Los trastornos en el apego condicionan nuestra forma de relacionarnos con los demás y sientan sus bases en la infancia, cuando de alguna manera nuestras figuras de referencia nos enseñan cómo es apropiado relacionarnos con el mundo.
En los últimos años, debido a las nuevas situaciones socioeconómicas, están cambiando su forma y edad de aparición. En numerosos países, especialmente en el sur de Europa, se da una anacronía en la vida de los jóvenes que retrasa su independencia y les obliga a vivir con sus padres durante mucho tiempo.
El hecho de no poder independizarse produce de manera directa o indirecta una serie de alteraciones psicológicas y sociales. Estas, aunque asumibles para padres e hijos debido a la situación socioeconómica, pueden producir ansiedad y sensación de fracaso en estos últimos.
Si tras los años estipulados para el estudio, el trabajo y la independencia no están garantizados, se produce un desajuste vital. No se tiene la misma edad dos veces y la vida es un camino de único sentido. Si existe una incapacidad social para que los jóvenes sean independientes, los trastornos en el apego familiar también se reflejarán en el ámbito social y laboral.
Prolongar el tiempo de convivencia con los padres
La relación entre padres e hijos ha cambiado en las últimas décadas. El crecimiento de los más pequeños de la casa hace que la relación con sus padres evolucione y se vuelva más simétrica. Los hijos dejan de ser receptores y pasan a ser también proveedores de recursos.
La situación económica: un obstáculo para la independencia
Son muchos los jóvenes que encadenan contratos precarios. Los años pasan y no logran esa estabilidad económica con la que plantearse abandonar el lugar familiar. Por otro lado, la formación es larga, cara y puede implicar estancias en el extranjero que disparen el coste. De hecho, algunas carreras formativas pueden consumir tanto tiempo que impiden tener una fuente de ingresos paralela.
Bastantes jóvenes deciden continuar su educación después de terminar la universidad; una decisión que también suele llevar aparejada la prolongación de la estancia en el hogar familiar. Sin embargo, aunque quedarse en el hogar sea la única solución, eso no la convierte en la mejor opción.
Por otro lado, los jóvenes no suelen renunciar a viajes o a la adquisición de bienes con una obsolescencia muy corta. Así, independizarse puede pasar a ser un objetivo realmente secundario en su escala de prioridades. El resumen es que ni hay muchas posibilidades ni tampoco es una prioridad.
Diferentes estudios indican que, en comparación con los hermanos que se mudaron “a tiempo”, los que abandonan tarde el hogar viven más cerca de sus padres ancianos, mantienen un contacto más frecuente y tienen más probabilidades de ser proveedores y receptores de apoyo intergeneracional.
Ahora bien, esta prolongación de los ciclos de la vida adulta, ¿qué efectos psicológicos tiene?
Trastornos del apego: revivir una situación extraña en plena madurez
No todo el mundo reacciona igual al vivir con los padres pasados los 30 años, y no es el fin de este artículo hacer sentir mal a nadie.
Sin embargo, cuando se pasa gran parte de la vida activa en casa, en compañía de los padres, con otra “mentalidad” y pertenecientes a otra generación, se produce un trastorno en el apego que se tiene hacia ellos. Como en la situación extraña de Mary Ainsworth.
- Se genera un sentimiento de ambivalencia: se los necesita y quiere, pero la sensación es que se está “fuera de lugar” en su compañía. Este hecho se corresponde con un patrón de apego ansioso- ambivalente.
- Lo que se vive en el ambiente social no tiene nada que ver con los valores o ideales sociales de los padres, por lo que es muy común el conflicto o la evitación. Esto constituye un estado de apego evitativo, que puede llevar a una evitación de mucha vida en familia.
- Se experimenta una casi obligación de dar explicaciones a los padres, lo que genera situaciones comunicativas pasivo-agresivas.
- Hay un deseo de ser independiente, pero a la vez se tiene la certeza de que se está a salvo con ellos de situaciones desagradables. En este caso, se experimenta un apego seguro, pero que no es adecuado para la edad.
- No se desea hacer planes de ocio con los padres, aunque se experimenta una especie de soledad cuando no se está en casa durante varios días, lo que lleva a revivir situaciones de abandono en plena madurez. Esto recordaría al apego ansioso-ambivalente.
- En ocasiones, solo se cuenta con ellos para poder comer y dormir, ya que se considera que nunca se han ocupado verdaderamente de uno como para compartir mucho más de la vida personal. En estos caso, aparecería un “apego desorganizado”.
Trastornos en el resto de vínculos por la independización tardía
El acceso a la vivienda autónoma, que constituye un parámetro importante en la adquisición de cierta independencia, se ha ralentizado desde hace quince años en personas menores de 30 años. Además de la dificultad de acceder a una vivienda independiente, es necesario poder mantenerla.
Vivir en un alojamiento adecuado y llegar a fin de mes suele ser todo un reto para los adultos jóvenes independientes. Todo esto tiene una serie de consecuencias psicológicas y sociales.
El apego con la pareja o los hijos podría verse afectado: no solo por las dificultades secundarias que puede plantear, sino por ser un obstáculo insalvable para la persona que quiere establecer vínculos con otras personas en los que reine la confianza y la intimidad.
Veamos algunas de las dificultades para establecer un vínculo significativo por la imposibilidad de independizarse:
- Al vivir en la misma casa que los padres, será más complicado disfrutar de momentos de intimidad con otras personas.
- El hecho de vivir con los padres puede favorecer el disfrute de una serie de comodidades inexistentes en la vida autónoma. Intrínsecamente, aunque estas no son negativas, en algunos casos sí pueden bloquear la adquisición de responsabilidades que normalmente un adulto tiene que asumir, como el cuidado del hogar.
- Normalmente, la relación con los padres es incondicional. Es muy probable que perdonen más ejercicios de egoísmo que los que puede perdonar una pareja.
- Cuando pasamos mucho tiempo siendo “supervisados” por alguien, podemos llegar a sentirnos realmente inseguros cuando esta supervisión desaparece.
- Todas estas situaciones pueden revertirse con la práctica cotidiana en pareja, pero el plan de vida se altera cuando se conoce a una persona que todavía no es independiente. Esto es así porque en situaciones de dependencia la autoestima se resiente en todos los sentidos y cuesta recuperarla.
Algunas aclaraciones…
Muchos hijos que viven en casa de sus padres tienen mayor madurez emocional que otros que se independizaron rápido. Simplemente, escogieron la prudencia, la formación académica, la convivencia con trabajos precarios para seguir formándose y no han podido disfrutar de unas consecuencias positivas de su decisión.
Mejor dicho, la vida adulta, representada en forma de nómina o casa, nunca fue una realidad para ellos. Por ello, vemos necesario aclarar que hablamos de autonomía en el sentido amplio de la palabra, pues comprar o alquilar un piso no hace a nadie, necesariamente, autónomo o independiente.
Por último, todo este potencial e ilusión estancados pueden hacer germinar una profunda decepción. La persona puede tener la sensación de que no puede acceder plenamente a la vida adulta. Hablamos de un problema generalizado que puede tener consecuencia que hoy ni siquiera imaginamos.
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