Por Jose
Robert Sapolsky (Nueva York, EE.UU., 1957) es uno de los más importantes científicos del comportamiento del mundo. Este neurocientífico, que pasó tres décadas estudiando la relación entre el estrés y la degeneración neuronal en otros primates, es profesor de Ciencias Biológicas y Neurología en la Universidad de Stanford, además de ser investigador asociado en el Museo Nacional de Kenia. Después de toda una vida dedicada a investigar y tratar de entender el cerebro y la toma de decisiones, su conclusión es que no se puede hacer responsable a las personas de sus decisiones, sino que están marcadas por la biología (básicamente cómo se conformó tu cerebro y cómo se comportan las hormonas), el ambiente en el que interactúas (cuestiones como si tienes hambre o no en el momento de tomar la decisión, o estás cansado o estresado, etc), y la infancia y educación que tuviste.
En su nuevo libro ‘Decidido. Una ciencia de la vida sin libre albedrío’ (publicado en España por Capitán Swing) desarrolla esta teoría citando infinidad de investigaciones al respecto, algunas dedicadas a cómo situaciones que tienen que ver con el maltrato, el trauma o el estrés crónico moldean el cerebro (y por lo tanto, influyen en la toma de decisiones) y otros estudios que demuestran cuestiones más específicas, como que los hombres heterosexuales toman decisiones imprudentes, como cruzar la calle en un lugar con abundante tráfico y sin semáfos si tienen cerca una mujer atractiva, cómo los jueces son más favorables a conceder la libertad condicional a los presos si tienen el estómago lleno o cómo, a medida que va avanzando el día, nos cuesta tomar decisiones difíciles, como por ejemplo, los médicos son más proclibes a pedir menos pruebas a sus pacientes y recetar un mayor número de opiáceos en su lugar.
«Esencialmente, todos los aspectos de tu infancia sobre los que no tenías ningún control esculpieron tu cerebro adulto», dice en el libro. Incluido el mes de nacimiento, por citar el más obvio. «¿Que la suerte se equilibra con el tiempo? Ni en broma». No eres responsable de las decisiones que tomas, te conviertan estas en un asesino en serie o en un prestigioso neurocirujano que salva vidas: ninguna es mérito tuyo. Sapolsky atiende a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA, del grupo Prensa Ibérica, por videoconferencia desde California, donde vive.
-¿Por qué decidió dedicar un libro entero a refutar la idea de que tomamos decisiones libremente?
Escribí otro libro hace algunos años, llamado ‘Compórtate. La biología que hay detrás de nuestros mejores y peores comportamientos’ (Capitán Swing, 2018) en el que básicamente explico de dónde viene el comportamiento social humano, que viene de lo que ocurrió en tu cerebro hace un segundo, en tus hormonas hace una hora, y en tus genes desde que te conformaste como persona. Y asumí que a todas las personas que leían el libro les quedaba claro que lo que decía entre líneas es que no existe el libre albedrío. Y me parecía sorprendente la cantidad de gente que, en las conferencias que daba al respecto, se me acercaba al final y me decía: «si es verdad lo que dice, no hay tanto libre albedrío como pensamos». Y yo pensaba: dios mío, después de escribir 800 páginas de un libro parece que he sido demasiado sutil. Me di cuenta de que tenía que escribir un libro menos sutil. Y en este libro básicamente lo que digo es que cuando revisas la evidencia científica no te queda espacio para pensar que existe el libre albedrío.
-Es difícil de aceptar, pero ¿qué ocurriría si, por poner un ejemplo, mañana se despierta y resulta que todo el mundo ha asumido que no somos dueños de nuestras decisiones?
