La vida puede ser una aventura maravillosa o un desafío extenuante, aunque para la mayoría de las personas no es más que una rutina monótona y automática.
Levantarse, trabajar, comer, cuidar de los niños, ver la televisión, dormir y vuelta a empezar. Este no parece un panorama demasiado alentador, por no hablar de aquellas épocas en las que nos ocurren eventos extraordinarios negativos. Para vencer la inercia de la monotonía o la desesperanza, hemos de encontrar y seguir nuestro propósito de vida.
Pero, ¿qué es este concepto exactamente? Todos en algún momento nos hemos afanado en buscarlo y nos hemos desesperado al no encontrar respuestas. Especialmente durante la adolescencia, solemos pelearnos con cuestiones existenciales, como “¿qué es la vida?”, “¿para qué estoy aquí?”, “qué sentido tiene todo esto?”. En realidad, cada uno de nosotros es responsable de construir este significado de forma personal.
¿Qué es el propósito de vida?
El propósito de vida es la intención, el sentido o la finalidad que una persona le otorga a su propia existencia. Así, incluye un compromiso con la vida, una percepción de que esta es útil y valiosa y una motivación que nos impulsa a desarrollarla de un modo determinado.
Diferentes autores y corrientes han tratado de acercarse a este concepto ofreciendo explicaciones diferentes. Por ejemplo, es posible que hayas escuchado hablar del ikigai, un término japonés que podría traducirse como “razón de vivir”.
Esta es una misión o una motivación que proporciona ganas y coraje para levantarnos cada mañana y enfrentar el día. El ikigai es el punto común entre aquello en lo que eres bueno, aquello que te otorga placer realizar y lo que puede aportar un valor al mundo. Si identificas las características de tu caso, habrás encontrado un motor de vida.
Otra aproximación interesante es la que se realiza desde la logoterapia de Viktor Frankl. Tras ser prisionero en varios campos de concentración y sufrir en carnes propias los horrores del holocausto nazi, este neurólogo y psiquiatra austriaco desarrolló una corriente terapéutica que centraba su acción en ayudar a las personas a encontrar el sentido de su vida para poder sanarlas de forma integral.
La respuesta a la pregunta “¿por qué no se suicida usted?”, era el punto de partida para el trabajo terapéutico que se realizaría a continuación.
Encontrar y seguir tu propósito de vida
Quizá te parezca que encontrar el propósito de vida es algo sumamente complicado e irrelevante; pero en realidad más allá de cuestiones filosóficas, contar con esta motivación aporta múltiples beneficios:
- Varias investigaciones refuerzan la idea de que contar con un propósito vital reduce el riesgo de muerte entre un 17 % y un 33 % y disminuye la probabilidad de sufrir accidentes cardiovasculares.
- Quienes han encontrado un sentido o misión vital tienen hábitos más saludables y realizan un menor consumo de tóxicos.
- Son, además, más capaces de gestionar y lidiar con las situaciones de estrés, sufriendo un menor impacto en su salud.
- Aumenta el sentido de competencia personal, de forma que el individuo se percibe más capaz de hacer frente a los retos y dificultades.
- Aceptar la vida con sus dificultades y limitaciones y percibirla igualmente valiosa hace que se reduzcan los estados de decaimiento y la presencia de trastornos afectivos. Igualmente, existe una mayor tendencia a buscar experiencias gratificantes y vitalizadoras que contribuyan a obtener estados de ánimo positivos.
- Promueve las relaciones sociales y afectivas cercanas, gratificantes y enriquecedoras
- Existe, en definitiva, una mayor satisfacción y compromiso con la vida.
¿Cómo identificarlo?
Como adelantábamos al inicio, el propósito de vida no es común a todos los seres humanos, sino profundamente personal. Además, este puede variar en función de cada etapa y momento evolutivo, y tiene un importante componente de voluntad. Es decir, para algunas personas este propósito se revela claro y nítido de forma temprana, pero lo más común es que sea necesario construirlo y desarrollarlo. Para obtener algunas pistas, acude a las siguientes cuestiones:
- ¿Qué te apasionaba hacer cuando eras niño?
- ¿Qué es lo que te impulsa y motiva a levantarte cada mañana?
- ¿En qué actividad emplearías tu tiempo con gusto sin necesidad de obtener nada a cambio?
- ¿Para qué acuden los demás a ti por considerarte especialmente apto en ese ámbito? Esto no tiene por qué guardar relación con tu profesión y puede estar más asociado a tus características de personalidad.
- ¿Cuáles de tus experiencias personales han sido más significativas para ti y qué te han enseñado?
- Si no hubiese imposibles, ¿qué te gustaría hacer de tu vida? Trata de ir más allá de lo material y superficial y busca aquello que realmente te haría sentir pleno y realizado como individuo.
Con las anteriores pautas, trata de marcarte un objetivo y divídelo en pequeñas metas realizables a corto-medio plazo. Como hemos dicho, el propósito de vida no se recibe sino que se construye.
Así, cada día tienes una oportunidad para acercarte más a él, a su comprensión y a su realización. Y recuerda que este puede variar en el tiempo en función de tus propias vivencias; por tanto, no te limites,
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