Por Magdalena del Amo*.- Los libros de historia no relatan el origen o las causas reales de las guerras, lo cual nos hace vivir en la ignorancia hasta que a través de análisis más independientes y panorámicos descubrimos la verdadera intrahistoria de los hechos. Franklin Delano Roosevelt decía que “en política –y las guerras lo son—, nada es casual. Si algo sucede, estad seguros de que se planeó así”.
A propósito de las guerras, Julian Assange decía hace unos días en una entrevista que el problema número uno de la sociedad es la ignorancia y criticaba a las organizaciones creadoras de noticias falsas y a los medios de comunicación por difundir mentiras y bulos para crear la opinión pública. Añade que casi todas las guerras de los últimos cincuenta años fueron debidas a las mentiras y tergiversaciones de los medios de comunicación. Ante la perversidad de los mass media, se plantea si no estaríamos mejor sin ellos. No podemos estar más de acuerdo y así lo llevamos manifestando desde hace años.
Los grupos encuestadores juegan un importante papel en el proyecto de manipulación a gran escala, según interese a “los señores que tras bambalinas mueven los hilos”. Así, en cuanto a política, finanzas, energía y otras cuestiones de interés internacional, las encuestas que publican las grandes empresas de comunicación, como la Fox, AP, UPI, Reuters, NBC, CBS, CNN, ABC, periódicos como The New York Times, The Wall Street Journal, The Washington Post, The Financial Times y revistas como Time, Newsweek o The Economist marcan la pauta sin que el ciudadano sospeche lo más mínimo. Como asegura el exagente del MI6, John Coleman, “mucho de lo que leemos en los periódicos ha sido aprobado por las compañías de demoscopia. […] Lo que vemos es lo que los encuestadores creen que debemos ver. A esto se le llama creación de la opinión pública”. Estos grupos, por medio de sus muchas estrategias tienen la capacidad de moldear la opinión de los ciudadanos en cuestión de semanas o incluso de días.
William Randolf Hearst es un nombre que, posiblemente, a muchos no les diga nada; pero si decimos Ciudadano Kane, enseguida aparecerá en nuestra mente la figura del extravagante y corrupto dueño del periódico, que tan magistralmente interpretó Orson Wells, dando vida a Charles Foster Kane, una copia de ficción de Hearst, propietario de la mayor cadena de periódicos de Estados Unidos.
En Ciudadano Kane, el dibujante enviado a la isla de Cuba para informar del conflicto tras el hundimiento del Maine, al ver que todo estaba en calma y que no había ninguna noticia sobresaliente, llamó a su jefe y le dijo que, dado que allí no ocurría nada, deseaba volver. Es entonces cuando el magnate profiere las palabras que a todos nos dejaron estupefactos cuando las oímos por primera vez: “Envíame imágenes y yo haré la guerra”. Eso era película, pero muestra la realidad, y de eso sabemos mucho hoy.
La prensa siempre jugó un importante papel propagandístico en la formación de la opinión pública, en la actualidad, con técnicas mucho más sofisticadas. El hundimiento del Maine, los incidentes del golfo de Tonkin, Pearl Harbor, la primera y la segunda guerra mundial, la subida de Hitler al poder, la guerra del Vietnam, la muerte del presidente Kennedy y otros magnicidios, las Torres Gemelas, el 11-M, la guerra de Irak, la de Siria o la reciente pandemia, de la que aún no hemos salido, tienen lecturas muy distintas cuando se dispone de las piezas para montar el fresco.
A los pueblos no les gustan las guerras. Es uno de los terrores grabados en el inconsciente colectivo de la humanidad, a la altura del hambre y los desastres naturales. Los ciudadanos nunca apoyarían una guerra de no ser víctimas de una campaña de manipulación previa, con sesiones posteriores de refuerzo. En el conflicto Rusia-Ucrania están empleando la misma dinámica de la pandemia. Mentiras y tergiversaciones, apoyadas con escenas de otros tiempos y lugares e imágenes creadas con programas de animación. Relatos preestablecidos con los cuales los contadores de noticias y los tertulianos de turno –hablantes de todo y expertos en nada— intoxican y polarizan al personal.
En el caso que nos ocupa, la polarización es total. Se nos muestra una historia de buenos y malos, al más puro estilo arquetípico de los cuentos infantiles o las “hazañas bélicas”. Desde la oficialidad se presenta a un Valdimir Putin dictador, con delirios de zar, exagente de la KGB y miembro de la Stasi, poseedor de todos los vicios y capaz de cualquier cosa. Desde la disidencia, todo lo contrario: se obvian los defectos del pasado y se ensalzan los supuestos valores del presente. Se le vende como un baluarte frente al globalismo, un defensor del cristianismo y los valores de occidente, un freno contra el Nuevo Orden Mundial. A Volodimir Zelensky se le cataloga como un pobre y comediante peón de las élites, ayudado por la OTAN. No lo negamos. En otro artículo abordaremos el tema del tráfico de bebés y las armas biológicas encontradas en Ucrania.