Estoy bastante seguro de que si todo el mundo entendiera que no somos dueños de nuestras decisiones, el mundo se derrumbaría completamente. Este tipo de cosas requiere un plan de 500 años. Confío en que la gente entienda que el tema que aparece de manera recurrente en el libro es que si realmente crees que no tomamos las decisiones libremente no debe haber culpa ni elogios por ser quienes somos o por comportarnos bien o mal y no hay derechos (con expresiones como: «te lo mereces»). Hay que pensar el mundo de una forma completamente diferente. Y yo que pienso así desde hace 50 años, el 99% del tiempo,sin embargo, no puedo funcionar con ese pensamiento. Así que ciertamente no espero que muchas personas sean capaces de llegar a esta conclusión de golpe. En retrospectiva, ahora entendemos que las brujas no controlan el tiempo, parece obvio. Pero no era tan obvio hace 400 años, fue un proceso lento. Cuando yo era pequeño, si el niño que se sentaba a mi lado en el colegio tenía problemas para leer, diríamos que era un flojo o que no estaba motivado. Y en los últimos años hemos aprendido que existen diferencias en el aprendizaje, que puede haber algún problema en su estructura cortical o que tiene dislexia. Cada una de estas batallas importan. En relación a la meritocracia, al menos en Estados Unidos ahora mismo, hay una gran sacudida en torno a las grandes universidades de prestigio cuando observan lo increíblemente determinante que es la riqueza de las familias en relación a quién consigue acceder a estudiar en ellas. Cuando decidimos que un chico es listo y por lo tanto se merece entrar en esta universidad en realida ese chico lo que ha tenido es oportunidad y privilegio. Así que no sé, algo está cambiando, las universidades estadounidenses están empezando a revisar sus políticas de admisión, pero es una revolución que va a tomar cuatrocientos años. Hay que seguir empujando, intentándolo, igual que ahora no creemos en las brujas o no vemos de la misma manera la esquizofrenia.
–De acuerdo con esto, es importante entonces que existan políticas de discriminación positiva, como espacios reservados para que haya mayor diversidad racial o de género, ¿cierto?
Absolutamente, especialmente cuando se acompañan de tratar de educar a los niños y niñas para que piensen diferente cuando crezcan acerca de todas estas cuestiones. Por ejemplo, que no podemos culpar a alguien si termina siendo peligroso, porque no lo está decidiendo libremente, lo cual no quita que debamos proteger a la sociedad de las personas peligrosas. Esto es un gran problema, pero es importante entender que nadie termina siendo neurocirujano por sus méritos, porque se ha esforzado mucho, sino por todas las oportunidades que han tenido desde su nacimiento que otras personas no tuvieron. El problema de la meritocracia es que atribuimos una superioridad moral a quien consigue ser realmente bueno en algo. Es importante que, si tu vida va bien y consigues ser un ser humano decente, no sientas que te has ganado cada pequeña ventaja que has tenido en la vida.
-Suena casi un cliché concluir que todo depende entonces de la educación que recibimos de niños para ver quién vamos a ser como adultos, pero es lo que muestra la ciencia, ¿es así?
Es un problema gigante, pero la ciencia demuestra que la desigualdad y la adversidad en los primeros años de vida incrementa las posibilidades de que las cosas no salgan bien. Si creces en un entorno desfavorable las posibilidades de ser una persona peligrosa aumentan y hay que hacer algo al respecto. Lo que sí hay que sacar de la ecuación es que somos responsables de serlo, los sermones son completamente irrelevantes. En relación a la educación, no es una tarea fácil cambiarla. Muchas personas inteligentes están dedicando sus carreras a descubrir cómo hacerlo, y luego hay que añadir que seguramente serán escuelas que no reciben suficiente financiación. No sé cómo se cría a los niños para que tengan una mentalidad completamente diferente sobre el mundo. Mi esposa y yo, nuestros hijos ahora tienen veintitantos años, y crecieron con un entorno digital, internet, con intuiciones completamente diferentes a las nuestras sobre la privacidad, la distribución de información y lo que constituye una fuente confiable de información, por citar un ejemplo.
-Al final del libro menciona que la neurociencia está avanzando realmente rápido, así que me preguntaba si somos capaces de procesar toda la información que se está descubriendo…
Es abrumador. Cada año se publican varios cientos de miles de estudios científicos en neurociencia. En un encuentro anual se reúnen 40.000 neurocientíficos. Es realmente abrumador. Y nunca conseguimos tener una imagen clara de lo que conocemos, tenemos un mosaico de los que creemos tener patrones. Pero se está moviendo muy rápido y como la mitad de las evidencias que tenemos en neurobiología no tienen más de 25 años.
