El relato dominante sobre la Covid-19 ha tomado el cariz represivo que se veía venir desde el comienzo de la crisis. Austria entró en confinamiento estricto. El gobierno austriaco cerró el comercio no esencial, la gastronomía, museos, eventos culturales y espectáculos para enfrentar la cuarta ola y bajar la ocupación de los hospitales.
En Australia se impulsan «campos de cuarentena» para quienes den positivo por Covid, quienes son trasladados en camiones. Si hace poco tiempo alguien hubiera escrito o hablado de esto hubiera sido tachado de conspiranoico. Hoy es realidad.
La democracia está en peligro o suspendida en los países democráticos por un virus que en la mayor parte de las personas sanas cursa de manera leve.
Los «brotes verdes» de la crisis amenzan con ser episódicos aunque crecen las protestas en Europa contra las restricciones Covid y la vacunación obligatoria.
Mientras en España las comunidades autónomas impulsan el pasaporte Covid con la excusa de evitar restricciones generales ante el repunte de casos.
Los responsables autonómicos desoyen a la Justicia, que ha vetado la implantación del pasaporte Covid en el País Vasco.
En el relato dominante, que por suerte vemos que tiene algunas fisuras, la «ciudadanía» (ese fetiche del Poder) está ya convenientemente trabajada, es decir, «formada», concienciada o atemorizada, lo que mejor convenga a cada objetivo o todo ello. Como observa un lector en un comentario al post de ayer: Vacunación Covid-19: ¿Dictadura global corporativa por nuestra salud?
Y es lo suficientemente «responsable» como para no fallar (so pena de suspensión de sus derechos y libertades) en obedecer y aceptar lo que determine la «ciencia» (la mala ciencia, la que sirve al Poder establecido).
Esa mala ciencia, es diseñada, financiada e impuesta por el Negocio y trasladada a la población como credo exclusivo y excluyente mediante todas sus correas de transmisión, poderes legislativo y ejecutivo incluidos. Y lo hace a través, precisamente, de la construcción de un relato dominante.
Los ministerios de la Verdad, de la Protección de la Libertad de la Ciudadanía, de la Gestión Pública de Derechos Individuales y algunos otros que no deben ser nombrados en vano, están plenamente operativos. Nada es gratis.
Cuanta más atención consigan concitar agentes de «la verdad», «cazadores de bulos», rastreadores de «hechos», «analistas de datos», señaladores de «negacionistas», peor para el usuario pegado a la pantalla de televisor. Este se entretiene por delante mientras se le vacía de conciencia y de voluntad por detrás.
Un selecto grupo de «expertos» de a pie (expertos en el relato dominante, ¿quién demonios necesita ciencia?), con permanente acceso a megafonía, se encarga diariamente de las tareas de mantenimiento del relato.
Como escribe la médico Mónica Lalanda en su cuenta de Twitter:
Se puede ser un afamado científico a la vez que un energúmeno. La defensa de las vacunas no puede pasar por el totalitarismo. Y está demostrado que las vacunaciones obligatorias crean desafección social».
Lo escribe al hilo de una entrevista que le hacen en El Español al virólogo mediático Luis Enjuanes que dice que
la Seguridad Social no debería tratar a los no vacunados de la Covid«.
Este hombre se muestra partidario de implantar restricciones únicamente para las personas no vacunadas.
La sociedad necesita espacios donde generar y madurar contrarelatos a partir de sus auténticos intereses, motivaciones y necesidades, también los referidos a la sanidad. No porque el relato dominante sea totalmente falso, sino porque ni es el único ni tiene que ser necesariamente el verdadero.
Son muchos meses ya de absoluta falta de transparencia en la gestión de la pandemia, de medias verdades cuando no de mentiras descaradas de unas autoridades a las que cabría exigir un mayor rigor en el tratamiento de la crisis.
La incitación al odio hacia los no vacunados está siendo azuzado por periodistas, conductores de programas y demás personajes a los que habría que explicar que vacunarse no es un acto de fe.
Es legítimo tener muchísimas dudas sobre una vacuna hecha de prisa y corriendo por unos laboratorios no precisamente libres de toda sospecha y aprobada de urgencia por instituciones con claros conflictos de intereses.
Unas dudas que, por cierto, conforme pasa el tiempo, se van multiplicando a la vista de sus resultados, de los fallos en la efectividad de dichos productos.
Resulta además, cuando menos «chocante» la actitud de aquellos médicos que, por «miedo a ser señalados», prefieren guardar silencio.
Lo mínimo que se espera de un médico, como apunta otra lectora mía, es aquello de Primum non nocere, lo primero es no hacer daño. Tampoco creo que ignoren que la vacuna, como cualquier otro acto médico, requiere de un consentimiento informado que, se supone ha de dar el médico (y que no está ofreciéndo, ni eso ni la propia receta).
Seguiremos muy cerca esta «cuarta ola represiva» a cuento de la Covid. No podemos vender tan baratos unos derechos sociales que en nuestro país en concreto tanto costó conseguir.
Crisis Covid-19: El relato dominante, la palanca que mueve el mundo