De manera muy general, el pensamiento de segundo orden es pensar sobre lo pensado. Analizar las consecuencias de las consecuencias de algo. Se emplea para comprender mejor la realidad, en especial si es novedosa, para resolver problemas, tomar decisiones y generar nuevas ideas. La contrapartida es que es un tipo de pensamiento muy escaso.
La mayoría de las personas tiende a pensar solo en soluciones y efectos a corto plazo. Esto es, en las consecuencias o impactos inmediatos de una idea o una acción.
El pensamiento de segundo orden implica profundizar y proyectarse más allá. Por lo tanto, es más exigente y, por lo mismo, menos utilizado. Al mismo tiempo, el pensamiento de segundo orden es mucho más eficaz, tanto en el plano personal como en el colectivo. Produce mejores decisiones y conductas más ajustadas. Aun así, no se practica mucho por el esfuerzo que demanda.
“El pensamiento de segundo orden es más deliberado. Es pensar en términos de interacciones y tiempo, entendiendo que, a pesar de nuestras intenciones, nuestras intervenciones suelen causar daño. Los pensadores de segundo orden se preguntan: ‘¿Y luego qué?’”.
-Shane Parish-
El pensamiento de segundo orden
El pensamiento de segundo orden se ubica en el marco del pensamiento lógico y racional. Por lo tanto, funciona de la misma manera. Lo que le diferencia del pensamiento de primer orden es la proyección que alcanza. Mientras este último solo analiza el efecto inmediato de una acción, el de segundo orden evalúa el efecto del efecto.
Aunque este tipo de pensamiento se promueve sobre todo en el marco de la ciencia y en el mundo empresarial, lo cierto es que puede aplicarse a cualquier tipo de situación, incluyendo la vida personal. Es una forma de salir de los análisis simples y obvios, y de profundizar en la realidad.
La mayor ventaja del pensamiento de segundo orden es que permite ver la realidad en perspectiva. Esto conduce a ideas más interesantes, soluciones más eficaces y decisiones más sólidas. Exige un esfuerzo adicional, frente al pensamiento corriente, pero también ofrece más beneficios.
Un ejemplo ilustrativo
Para comprender mejor qué es el pensamiento de segundo orden, nada mejor que valernos de un ejemplo. Una situación que lo ilustra se dio en el momento en el que la India, bajo el gobierno del imperio británico, vivió una superpoblación de serpientes cobras en Delhi.
Para resolver este problema, las autoridades fijaron una recompensa monetaria para quienes entregasen estos animales muertos. Todo funcionó muy bien hasta que a algunos negociantes se les ocurrió criar cobras para luego matarlas y cobrar la recompensa.
¿Cuál fue el resultado? Las autoridades se dieron cuenta de la trampa y eliminaron la recompensa. Frente a esto, los negociantes soltaron las serpientes que tenían en su haber y la ciudad se vio nuevamente afectada.
Los obstáculos para pensar lo que se piensa
El ser humano es cortoplacista por naturaleza. Al cerebro no le atrae mucho la complejidad. Lo suyo es ahorrar energía y por eso suele decantarse por las salidas fáciles y sencillas. Por lo tanto, al ubicarnos en el pensamiento de segundo orden, tenemos que ir un poco en contra de esa tendencia natural y soportar una mayor carga cognitiva.
De otro lado, hay varios sesgos cognitivos que llevan a optar por lo inmediato. En particular, los siguientes:
- Sesgo optimista. Tiene que ver con la tendencia a pensar que todo irá bien. Eso hace que la primera idea que se venga a la cabeza muchas veces resulte lo suficientemente atractiva, en apariencia, para perseverar en ella.
- Efecto de anclaje. Este sesgo lleva a confiar demasiado en la primera información que se recibe, o ancla, al momento de tomar decisiones. Así, se acepta o se rechaza algo con base en muy pocos datos.
- Efecto de dotación. Lleva a pensar que algo vale más por el solo hecho de poseerlo. Impide ver con objetividad el valor de lo propio y de lo ajeno.
Claves para desarrollar el pensamiento de segundo orden
El pensamiento de segundo orden no se puede utilizar para todos los problemas, decisiones o salidas. No tiene sentido aplicarlo para saber qué ropa ponerse, a menos que esto sea absolutamente determinante para algo. Lo razonable es aplicar este tipo de pensamiento a los asuntos más relevantes.
Una clave para aplicar el pensamiento de segundo orden es utilizando la fórmula “¿Y entonces qué?”. Por ejemplo: “Voy a comprar un coche eléctrico, ¿y entonces qué?”, “ya no tendré que volver a la gasolinera, ¿y entonces qué?”, “podré cargarlo en mi propia casa, ¿y entonces qué?”, “subirá la cuenta de la luz, ¿y entonces qué?”, “gastaré más en esa cuenta, de lo que antes gastaba en gasolina, ¿y entonces qué?”, etc.
Otra clave es pensar a largo plazo. Esto es, pensar en las consecuencias de las cosas a uno, tres y cinco años. No es un ejercicio fácil, pero sí la esencia del pensamiento de segundo orden. Finalmente, se debe pensar en los posibles afectados, en los riesgos, valorar los incentivos y sustentar todo esto con opiniones expertas o datos históricos.
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