-¿Cuál cree que va a ser el próximo descubrimiento que rompa el paradigma o que son claves en los próximos años?
No sé, podría ponerme técnico de una forma muy aburrida, pero la neurociencia en este momento es bastante buena para describir lo que sucede con una célula en cada momento y qué la excita, y qué sustancias químicas y qué genes, y es bastante buena para describir qué hace esta parte del cerebro o qué hace esa otra parte. Eso está abarcado. El gran desafío es: ¿cómo se pasa de comprender lo que hace una célula a comprender lo que hacen 100 millones de ellas en esta parte del cerebro? Y ahí es donde entran cuestiones como la complejidad emergente y el caos. Ese es el siguiente tipo de frontera. Y eso va a tomar tiempo. Los neurocientíficos de mis bisnietos que podían pensar intuitivamente acerca de eso, cómo surgen patrones cuando tomas una de estas neuronas y la multiplicas 5 mil millones de veces y las juntas todas.
https://www.msn.com/es-es/salud/other/robert-sapolsky-neurocient%C3%ADfico-si-todo-el-mundo-entendiera-que-no-somos-due%C3%B1os-de-nuestras-decisiones-el-mundo-se-derrumbar%C3%ADa/ar-BB1lQhJv?ocid=hpmsn&cvid=d9fde079349549ab89d33f024ae2aa46&ei=134
Decidido, una reflexión algo tramposa sobre la no existencia del libre albedrío
Decidido. La ciencia de la vida sin libre albedrío. Por Robert Sapolsky. Capitán Swing Libros (25 de marzo de 2024). 707 páginas.
Sapolsky es un defensor acérrimo de la idea de que no existe el libre albedrío. Es una postura opuesta a la que defiendo yo. Pero como él lleva años estudiando el tema y yo, si he de ser sincero, defiendo su existencia fundamentalmente porque es lo que quiero creer, decidí que podía ser muy interesante leer este libro en el que expone sus argumentos. A fin de cuentas si sólo escuchas o lees a quien piensa como tú lo estás haciendo mal.
Pero tras leer muy atentamente un poco más de dos tercios de este libro –más abajo explicaré esto– sigo creyendo en la existencia del libre albedrío.
Aunque en el muy improbable caso de que Sapolsky llegara nunca a leer y mucho menos a comentar esta reseña lo que diría es que mucho antes de que yo creyera decidir leer este libro ya estaba decidido que no iba a cambiar de opinión. Pero mucho antes en este caso quiere decir desde el Big Bang o así.
Y es que según él
Para saber de dónde viene la intención, solo hace falta saber qué te ocurrió en los segundos o minutos anteriores a que tuvieras la intención de pulsar el botón que quisieras. Y también lo que te ocurrió horas y días antes. Y años y décadas antes. Y durante tu adolescencia, tu infancia y tu vida fetal. Y lo que ocurrió cuando el espermatozoide y el óvulo destinados a convertirse en ti se fusionaron, formando tu genoma. Y lo que les ocurrió a tus antepasados hace siglos, cuando formaban la cultura en la que te criaste, y a tu especie hace millones de años. Sí, todo eso.
La tesis principal de Sapolsky es que eso que creemos que es el libre albedrío el realidad no puede escapar de nuestra biología. Dice que cuando tomas –cuando crees tomar– una decisión eso ya estaba escrito unos milisegundos antes en tus neuronas, aún antes de que tuvieras conciencia de lo que ibas a decidir; y que el estado de esas neuronas depende de nuestro entorno sensorial inmediato; y por la combinación de hormonas presentes en nuestro organismo minutos y días antes de «tomar la decisión»; y por la estructura de nuestro cerebro, moldeada por nuestras experiencias, educación y entorno desde que nacemos, así como también resulta modificado el funcionamiento de algunas glándulas; por nuestros nueve meses en el útero materno; por la mezcla de genes que hemos heredado de nuestros progenitores, que a su vez vienen de los suyos, y cuya expresión epigenética se ve modificada también por nuestro entorno; por la (o las) culturas en la que hemos crecido y en la (o las) en las que han crecido nuestros antepasados.
