Desde hace varias semanas se habla de una posible «gripalización» de la pandemia de Covid-19. La variante ómicron infecta mucho más que las otras pero tiene una letalidad menor. Van dos años de pandemia y cada vez son más las voces que piden asumir que la Covid va a ser una enfermedad endémica como tantas otras y que se ha de volver a la «vieja» normalidad. Entre ellos los médicos de familia. Os lo cuento.
La Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (Semfyc) ha publicado un editorial en su revista oficial que ha titulado Hacia el fin de la excepcionalidad. En él cuentan que la llegada de ómicron
está dejando una gran cantidad de infecciones con niveles máximos de incidencia, pero con pocos casos graves en términos relativos».
Según datos del Instituto de Salud Carlos III, actualmente la mitad de las infecciones detectadas son asintomáticas y los indicadores de hospitalización y muerte están en mínimos históricos.
La baja frecuencia de enfermedad grave, junto a la saturación tanto de la Atención Primaria como de Salud Pública por casos leves, «nos debe llevar a replantearnos cómo afrontar la pandemia a partir de este momento», explican estos médicos.
Y continúan:
El virus no va a desaparecer. El escenario más probable es que el SARS-CoV-2 conviva con nosotros durante muchos años. (…) No sabemos si en el futuro seguirán existiendo este tipo de olas ni con qué cadencia (por ejemplo, la gripe o el virus respiratorio sincitial (VRS) se presentan en una única epidemia anual) o si entrará en una endemia estacional con una circulación más o menos constante durante los meses fríos (…)
Tampoco es descartable, aunque resulta poco probable, que acabe desapareciendo como sucedió con el SARS-CoV-1, que circuló entre 2002 y 2004″.
Ómicron, siempre según estos profesionales,
podría representar un paso en la evolución de SARS-CoV-2 hacia un coronavirus catarral; solo el tiempo dirá si es así (…) los humanos nos infectamos (o más recientemente nos vacunamos) y en este proceso desarrollamos una respuesta inmunológica que nos protege de nuevas infecciones y especialmente de enfermar de forma grave en el futuro.
De esta forma se llega a un equilibrio o conllevancia entre virus y humanos: infecciones leves y repetidas durante la infancia y la juventud van construyendo una buena inmunidad que nos protege de infecciones potencialmente graves en la edad avanzada.
Lo esperable sería que, una vez vacunadas las personas vulnerables, todos nos contagiemos múltiples veces en nuestros repetidos contactos con el virus, y que este hecho vaya mejorando nuestra inmunidad tanto individual como colectiva».
Es decir:
Cada nueva ola aumenta la inmunidad poblacional hasta lograr un equilibrio entre la evolución del virus y la capacidad de nuestro sistema inmunitario para combatirlo».
Aunque las vacunas siguen siendo muy efectivas contra la enfermedad grave, según la Semfyc, no lo son tanto contra la infección y la enfermedad leve, especialmente con ómicron. Por ello están a favor de vacunar a las personas «de riesgo».
A la gente joven y sana se les debe ofrecer la vacuna,
pero vacunarlos no debe ser una prioridad del sistema de salud; en este caso hay que introducir valoraciones de beneficio-riesgo y de número de personas a vacunar para evitar una hospitalización o muerte.
En el caso particular de la población infantil, la vacunación debería valorarse caso a caso entre la familia y su equipo de salud».
Sobre las inyecciones de refuerzo estos médicos opinan como la Sociedad Española de Inmunología (SEI) que hoy duda de que las vacunaciones masivas, no individualizadas, no son coherentes:
Parece claro que las dosis de recuerdo deberían reservarse para las poblaciones más vulnerables», argumentan desde la Semfyc.
Vacunar a toda la población, incluyendo a la de muy bajo riesgo y la infantil, no va a evitar la circulación del virus. Vacunarse o no es una decisión individual:
No se debe presionar a nadie para que se vacune en aras de un beneficio colectivo que no sabemos hasta qué punto existe y cuánto tiempo podría durar».
Y cargan además contra los pasaportes sanitarios:
Los certificados de vacunación para acceder a ciertos servicios, más allá de las dudas éticas sobre su implantación, carecen de evidencia científica sobre su utilidad en la disminución de contagios y casos graves».
