Harriet: He leído muchas veces que Ramana Maharshi prefería enseñar en silencio. Nunca tuve esa impresión de Nisargadatta Maharaj. ¿Tenía la gente alguna vez la oportunidad de sentarse en silencio con él?
David: Durante los años en que le visité, temprano por la mañana se podía meditar en la sala donde impartía sus enseñanzas. No recuerdo exactamente cuánto tiempo, pero creo que durante una hora y media aproximadamente. Maharaj estaba ahí, pero realizando sus actividades matutinas habituales. A veces aparecía solo con una toalla en la cintura como si se fuera a dar un baño; en otras ocasiones se sentaba y leía el periódico. Nunca tuve la sensación de que estuviera haciendo un esfuerzo consciente para enseñar en silencio tal como hacía Ramana Maharshi, quien miraba a la gente y le transmitía una especie de gracia.
Sin embargo, parecía ser consciente de los estados mentales de todas las personas que estaban allí sentadas, y con bastante frecuencia se quejaba de ellas. Una mañana dijo de repente: «Sé quién está meditando aquí y quién no, y sé quién está entrando en contacto con su Ser. En este momento solo hay una persona que lo esté haciendo; el resto estáis perdiendo el tiempo». Después siguió con lo que estaba haciendo.
Era verdad que muchos no iban allí a meditar; solo lo veían como una oportunidad de estar con él en su casa. Puede que estuvieran sentados en el suelo con las piernas cruzadas, pero la mayor parte del tiempo en vez de meditar lanzaban miradas furtivas para ver qué estaba haciendo él. Un día se cansó de que le espiaran de ese modo y estalló: «¿Por qué estáis abarrotando el suelo de mi casa de esta manera? ¡No estáis meditando; lo único que estáis haciendo es incordiar! ¡Si tenéis ganas de sentaros en alguna parte, marchaos y sentaos durante una hora en la taza del inodoro! ¡Al menos allí estaréis haciendo algo útil!».
Harriet: Y, durante el resto del día, cuando estaba a disposición de la gente que quisiera hacerle preguntas, ¿se sentaba alguna vez en silencio durante esos períodos?
David: Había dos períodos en los que se le podían hacer preguntas: uno al final de la mañana y otro por la tarde. En ambas sesiones había intérpretes. En ellas animaba a la gente a hablar, o, al menos, cuando empecé a ir a visitarle, sí lo hacía. Después, utilizaba esas sesiones para dar largas charlas sobre la naturaleza de la conciencia. Si nadie tenía nada que decir, nunca se quedaba sentado en silencio. Pedía de forma activa que se le hicieran preguntas, pero si nadie quería preguntarle nada, empezaba a hablar él.
Yo solo tuve una oportunidad de sentarme con él en completo silencio, y eso fue al principio del monzón del verano. Cuando estalla el monzón en Bombay, habitualmente hacia el final de la primera semana de junio, caen lluvias muy intensas que paralizan la ciudad. Normalmente los drenajes se obstruyen, y durante un día más o menos la gente camina con el agua hasta las rodillas. Y no solo hay agua: las alcantarillas rebosan y los animales que viven en ellas se ahogan. Cualquier persona lo suficientemente valiente como para salir a andar por el agua irá moviéndose entre aguas residuales, basuras anegadas y los cadáveres de los animales que se hayan ahogado recientemente. El transporte público se paraliza, ya que en muchos lugares el nivel del agua es demasiado alto para poder conducir.
Una tarde un compañero y yo fuimos con el agua alta hasta la casa de Maharaj. Los dos estábamos alojados en una pensión barata ubicada a unos doscientos metros de distancia, de modo que no era una gran caminata. Al llegar, nos restregamos hasta quitarnos la porquería con el agua de un grifo que había en la planta inferior y nos dirigimos a la sala. Pareció sorprendido de vernos; creo que pensaba que las inundaciones harían que no fuera nadie. Dijo en maratí que esa tarde no habría sesión porque no podría venir ninguno de los intérpretes. Di por hecho que quería que nos marcháramos a nuestra pensión, pero los dos hicimos como si no hubiéramos entendido lo que estaba tratando de decirnos. Después de uno o dos nuevos intentos inútiles de convencernos de que nos marcháramos, se dio por vencido y se sentó en una esquina de la sala con un periódico tapándole la cara para que ni siquiera pudiéramos mirarle.
A mí me daba igual; era feliz por el mero hecho de estar sentado en la misma sala en la que se encontraba él. Me senté allí en absoluto silencio cerca de una hora, y esa fue una de las experiencias más maravillosas que tuve con él. Sentí que descendía sobre mí un intenso silencio, sólido como una roca, que a medida que pasaban los minutos se iba haciendo cada vez más profundo. Un resplandor de conciencia me inundaba por completo; cualquier tipo de pensamiento era completamente imposible. No te das cuenta de la monstruosa imposición que ejerce la mente hasta que has vivido sin ella durante un breve período de tiempo, completamente feliz, totalmente en silencio y sin hacer ningún tipo de esfuerzo. Durante la mayor parte de ese rato miré a Maharaj. A veces pasaba una página y miraba hacia nosotros, y cuando lo hacía parecía que seguía enfadado porque no nos hubiéramos ido. Yo sonreía interiormente por su molestia, porque no me afectaba en modo alguno. No tenía la menor conciencia ni sensación de ser un lastre; no sentí ninguna vergüenza. Estaba descansando satisfecho en mi propio Ser.
Al cabo de una hora más o menos, se levantó y nos echó. Yo me postré y me marché. Posteriormente me pregunté por qué no se sentaba en silencio más a menudo, ya que, sin duda, una poderosa energía emanaba de él cuando estaba en silencio. Ramana Maharshi decía que el hecho de hablar interrumpía el flujo de la energía silenciosa que emanaba. A veces he pensado si ocurría lo mismo con Maharaj.
Harriet: Y ¿a qué conclusión llegaste?
David: Me di cuenta de que su naturaleza no era estarse quieto. Su método de enseñanza se basaba en hablar y discutir. Ahí es donde se encontraba más cómodo.