Y así hasta el Big Bang. Parafraseando a una señora que una vez quiso convencer a Sapolsky y a unos colegas de que la Tierra flota en el espacio apoyada en una tortuga que a su vez se apoya en otra tortuga y que es todo tortugas hasta el final, es todo biología hasta el final.
Aunque más adelante dice que a pesar de lo que pueda parecer sí podemos cambiar influidos por la sociedad en la que vivimos. Sólo que, digo yo, será también un cambio determinado por la biología de quienes forman esa sociedad. Bilogía que determina esos cambios.
Pero lo más curioso es que después de explicar como cada una de esas cosas influiría en la no existencia del libre albedrío el mismo Sapolsky va diciendo que ninguna de ellas por si sola sirve para negarlo. Por ejemplo en el caso de los estudios de Benjamin Libet, que son los que supuestamente son capaces de predecir qué decisión vas a tomar unos milisegundos antes de que la tomes, reconoce que no aciertan más que en un 60 % de los casos. Lo que no es mucho más que el azar.
Aunque de alguna forma que no explica hemos de suponer que todos esos fenómenos de los que va hablando hasta el final del capítulo cuatro se combinan en lo que supongo que es una especie de caso inverso del modelo del queso suizo¹ para hacer que no exista el libre albedrío.
Una vez terminado el repaso biológico del asunto Sapolsky la emprende con el caos, los fenómenos emergentes, y la física cuántica, reductos en los que según él se refugian quienes defienden la existencia del libre albedrío. Y procede a poner una serie de ejemplos que, supuestamente, demuestran que tampoco ahí puede estar el libre albedrío. Hay que reconocerle que mencione estas ideas que se oponen a la suya. Pero no tengo claro que los argumentos y estudios que usa para desmontarlas se apliquen siempre. Ni que no esté haciendo trampas y quedándose con lo que le interesa.
De hecho ya hacia el final del libro cita un estudio del neurocientífico Simon LeVay que según dice demuestra que el cerebro de las personas homosexuales es diferente del de las personas heterosexuales. Y eso hizo saltar todas mis alarmas. Así que me fui a buscar más información sobre el estudio en cuestión y resulta que está bastante desacreditado. Algo que Sapolsky no menciona ni en el texto principal ni en ninguna nota a pie de página.
Y no es que se corte con las notas de página, ¿eh? Lo he contado en la edición para Kindle y resulta que ni más ni menos que un 32 % del libro está en las notas de página, que diligentemente me he saltado. No me parece de recibo que haya páginas de la edición en papel en las que hay dos o tres líneas del texto principal y todo lo demás sea una nota a pie de página… Que a menudo viene de la página anterior.
Eso me parece una enorme vagancia por parte de Sapolsky y una dejación de funciones por parte de quien haya editado el libro. Aunque entiendo que con un autor famoso igual hay que andarse con cuidado. Pero también me parece trampa porque para mí es un intento de apabullar a quien está leyendo el libro con datos. Datos que, como en el caso del estudio de LeVay, igual no son ciertos o han sido sometidos a un poco de cherry-picking.
Aunque hablando de trampas, me parece que la más enorme del libro, digna del más taimado tahúr del Mississippi, es que Spolsky pueda terminar la primera parte del libro, en la que explica por qué no puede existir el libre albedrío pasando de puntillas por la existencia de la inteligencia, la consciencia o el yo. De hecho de la consciencia dice que «No entiendo qué es la consciencia, no puedo definirla. No puedo entender lo que escriben los filósofos sobre ella. Ni a los neurocientíficos.»
Creo que si las ignora es porque no sabemos cómo funcionan. Y en ese desconocimiento puede estar la base de ese libre albedrío que se supone que no existe. Que no digo que lo esté, pero no lo sabemos. Y Sapolsky tampoco.
La segunda parte del libro está dedicada a responder la cuestión de
¿Y si todo el mundo empezara a creer que no existe el libre albedrío? ¿Cómo se supone que vamos a funcionar? ¿Por qué nos molestaríamos en levantarnos por la mañana si solo somos máquinas?
