No ha habido palabra más manoseada por los medios de comunicación durante los últimos años que «millennial». El término ha tratado de definir ampliamente a los jóvenes nacidos entre principios de los ochenta y mediados de los noventa. Por su perfil social e histórico ha causado un gran interés, digamos, político: fue la primera generación alfabetizada digitalmente desde la infancia y también la primera que salió al mercado laboral post-recesión, uno arrasado y polarizado.
¿La generación que debía cambiarlo todo? Era una misión imposible, como es lógico. Una que ni siquiera está cerca de empezar.
La edad. Lo ilustra este mapa elaborado por @jacob_nyrup con los datos recopilados por WhoGov. En él observamos el porcentaje de millennials con cargo ministerial o de gobierno en los distintos ejecutivos europeos. Los porcentajes son más bien modestos. Sólo en los países escandinavos los millennial representan a más del 30% de los gobernantes. En muchos, como Suecia, Alemania, Bélgica o Países Bajos, ni siquiera figuran. España se encuentra en la parte baja de la tabla con un 11%.
¿Qué significa? Que si hay una guerra generacional entre boomers y millennials, los millennials la están perdiendo. Y a lo grande. Detrás de todas esas agrias discusiones sobre ideología woke, edadismo y pensiones subyace una clara derrota para las nuevas generaciones. No han tocado poder. Sólo una primera ministra europea, Sanna Marin, ha nacido después de 1981. En España, sólo tres ministros tienen menos de 40 años (los tres de Podemos, no por casualidad: Irene Montero, Ione Belarra y Alberto Garzón).
A la hora de la verdad, la edad pesa.
Nuestro caso. El porcentaje de España es llamativo si pensamos en la edad media del actual ejecutivo: 50 años, la más baja de la historia de la democracia y una muy baja en comparación a los gobiernos del resto de Europa, incluida la Comisión. El perfil joven de Podemos, el partido que recogió el testigo del 15M, contribuye a realzar el perfil renovado del gobierno. Uno que, bajo Sánchez, ha dado bandazos. Su primera formulación era mucho más vieja (55 años de media).
Más viejos. ¿Resulta inevitable que la política sea cosa de viejos? En cierto modo sí. Se requiere no ya de mucha experiencia práctica, sino de mucho bagaje en la trastienda de la política, para llegar a un alto cargo. Pero la tendencia se ha acrecentado durante los últimos años. Trump y Biden, los dos últimos candidatos a la Casa Blanca, tenían 73 y 77 años respectivamente en el momento de las elecciones; y la edad media de los congresistas estadounidenses ha pasado de los 50 a los 60 años en apenas tres décadas. La política no siempre fue anciana.
En Europa. Si volvemos a Europa hay señales similares: sólo en democracias jóvenes como Ucrania o Lituania, donde los relevos generacionales de las élites se han producido hace poco, hay un alto porcentaje de millennial. Si extendemos la horquilla a los late-genxers, los nacidos en la recta final de los setenta, el cuadro es más amable: los gobernantes de Estonia, Dinamarca, Irlanda o Francia tienen menos de 45 años. Son la savia nueva de la política europea. Pero a duras penas son «jóvenes».
También es cierto que los millennial aún tienen tiempo: los más viejos tienen unos 40 años, una edad temprana en política, mientras que los más jóvenes están llegando ahora a la treintena. Ahora mismo, no obstante, la política joven sigue subordinada a la Generación T (de tapón). Si hay una batalla entre unos y otros, están ganando los segundos.
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