El arte de saber perderse requiere estar abierto a la incertidumbre, a lo desconocido, a lo que queda fuera de lo que es predecible y nos ofrece seguridad. Así, en este mundo tan dominado por lo tecnológico, por Google, el GPS y los tutoriales de todo tipo, nos hemos convertido en criaturas sobreinformadas (y sobreprotegidas) que solo ansían tenerlo todo bajo control.
¿Y qué problema hay? -dirán muchos-. En realidad, más de uno. Escribimos nuestra vida en papel pautado, procuramos que cada evento, decisión o cambio esté preparado de antemano. Preguntamos a Siri o Alexa, programamos nuestros viajes con sofisticadas aplicaciones y hasta creamos listas de tareas que nos avisan con alarmas para recordarnos qué hacer en cada instante.
No nos agrada lo inesperado, nos asusta lo desconocido y nos descoloca todo lo que se salta nuestros guiones y previsiones. Nos hemos convertido en autómatas de la previsibilidad, y eso no siempre es bueno. Como bien decía Rainer Maria Rilke, la incertidumbre no es un obstáculo, puede ser una fuente para la vida. El mejor camino para la inspiración y el autodescubrimiento.
A veces, para reencontrarnos, vale la pena perdernos, abrir una puerta a lo inesperado.
Cuando nos sentimos perdidos estamos más aferrados que nunca al presente, al aquí y ahora. Es entonces cuando somos capaces de abrazar el misterio y la incertidumbre para descubrir lo que nos rodea, y entonces tomar nuevas decisiones y nuevos caminos.
El arte de saber perderse para encontrar nuestro auténtico camino
Todos hemos llegado a esos momentos en que, de pronto, nos detenemos para hacernos una pregunta muy concreta: “¿qué es estoy haciendo con mi vida?”. Sentirnos perdidos es una de las experiencias más estresantes que podamos recordar. No sabemos si continuar por el mismo camino o dejarlo todo y empezar de nuevo. Hacer borrón y cuenta nueva.
Esa sensación de desconocimiento e incertidumbre tan abrumadora es una realidad que han explorado múltiples figuras. Rebecca Solnit, por ejemplo, es una conocida escritora estadounidense que publicó en el 2005 el interesante libro Una guía sobre el arte de perderse. En él, explora la que para ella y muchos filósofos es la estimulante experiencia de deambular, perderse y abrazar lo desconocido.
Basta con recordar lo que nos decía el escritor, poeta y filósofo Henry David Thoreau: solo nos encontramos a nosotros mismos cuando hemos tenido la valentía de perdernos. Hay que mirar la vida con el asombro y la curiosidad del niño que ansía retar los límites que le imponen y saber también qué se esconde detrás de las puertas cerradas…
La vida más allá de los márgenes cotidianos
El arte de saber perderse implica atrevernos a ir más allá de los márgenes que nos contienen cada día y explorar lo desconocido. Abrazar lo extraño. Escapar por un día del camino seguro para adentrarnos en lo imprevisto. Es en esos instantes en los que al sentirnos verdaderamente perdidos, se activa en nosotros el auténtico sentido de supervivencia.
En ese momento turbador nos sentimos más aferrados al presente que nunca. Entonces, miramos a nuestro alrededor con mayor perspectiva e interés para hacernos una pregunta decisiva: ¿a dónde voy a partir de aquí? Decía el filósofo Walter Benjamin que solo cuando nos perdemos estamos lo bastante sumergidos en nosotros mismos para tomar elecciones conscientes.
“Deja la puerta abierta a lo desconocido, la puerta a la oscuridad. De ahí es de donde vienen las cosas más importantes, de donde tú mismo viniste y a dónde irás”.
-Rebecca Solnit-
El arte de saber perderse para aceptar la incertidumbre
El filósofo y profesor Joan-Carles Mélich nos explica algo interesante en su libro La sabiduría de lo incierto. El desasosiego, la incertidumbre y la provisionalidad son realidades que siempre han formado parte de la condición humana. Sin embargo, nada de esto nos agrada. Somos criaturas alérgicas a lo incierto, a lo diferente e incluso a lo extranjero.
También él nos invita a habitar en los márgenes de lo incierto, porque es ahí donde acontece la auténtica vida y a menudo hallamos el sentido de la vida al reflexionar, al descubrirnos y expandir la mente. Porque mientras los demás prefieren posicionarse en el centro (y en lo previsible), solo quien practica el arte de saber perderse, aprende a pensar por sí mismo.
A veces, los momentos de incertidumbre nos revelan grandes verdades.
La necesidad de ir más allá de nuestros espacios de seguridad
Perderse no es aventurarse en un bosque sin brújula. No es escalar una montaña en soledad. Tampoco aventurarse al océano en un arrebato de locura. El arte de saber perderse es sortear nuestros límites para saber qué hay más allá de nuestra cotidianidad. Es dejar de obsesionarnos en querer tenerlo todo bajo control para saber qué hay al otro lado de lo previsible.
Implica ser capaces de abrirnos a lo incierto, lo novedoso, lo que estimula nuestra imaginación y nos permite tener nuevas perspectivas. A veces, en esos instantes en que no sabemos muy bien qué hacer con nuestra vida y nos asalta la sensación de estar perdidos, es cuando suceden las cosas más importantes.
Nuestra existencia no está escrita en un plan de ruta, ni Google tendrá siempre las respuestas a todas nuestras dudas. Vale la pena confiar en nuestros instintos y aventurarnos, convertirnos en exploradores de lo incierto. Porque como bien señala la propia Rebecca Solnit, “quien nunca se ha perdido, aún no ha empezado a vivir”.
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