Pero yo diría, que precisamente gracias a los ejemplos que va utilizando Sapolsky para reflexionar sobre el tema sirve también para preguntarnos lo mismo en el caso de ser ateos, por ejemplo y creer que no hay ningún ser todopoderoso preocupado por si somos buenos o malos.
Aunque ya con la sospecha –o más bien el convencimiento– de que Sapolsky salpimenta su libro con unas dosis más o menos fuertes de cherry picking me costó un poco tomármelo en serio. Por mucho de que llegue a conclusiones que se alinean con lo que yo pienso.
Me parecen especialmente mal traídos los ejemplos en los que, mediante un gusano de mar, por ejemplo, pretende demostrar de nuevo que no puede haber libre albedrío en nuestras decisiones. Creo que funcionamos –al menos para esas cosas llamadas consciencia, inteligencia y yo– a un nivel muy diferente.
También me parece mal traído utilizar la epilepsia para decir que «La mayoría de la gente del mundo occidentalizado ha sustraído el libre albedrío, la responsabilidad y la culpa de su pensamiento sobre la epilepsia. Se trata de un logro asombroso, un triunfo de la civilización y la modernidad.» Afortunadamente hemos aprendido mucho sobre esta enfermedad y por eso hemos dejado de estigmatizar –tanto, aunque no del todo– a las personas que la sufren. Pero gracias a que ahora sabemos más; creo que eso tiene poco –o nada– que ver con el libre albedrío.
En fin, que no me arrepiento de haber leído el libro, aunque sólo sea porque a ratos me ha hecho repasar mis propias convicciones con una intensidad que de otra forma quizás no habría hecho. Y eso es algo importante. En esto le daré la razón a Sapolsky:
Este libro tiene un objetivo: hacer que la gente piense de forma diferente sobre la responsabilidad moral, la culpa y el elogio, así como sobre la noción de que somos agentes libres. Y también que se sienta diferente con respecto a esas cuestiones. Y sobre todo, cambiar aspectos fundamentales de nuestra forma de comportarnos.
Pero tengo muchas dudas de que vaya a hacer cambiar a nadie de opinión. Lo que, en cualquier caso, ya viene predeterminado –por cierto que creo que Predeterminados habría sido mejor título– desde el Big Bang. ¿No?
https://www.microsiervos.com/archivo/libros/decidido-robert-sapolsky.html
El libro, o cualquier otro razonamiento, no va a hacer cambiar de opinión a alguien que ya la tenga arraigada. En éso se basan las creencias, en instalarse como verdades irrefutables y mantenerse sean cuales sean los argumentos o evidencias contrarias. Por eso existen las religiones.
Es básicamente una cuestión personal. Ya sabemos que creer es querer creer, pero mezclar ciencia con creencia es un despropósito baldío, así como mezclar razón y fe. La razón te lleva a la inexistencia del libre albedrío de modo diáfano, mientras que la fe te puede llevar a donde tú quieras, dado que no atiende a razones.
Por cierto, el segundo artículo solo se dedica a cuestionar el libro citado en el primer artículo, pero no aporta ni un solo argumento que valide la existencia del libre albedrío. ¿ Cuál es su argumento ? ¿ la simple crítica ? Pues no parece mucho argumento.
Ha sido curioso, porque publiqué tu artículo añadí el debate del video y listo.
Luego buscando nuevos temas, me encontré con este artículo que justo hablaba del libro, no creo en las «casualidades», así que lo añadí.
Tengo que admitir que me ha gustado tu artículo. Sobre todo a la hora de definir las consecuencias que supondría si la gente adoptara su postura.
Definitivamente no estamos preparados para algo así.
Me encantaría hablar con este científico. Le preguntaría :
Si el libre albedrio no existiera, ¿ Qué función tendría la consciencia?
Me alegro de que te haya gustado. Y no, la mayoría de la gente, el humano común, no esta preparado para ésto.
Desconozco qué te respondería él; yo te puedo decir que la consciencia de cualquier hecho siempre es posterior a la acción. Creemos que decidimos pero no es así.