No escapan a su escrutinio crítico los grandes medios de comunicación, ni el poder ejecutivo:
Algunos gobiernos, ‘expertos’ en Covid y medios de comunicación siguen usando el miedo como estrategia comunicativa (…) Se retransmiten en directo cifras récord de contagios sin aclarar que la mitad son asintomáticos y que la inmunidad conseguida y la llegada de ómicron han roto por completo la relación entre contagios, enfermos, ingresos y muertes».
Nunca antes ha existido tanta confusión entre el número de personas contagiadas, detectadas, contagiosas y enfermas.
Tenemos -continúan- que dejar de contar y reportar el número de infecciones diarias, que ya no tienen ningún interés: la sexta ola puede haber infectado a más del 10% de la población en pocas semanas, mientras que los casos graves se han mantenido en valores relativamente bajos.
Lo importante siempre deberían haber sido las defunciones y hay que distinguir si las defunciones son por Covid o con Covid. «Tendremos que admitir como sociedad (igual que hacemos con la gripe, el tabaquismo, los suicidios o los accidentes, entre otras muchas causas) que durante los próximos años habrá un número de defunciones por o con Covid que serán inevitables«, añaden.
Y avisan: «La pandemia no acabará cuando no haya defunciones, sino cuando los medios y gobiernos les den el mismo tratamiento que al resto de causas».
Al miedo se le une a menudo la culpabilización:
Contagiarse o contagiar un virus respiratorio no es culpa de nadie. Si los casos suben, no es porque ‘nos hayamos relajado’ o porque ‘nos portemos mal’. Como se ha visto, la dinámica de una epidemia es mucho más compleja y en ella influyen multitud de factores (…)
Los gobiernos no pueden traspasar a los ciudadanos sus responsabilidades en estos ámbitos».
Medidas como el confinamiento domiciliario inicial hasta confinamientos perimetrales, limitación de aforos o cierre de negocios, toques de queda, uso obligatorio de mascarillas, educación superior no presencial o limitación de reuniones, no se han mostrado lo suficentemente eficaces.
Ha faltado una correcta evaluación de la relación beneficio-riesgo de cada una de las medidas adoptadas y un verdadero debate social sobre su implantación.
En el momento actual ya no tiene sentido mantenerlas y debe planificarse su eliminación, empezando por la absurda recuperación de la obligatoriedad de la mascarilla en espacios exteriores»indican los médicos de familia.
Y concluyen que debemos recuperar cuanto antes la «vieja» normalidad, es decir, la vida como la conocíamos antes de marzo de 2020: sin mascarillas ni limitaciones de la interacción social:
El objetivo debe ser tratar la Covid como hacemos con la gripe: diagnóstico clínico y recomendaciones generales sobre autocuidado y prevención de contagios a personas vulnerables, reservando la atención sanitaria para las personas que lo necesiten por su sintomatología o vulnerabilidad
(…) Ni el sistema de salud ni la sociedad en su conjunto pueden permitirse continuar testando a personas asintomáticas o con síntomas leves y aislando a todos los positivos, con las consecuencias que ello conlleva a nivel social y económico por las bajas laborales masivas de personas sanas.
Debemos acabar con la excepcionalidad: la Covid-19 debe ser tratada como el resto de enfermedades. La inmunidad adquirida y la llegada de ómicron así lo permiten».
http://www.migueljara.com/2022/01/25/la-gripalizacion-de-la-covid-19-y-el-fin-de-la-pandemia-segun-los-medicos-de-familia/
Hace años aparecian en televisión imágenes de Japón en las que se apreciaban algunos ciudadanos portando mascarillas por la calle mientras los demás no las llevaban. Me resultaba intrigante y pensaba que eran unos aprensivos que trataban de evitar un posible contagio de gripe, o bien que era fruto de la alta contaminación de las ciudades; pero un día, hace poco, me enteré del verdadero motivo. Cuando a los japoneses les diagnostican gripe, ellos, en un ejercicio de responsabilidad individual, se colocan la mascarilla al salir a la calle o ir a trabajar para evitar así contagiar a otras personas. No están buscando su beneficio sino evitar perjudicar a otros. Nadie les obliga a ello, lo hacen por convicción propia.
Desde ése momento mi respeto y admiración por la sociedad japonesa ( aunque también es práctica habitual en otros paises asiáticos ) es aún mayor de lo que ya era.
( Y mientras aquí parece que usar mascarilla sea un castigo bíblico )