Transgénicos en Colombia: y tú, ¿sabes lo que comes?

Los cultivos y los alimentos transgénicos en Colombia
por Germán Vélez Ortiz

Colombia posee características ecológicas, geográficas y culturales, que le proporcionan potencialidades y posibilidades para su desarrollo. Es el segundo país con mayor biodiversidad del planeta, se calcula que posee el 10% de la biodiversidad mundial, unas 45.000 especies vegetales y una gran variedad de especies animales.
Posee prácticamente todos los climas y es uno de los países con mayores fuentes de recursos hídricos, presentes en ecosistemas marinos como terrestres, especialmente ubicados en 27 humedales complejos de las regiones Caribe, Andina, Pacífica, Orinoquía y Amazonía. Adicionalmente, Colombia posee una gran diversidad étnica y cultural, ya que convive la población mestiza, negra y campesina, con más de 84 pueblos indígenas que hablan 64 lenguas.

En las últimas décadas se han presentado cambios que han afectado los ecosistemas y las formas de vida de la población, acompañados de la pérdida de la biodiversidad agrícola y silvestre y de los sistemas productivos tradicionales, lo cual se ha reflejado en una profunda crisis de la producción agropecuaria y de la seguridad alimentaria nacional. Algunas de las causas de esta crisis se deben a problemas estructurales y otras a las erróneas políticas del Estado, entre los que se destacan:
• Colombia es uno de los países de América Latina con una distribución más inequitativa de la riqueza y especialmente de la propiedad de tierra, la cual está concentrada en pocas manos, lo que ha generado fuertes impactos económicos, políticos y sociales (Tabla 1).
• Las erróneas políticas gubernamentales han promovido la producción agropecuaria con modelos de “revolución verde”, basados en monocultivos de alto consumo de agroquímicos, maquinaria y semillas, mal llamadas “mejoradas”, que en realidad son semillas de “alta respuesta” a insumos.
• En la última década, han sido abandonadas más de 1´750.000 hectáreas de tierras de cultivos transitorios o se han convertido en pastizales de ganadería extensiva, lo cual ha estado acompañado de la pérdida de más de 120 mil empleos rurales.
• La deforestación de bosques andinos y tropicales (se talan mas de 100.000 hectáreas/año), tiene gran impacto sobre la biodiversidad y los suelos.
• La sustitución de sistemas productivos tradicionales y convencionales por cultivos ilícitos.
• En los últimos 15 años, la guerra interna ha generado el desplazamiento de más de 2´700.000 personas de las zonas rurales.
• Una profunda crisis del sector agropecuario, el conflicto armado, la extrema pobreza de gran parte de la población rural y la falta de alternativas de producción sustentables para la población rural.
La ley del embudo Norte – Sur
En general, los países del Sur han tenido que desmontar los ya casi inexistentes subsidios a la producción agropecuaria, mientras que en Europa y Estados Unidos han aumentado escandalosamente los subsidios a los agricultores, la única posibilidad para que este modelo de producción sea viable económicamente. En los países del Norte se dan subsidios al sector agrario por más de 300.000 millones de dólares anuales, permitiendo ofrecer sus enormes excedentes de producción a precios totalmente irreales, mediante la competencia desleal y el “dumping”. Esto ha distorsionado hasta tal punto los mercados, que ha hecho inviable la producción de alimentos en la mayor parte de los países del Sur y ha limitado la posibilidad de que sus agricultores compitan en igualdad de condiciones. Por eso, resulta más costoso producir un kilo de maíz en Colombia, que producirlo e importarlo de Estados Unidos, incluido el subsidiado.
Bajo el modelo de liberación de mercados se plantea que la producción agrícola en el mundo, debe basarse en el concepto de la “competitividad”, pero los países desarrollados no reconocen las distorsiones de los mercados que está causando la protección mediante subsidios a sus agricultores, al tiempo que se exige eliminar estos subsidios a los países del Sur y reducir los aranceles para las importaciones agrícolas, lo que ha generado efectos críticos en la oferta nacional.
El gobierno colombiano ha emprendido la apertura generalizada a las importaciones de los productos básicos de la agricultura y la alimentación, cumpliendo las directrices contempladas en el «Acuerdo sobre Agricultura de la OMC», sobre liberación de la agricultura y desmonte de subsidios a los agricultores de los países del Sur, y también siguiendo las directrices de los acuerdos bilaterales de comercio, establecidos principalmente con Estados Unidos.
Ahora Colombia depende de alimentos básicos importados, siendo Estados Unidos, Canadá y Argentina los principales proveedores de maíz y soja. Esta apertura a las importaciones ha tenido un fuerte impacto en la economía nacional, ya que ha producido un gran desabastecimiento de alimentos junto con la pérdida de los sistemas de producción nacional, especialmente de los pequeños agricultores, que los ha llevado a la ruina y ha reducido las limitadas posibilidades de supervivencia del campo. Estos agricultores son los que históricamente han sustentado gran parte de la seguridad alimentaria del país: sí tomamos toda el área cultivada para el 2000, los pequeños agricultores sembraron el 80% del área del maíz, el 89% de la caña panelera, el 89% del Fríjol, el 75.5% de las hortalizas y el 86% de la yuca.
De exportadores a importadores netos de alimentos
Al revisar la situación del sector agrícola de Colombia, en la última década ha disminuido en más del 60% el área sembrada con cultivos transitorios y se ha desarticulado la producción agrícola campesina. Por ejemplo, al comenzar la década de 1990 se producía internamente el 95% del maíz de consumo nacional, pero para el año 2002 se importaron más de dos millones de toneladas, lo que representa el 75% del maíz que requiere el país (Colombia es el sexto importador de maíz proveniente de Estados Unidos). Situación similar ha ocurrido con la soja: la producción nacional pasó de 193.597 toneladas en 1991 a 55.656 en el 2001, disminuyendo el 73% de la producción y el 77% del área cultivada. En el caso del algodón, en 1991 la producción nacional fue de 414.539 toneladas, pero en el 2001 solamente se produjeron 122.682 toneladas, disminuyendo el 70% de la producción y el 79% del área cultivada.
Paradójicamente, la fuerte disminución del área agrícola ha estado acompañada del aumento descomunal del uso de plaguicidas: en 1990 la importación de herbicidas, insecticidas y fungicidas sumó 33.6 millones de dólares, pero en 1999 fue de 80 millones de dólares; es decir, aumentó en 237%. Esto indica que la crisis del sector agrícola del país está relacionada con la insostenibilidad de un modelo productivo que hace depender la producción del uso generalizado de agroquímicos, con los ya muy conocidos impactos ambientales y de salubridad pública.
El país dejó de ser autosuficiente en la producción nacional de alimentos e incluso pasó de ser exportador, de productos como arroz, maíz, papa, algodón, a ser importador neto de alimentos de la mayor parte de los productos que sustentan la agricultura y la alimentación. Es una vergüenza nacional que un país con enorme potencialidad para la producción de alimentos, haya importado en el 2002 ocho millones de toneladas de alimentos básicos, como maíz, soja, arroz, trigo, sorgo, ajonjolí, azúcar, legumbres, frutales, cacao, lácteos, huevos, aves, carnes rojas, pescados, tal como lo reflejan las estadísticas del Ministerio de Agricultura.
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