¿De qué lado estamos en este conflicto? De ninguno. Siempre a favor de la paz. Quienes desconfiamos de los dos bandos, queremos situarnos en un justo medio, lo más aristotélico posible. De la Unión Europea, a la que pertenecemos, no podemos esperarnos nada bueno. Basta enumerar las iniciativas de los últimos años, más en concreto las relativas a la gestión de la pandemia o, mejor dicho, a su complicidad con los entes oscuros del NOM, que consistieron principalmente en legalizar la aspersión de químicos y nanopartículas a la atmósfera por medio de aviones; la experimentación con humanos a través de las vacunas covid, que están causando miles de muertos, los encierros y los pases covid. Todo ello, a través de la Comisión, con engaño a los parlamentarios electos, a los que no se les permitió fotocopiar informes ni tomar notas. ¡Y qué decir de Estados Unidos, con un Joe Biden como representante de lo más genuino del Estado profundo, embarrado hasta la médula en temas de pederastia y otros asuntos oscuros!
Pero no por esto vamos a rendirnos ante Vladimir Putin, a quien queremos ver cuanto más lejos mejor. No por lo que fue en el pasado –todo el mundo tiene derecho a cambiar y a redimirse, sobre todo, de los errores de juventud—, sino por lo que es en el presente. No podemos defender un régimen como el de Rusia, donde las libertades brillan por su ausencia. En concreto, libertad de prensa no existe y a los periodistas disidentes se les persigue y asesina; dicho de otra manera: aparecen muertos en extrañas circunstancias. Putin no permite la existencia de medios de comunicación disidentes, ni que se investigue sobre su vida pasada o sobre sus negocios y los de su núcleo duro, todos ellos multimillonarios. Así ha conseguido su popularidad y mantenerse en el poder.
No creemos que Putin no sea globalista, como arguyen sus veneradores. Son conocidos sus contactos con Klaus Schwab y otros miembros de las élites. Pero desconocemos las exigencias de Rusia para sumarse al gran reinicio, y qué parte de la tarta global se le ha ofrecido para entrar en el marco de la Agenda 2030; más que a Rusia, hay que referirse a los intereses de Putin y de los oligarcas que llevan años ayudándole a mantenerse en el poder, ya que en este nuevo reparto del mundo, más que de países hay que hablar de corporaciones.
En cuanto a su defensa de los valores cristianos, más bien parece puro márquetin. Participar en las ceremonias y fotografiarse con los jerarcas ortodoxos no dejan de ser actos propagandísticos de cara a la galería, en un pueblo que lleva el estigma de la persecución religiosa. Enriquecerse desmedidamente por su situación de privilegio, confinar a los disidentes y a los homosexuales en campos de concentración no es muy cristiano que digamos. “Por sus frutos los conoceréis”, dice el Evangelio. Y Putin no sale muy bien parado.
Por todo ello, no podemos estar con Rusia ni con la OTAN. Siento esta polarización como una consecuencia más de quienes están al frente del tablero, jugando con sus tanques, soldaditos de carne y hueso y civiles que huyen a ninguna parte, con cuatro bártulos al hombro, sus mascotas y sus niños. Desgraciadamente, es el atrezo del conflicto, como unos meses atrás lo fueron los muertos de las residencias. No sé si a algún lector le parecerá descarnado mi análisis, pero me siento en tierra de nadie, quizá en mi propia tierra de pensamiento libre, fuera de emociones inoculadas a propósito. Sé que estoy reaccionando al contrario de lo que se espera, y eso os recomiendo. Es vital no entrar en el bucle para conservar la lucidez y la paz mental y de espíritu. Eso no quiere decir carencia de empatía o falta de solidaridad con los que sufren. Sufrimos con ellos, pero no les seguimos el juego a los torturadores.
Sigo pensando que no van a conseguir implementar su plan siniestro. Aunque, por momentos, flaqueemos y creamos que todo está perdido, no es así. En lugar de poner nuestras esperanzas en Putin o en cualquier otro líder que se presente como benefactor, confiemos en nosotros, en nuestra capacidad para la práctica del bien. Solo tenemos que decidirlo y mantenernos activos y unidos. Es hora de orar, de meditar, de conectar nuestros corazones. Lo demás vendrá solo. No conseguirán cambiar nuestra esencia mientras mantengamos la lámpara encendida y la mirada dirigida hacia la Divinidad.
*Psicóloga, periodista y escritora