener en cuenta que la realidad no-dual es esencialmente también Inteligencia pura. La Conciencia pura (el chit del brahman sat-chit-ananda) es Inteligencia pura, o al menos esta es la primera manifestación de aquella (Mahat, buddhi), del mismo modo que el Nous es en Plotino (ese excelso pensador neoplatónico no-dualista) la primera emanación de Lo Uno. Por tanto, en el corazón de la concepción, del pensamiento conceptual, de la razón discursiva, late la inteligencia prístina (rigpa, podría acaso decirse aquí, con este crucial término del budismo tibetano) que constituye la verdadera fuente de «comprensión» de la realidad. Comprender es verdaderamente «entender» y entender, inteligir, es el acto propio de la inteligencia, que como sabemos significa no otra cosa que «leer-dentro» de la realidad leída, inteligida (intus-legere). Y al leer dentro estoy dentro y conozco algo, en este caso la realidad no-dual que es inteligencia primordial, mediante un conocimiento-por-identidad, es decir, lo conozco porque lo soy, y lo soy porque mi Ser más profundo es la Conciencia única en la cual tienen lugar todos los objetos, mi Ser más profundo es el Sujeto que no puede convertirse en objeto, la Presencia ilocalizable, irrepresentable, inconceptualizable, que constituye el corazón oculto de todo lo que es, el latido secreto de todo ente, el sentido último de toda existencia. Por tanto, el deseo de entender viene de esa inteligencia primordial, que no es sino una de las facetas de la Unidad. Al entender esto, el buscador a través de la inteligencia, el jñani, comprende que el concepto y la comprensión racional puede quedarse siendo un laberinto sin salida, pero puede también convertirse en un trampolín que nos permita zambullirnos en el Océano de la Conciencia no-dual, de la Inteligencia brillante que subyace a la razón mental.
Ese mismo Océano ilimitado es el Océano de Amor en el que se baña el bhakta, aquel en quien el impulso más fuerte es el impulso amoroso, que, cual Eros platónico, no descansa hasta trascender todo lo sensible y fundirse en el abrazo con el Amado/Amada que es tanto Otro como mi más auténtico Sí-mismo. Desde la perspectiva del camino del Corazón, la experiencia de no-dualidad es la certeza de que el Amor rige el universo, que todo cuanto existe y todo cuanto sucede es expresión del Amor infinito y que nuestros corazones son canales a través de los cuales puede fluir ese Amor compasivo, ese Gozo de ser (ananda) que constituye el secreto último del universo. En el estado de Amor todo cuanto existe es parte de la Belleza de ser, toda vibración es una nota en la sinfonía cósmica. El arte es, entre otras cosas, la re-creación de la Belleza primordial, la música de la existencia. Y la música es camino único para la vivencia de la belleza de la no-dualidad desplegada en la multiplicidad de sonidos. En la escucha musical desaparece la dualidad sujeto-objeto y no queda sino Belleza y Gozo. El verdadero arte, el verdadero gozo, el verdadero amor supone la trascendencia del ego.
También puede llegarse a la no-dualidad y posteriormente expresarla, a través del camino de la acción (una acción convertida en no-acción, wu-wei), el camino de la entrega a la Voluntad sagrada que conduce al Océano sin orillas, como bien sabe el que recorre la avenida del karma-yoga, que no se halla lejos del camino del bodhisattva, ambos dispuestos a servir gozosamente al otro, pues en el rostro sufriente del otro sabe ver el Rostro gozoso de la Belleza inexhaustible. Es también este el camino de la libertad, pues uno consigue ser libre de la acción en la acción, libre de la propia voluntad egoica en la entrega a la Voluntad divina, y experimenta la belleza de la libertad en medio del hacer, vivido ya como un no-hacer. No es ya el propio deseo quien rige mi vida, sino la Voluntad transpersonal, no-dual, que es mi verdadera voluntad. En la verdadera libertad ya no he de elegir, pues la Sabiduría amorosa está más allá de toda elección particular. En este nivel, necesidad y libertad no son dos.