Nos acercamos ya al final de 12 meses, 365 días y 8.760 horas de vivencias personales, familiares y sociales. Durante este año han ocurrido acontecimientos realmente impactantes para nuestra vida individual y colectiva en la aldea global que habitamos.
El pernicioso virus nacido en la imperialista China comunista, de origen desconocido, sigue desconcertando a un mundo trastornado que pertrechado con vacunas, mascarillas y otros artilugios, pretende derrotar al cruel enemigo que asola y pone en riesgo nuestras economías, nuestras relaciones personales e incluso la paz de una sociedad mundial cada vez más rebelde frente a las desiguales imposiciones autoritarias y a las limitaciones de nuestras libertades.
Han fallecido, por distintas causas, personajes del mundo de la política, del cine, de la literatura o de las ciencias que han marcado toda una época. La política internacional se ha visto zarandeada por inimaginables sucesos como la toma del Congreso de los EEUU por los “simpatizantes” del populista Trump; la entrega del poder en Afganistán a los talibanes o las tensiones crecientes en las fronteras de Polonia con Bielorrusia con una desbordante crisis migratoria, además de las amenazantes maniobras militares de Rusia en los límites de Ucrania.
Por otra parte la Unión Europea se ha visto sacudida por la espantada de uno de sus socios más emblemáticos como ha sido Gran Bretaña además de la reciente confrontación jurídico-política con Polonia que amenaza con abrir una impredecible brecha en el seno de la Unión. Si a esto se le añade el gigantesco esfuerzo económico que está realizando para abastecer a sus Estados miembros de millones de vacunas o la aprobación de un Fondo de Recuperación dotado con 750.000 millones de euros, es evidente que cualquier otra medida dirigida a fortalecer la unión política queda relegada a un segundo plano.
Ante este complicado escenario internacional, España se ha balanceado entre los desastres naturales como la borrasca Filomena, el incendio de Sierra Bermeja o la erupción del volcán Cumbre Vieja de la isla de La Palma y los terremotos políticos y económicos, preludio de coladas que amenazan inundar los hogares de los españoles de crispación, pobreza e incertidumbre.
La constante e insufrible presión mediática al hilo del coronavirus; la imparable subida de precios; la vaciedad parlamentaria y la escasa inteligencia e inmadurez política de la mayoría de nuestros dirigentes, dispuestos a enterrar nuestros valores, tradiciones e incluso nuestra lengua común, hace que este año, a punto ya de finalizar, sea despedido por los españoles entre una mezcla de tristeza y esperanza.
La esperanza de que tantos esfuerzos realizados por sanitarios, laboratorios y gente de bien para hacer frente a la pandemia tengan su recompensa final; la esperanza de que se recupere la economía, el empleo y la confianza empresarial y la esperanza de que nuestra clase política abandone el aldeísmo localista, la peligrosa confrontación ideológica y la permanente ocultación de la verdad en favor de la transparencia, la libertad y la concordia.
Nuestro Rey Felipe VI lo ha expresado con claridad en su reciente mensaje de Navidad, refiriéndose a la Constitución: “Su espíritu nos convoca a la unidad frente a la división, al diálogo y no al enfrentamiento, al respeto frente al rencor, al espíritu integrador frente a la exclusión; nos convoca permanentemente a una convivencia cívica, serena y en libertad”.